Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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30 de agosto de 2010

Las sendas químicas (parte III)

Hospital. El joven se pasea por el hall de entrada de un lado a otro, nervioso, conmovido. La puerta principal se abre y los padres de su amigo ingresan a la carrera. Los ve, los detiene, les quiere explicar. Es en vano. Los llantos, el reclamo, la imposibilidad de la resignación.
No puede explicarles, porque sencillamente no sabe. No tiene la menor idea de lo que pasó. No sabe cómo pudo enfermarse y morir tan rápido. Ignora cuánto tiempo de vida le queda a él. Solo les dice que habían ido al bosque para ver las estelas blancas que dejaban los aviones en el cielo, porque en aquella parte de la ciudad se pueden observar mejor que en ningún otro lado.
Los padres no quieren escuchar tonterías, le preguntan de drogas, de sobredosis. No dejan que se defienda, para ellos es el culpable. Lo dejan solo, quieren ir a la morgue. El ya no se pasea, ya no está nervioso. Solo desea no haber ido al bosque ni haber mirado nunca hacia el cielo.

El celular vibra dentro del bolsillo de la campera. Nadie suele molestarlo a ese número. Deja entonces a un lado los prismáticos y busca el teléfono entre sus ropas. Mirá por un segundo la pantalla para saber quién lo llama: "Ismael". Su hermano.
- Alejo ¿escuchaste la radio?
- No, estoy fuera de la ciudad ¿por qué?
- Sobre lo que hablás siempre, lo que vos decís, eso de los aviones, de las líneas blancas en el cielo... Alejo, hablaron de eso, de un gran complot, la verdad que no se que creer. Siempre fui reticente a escucharte, creí que era una forma de escapismo que elegías por las muertes de Jazmín y Amanda, pero luego de escuchar lo que acaban de decir, bueno, hace una media hora que estoy meditando sobre este llamado y... tengo miedo hermano.
- Ismael, me estás asustando. ¿De qué hablas? ¿Qué dijeron?
- Tenías razón en todo viejo, desde el principio. Hay gobiernos poderosos detrás de todo, dicen que existe una gran estrategia mundial destinada a un solo objetivo: reducir la población mundial. Eso blanco que dejan esos aviones serían varios compuestos experimentales, algunos de los cuales tienen la misión de generar depresión y malestar entre la gente, otros esparcen virus que van desde la gripe común a variantes más fuertes. Pero también están los más mortíferos, aquellos que dejan a su paso un compuesto con minerales altamente tóxicos, que sirven a fines de control de imágenes satelitales y que al entrar en contacto con seres vivos, los van matando de a poco y que parecería, que si esos seres son además propensos a tener enfermedades, resisten muy poco y mueren en pocas horas.
- Me dejás sin palabras, es lo que vengo investigando desde las muertes de ellas. Te acordás de lo que me dijo Amanda: "Caían telarañas del cielo papá" y a pesar de haber luchado dos semanas, no pudo contra esa rara enfermedad.
- Tenías razón desde el principio.
- Nos están matando Ismael, te das cuenta. Nos están aniquilando.
- En la radio dicen que es para reducir la población mundial, porque los científicos calculan que con el número actual en pocos años más se sentirá la falta de agua, de comida...
- Nos están matando...
- La gente comenzó a salir a las calles en la ciudad. No se que puede pasar cuando esto se vaya difundiendo.
- Hay que hacer algo Ismael. No podemos permitirlo.
- ¿Pero qué?
- No se, pero algo rápido. Porque una de dos, o la gente aúna fuerzas para protestar o se divide e intenta sacar partido del caos que reinará. En todos los casos, ellos seguirán pintando el cielo.
Ya estaba encima de su jeep, poniéndolo en marcha. Cortó la comunicación y salió raudo para la ciudad, dejando detrás del vehículo una estela, pero de tierra.

- Qué día de mierda eh - la aseveración era de Almada, uno de los tantos periodistas agolpados frente al edificio del que horas antes se había arrojado un senador de la nación.
Algunos coincidieron, otros prefieron no escucharlo. Almada era un bocón. Entre los que pensaban eso, estaba Torrales. Escribía para una agencia de noticias extranjera y no para un diario local, por lo que las conveniencias políticas del caso no eran de su incumbencia.
Había estado tomando nota de las versiones circulantes sobre el suicido del senador cuando se enteró por algunos colegas de la gente que había salido a las calles a protestar, aunque no tenía muy en claro el motivo. Según decían, en una radio importante se había dado a conocer una noticia sobre ciertos complots de los gobiernos mundiales. Sonaba como argumento de película e inlcuso escuchó a su alrededor quiénes lo tomaban en broma.
Pero su instinto lo obligaba a mirar más allá de la puerta del edificio, aún vedada para el ingreso de las cámaras, y volver la mirada hacia el lado más céntrico de la ciudad, donde le habían dicho se estaba reuniendo la gente. Y mientras hacía eso, trazaba una línea que pretendía relacionar los dos puntos distantes. Sin embargo se contuvo de hacer algún comentario al respecto.
Cerró su libreta de apuntes y excusándose que tenía una reunión, dejó el lugar. Podía llamar a cualquier colega conocido más tarde y copiar los datos que surgieran de ahí en más. Su Yamaha 250 estaba muy cerca. En el trayecto hacia la misma escuchó comentarios de la gente, hablando de lo que sucedía en las calles.
Pensó en que seguramente sería un movida política o de algún grupo ecologista alarmando al resto sobre los peligros ambientales. Cuando llegó a la zona donde se estaba sumando la gente, se cruzó con un par de colegas.
- César ¿qué pasa? - le preguntó al reportero gráfico de otra agencia.
- En la radio, en el programa de Estevez, se dijo de un complot secreto a escala mundial para el exterminio de dos tercios de la población, para que así la raza humana pueda sobrevivir en el futuro.
- ¿Estevez dijo eso? ¿Que se fumó?
- Eso es lo más raro de todo, no salió en algún noticiero de morondanga, lo dijo Estevez y ese tipo no va a tirar abajo su reputación por una estupidez así, ni lo va a inventar. Si lo dijo es porque una fuente le pasó un dato confiable.
- No te puedo creer. ¿Sabés si alguien ya lo entrevistó o algo?
- Hasta ahora nadie se pudo comunicar y a la radio no podés entrar, recién vengo de allí, está acá nomás, porque debido a los llamados parecen que pidieron seguridad o algo.
- ¿Estevez contratando seguridad?
- Por ahí fue la radio misma.
- Esto me huele mal César y si...
El estallido los arrojó a ambos al suelo. Torrales dio con la cara en el suelo y desde allí pudo ver como la gente que estaba en las cercanías también estaba tirada en el suelo, muchos de ellos golpeados y aturdidos. Los oídos le retumbaban y los sonidos parecían provenir desde el interior de un tubo metálico. Sintió que lo tomaban del brazo. Era César. Tenía el rostro con sangre, seguramente de haber golpeado contra el pavimento. Con un gesto le indicó que estaba bien.
Buscaron con la vista el lugar de la explosión y vieron salir llamas de un edificio a una cuadra.
- ¡Vamos! - gritó Torrales al fotógrafo, notando que su voz parecía venir de otra galaxia - ¡Vamos que si no me equivoco la explosión es en el edificio de la radio donde hace el programa Estevez!

