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29 de agosto de 2013

Burbujas de plástico

Al mirar por la vidriera del local comercial, no le llamó la atención la moto que estaba en exhibición delante de todo ni las otras que la rodeaban, como tampoco el estante repletos de cascos y el perchero con camperas de cuero. Ni siquiera el hecho de ver que en el mostrador aguardaba con una sonrisa, a su próximo cliente, una morocha infartante.
Nada de eso fue lo que provocó que se pegara contra el vidrio para observar con mayor nitidez. Casi tembló al comprobar que sus ojos no lo engañaban. Pero guardó la compostura e hizo lo que debía hacer. Sacó el revólver de la cartuchera, abrió con fuerza la puerta del comercio y penetró como una exhalación, sin darle tiempo a nadie de moverse, y mucho menos de gritar. Lo que siguió a continuación, fue justicia.

Un año antes
Jonatan Dois no sabía que esa tarde perdería a su pequeña de cuatro años. Si lo hubiese sabido jamás se habría levantado temprano para llevarla a ese cumpleaños en el salón de fiestas "El patito feo". Pero la futurología no era su fuerte y recién después del mediodía, al ir a buscarla, recibió la nefasta noticia de su desaparición.
El salón de fiestas era un caos. A pesar de la presencia policial, algunos pequeños permanecían aún dentro del pelotero. Los padres, en cambio, prestaban declaración ante los uniformados, al igual que los empleados. Ninguno de ellos se había percatado en un primer momento que faltaba Úrsula. Jonatan había llamado, pidiendo que fueran preparando a su hija, porque estaba apurado y no quería bajar del coche.
Cuando fueron a buscarla, no la encontraron por ninguna parte. Revisaron en cada rincón, sin éxito alguno. El lugar contaba con cámaras de seguridad en la salida, pero según chequeó la policía en la grabación, no se vio a la pequeña salir por allí.
Fue una triste odisea. Entevistaron a todos los presentes, una y cien veces. Nadie cambió jamás su discurso. Era evidente que el culpable no estaba entre los interrogados. Tampoco los chicos pudieron aportar pistas. Eran muy pequeños y la mayoría no entendía que había sucedido. 
Difundieron imágenes de la niña por todas partes. Incluso, con la ropa que llevaba puesta y el detalle en el cabello, de un prendedor rosa en forma de mariposa con pintitas doradas, sosteniendo cada una de las colitas. Dois y su mujer perdieron con el tiempo las esperanzas. Pronto comenzaron tratamientos con psicólogos, ya resignados. Uno de los policías asignados al caso, Emiliano Estevez, les prometió encontrarla, tarde o temprano. Lo dijo convencido, pero los padres de Úrsula no le creyeron. Hubiese sido mejor así.

Ahora
Avanzó con el arma apuntando hacia delante y al grito de "nadie se mueva, soy policía" captó la atención de la chica del mostrador y de los dos vendedores que estaban dentro del local. Asustados, los empleados, atinaron a levantar los brazos, como si los estuvieran asaltando.
Pero el policía, vestido de civil, los pasó de largo. Algo había atrapado su mirada, como si lo hubiese embrujado desde el otro lado del vidrio.
Pasó por detrás del mostrador, y en un estante donde solo había accesorios pequeños para motos, pudo ver con detenimiento aquel objeto que lo envolvió en un escalofrío. Incrédulo, se giró hacia los empleados. Su voz pretendía estar firme, pero él mismo escuchaba el temblor al pronunciar las palabras.
- ¿De dónde sacaron este prendedor para el pelo? ¿De dónde?

Dos meses antes
Emiliano cerró los ojos y suspiró profundamente. Su superior, del otro lado del escritorio, volvió a reprenderlo. Las actitudes así le molestaban y a lo grande. Si su orden era cerrar el caso, el caso se cerraba. No podía pretender que su personal perdiera el tiempo en las causas complejas que jamás tendrían resolución. Pero Estevez parecía no darse por enterado.
- Patalee, haga lo que quiera Estevez, a mi no me cuesta nada suspenderlo. El caso está cerrado, así que no haga gestos. Si no le gusta, sabe dónde está la puerta.
El policía estuvo a punto de decirle algo, pero abandonó la idea. No tenía argumentos para seguir bregando por el caso de la pequeña Úrsula. El deseo que apareciera no contaba como argumento. Además, los padres de la niña, al borde de la depresión extrema, se habían convertido en una ayuda casi nula. De seguir, lo haría solo.
Miró a su superior y asintió con la cabeza. Había perdido la batalla. Las pocas esperanzas habían muerto en aquella oficina.

