Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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9 de marzo de 2010

El vigilador

Su trabajo no era difícil de cumplir. Lo habían contratado en una empresa de vigilancia y lo único que debía hacer era observar las cámaras de seguridad ubicadas en el perímetro de la empresa.
Estaba sentado ocho horas con los ojos puestos en los enormes monitores que contenían como si fueran pequeños recuadros las casi doscientas cámaras. Algunas enfocaban el perímetro, desde distintos ángulos y ubicaciones. Otras estaban en las oficinas y pasillos. Podía divisar el techo, el subsuelo y los laboratorios. Otras estaban destinadas a las áreas de producción, ya sea en las que se veían operarios o las que solo permitían en las funciones máquinas automatizadas. Incluso había una cámara que siempre estaba en negro, aunque podía comprobar que estaba funcionando.
No podía distrarse, mucho menos hablar de dormirse. Una cámara también lo enfocaba a él y le habían informado que otro hombre, en otra parte del complejo edilicio, lo estaba vigilando.
A su vez, en varias de sus cámaras podía divisar a otros tantos vigilantes observando a su vez a otro grupo de monitores. Por lo que alcanzaba a divisar, eran otros ángulos, otros lugares, al menos por lo que distinguía en las pantallas de cristal líquido.
El cuarto donde estaba (similar según veía, a los de los demás vigiladores) era bastante estrecho. Una silla, una bandeja de controles y la pared hasta el techo de monitores ultra delgados. Un extintor de incendios en una de las paredes laterales, un dispenser de agua fría en la otra y a espaldas de la silla, una puerta blindada.
No había ventanas. La ventilación hacía su recambio a través de unas imperceptibles hendijas en el techo. La iluminación era tenue y provenía de unas lámparas de bajo consumo ubicadas también en el techo, que apenas estaba a dos metros y medio del piso.
Un intercomunicador cuyo micrófono estaba fijo justo delante de la silla era el único medio de comunicación con otros sectores. Por más que tuviera consigo el celular, allí dentro no tenía señal.
A veces jugaba con la idea de lo que podía pasarle si se descompensaba estando en ese lugar, pero de inmediato recordaba que lo estaban vigilando de la misma manera que el monitoreaba a otros. Todo ello lo hacía pensar en un círculo vicioso, en un laberinto sin fin, en una especie de pesadilla de afiebrado de la que no se puede despertar.
Suponía que la intención de la empresa de brindar seguridad a sus bienes patrimoniales era buena, pero creía que era excesivo el hecho de estar vigilando incluso al personal de vigilancia y que además no se centrara todo en un mismo lugar.
Pero lo que calificaría de raro comenzó a mediados del último mes. Notó algo extraño en los demás vigilantes de su turno, que eran siempre los mismos. A medida que pasaban los días, los notaba más viejos. Cómo si en lugar de veinticuatro horas, pasaran años.
Si bien no le permitían llevar elementos para hacer anotaciones, comenzó a memorizar los detalles de cada uno de ellos y ni bien llegaba a su casa, volcaba todo a un cuaderno. Durante tres semanas llevó un detalle exhaustivo de lo que veía.
No le quedaban dudas, algo sucedía, pero no comprendía con exactitud que. Cada noche, antes de acostarse, se miraba al espejo, temiendo ver ese envejecimiento también en su imagen. Pero ni siquiera encontraba una cana en su cabello.
Apenas si tenía con quién poder comentarlo. Lo recogía un colectivo de la empresa delante de su casa cada mañana, viajaba sentado solo como casi todos los demás en un viaje que se caracterizaba por la ausencia de voces. Hasta entonces no le había prestado atención a la falta de diálogo entre los empleados. Pero lo mismo sucedía ya dentro de la empresa.
Bajaba del colectivo en una plataforma que lo conducía a los molinetes de ingreso, donde debía pasar una tarjeta magnética que registraba su entrada. Luego iba a los vestuarios, donde cada uno poseía un casillero. Mientras se ponían la ropa de trabajo, el silencio seguía siendo un denominador común.
Un par de veces intentó cruzar palabras con otros empleados, pero voltearon los rostros y siguieron en sus cosas como si nada. No sabía a que achacar esas actitudes. No volvió a insistir.
Ya en su puesto de trabajo, podía llegar a trabar conversación de palabras sueltas con el supervisor, a quién debía transmitirle cualquier movimiento sospechoso detectado en las cámaras. Pero no era un diálogo, mucho menos una conversación. Apenas un intercambio de datos. En las pocas ocasiones que formuló alguna pregunta, jamás obtuvo respuesta. Se limitó entonces a transmitir lo que era necesario, ni una palabra más.
Por todo esto, no tenía con quién discutir su idea del envejecimiento de los demás vigiladores. Y algo más lo ponía nervioso, el hecho de no saber donde estaban físicamente esas otras personas. Recordando los rostros que le devolvían las pantallas del cuarto estrecho, los buscaba entre los que bajaban de los colectivos o la gente que veía camino a las diversas áreas antes de tomar el turno.