- Enrique, hace una hora que lo escuchamos en la radio y aún no tenemos órdenes, estoy asustado.
- Calma Andrés. No creo que tuviesen un plan para una contingencia de esta magnitud.
- ¿No entiendo, pensarían que jamás nadie se enteraría?
- Acordate de lo que nos dijeron anoche, que algunos de los gases son para manipular a las personas. Seguramente esperaban contar con unos años de ventaja antes de que alguno abriese la boca.
- Tengo miedo, no lo puedo ocultar. ¡Nos van a acusar de cómplices!
- Andrés, cortala con eso. Estamos atados de manos, como miles de otros científicos en todo el planeta. Nos hicieron el cuento y ahora estamos todos pegados, como supongo los políticos que firmaron las autorizaciones. Estoy seguro que nadie sabía lo que firmaba. ¿Oíste lo de Moreyra, el senador? Se suicidó por esto, estoy seguro. Debe haber sido uno de los que metió el gancho en el país.
- ¿Qué va a pasar ahora?
- No se, sinceramente no lo se. Como te dije antes, es el comienzo del fin. Aunque en forma precipitada.

Tres horas después de la noticia
El televisor en el bar estaba con el volumen al máximo. La conductora del noticiero decía en ese instante "la muerte del senador Moreyra ha dejado de ser la noticia del día, porque el caos reina en el centro de la ciudad debido a una noticia vertida por una radio local, que una hora más tarde fue blanco de un atentado con una potente bomba; los periodistas que difundieron la noticia de un extraño complot perecieron en la explosión, como así personal que trabajaba en la radio y en oficinas lindantes; dicha noticia y el posterior atentado ha sido el disparador de cientos de manifestaciones espontáneas en ciudades del país y del mundo, cobrando fuerza lo revelado por esta radio, sobre el posible plan mundial de reducción de la población que se estaría ejecutando en forma silenciosa desde hace un tiempo en distintas partes del mundo y que...
Mira hacia afuera y ve correr a uniformados policiales detrás de los oportunistas de siempre, que aprovechando la movilización de la gente comenzó a saquear locales comerciales. En los rostros ajenos solo ve incertidumbre y miedo. Observa su reloj y sabe que es muy tarde, pero tan solo el comienzo de una nueva era.
Filiberti paga su cerveza y sale a la calle. Se pierde en medio del caos. El mundo ya no es el mismo y es debido a él. Ahora la verdad está afuera y es aterradora.

Continuará...

27 de agosto de 2010

Las sendas químicas (parte II)

Conducir el jeep bajo la noche estrellada era un bálsamo ilusorio, pero lo arrebataba de sus pensamientos cotidianos. La brisa movía todo su ser y mientras las ruedas avanzaban aplastando la grava a su paso, el corazón latía deprisa, inquieto, como expectante de que algo sucediera, algo milagroso, poético, divino.
Pero nunca nada sucedía y entonces las lágrimas surcaban sus mejillas, en tanto el horizonte comenzaba a clarear con sus matices tan hermosos, cargados de colores y emociones, las mismas que le contagiaban y que se sumaban a su llanto silencioso de cada amanecer.
Entonces detenía el vehículo, muy cerca de unas colinas y tras limpiar su rostro de todo vestigio de dolor, buscaba en su mochila los prismáticos y se apostaba para observar. Rodeado de soledad y recuerdos, de un deseo indescriptible de alcanzar algún tipo de respuesta con lo que estaba haciendo, se abandonaba a la espera, que era siempre cauta y paciente, casi un arte.
La recompensa llegaba tarde o temprano. El cielo se dividía, el misterioso avión sin bandera ni insignia lo partía al medio con la columna blanca que dejaba atrás para perderse de vista, dejando sin embargo esa estela extraña que no se esfumaba como las que recordaba de chico, sino que permanecía allí, como a la espera de algo. Otros aviones hacían lo mismo y las líneas se trazaban perpendiculares, oblicuas, transversales e incluso, a veces, hasta en espiral. Y cuando creía que lo había visto todo, entonces el sol le deparaba ese espectáculo singular de sus rayos atravesando el blanco de las sendas dejadas por las máquinas voladoras tornando la luz solar en efectos iridiscentes, como si de un arco iris se tratase.
Hacía ocho largos años que estudiaba el fenómeno, desde la muerte de Jazmín. Se culpaba de que su obsesión se hubiese llevado también a Amanda, pero sabía que no era así. Que justamente era aquello que observaba lo que le había arrebatado a los dos seres que más amaba en la vida.
Atrás en el tiempo estaba esa época en su vida en la que se dedicaba a trabajar para vivir. Ahora vivía para un fin mayor. Y ese fin era alcanzar la verdad.

Quizá Donsantis sabía que todo se volvería patas para arriba mucho antes de que sucediera, sin embargo, es probable, que no pudiera identificar esa sensación hasta que aquello ocurrió.
Si alguien le preguntase, recordaría muy vagamente que le pasó el llamado a Estevez y que luego este se mantuvo al teléfono al menos por quince minutos. Eso si lo recordaría, pues en tanto sacó al aire dos tandas publicitarias, un tema de Bon Jovi y otro de Queen.
El rostro de Estevez no era el de siempre, aquel despreocupado y resignado con el que encaraba cada programa. Tras colgar el tubo su mirada parecía perdida y la boca algo entre abierta. Incluso al querer hablar estando al aire, le costó hilvanar las primeras dos frases.
El operador se lo achacó a las cervezas de más que se tomaron con el almuerzo, aunque para entonces el efecto tendría que haber pasado. Fue cuando escuchó por el retorno que tenía dentro de la sala de control que Estevez decía "tengo algo para contarles" que sus ojos se posaron en los de su compañero.
Puede que haya sido el tono con el que lo dijo o una premonición, pero allí esa sensación, vaga, es cierto, pero sensación al fin, se hizo realidad. Fue como ver transformarse una piedra inmóvil en un monstruo de dos cabezas, cien veces el tamaño de la piedra.
Estevez escupió las palabras, no las dijo. Unas tras otras, hilvanando un argumento tan tenebroso como posible. ¿Era aquello una historia que se estaba inventando? ¿Estaba intentando llamar la atención? Pero al hablar se le notaba la lividez en el rostro, el temblequeo en las manos, el ardor en cada acento, la pausa agitada en cada coma. El silencio de muerte en cada punto y aparte.
Aquel discurso duró diez minutos, pero fue tan convincente, tan real, tan dramático, que dicho lapso fue suficiente para reprocharse una vida. El teléfono comenzó a sonar ni bien se agotaron las palabras. Sonaba y sonaba, pero nadie se movía. Estevez inmóvil, detrás del micrófono. Donsantis como una estatua, del otro lado del vidrio. ¿Era un cuento lo que había escuchado? No lo creía así y sin embargo, algo le decía que en esos diez minutos, el mundo había cambiado. Al menos, el mundo inmediato, el que no se atrevía mirar ahora por la ventana.