Ahora
La chica lo miró con ojos desorbitados. Emiliano agitaba el arma, asustándola. Repitió una y otra vez la pregunta, hasta que uno de los empleados mencionó un nombre, el del dueño del lugar.
Todo ocurrió muy rápido. El pedido de captura, la búsqueda, los allanamientos. Cuando dieron con la persona, horas más tarde, su sangre hervía con angustia. ¿Ella estaba viva? ¿Ella estaba en alguna parte? No pudo contenerse en la sala de interrogatorios. Lo tomó del cuello y lo golpeó para que confiese. Dos oficiales no pudieron separarlo.
El hombre, en lugar de amedrentarse, rió a carcajadas. A Emiliano aquello lo descolocó. Sacó el arma y se lo puso en la boca. Hubiese disparado, sino era por la intervención de un sargento que entró en el momento justo, cuando Estevez había perdido todo el sano juicio.


Un año antes
El bullicio provenía de arriba. Siempre el bullicio provenía de arriba. Era típico, reconfortante. Por esa razón había alquilado el viejo salón de la antigua concesionaria de motos. Había puesto otra concesionaria, en un sector más céntrico. Y que mejor forma de aprovechar aquel lugar que con un salón de fiestas para cumpleaños. Risas, niños, diversión. ¿Había disfrutado él de todo eso cuando pequeño? No. ¿Por qué no hacerlo ahora?
Le fascinaba escuchar la algarabía. Por las voces, hasta podía calcular la edad de los pequeños. Le encantaban los niños. Eran su debilidad. Desde el sótano, podía escuchar todo. Pero era su lugar secreto. Porque nadie sabía que existía. Al menos, nadie del salón de fiesta. Porque era una vieja comunicación con su casa, que quedaba al lado.
Mientras escuchaba con una sonrisa en el rostro los sonidos provenientes de la fiestita, observaba con más ganas la portezuela que estaba justo por encima de su cabeza. Era cuestión de accionar la palanca y... la idea le daba miedo. Podía ser un éxito, como un fatídico fracaso. Le sudaban las manos. Iba a hacerlo. El corazón galopaba con fuerza. Llevó sus dedos temblorosos hasta el mecanismo y entonces...


Ahora
- ¡Pero qué carajo estabas pensando! ¿Cómo se te ocurre meterle el arma en la boca?
Emiliano forcejeaba con un oficial, al tiempo que quería regresar a la habitación para completar lo que había comenzado.
- ¡El hijo de puta sabe que le pasó a la nena! ¡Quiero que hable, en eso pensaba!
- No es un novato Estevez, no puede hacer lo que se le antoja, usted lo sabe. ¿Tiene idea de los problemas que vamos a tener ahora?
- El tipo se llevó a la nena. Usted vio el prendedor.
- ¡No se precipite Estevez!
- Si no lo hace confesar usted, lo hago...
- Usted se va a su casa y se deja de joder. Veo que no está apto para llevar adelante el caso. Olvídese del asunto.
Los oficiales lo retiraron a la fuerza. Emiliano pudo observar mientras se iba, la sonrisa ladina del hombre esposado en la sala de interrogatorios, que a través del vidrio dejaba ver sus dientes en forma grotesca.

Un año antes
Entonces el sonido se hizo más fuerte, casi al punto de retumbar en sus oídos. La música era divertida y los colores aparecieron delante de sus ojos. Azules, rojos, amarillos, verdes. Todos con formas esféricas. Y se movían, como si tuvieran vida propia. Estiró la mano y atrvesó esa capa de colores movedizos, esas pelotas juguetonas que bailaban al  compás de la música. Y con sus dedos tanteó en el mar de burbujas plásticas hasta tocar algo diferente. Y cuando lo sintió, abrió su mano y se aferró a ese tesoro y con fuerza, casi sin tiempo a nada, tiró hacia abajo, atrayendo hacia su cuerpo la presa, como si de un trofeo se tratase.

Dos años después
Estevez lee el diario mientras su esposa amamanta a Matilda, de tan solo tres meses. Es domingo, no tiene que atender la tienda. No extraña para nada la época en que debía trabajar los fines de semana, recorriendo las calles, conviviendo con el peligro. Ahora disfruta de su familia, de su pequeña. Pero su alegría no es completa. Tiene miedo. Pánico. Terror. Piensa en su pequeña y no quiere que crezca, la quiere tener siempre en brazos, prendida a la teta de su esposa, segura, cuidada. Teme que desaparezca y que nadie haga justicia cuando tiene la oportunidad de hacerlo. Teme, porque sabe que en el mundo nadie está a salvo.