Sin embargo no tenía suerte. La duda crecía día a día. Y esas personas seguían envejeciendo.
No sucedía lo mismo, en cambio, con los operarios u oficinistas que observaba en otros puestos, solo con aquellos que se dedicaban a observar los monitores.
Cansado de tanto misterio, una tarde al tener que informar de unas sombras detrás del estacionamiento del ala este que podían corresponder a ladrones o bien, al movimiento de los árboles, aprovechó que del otro lado del intercomunicador estaba el supervisor y le preguntó si sabía que le pasaba a los demás vigiladores que los notaba cada vez más viejos.
Por supuesto, no recibió respuesta alguna. Al otro día, al descender del colectivo y querer marcar con su tarjeta en los molinetes, se encendió una luz roja. Personal de seguridad se acercó, lo tomaron de un brazo y lo llevaron a un pequeño cuarto, donde sin vacilar le indicaron que la computadora señalaba que había sido despedido.
Pidió hablar con sus superiores, pero en cambio, extendieron ante él una especie de pantalla portátil, de apenas medio centímetro de grosor. Era una especie de planilla electrónica. Enganchada de un borde, vio una lapicera de punta digital. Le pidieron que firmara abajo de todo y se limitara a no protestar.
Lo hizo sin pensarlo, porque la sensación de que pasaba algo raro seguía latiendo en su interior. Lo llevaron por un pasillo trasero hasta unas oficinas más amplias. Allí aguardaban dos personas vestidas completamente de negro salvo las corbatas rojas que pendían a lo largo desde el cuello hasta altura de los ombligos. De mentones prominentes y miradas punzantes, los hombres lo obligaron a sentarse en la única silla del lugar.
La rareza había trocado en miedo. No le importaba si le decían que se fuera, esos extraños le daban mala espina. Estaba seguro que terminarían golpéandolo o peor aún, desfigurándolo y mutilándolo. Le dolía de solo pensarlo. Ahora se lamentaba de haber firmado la planilla, ni siquiera sabía que decía. Pero por el momento solo atinaron a encender un reflector que irradiaba una luz muy brillante, que prácticamente no dejaba ver ningún detalle del cuarto, apenas los cuerpos de los dos grandotes vestidos de negro.
Esperaron allí un buen rato, sin que se produjera un solo ruido. De pronto ingresó al recinto un tercer hombre de negro, aunque con la corbata azul. Comenzó a interrogarlo, a preguntarle sobre las conclusiones que había sacado. Le echó en cara que lo habían contratado solo para observar movimientos extraños, para preservar los bienes patrimoniales y no para detenerse en detalles que no le importaban en lo más mínimo.
Se sentía intimidado, la voz era potente y los gestos ampulosos, la mirada parecía hacerle sombra y notaba como las piernas le temblaban a pesar del
esfuerzo por dejarlas quietas. Sus ojos llorosos imploraban solo que lo dejaran ir, pero la boca se había aferrado al silencio y su corazón oscilaba entre la taquicardia y la muerte.
Pero el hombre de corbata azul fue terminante, la había cagado. No sabía que significaba ello, pero no creía que solo hablara de un despido. Dio una orden y los corbatas rojas lo sacaron a la rastra hasta un pasillo de paredes blancas y reflectores encendidos. Apenas distinguía una línea amarilla a lo largo del piso también blanco. El camino se hizo eterno hasta que finalmente una puerta se abrió y fue empujado hacia el interior de esa habitación.
El cambio lumínico fue notorio. De la blancura total del pasillo, provocada por los reflectores, a la negrura absoluta que devoraba todo en aquella habitación. El empujón lo había enviado al suelo. Se incorporó con miedo, no solo por la situación, sino porque le temía a la oscuridad. No sabía donde estaba ni que había en ese cuarto. Escuchó como gemidos y tanteó a sus espaldas con el fin de encontrar un asiento o la pared. Sin embargo, tropezó con algo y un quejido atroz quebró el tenso aire que parecía no existir entre tanta oscuridad. Al caer sus manos tocaron aquello con lo que había tropezado. Las piernas de alguien. La respiración se le cortó a altura del pecho y apenas si podía tragar saliva.
Se acurrucó contra la pared que por fin había encontrado y evitó todo roce con lo desconocido. Los gemidos no cesaban y provenían desde distintas direcciones. La sala parecía enorme y estaba seguro que no solo lo acompañaba el dueño de las piernas. Vagamente recordó la cámara que siempre se mostraba en negro y sintió no estar equivocado en relacionarla con esa habitación.
Si acaso había descubierto algo, jamás podría hablarlo con alguien, al menos fuera de ese lugar. No sabía lo que le esperaba, pero tampoco anhelaba saberlo. Como tampoco ya le importaba la verdad, el envejecimiento, la necesidad de hurgar donde no debía. Lo que si supuso, casi con certeza, era que la oscuridad sería su porvenir.
Desconsolado, comenzó a gemir.