Viajaban en silencio, en la incomodidad de la mentira. Andrés miraba las luminarias de la avenida y se imaginaba en el mismo mundo dentro de unos pocos años, pero un sentimiento de angustia le atravesaba el pecho y hasta le dificultaba respirar.
- Enrique - dijo finalmente .- Y si filtramos la información, ponemos en conocimiento a la gente.
- Andrés, te imaginás lo que sería eso. El pánico que generaría. Sería peor eso, que la ignorancia.
- Pero no podemos permitirlo.
- Es cierto, no podemos. Como tampoco podemos hacer nada.
- ¿Sabés qué Enrique? Cuando los escuchaba discutir en medio de la videoconferencia, me preguntaba mentalmente en qué momento nos desviamos en nuestra misión y cuándo nos convertimos en los cómplices que somos hoy por hoy.
- De qué te sirve hacerte mala sangre Andrés, vos decís cómplices, pero no se hasta que punto. Hace un año que sabemos a medias lo que realmente sucede e incluso así, tenemos nuestras dudas. Es verdad, los informes que presentaron esta tarde son contundentes, quizá inesperados. Pero no podemos negarle cabida a la duda. Caso contrario, no seríamos científicos.
- Allá en el observatorio tuve la certeza de que la cagamos. Que podríamos haber cambiado el mundo y sin embargo, nos dejamos engañar.
- Si te sirve de algo, con el doble de tu edad o más quizá, tengo la misma sensación y me duele reconocerlo. Aún hay unos años, preparémonos.
Andrés sonrió desde el lado del acompañante.
- ¿Algo de música? - preguntó estirando la mano hacia el estéreo.
- Si, por favor - contestó también con una sonrisa, Enrique.
Los leds azules del equipo de audio se encendieron, los números mostraron una frecuencia y los parlantes dejaron escuchar la voz armoniosa y grave de un locutor:
- Tengo algo que contarles - afirmó la radio.

Benjamín corría más rápido que el Oreja, pero sentía que el pecho le iba a estallar. El Oreja en cambio había caído de rodillas delante de un charco de agua, jadeaba con dificultad y se había llevado una mano al cuello.
Benja notó que su amigo se había quedado atrás, casi a cincuenta metros. Volvió sus pasos corriendo y se arrodilló al lado del Oreja.
- Vamos Oreja, debe faltar un kilómetro para salir del bosque, el hospital está ahí nomás. Ponete de pie, que vos podés.
Su amigo estaba llorando, pero en silencio. Sentía que no podía respirar. Benjamín intentó erguirlo, pero no tenía las fuerzas suficientes. Se alejó corriendo con la idea de ir en busca de ayuda, pero a los treinta metros se asustó, no quería dejar solo a su amigo. Volvió junto a él. El Oreja era un solo quejido, apenas un sonido sibilante.
Cinco minutos más tarde, estaba muerto. Benja se apartó al darse cuenta y girando hacia el lado opuesto, vomitó completo el desayuno. Notó la sangre en su boca. Aquello no era solo el asco de lo que estaba presenciando. Era la confirmación de que también estaba enfermo.
Sobre su cabeza, las líneas blancas trazaban la forma de una estrella.

- Senador, creo que lo ideal sería hablar ahora con el presidente o...
- Filiberti, por favor, dejemos eso para más tarde.
- Es por su bien senador, es su firma la que apañó todo esto en el país hace diez años.
- Cree que no lo se. Nunca imaginé esto.
- Podría intentar para ganar tiempo hablar con sus pares extranjeros, para pedir consejo de como proceder...
- Filiberti, concédame cinco minutos por favor. ¿Puede ser?
El asistente salió del despacho, sin chistar.
El senador volteó su silla en dirección al ventanal que daba al río. La imponente vista del edificio era suficiente para relajar a una persona en la situación más tensa. Sin embargo, no estaba sucediendo en esta oportunidad. Es que aquella situación era única, decisiva, conclusiva.
Poniéndose de pie se dirigió hasta la ventana y apoyó la frente sobre la fría superficie. Cerró los ojos y se imaginó cayendo a lo largo de esos quince pisos. Se imaginó como una hoja descendiendo de un árbol, como una pluma desprendiéndose de un pájaro. Se imaginó libre.
En la oficina contigua Filiberti hacía una llamada anónima a una popular radio de la ciudad, el senador lo ignoraba. Tampoco le hubiese importado. Su único deseo era huir. Tomó la silla y la arrojó contra el ventanal. El cristal saltó para todas partes y la silla siguió su rumbo por los aires, esparciendo vidrios en una escena impactante. Esperó que su asistente entrara raudo por la puerta, pero no ocurrió así, seguramente absorto con alguna otra tarea. Aprovechó esa ausencia. Se encaramó sobre el marco de la ventana, ahora destruida y casi con sorna le sonrió al cielo celeste y a sus líneas blancas, que graciosamente parecían saludarlo en el mismo momento en que se dejaba caer hacia la muerte, que lo esperaba quince pisos más abajo, con tan solo el remordimiento como excusa.


Continuará...

24 de agosto de 2010

Las sendas químicas (parte I)

- Mamá, están dibujando en el cielo.
- ¿Qué?
- El cielo mamá, mirá, alguien dibujó líneas blancas.

Observatorio, Miércoles 25 de agosto de 2010, 19.15 hs. 
La campanilla del teléfono repiqueteaba continuamente. El sonido pretendía devastar hasta al tímpano más entrenado, sin embargo nadie acudía para atenderlo. Los hombres reunidos en la oficina del director lo escuchaban, pero era un detalle menor en aquella tarde.
Los ánimos estaban caldeados. El silencio que escondía el problema desde hacía años finalmente se había quebrado. La verdad era parte del problema. Ni siquiera ellos, allí entre esas cuatro paredes, podían estar seguros de saber con exactitud lo que estaba pasando. Y sin embargo, eran conscientes de estar enfrentando el último designio por la supervivencia de la humanidad.

La ciudad, tarde del 25 de agosto de 2010
Juan caminaba apurado, sin siquiera observar con detenimiento el tránsito alrededor. La ciudad respiraba a sus anchas, mientras él la atravesaba como un rayo, los ojos puestos en su celular enviando y contestando mensajes sin levantar la vista en ningún momento.
Analía casi se lo lleva por delante, pero no se detiene, tampoco le importa. Está acostumbrada, así es la ciudad, todos viven en su mundo y por ella está bien. Esa forma de pensar evita que pierda el hilo de la conversación con su jefe, que luego de enviarla a sacar fotocopias se ha dado cuenta que necesita al menos tres legajos más que resguardar. Analía por lo tanto pega la vuelta por donde vino, sin chistar, sin quejarse. Solo se apura, para poder cumplir con los mandados a tiempo.
¿Es Joaquín un buen taxista? Los últimos libros de autoayuda que leyó lo llevan a pensar de esa forma. ¿Es Joaquín buen marido?¿Es Joaquín un hombre que guarda sus ahorros? Al principio aquello le parecía una pavada, pero ahora era un buen ejercicio que lo mantenía despierto al volante de su vehículo y atento a los vaivenes del caos vehícular de la ciudad. Cómo le decía su esposa, podía manejar y escuchar esos cds de autoayuda al mismo tiempo. ¿O acaso no era hombre?
Afuera parece hacer un día hermoso, pero para Kevin y Ezequiel el mundo es rectangular, tiene pantalla plana y dos mandos a distancia, además de una consola negra y delgada. El sonido de la batalla los envuelve en el encierro, en un cuarto A de un edficio cualquiera.
Miranda piensa en que es posible que le pregunten lo de Gordon Childe. Si bien solo había sido sugerencia lo del libro, al final siempre sucedía lo mismo. Aquello que no estudiaba o leía, era bolilla en el examen. De todas formas no tenían intención alguna de ponerse a leer en el subte. Mp3 en el bolsillo, auriculares en los oídos, la música era ahora su dueña. La música y el deseo de terminar el día.
Sonidos de cubiertos chocando entre si, murmullo interminable de mesas cercanas y el mismo menú de todos los días. Llama a la chica con un ademán de cabeza. Pide su triple de miga, con jugo de naranja para tomar. Mira el reloj, apenas si llegará a comer su sandwich, en diez minutos debe entregar las fotos en el diario. observa por la ventana su moto roja, encadenada contra una baranda en la vereda. Si no fuera por ella, no llegaría a tiempo a ninguna parte.