26 de agosto de 2013

Prefabricada

Cuando Venancio se decidió a construir su casa, tenía un buen dinero ahorrado. Alquilaba desde que tenía memoria y dado que nunca había formado pareja, la idea de un lugar propio no había prosperado en su vida.
Pero los hombres cambian, se dijo Venancio, como así también las mentes. Y ese cambio, en su caso, se debía más bien al poder de convencimiento de Evaristo, un viejo conocido que ahora estaba en el negocio de la construcción.
- Construcción no, querido Venancio. Yo te ofrezco el futuro, pero ahora - lo corregía días atras Evaristo, mientras compartían un café en el bar que está cruzando la plaza y cerraban el trato que ahora lo tenía entusiasmado y esperando.
Todo había comenzado en el club del barrio, en una partida de casín. Evaristo no era habitué, pero aquella tarde, había ido a acompañar a un amigo. La casualidad dispuso que Venancio, que tampoco concurría muy seguido, fuese en el mismo horario. Y casi sin darse cuenta, se toparon, se saludaron y mientras disputaban una partida, se pusieron al tanto de sus vidas.
- ¿Cómo que todavía alquilas, Venancio? ¿A esta altura de tu vida?
En su momento la respuesta fue la de siempre, excusándose en cosas triviales, como que así no tendría mayores responabilidades. Evaristo, no obstante, le contó que se dedicaba a vender casas. Pero no eran casas ya construidas. Su empresa las erigía de la nada, en cuestión de horas. Eran prefabricadas, pero no las habituales, le había aclarado. Las suyas, eran las casas del futuro.
Le dejó un folleto, una tarjeta con su número de teléfono y una promesa.
- Invertí tus ahorros, que no te vas a arrepentir.
Descartó la sugerencia, pero guardó todo lo que le había dado. Con el correr de los días, lo fue pensando. Consideró la idea de tener algo propio y para su sorpresa, le gustó.
A la semana llamó a su viejo conocido. Pactaron encontrarse en el bar que estaba frente a la plaza y allí conversaron durante una hora. Para cuando volvió al sitio que alquilaba, ya era dueño de una de las casas del futuro de Evaristo.
Aún resonaba la última parte del diálogo.
- Tengo un problema Evaristo, no tengo el terreno.
- ¿Terreno? - preguntó riendo su interlocutor - Esto es el futuro, Venancio. En el futuro, el terreno no significará nada.
Había querido indagar más sobre esa preocupación, pero Evaristo le dijo que no dijera una palabra más, que se olvidara de los conceptos actuales de construcción y que aguardara unos días, que tendría noticias suyas.
No podía ocultar la impaciencia. Varias veces al día sacaba de su billetera la tarjeta de Evaristo y se acercaba al teléfono para llamar al número, pero se contenía y seguía esperando.
El sonido del timbre, no fue presagio de nada. Observar por la mirilla de la puerta al cartero, tampoco. Pero luego, tras firmar la planilla de entrega, supo que aquel paquete que tenía entre manos era importante.
Tenía el logo de la empresa de Evaristo en el envoltorio. Era apenas más grande que una caja de zapatos. Rompió el paquete con energía. ¿Qué sería? ¿Un presente de la empresa?
Cayó al suelo un folleto, que parecía en realidad un manual de instrucciones. Venancio lo estudió atentamente. Le llamó la atención que tenía pocas hojas. En la caja había un cubo no más grande que una pelota de tenis. Venía protegido por un plástico, que impedía que se moviese.