15 comentarios:

SIL dijo...

Hay de todo en este relato.
Y como siempre, la magia del autor de que el lector tenga las mismas sensaciones que el protagonista.


Digno de ser transformado en un magnífico guión, de ser llevado al cine...
como te lo manifesté tantas veces...
Una vez más, great, Netuzz.


:)
SIL

Felipe R. Avila dijo...

Asfixiante, extremo, conspiranoico y genial.

Lisandro dijo...

De pro si, con el sólo echo de que desde el principio todo era silencioso, me estremecio mucho con solo pensarme involucrado en esa situcion... jaja... es estremecedor, vuelvo a repetir... escalofriante..y frio... muy frio... como esos silencios permanentes e insoportables!!! me encanto Neto!!!!! BUENISIMO!

Con tinta violeta dijo...

Curioso relato que va desde lo real a lo terrible haciéndote resbalar por una pendiente cada vez mas pronunciada...me temía un desenlace asfixiante y fatídico.
Neto, eres un crack. No me extraña que el protagonista empezara a gemir...
Un sueño de relato. Terrorífico.
Felicidades.
Besos desde este helado rincón del mundo...¡no sabes como sopla el cierzo!
Paloma.

Netomancia dijo...

Doña Sil, muchas gracias. Que se sientan dentro del relato es la mejor forma de saber lo que sucede. En este caso no importaba la verdad de lo que sucedía, tan solo la óptica del que sufría las peripecias. Saludos!

Don Felipe, el término conspiranoico está muy bueno, debería patentarlo! Un abrazo!

Lisandro, gracias. El estremecimiento es señal que se transmitió lo deseado! Saludos!

Doña Tinta, muchas gracias! Tendría que haber sido más que un sueño una pesadilla de relato ja. Y cuídese del cierzo, ya sabe lo que dicen los relatos. Saludos!