Estudios de la radio, tarde del 25 de agosto de 2010
Donsanti lo mira a Estevez por tercera vez y baja de nuevo la vista. Cuelga el teléfono y se mete en el estudio.
- Che, Cacho. Otro llamado con eso del cielo.
- Me tienen los huevos llenos con eso. Desde ayer que rompen las pelotas. Si querés digo algo, pero es una gilada.
- No se, no escuché nada en la tele. Pero bueno, en la tele si no hay un escándalo de un famoso, no lo pasan, viste como es...
- Ojo Willy que se te va el tema, dale, abrime el micrófono después de la tanda que digo alguna pelotudez así se dejan de llamar. 

Despacho de un senador, tarde del 25 de agosto de 2010
Pasea su mirada sobre el escritorio, evitando el escrutinio de esos ojos vidriosos a punto de estallar que están del otro lado del mueble. Debe ceder, porque su cargo no le permite esos privilegios. Los ojos se cruzan y las palabras finalmente salen de su boca.
- ¿Está seguro de lo que me informa Filiberti? ¿No le estaremos errando con esto? Mire que parece... no se, parece...
- Una película de ciencia ficción ¿no?
- Si, exacto.
- Eso quisiéramos Senador, pero no. Es la verdad.

Afueras de la ciudad, misma tarde, 25 de agosto de 2010
La brisa se había levantado minutos atrás, pero había ido prevenido. Se puso el saco de hilo que le había regalado su mujer para el último cumpleaños que pasaron juntos. Ahora estaba mejor. Se colocó de nuevo los prismáticos y siguió observando el cielo.
El celeste recortado por líneas blancas, tres en paralelo de norte a sur y dos cruzando a éstas de este a oeste. Estaban allí desde hacía media hora, pero todavía no se habían disipado. Tomaba nota en su libreta, sentado sobre el capot del jeep.
El tiempo medio para desaparecer era de cuarenta minutos, al menos era el promedio de los avistamientos de los últimos ocho años. De sus avistamientos. Pero coincidían con los de los demás.
Los dos primeros aviones habían dejado las estelas que había catalogado como vertical derecha y vertical centro, luego un tercer avión dibujó la horizontal superior y otro, que no creía que fuera alguno de los dos iniciales, la horizontal inferior. La vertical centro era la más reciente y su forma aún no se había ensanchado tanto como las otras.
Apenas cinco, hubo ocasiones en que había observado hasta doce al mismo tiempo. Sucedía en algunas partes, era posible verlas desde la ciudad, pero le resultaba más cómodo hacerlo desde un lugar calmo, alejado de la locura, del ajetreo, el mismo que paradójicamente quitaba la costumbre de mirar hacia arriba, de apreciar la bóveda que nos cubre como humanidad y que desde hacía un tiempo era escenario de un terrorífico plan del que nadie podría escapar.
Y sin embargo, pocos lo sabían.

Cabina del jet Babylon X815, tarde 25 de agosto de 2010
- BJ reportándose, solicito nuevas coordenadas. Cambio.
- BJ aquí Control, coordenadas enviadas al computador, accesibles en cinco, cuatro, tres, dos, uno. Cambio.
- Coordenadas recibidas y ejecutadas. Cambio.
- Siga en solitario BJ, el rebaño se retira por hoy. Cambio.
- Entendido Control, voy a coordenadas como Lobo. Cambio.
- Ejecute y aguarde nuevas órdenes. Cambio y fuera.

Escuela de Enseñanza Media, tarde 25 de agosto de 2010
- ¡Benja, no seas boludo, se van a dar cuenta!
- Dale Oreja, saltá vos también. No seas pelotudo. No te van a echar por escaparte una vez.
- Pero si me ven escapandome con vos y le avisan a mis viejos, se arma boludo.
- Uh loco, tenés más vueltas. ¿No querías ver las sendas? Dale, que este es el horario. A la mañana no creo que te guste levantarte temprano.
- Bueno, salto. Esperá que veo si no me ve nadie...
- ¡Saltá la concha de tu madre!
- Bueno, ahí voy Benja.

Observatorio, Miércoles 25 de agosto de 2010, 20.05 hs. 
Noche cerrada, de pocas estrellas. La luna pisa el firmamento pero como con temor. En la puerta del observatorio, un joven que ya peina canas fuma un cigarrillo. Entre pitada y pitada observa detenidamente la brasa de la punta, el rojo resaltando en la oscuridad.
A su lado aparece Enrique, colega que lo dobla en edad. Inmaculada como siempre, la camisa parece querer ahorcarlo, sin embargo le gusta usarlas así y ya nadie le dice nada. Pero se lo nota pálido, ofuscado. Como pocas veces, está despeinado y ese signo, ese solo detalle, es suficiente para devolver al joven a la realidad, mucho más compleja que esa brasa que cobra vida cada vez que pita con fuerza.
- ¿Qué han dicho? - le pregunta a su colega.
- Lo de siempre, que debemos hacer silencio. Que hay órdenes.
- Pero no dicen de quién ¿cierto?
- Cierto. Es todo una mierda. Una puta mierda. Sabemos que no es bueno, pero si decimos algo desmantelan esto en un abrir y cerrar de ojos y a nosotros nos desacreditan para siempre.
- ¿Te dijeron eso? ¿Así abiertamente?
Enrique lo miró entornando los párpados e inclinando la comisura derecha del labio.
- Te creés que son boludos. Insinúan, no dicen nada, pero a la vez, te dejan saber que va a suceder sin necesidad de pronunciarlo.
- Eso allá arriba no es bueno, verdad. ¿Eso ya podemos darlo por seguro?
- Eso allá arriba no solo no es bueno. Es el comienzo del fin.
- ¿Del fin de qué?
Enrique no contestó. Se metió las manos en los bolsillos y contempló la noche. Luego de un par de minutos, preguntó:
- ¿Te llevo?
- Enrique, el fin de qué.
Su colega le acercó una mano al hombro y en gesto paternal lo oprimió suavemente.
- Querido Andrés, vamos, no más preguntas por esta noche. Te llevo a tu casa. Disfrutá de tu mujer. Quiero irme a la mía. Aún creo tener tiempo suficiente a pesar de todo para recomponer la relación con mi señora. Porque en definitva, nos iremos todos, de todos modos.

Estudios de la radio, noche del 25 de agosto de 2010 
El teléfono volvió a sonar. El operador lo atendió con la parsimonía de siempre. La voz del otro lado decía que tenía información sobre lo que habían mencionado al aire minutos antes. Miró al conductor, que hojeaba las páginas de un diario sobre la mesa del estudio y le indicó que levantara el tubo.
- Cacho, es sobre lo del cielo, atendé - le dijo desde el otro lado del vidrio.
A regañadientes cerró el diario y estiró el brazo hacia el tubo del teléfono.
- Si, diga.
- Mire Estevez, lo que acaba de decir al aire es un tema jodido, no me pregunte quién soy ni nada, le aseguro que no se trata de una estupidez ni de algo que pueda agarrar para la joda como hizo...
- ¿Quién habla? ¿Piraña sos vos, me estás jodiendo che?
- No soy... ¿cómo dijo, Piraña? no, no soy... escúcheme y escúcheme bien. Estoy arriesgando mucho con esta llamada. Trabajo con gente importante y esto que usted mencionó no es nuevo, hace rato que existe. Es delicado. ¿Alguna vez escuchó hablar de "sendas químicas"?
- En la puta vida.
- Bien, entonces présteme atención, porque las sendas químicas harán que su puta vida sea más corta de lo que espera.