Sacó el cubo de su protección y lo comparó con el de la foto que había en el folleto. Era el mismo y según el pie de foto de la imagen, aquello se llamaba "Kit de Vivienda Portátil Prefabricada EVST-977".
Las indicaciones eran escasas. Buscó por las dudas si había algún otro manual, pero no lo encontró. No entendía. ¿Había pagado un dineral por un cubo? ¿O era una broma de su viejo conocido?
Leyó lo que decía el papel que tenía en sus manos.
1) Coloque el Kit de Vivienda Portátil Prefabricada EVST-977 en una superficie lisa, cuidando de dejar al menos diez centímetros de distancia con cualquier objeto.
2) Busque y presione el dispositivo de encendido en uno de los lados.
3) Colóquese encima del cubo, cuidando de no pisarlo. Lo mejor es que el cubo quede entre sus pies.
No había punto cuatro. Se sentía tonto de seguir las instrucciones, pero lo hizo. Encontró el encendido, volvió a depositar en el piso el cubo y se posicionó tal como indicaba el folleto.
Lo que siguió a continuación, no tuvo explicación posible. Sintió que algo sucedía, y al segundo siguiente, estaba dentro de una vivienda enorme, de habitaciones espaciosas, totalmente amueblada, con terminaciones hermosas, tal como le había mostrado Evaristo en catálogos.
Pero no podía ser, era ridículo. Buscó una ventana y corrió hacia allí. Necesitaba saber hacia donde daba. Al asomarse, vio su living. Es decir, el living de la casa que alquilaba. No podía ser. Aquello no tenía explicación. Fue hasta la puerta y sin dudarlo, abrió y salió. Quedó en medio de su sala, en la que estaba antes de seguir las instrucciones. Giró en redondo y detrás suyo, en el suelo, estaba el cubo.
En ese preciso momento llamó el teléfono.
- ¿Y mi amigo, has visto la casa? - preguntó la voz, que no era otra que la de Evaristo.
- No entiendo nada, estaba en mi casa, y de repente, estaba dentro de otra casa...
- Te corrijo Venancio, estabas en la casa que debes rescindir el contrato y de repente, apareciste en tu casa. Te lo he dicho, es la casa del futuro. Sin terreno, sin necesidad de amoblarla, la llevas dónde quieres. Cuando quieres estar dentro, la dejas en el piso y listo. Tu adentro, el cubo afuera.
- Es imposible.
- No me hagas reír Venancio, que ya lo comprobaste. No quieres creerlo, que es muy diferente.
- Pero... pero incluso si fuese cierto, que pasaría si alguien patea el cubo mientras estoy dentro.
- El cubo desaparece, no es un simple objeto. Venancio, olvida la física tal como la conocemos. Olvida todo preconcepto, todo paradigma. El futuro no los necesita, porque siempre fueron erróneos. Esta es la verdad. Si quieres que alguien te visite, tu decides aparecer.
- No, no es posible.
- Si que lo es. Y ahora, debo cortar.
- ¡Espera! ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo es que nadie las utliza?
- ¿Nadie? No tienes idea de la gran cantidad que hoy por hoy es dueño de un Kit. En el futuro, es la única forma de vivir seguro.
- Entonces dime como es que tienes esta tecnología...
- He ahí mi truco, viejo amigo. Yo tengo otro Kit, algo más grande. Y cuando lo abro, no veo mi casa, sino mi planeta.
- ¿Tú...?
El clásico ruido de la línea al cortarse interrumpió su incredulidad, o en realidad, la prolongó junto al silencio que provenía de otro lado, ahora sin nadie que pudiera escucharlo.
Miró hacia el suelo, hacia aquel objeto inanimado que escondía un secreto. Lo observó con recelo y miedo. Pero fue solo un instante. Sin perder tiempo, lo levantó y lo puso encima de la cama.
El paso siguiente era idear la mudanza.