Anónimo dijo...

Neto, esto esto es un trhiller oscuro y conspirativo desde la primera palabra!
Que sentimientos más encontrados lograste en el relato! Me quedo sin respiro, absorto en medio de esos silencios abrumadores...
Me dejaste la casa llena de respiros y ruidos extraños, ahora estoy re julepeado che!!!!

Anónimo dijo...

Para empezar, sentí que me hacia viajo en cada nueva línea que te leía… pero el cierre… uffffff… me heló.
Impresionante y maravilloso cuento. Te luciste y te lo aplaudo.

Un fuerte abrazo.

Felipe R. Avila dijo...

Gracias querido Neto, pero "conspiranoico" ya existe,che.
Pero me sumo al "julepe" o miedito o estremecimiento de Diego D80,
porque me acuerdo de haber estado en situaciones de soledad cuando chico.Doy ejemplo: tuve una vez 9 años, fui a lo de una tia viejita con mi hermano, mi madre nos dejó a pasar allí todo el dia.Al rato mi hermano, mas chico que yo, empieza a molestar:"quiero irme a casa",decía.Yo no queria, la estaba pasando muy bien: la tia habia puesto la TV y daban "La Guerra de los mundos", con Gean Berry -o como se escriba-.Tanto molestó mi hermanito, que la tia decidió llevarlo de vuelta a mi casa...y a mi me dejó solo hasta que volvieran ella o el tio.
(!!!!!!!)
Fue un miedo de aquellos:la tv me atacaba con la pelicula, que era sensacional, la casa: un coro de crujidos, las ventanas movian suavemente las viejas cortinas transparentes...
hasta que de pronto,escuché la puerta de calle...
(continuará)

Panchuss dijo...

ser un observador del fututo, el de uno. un futuro cruel que se ve y no se asimila hasta que llega.
me gusto mucho neto, lo disfrute.

panchuss

mariarosa dijo...

Misteriosa historia. da miedo de sólo leerla.

Neto, sabes darle a tus cuento un ambiente de terror y dejas al lector muerto de miedito.

mariarosa

Silvana Muzzopappa dijo...

Neto, ha conseguido que no me anime a leer sus cuentos de noche. Anoche decidí dejarlo para esta mañana, ¡¡y con razón!! Mire si me acostaba con estas imágenes en la cabeza...

Excelente cuento. Me encanta que siempre hay una vuelta de tuerca inesperada.

Besos,
Shirubana.

Netomancia dijo...

Dieguito, ya sos grande para julepes che! Jaja. Y lo de los ruidos no soy yo, preguntale al vecino que anda haciendo. Un abrazo!

Salvador, gracias por el aplauso, saludos!

Felipe, otro grandulón con julepe, pero mirá si serán jajaj. Linda historia, pero seguí contándola, queremos saber el momento en que entran y te encuentran debajo del sofá!! Un abrazo!

Panchuss, observar el futuro, quién no lo querría, claro que uno así, ni loco ja. Un abrazo.

Maríarosa, muchas gracias! Si se logra el cometido, me reconforta! Saludos!

Doña Shiru, con luz no tiene gracia jaja. Claro que usted coincidirá que más terror dan ciertos artículos que uno lee en internet, no? Jaja. Saludos!

HUMO dijo...

ESPECTACULAR- HORRIBLE - INAUDITO-ESCALOFRIANTE!!!!

Que mente retorcida Don Neto, como me hace sufrir, que lo parió!

=) HUMO

Silvana Muzzopappa dijo...

Puede ser, Neto. Pero esos no me dan miedo de noche =)

Saludos.

Netomancia dijo...

Doña Humo, por eso los hinchas de Racing no entran al blog, para no sufrir por partida doble jaja. Muchas gracias por las palabras, saludos!

Doña Shiru, tiene razón, más que miedo, esos dan risa jaja. Saludos!