- Mamá, que es esto que cae del cielo... ¿mamá? ¿mamá estás bien? No me asustes, levantate, mamá, levantate...
Amanda salió corriendo. El jeep de papá estacionaba justo delante de la casa. Corrió a sus brazos desesperada, con lágrimas en los ojos. 

Y de eso, hace ocho largos años.

Continuará....

21 de agosto de 2010

Él

Aquello que tanto lo apremiaba era su necesidad por llamar la atención. Era vital para su existencia ser el eje de toda conversación. Vivía penurias cuando, estando en una reunión, las conversaciones no giraban en torno a sus logros.
Sabía que no era algo normal, razón por la cual a lo largo de su vida había concurrido a infinidad de especialistas, pero los terminaba abandonando cuando comenzaban a compararlo con otros casos. Odiaba la comparación. El solo hecho que una acción suya tuviera siempre alguna similitud con otra, rebajaba su autoestima.
Su forma de ser lo había apartado de muchas personas que había conocido en su vida. Pero le daba lo mismo, pues eso significaba que no valoraban las cosas que él hacía. Siempre podía encontrar a gente que si lo hiciese. Claro que ese alejamiento, que en la mayoría de las veces la proponía la otra persona, se hacía cada vez más recurrente.
Notaba ya que la soledad era un sitio común en su vida. Motivó ello a medidas extremas. Si antes sus logros eran académicos o de índoles menores, ahora pasarían a ser de un calibre mayor. Por ejemplo, un mes atrás había decidido pasar de un edificio a otro volando un aladelta.
Por supuesto, su peripecia había salido en todos los medios de comunicación. En la universidad, donde era catedrático, todos hablaron de él, al menos una semana. Cuando aquello pasó a formar parte del pasado, le sacó el coche al rector y paseó por el boulevard durante media hora, con la particularidad de hacerlo en dos ruedas.
A la semana siguiente provocó un apagón en media ciudad, autoproclamándose responsable de lo ocurrido, sin temor a las represalias judiciales de la ciudadanía. Y hace dos días, ingenió un atraco a un banco con armas falsas. Claro que la policía no sabía de ese pequeño detalle y en el intento de recuperar el control de la situación, mató en el operativo a dos civiles que eran rehenes del enfermizo pseudo-ladrón.
Todo el mundo habla de él, ya sea en un bar, en la verdulería, en la esquina del barrio. Incluso en otros países es noticia. Y a pesar de todo, de los años que dicen le van a dar, se lo puede ver sonriendo como un niño, mientras los flashes de las cámaras y los micrófonos de los periodistas lo rodean y preguntan por él.

15 de agosto de 2010

Ironía del destino

La promocionaban como la "solución definitiva en limpieza". Era una mezcla de color azul, algo espesa, pero que combinada con cloro se volvía cristalina.
Sin embargo no era esa su característica más significativa. La mezcla, cuyo nombre comercial no mencionaremos, se convirtió de un día para otro en una amenaza sin igual.
El descubrimiento de la propiedad que la hizo peligrosa, fue por accidente, como la mayoría de los grandes descubrimientos. Un peón de fábrica designado para limpiar un derrame de aceite, sabiendo que la botella de litro del producto no era muy rendidora si no la mezclaba con cloro, decidió reemplazar al mismo, que ya no le quedaba, con aguarrás.
De cierta volatilidad, el aguarrás, que es una mezcla de hidrocarburos producto de la destilación de la resina de pino, produjo en forma instantánea una reacción ante el contacto con el producto de limpieza.
Primero fue un burbujeo, luego un chillido y finalmente una explosión. La imagen del peón es una suposición, puesto que solo quedan las hectáreas desiertas del lugar donde se encontraba la fábrica en la que se produjo la primera muestra del poder bélico de la "solución definitiva en limpieza".
Las pericias posteriores determinaron la causa de lo que en un primer momento se pensó, había sido un atentado a gran escala. Sin embargo, al saberse la causa, la información se convirtió en forma inmediata en un secreto de estado.
Había que ratificar aquello que indicaban las investigaciones en el lugar de la tragedia. Varios ingenieros y militares hicieron la prueba en medio del desierto, logrando el mismo resultado, aunque en menores proporciones, ya que se utilizaron pequeñas muestras de ambos productos.
Los informes fueron precisos. El gobierno no necesitó muchas explicaciones para tomar la siguiente medida. Al día siguiente con una excusa falsa, basada en una supuesta alergia que podía producir la mezcla líquida de limpieza, se ordenó retirar la mercadería de todos los puestos de venta.
La empresa dueña del producto fue intervenida de inmediato y en pocos días sus acciones dejaron de cotizar en la bolsa y el cartel de quiebra fue colocado en la puerta principal de cada oficina. El segundo paso del gobierno fue adquirir a través de empresarios amigos las tres mayores productoras de aguarrás del país. De esta manera tenía todos los canales controlados.
El último accionarfue el que seguía por decantación. Anunciar mundialmente ser la nación más poderosa del mundo y comenzar a atacar a las demás.
Solo pocas naciones aún resisten, el resto ya es parte de ese país dominador. El lema es "mundo limpio para un nuevo orden".
Algunos aún recuerdan aquella vieja mezlca y resulta irónico no traer a la mente el eslogan: "la solución definitiva en limpieza". Sin dudas que así lo es, aunque en otras proporciones y no con los fines originales.

12 de agosto de 2010

La misa de los domingos

Era tradición en el pueblo que los domingos luego de la celebración de la misa, alguna de las familias invitara al sacerdote a quedarse para el almuerzo. La ciudad de donde provenían los religiosos a dar las misas estaba a setenta kilómetros y suponía el punto más cercano hasta el alejado paraje, en el que residían apenas unas doce familias.
No solía ser siempre el mismo, razón por la cual no sorprendió un nuevo rostro aquella mañana de invierno. Las frías manos del sacerdote apretaron con ganas las de los feligreses del pueblo, en un gesto de confianza y pronta gratitud. La misa fue más agradable que otras. Ramón, que así se llamaba el cura, era de los que se aferraban a la canción como instrumento de oración. Y los vecinos, acostumbrados a la cansina charla de cada domingo, se vieron rápidamente atrapados por el carisma de este joven.
Sin embargo, no por eso, el oficio fue más corto. Al contrario, se extendió por casi dos horas. Si bien por ser domingo la gente disponía de mayor libertad, el mediodía era sagrado, con asado en algunos hogares y tallarines en otros. Razón por la cuál no eran pocos los que miraban de reojo cada tanto el reloj, deseando que terminara de una buena vez.
Cuando escucharon el esperado "vayan en paz" algunos salieron casi al trote, sin importar que pensaban los demás. En cambio, doña Clotilde de Pérez y Felicia Euricata Sánchez caminaron en dirección contraria a la puerta de salida, hasta el mismísimo altar, donde Ramón recogía aún sus cosas.
- Padre - dijo Clotilde - como es la primera vez que viene, me gustaría en nombre de mi familia invitarlo a quedarse a almorzar en mi casa.
El sacerdote estuvo a punto de decir algo, pero la voz  estridente de Felicia silenció sus intenciones.
- Padre, pero que coincidencia - dijo mirando de soslayo a la otra mujer - en casa tenemos ya preparada la mesa con un lugar para usted.
- Bueno Felicia, pues entonces deberán quitar un plato - afirmó Clotilde - porque como habrás notado, lo invité primero.
- Querida, por favor, por supuesto que lo noté. Sin embargo nuestro nuevo y joven amigo estará con ganas de retornar a la ciudad y dado que nosotros ya tenemos todo preparado, seguramente por conveniencia de tiempos le gustará más mi propuesta. ¿No es así sacerdote Ramón?
- ¡Ay por favor, pero que dice la biblia sobre desear lo que ya tiene otro!
- Clotilde no me hagas reír, vas a hacer sonrojar al sacerdote. Dices "desear" como si quisiera llevarlo a la cama en lugar del comedor. Por favor querida.
- ¡Felicia! - dijo la mujer poniéndose colorada, incluso por encima del exagerado maquillaje que le cubría los pómulos - Por favor joven Ramón, disculpe esa grosería. Usted sabe que no me refería eso. Lo único que quiero es...
- A esta altura no se Clotilde, el sacerdote se va a llevar una muy mala impresión del pueblo por tu...
- Señoras...
- Mirá Felicia, que si...
- Escuchate, mandoneando, vos que...
- ¡Señoras!
El grito del joven sacerdote fue como un shock eléctrico para los cuerpos de las dos mujeres, que de inmediato se volvieron a él y en silencio, milagrosamente.
- Señoras, son muy amables, pero no es mi intención quedarme. En realidad, y no quiero ser grosero, me están demorando más de lo que imaginaba. Ya tendría que estar partiendo para la ciudad.
- ¡Pero cómo! - dijo Felicia - Siempre el sacerdote se queda a almorzar, es un hecho. Por favor Ramón, no sea tímido y tome sus cosas, que tengo el coche afuera.
- Felicia ¡yo lo invité primero!
- Señoras, en serio, debo irme. No puedo...
Clotilde dio un paso adelante y sin apartar los ojos de los de Felicia, se aferró al brazo izquierdo del sacerdote.
- Pero... ¿qué hace? - atinó a balbucear el sorprendido cura.
- Ah no, esta no me la ganás - y tras decir eso, Felicia lo tomó del otro brazo.
- Señoras ¡me lastiman!
Pero ninguna de las dos se apartó del religioso, tironéandolo de cada lado y en medio de gritos. Varias personas volvieron a ingresar a la capilla al escuchar el tono de las voces y no podían dar crédito a sus ojos al ver a las dos mujeres de avanzada edad zamarreando al sacerdote nuevo.
Y entre tanto tironeo, un celular cayó de las ropas del sacerdote, golpeando estrepitósamente el suelo de baldosas. El sonido de pequeños cristales anunció que la caída había sido fatídica para el aparato.
- ¡No! - gritó Ramón, con cierta agonía en la voz. - ¡Me hicieron cagar el teléfono!
El término cagar hizo que instantáneamente soltaran las mujeres las extremidades del hombre. Ambas lo miraron sorprendidas de que hubiese pronunciado una palabra tan vulgar e incluso, dieron un paso atrás, ya sin amenazarse mutuamente y con cinismo a los ojos. Ahora, en cambio, lo miraban a él, como acusándolo por lo que había dicho.
Pero a Ramón poco le importaba lo que estuvieran haciendo las dos ancianas. Se arrodilló frente al altar a juntar los pedazos de su teléfono, gimiendo de impotencia. Las dos mujeres aprovecharon para alejarse, cada una por el lado opuesto de una fila de bancos largos. Aquellos que habían ingresado para ver que pasaba, también abandonaron el lugar. Solo quedó Ramón, con los ojos cerrados y algunas de las partes hechas añicos en las manos.
Mientras todos se alejaban al calor de sus hogares, felices al fin de estar camino a preparar la comida, el sacerdote se lamentaba que todo hubiese terminado así. Una pena, sin dudas, porque la misa había sido un éxito, logrando ocupar esas dos horas que se había propuesto alcanzar para darle tiempo a los chicos. Incluso nadie había abandonado la capilla antes de la finalización de la misa, que era uno de los miedos que tenían. Pero esas dos mujeres, demorándolo primero, destrozando su teléfono celular después... esas dos mujeres habían tirado por la borda el plan.
Ahora los chicos debían estar en las afueras del pueblo, intentando llamarlo en vano para indicarle donde estarían para escapar antes que se dieran cuenta de lo sucedido. Y los pueblerinos estarían llegando a sus hogares y descubriendo que sus pertenencias más valiosas, el dinero, las joyas, ya no estaban. Y él ahí, delante del altar, orando por un milagro que sabía no iba a suceder.
Ya escuchaba afuera la señal de alarma de algunos vecinos, que gritaban que le habían saqueado la casa. Esos gritos se harían eco en cada rincón del pequeño paraje, hasta convertirse en un tormento. Y pronto apuntarían al nuevo rostro, a la extraña duración de la misa, a la resistencia a quedarse a almorzar.
Y cuando eso ocurriese, solo le esperaba la crucifixión.

9 de agosto de 2010

El arte de lo desconocido

En la pared de la centenaria casona de ladrillos de la esquina de Avellaneda y Brown, más precisamente sobre  la que da a ésta última, apareció una mañana una pintada fuera de lo común. Abandonada hace tiempo, con los yuyos comiendo el zaguán, es común que esa pared de ladrillos desgastados sea blanco para las espontáneas obras de artes de los jóvenes que aerosol en mano, trazan los más absurdos dibujos y escritos, los cuales con el tiempo se superponen uno a otros, haciendo un collage tan desagradable como conocido.
Pero no fue producto de una noche de travesuras ni tampoco una pintada de alguna campaña política. Aquello que vieron los vecinos al comenzar sus respectivas rutinas los dejó con la boca abierta. Era una composición de colores que tocaba el alma, traspasando el concepto de belleza que conocían de siempre. La pared estaba vestida de azul, como si fuese un océano inmenso, y entre sus olas, una ballena blanca atravesaba con bestial fiereza el agua. A tal punto, que cualquiera hubiese podido jurar que el cetáceo estaba cayéndose de la pared.
Maravillados, los vecinos intentaron averiguar quién había sido el autor, pero nadie lo sabía. El comentario de la pintura en aquella esquina llegó a puntos distantes de la ciudad y aunque resultó sorpresiva, al rato dejó de llamar la atención la cantidad de vehículos que pasaban lentamente por delante del lugar, con sus pasajeros observando anonadados.
Contento por la obra que manos anónimas le habían regalado, el barrio descansó esa noche sin imaginarse que otra vez, bajo la confidencialidad de la luna, el artista tenía algo para dejarle.
Las primeras luces del alba despejaron de las sombras los nuevos trazos y en la claridad de esas horas vírgenes, vieron que la ballena ya no estaba, como tampoco quedaba rastro alguno del furioso océano. En su lugar, portentoso y colosal, la imagen de un ángel alado parecía iluminar la vereda. El detalle de cientos de plumas a su alrededor le daban a la pintura una movilidad que no tenía y más de uno, aturdido por la belleza, osó en vano de quedarse con alguna de ellas.
¿Cuánto trabajo había demandado tremenda pintura? ¿Cómo habían logrado cubrir a la perfección a la otra? ¿En qué momento tuvieron la oportunidad de hacerlo? Los vecinos hablaban entre ellos, emocionados, sorprendidos, intrigados.
Alguien aventuró que quizá podían esperar lo mismo cada mañana, otro que se quedaría levantado toda la noche para espiar por la ventana. Un par de ancianas sospechaban de sus nietos y recelaban entre si. Una feligresa de la capilla preguntó si acaso eso no sería "obra del diablo". La policía se acercó para averiguar si vivía alguien en la casa y si deseaban levantar una denuncia.
Pero la casa estaba abandonada desde hacía veinte años, según testimoniaba la gente del lugar. Sin embargo, de pronto, había cobrado vida. La pared se la había devuelto y todo un barrio estaba pendiente de la vieja construcción.
Esa noche algunos se quedaron despiertos, deambulando por las calles cercanas, aguardando que apareciera el artista. Pero éste no dio señales y la noche transcurrió fresca y serena. La mañana recibió entonces al mismo ángel que el día anterior.
Algunos vecinos bufaron al pasar frente a la pared, fastidiados que aún siguiera el ángel. Otros aseguraban que ya se había cansado y no eran pocos los que aseguraban que por culpa de los que merodeaban, el autor de los dibujos no había aparecido.
Tampoco apareció esa noche, ni la siguiente. Pero en la quinta luna contando desde que fue pintada la ballena, los colores volvieron a asaltar la pared de la vieja casona. Al amanecer, las irresistibles líneas del contorno de cinco figuras cabalgando en un desierto, asombraron una vez más a los habitantes de las casas lindantes.
Los caballos al trote levantan arena, que parecía escapar de la pared y penetrar en los ojos de los que observaban de cerca. Los jinetes huían hacia el horizonte. El rostro de uno de ellos estaba vuelto hacia atrás y en sus ojos se transmitía un horror indescriptible. Alguien dijo que algo se veía en el reflejo pintado en sus pupilas, pero nadie fue en busca de una escalera para poder contemplar los detalles de más cerca.
Una niña notó que uno de los caballos sangraba en una de sus patas y varias mujeres dieron un brinco hacia atrás al notar que lo rojo continuaba sobre las baldosas. Sin embargo era pintura. Pero no se podía aventurar si era un detalle de la obra o una mera casualidad. La niña se puso a llorar y tras cruzar la calle, se metió en su casa.
Para el mediodía los vecinos habían deliberado y decidido que la imagen era portadora de un mal presentimiento. Alguien puso orden en aquella reunión improvisada en la misma esquina de la casona y convincentemente propuso hacer una votación. Moción uno, dejar la pintura. Moción dos, cubrirla por completo. Tras un largo debate y posterior votación, optaron por dejarla.
De todas maneras, los jinetes no pasaron de aquella noche. Por la mañana, el desierto había desaparecido pero a diferencia de la vez que desapareció la ballena y la reemplazó un ángel, el cambio en esta oportunidad logró que a más de uno se le escapara un aullido de terror al posar la mirada en la particular pared.
Abarcándola toda, la imagen detallada y casi real de una serpiente de ojos asesinos y la piel recubierta con escamas oscuras, miraba fijo a todos aquellos que se acercaban. Sus colmillos afilados parecían abalanzarse sobre la gente y la boca, abierta en forma exagerada, indicaba que en cualquier momento los devoraría.
No fueron pocos los que alegando que la serpiente movía los ojos y los seguía con estos cada vez que ellos cambiaban de lugar, se retiraron a la seguridad de sus hogares. Si acaso la imagen de los jinetes había sido para muchos de mal augurio, ahora no habían quién no manifestara su temor y repudio al dibujo.
Sin mediar votación alguna, fueron hasta la pinturería del barrio y se hicieron con varias latas de pintura blanca y pinceles. Eran diez los que se tomaron el trabajo de cubrir la imagen.
No tardaron en percatarse que la pintura del dibujo se chupaba la pintura blanca, absorbiéndola por completo. Los vecinos mencionaban a satanás, al diablo, a Jesús, María y José. Algunos  se persignaban, en tanto la feligresa que había hablado aquella mañana en la que encontraron el dibujo de la ballena no dejaba de jactarse de su advertencia.
Abandonaron el intento de cubrirla con pintura. Debatieron que hacer y trajeron otro tono, pero solo una lata, para probar. Era pintura negra. Sucedió lo mismo que con la blanca. La pintura se filtraba por los ladrillos, sin dejar huellas sobre la imagen de la víbora. Parecía una gran esponja que chupaba cada gota que se vertía encima, pero sin cambiar de textura ni aparentar otra cosa que no fuera una pared de ladrillos.
La desesperación había ganado las veredas para la hora de la siesta, algunos discutían, otros se empujaban entre si al disentir en las opiniones... la cotidiana paz del lugar se había hecho a un lado. Reinaba la confusión, el caos, la incertidumbre. Lo desconocido había provocado en esa gente calma, acostumbrada a la armonía y la rutina, un miedo irracional. Cierto instinto de rechazo estaba ahora despierto y los diálogos se tornaban ásperos, frontales.
Antes que comenzara a anochecer, un grupo apareció con una topadora de la municipalidad. Se detuvieron las confrontaciones, se acallaron las voces divergentes, quedó mudo hasta el mismo silencio.
La maquina, conducida por gente del barrio, se detuvo unos instantes delante de la pared, como retándola a defenderse, pero solo recibió esa mirada álgida y desafiante de la serpiente pintada. Se escuchó el rugir del motor al cambiar de marcha y las ruedas rodaron hacia delante.
La topadora asestó uno, dos, tres golpes y la pared se resquebrajó al medio. La vieja construcción no resistió muchos embates más y en menos de cinco minutos, la pared había caído. El barrio celebró con júbilo, profiriendo gritos y aplausos. Hasta incluso encendieron una fogata frente a los escombros y algunos jóvenes pasaron la noche allí.
Habían derrotado a la pared, al misterioso artista. Vencido al miedo, a la irracionalidad. Eran felices otra vez, dueños de lo concreto, de lo absoluto, de lo tangible y real. La pared era ya un recuerdo, como aquellos dibujos.
Con el tiempo prefirieron olvidar, los dibujos, la pared, incluso la vieja casona. El barrio había obrado haciendo lo correcto. Estaban seguro de ello. Habían destruido lo desconocido, no lo habían dejado crecer.
Sin embargo ahora nadie descansa bien, por más que por las mañanas aparenten lo contrario e intenten disimular las ojeras. Ninguno se levanta menos de dos o tres veces por noche, para espiar por la ventana. Es que el miedo (y ahora lo saben) no cae tan fácilmente, el miedo perdura. Espían sigilosamente, temerosos, rogando en voz baja no toparse en ninguna otra pared con una de esas obras. Y por ahora, solo por ahora, esas plegarias están siendo oídas.

6 de agosto de 2010

El viejo Salvio

Qué es la muerte sino la última puerta que cruzamos. Así veía el viejo Salvio ese destino ineludible, al que ninguna gambeta como las que hacía en sus años mozos en la cancha del club, le iba a permitir evitar.
Se sentaba en la puerta de su casa a tomar mates y de vez en cuando algún vecino se quedaba dialogando de otros tiempos, de épocas felices. Porque si algo tenía en claro el viejo Salvio era justamente que el presente no lo era. Cómo podía serlo con una veintena de pastillas por día, casi sin fuerzas para caminar y la soledad que los años se encargan de cimentar.
Vaya si sabía de la vida y la muerte. ¿Acaso le quedaba algún amigo de la juventud? ¿Algún hijo que abrazar? Ahh que tirana, la vida. Que odiosa la muerte.
Y sin embargo, son.
Había dejado de usar reloj hacía tiempo. No sentía la necesidad de saber la hora ni medir el paso de los días. El solo hecho de estar lo conformaba. Mientras podía, la vereda estaba para él. No escuchaba radio porque los tangos lo hacían lagrimear y las noticias parecían de otra realidad.
Si el mate se ponía frío, entraba a calentar el agua y volvía a salir. No aguantaba estar encerrado entre aquellas paredes. Se le hacía insoportable, casi una tortura. Los días de lluvia y tormenta, o de mucho frío, eran un calvario. Porque debía permanecer adentro. En otros tiempos, esos días se iba hasta el bar que estaba a dos cuadras, pero ya no podía caminar tanto, no por miedo a cansarse, sino porque podía tropezar y lastimarse. No veía bien y la estabilidad no era la misma que antes.
Cuando caía la noche, no le quedaba otra y se metía adentro. Cruzaba la puerta y la cerraba a su espalda, viéndose obligado a lo que tanto odiaba. Podía resignarse a la muerte, al destino, pero no al interior de su casa.
Dejó el termo y el mate sobre la mesa y obviando las voces, pasó de largo hasta su habitación. De todas formas, allí también estarían. Todos ellos, esperando por él, aguardando el momento. Hablándole al mismo tiempo, como si no se percataran de la existencia de unos y otros. Todos los fantasmas del pasado, aquellos que había dejado atrás, instalados en su casa conviviendo bajo el mismo techo, pidiéndoles lo mismo: "Vení Salvio, dale, vení con nosotros" y él harto, cansado, convencido de querer evitar esa última puerta, temeroso de quedar encerrado para siempre entre esas paredes del tiempo.

3 de agosto de 2010

El acto último

Arielito corrió al ver a su padre, llevando sus siete años a cuestas y se arrojó a esos brazos protectores sin temor a caer. Su papá lo recibió con el pecho y lo rodeó con los brazos, de cuclillas para estar a la misma altura de su hijo.
Se puso de pie y le sonrió a Amelia, quieta en la entrada de casa, con el auto en marcha a sus espaldas. No hubo palabras, ya no las había. A la distancia se saludaron con un gesto. Luego ella se marchó.
Alzó en brazos a sus hijos escuchando la catarata de palabras que desbordaban sus oídos y comprensión, mientras observaba alejarse el coche blanco de su ex mujer.
Entraron y bajó al pequeño Ariel al suelo. El niño salió al trote hacia el rincón del living donde había dejado en su última visita a su oso Pufleto y la camioneta patona en la que lo paseaba por toda la casa. Verlo corretear y romper la monotonía de sus días le devolvió parte del alma.
Lo llamó y le mostró un paquete envuelto en papel azul y coronado con un moño dorado. Ariel dejó la camioneta y su tripulante en medio del camino y fue presuroso hasta donde estaba su padre. Se estiró un par de veces en busca del regalo, que su padre le sacaba en el momento que estaba por agarrarlo y finalmente en el tercer intento, pudo tomarlo.
Se dejó caer en el piso y puso el paquete entre sus piernas. Agradecía y preguntaba al mismo tiempo cuál era la sorpresa. Su papá aguardaba paciente, con una gran sonrisa en el rostro. El papel azul quedó desgarrado a un costado, dejando al descubierto una caja amarilla.
El niño buscó por dónde abrirla. Encontró el lado que hacía la vez de tapa y levantó el cartón. Puso la boca en forma de O y los ojos se abrieron enormes. Miró a papá aún con el rostro sorprendido y alegre al mismo tiempo.
- ¡Una varita de mago papá! ¡Y el sombrero!
El le sonrió, aguardando que en cualquier momento preguntara si también el regalo incluía el conejo y las palomas, pero Arielito no formuló pregunta alguna, sino que en cambio se colocó el sombrero y poniéndose de pie, comenzó a apuntar a los objetos y a decir "abracadabra" en voz alta, como tantas veces había visto hacer a su padre.
Mientras su hijo jugaba a ser mago, recogió los papeles y la caja, en la cuál guardó el moño. Dejó todo sobre la mesa. Su hijo ya estaba a su lado, feliz y con ganas de aprender la profesión de papá.
- ¡Papá, me vas a enseñar! ¿Verdad?
- Si Arielito, claro que si.
- ¿Esta es tu varita?
- No hijo, es mejor que mi varita. Era la de tu abuelo.
Los ojos de Arielito se iluminaron de la alegría. Nada menos que la varita del abuelo, al que apenas recordaba.
- Papá  ¿voy a poder hacer el truco del abuelo?
- ¿Cuál de todos querido?
- El que hizo cuando yo era chiquito, ese que iba desapareciendo de a poco.
La respuesta lo dejó mudo. Siempre pensó que aquello había pasado desapercibido para los ojos de su hijo. No así para Amelia, pero Ariel apenas tenía dos años. Debía ser cuidadoso con sus próximas palabras.
- Tendrás que practicar mucho Ariel, al abuelo le llevó toda una vida aprenderlo. No creí que te acordaras de ese truco.
- El abuelo me habló de ello antes de irse, un día que estábamos en la plaza.
- ¿Si? - preguntó con cautela, sin mostrar preocupación; su hijo le apuntaba a una media vasija clavada en la pared - ¿Y que fue lo que te dijo?
- No mucho, que era un secreto. Y que debía alejarme de las cosas malas.
- Las... - comenzó a decir, pero se detuvo. Su hijo era todo ternura, con sus manitos pequeñas, su cabello prolijo como le gustaba a Amelia, la ropa pulcra y la sonrisa a flor de piel. Verlo como un pequeño mago era un sueño, pero también un designio, un destino irreversible, como a lo largo de toda la historia de su familia. Aquello no le había gustado a Amelia. Esa revelación había sido decisiva.
Mandó a su hijo al patio, a jugar con Batuque, el viejo siberiano que tenía casi la misma edad que Ariel. Se llevó el sombrero y la varita.
Quedó solo en la habitación, otra vez presa del silencio. Buscó el sillón mullido que también había sido de su padre. Se detuvo a pensar en las cosas que uno hereda, como ese sillón, la varita, el sombrero, los recuerdos, las enseñanzas. Y también el maleficio. Ese que llevaba en la sangre, como la profesión.
Aún la ropa le permitía ocultar esas partes suyas que ya no estaban, que habían desaparecido. Así empezaba. Ese era su destino, al igual que su padre. Al igual que su abuelo. Y de todos los que le precedieron. Todos magos, todos maldecidos en algún punto de la historia.
Alejarse de las cosas malas. Sonrió. Como si eso fuese tan fácil. Sintió el ladrido de Batuque y la risa de Arielito y se puso a llorar con rabia.
- ¿Por qué papá? ¿Por qué?
La alegría de su hijo le aseguraba de momento su propio bienestar, pero él sabía lo que vendría. Solo en la infancia se es feliz. Luego vienen los cambios, las responsabilidades, el mundo. Y con él, las cosas malas que están en todas partes.
Y las cosas malas te carcomen, día a día, segundo a segundo. Primero de a poco, luego casi a dentelladas.
Así hasta desaparecer.