23 de agosto de 2013

La nena de papá

La niña se llamaba Miranda y era dueña de los ojos más lindos del mundo. Ella lo sabía porque su papá se lo recordaba a diario, mientras caminaban juntos hacia el colegio. Papá también le decía que solo las niñas buenas y obedientes llegaban a ser lindas de grande. Las que se comportaban mal, terminaban convirtiéndose en brujas horrendas, que terminaban sus vidas al lado de un caldero enorme, haciendo conjuros y lamiendo sapos.
Miranda ponía cara de asco y le prometía a su padre jamás portarse mal. El hombre la abrazaba y luego se marchaba, dejándola en aquel patio de baldosas blancas, donde niños y niñas ya correteaban de aquí para allá. La pequeña lo observaba alejarse hasta desaparecer por la puerta principal. En ese instante sonreía, mientras en su mente imaginaba el caldero de sus sueños.

22 de agosto de 2013

Villa Viñetas en Villa Constitución, 24 y 25 de agosto

Es una alegría compartir con ustedes el evento que estamos organizando con gente amiga en la ciudad de Villa Constitución y que tendrá lugar este fin de semana (sábado 24 y domingo 25). Se trata del primer encuentro de historietistas y dibujantes de la ciudad, al que hemos denominado "Villa Viñetas".
Además de generar un espacio para los artistas locales, recibiremos a otros de ciudades cercanas, compartiendo así una doble jornada de muestras de obras, charlas, talleres (dos de ellos para docentes), stand de publicaciones y dibujos en vivo.
Esto se realizará en la sede de Fundación Centro, en calle Salta 456 de Villa Constitución. Estarán presentes también personalidades reconocidas de la historieta nacional, como Decur (Guillermo Decurgez), Carlos Barocelli y Marcos Vergara, además de Ciervo Blanco (Marcela Leguizamón), Leonardo Cabrera, Matías Di Stéfano, Sergio Alvarez, José Hugo Goicoechea (presentando "Aquí Mismo III" y un taller docente), la Revista Terminus, la editorial Loco Rabia, la Escuela de Dibujo Barocelli, el suplemento nicoleño Los Chicos Contamos, el Taller de Historietas de Fundación Centro y exponiendo, porque no va a poder venir, Felipe Ricardo Ávila.
Es con entrada libre y gratuita. Un programa extenso de actividades y muchas sorpresas más.
En este enlace, todas las novedades de Villa Viñetas.


20 de agosto de 2013

Los sábados de Romualdo

El sábado era un día especial para Romualdo. Lo esperaba con ganas. Temprano, antes que amaneciera, se levantaba y ponía el agua al fuego. Mientras se cambiaba, escuchaba el leve sonido de la hornalla calentando el acero. Luego preparaba el mate, cuidando que le saliera suave, que era la mejor manera de tomarlo al comenzar la jornada.
Cuando el sol ganaba altitud sobre el horizonte, lo encontraba en el patio, con la pala en la mano. Con movimientos minuciosos, levantaba la tierra y separaba los cascotes hasta dar con las anheladas lombrices. Finalmente sacaba la caña y los anzuelos del cuartito que estaba en el fondo de la casa y provisto del termo, yerbera, mate y bombilla, salía montado en la bicicleta rumbo al río.
Apartado del ruido de la ciudad, de la rutina del día a día, de los mandados para el hogar, Romualdo era feliz. A veces la caña se movía y él amagaba con pegar el tirón, pero luego recordaba que no era intención suya pescar algo, sino abandonarse a la paz, y volvía a relajarse, confortándose con el sonido del agua, el andar del viento y el volar de los pájaros.

17 de agosto de 2013

Fotografía eterna

De pie detrás de uno de los arcos, el corazón le palpitaba a mil revoluciones. Sostenía con fuerza la cámara con la que esperaba sacar la mejor fotografía de su vida, esa que soñaba ver impresa en la tapa de la revista que trabajaba.
El estadio parecía venirse abajo, con la multitud entusiasmada y en la cancha, las dos mejores selecciones disputando la final del mundo. Estaba atento a cada movimiento, apuntando con el lente hacia los jugadores, esperando la jugada magistral para inmortalizar en una imagen.
Pero el partido era aburrido, ningún equipo se contagiaba de la gente. Las situaciones eran escasas y los minutos avanzaban hacia un inevitable empate. No podía concebir que no hubiese peligro en los arcos, que no arriesgaran un poco más. El reloj indicaba que era la hora.
Entonces, una pelota fue despejada al vacío. Enrique, el fotógrafo, no lo dudó. Corrió hacia ella metiéndose en el campo, se anticipó al defensor que iba a devolverla al terreno contrario y tras eludir al arquero, definió a un ángulo, mientras fotografiaba cada movimiento.
Ante el silencio de la gente y los manotazos de las fuerzas de seguridad, supo que había entrado en la historia.

14 de agosto de 2013

El puesto de mamá

-¿Y la lluvia, mamá?
- En cualquier momento para, hija.
La niña miró el agua a su alrededor, formando charcos en el suelo y mojándole los pies descalzos. Más allá, un chico de su edad caminaba a la par de su madre, protegido con un paraguas.
- ¿Podemos ir a la plaza?
- Todavía no cariño, tené paciencia.
Del otro lado de la calle, a través de la ventana del bar, dos nenas hacían morisquetas mientras las tazas con leche chocolatada descansaban olvidadas sobre la mesa, muy cerca de las de café con leche de sus padres.
- Tengo hambre mamá.
- Aún no, cielo, mamá todavía no trabajó lo suficiente.
Los automóviles pasaban veloces por la calle, arrojando el agua hacia la vereda. Las gotas llegaban hasta sus ropas empapadas, pero no le daba importancia. Aquella era su vida, sus días, junto al puesto de chipá de mamá.
- ¡Está parando de llover mamá!
- Siempre para, hija. Agarrá un chipá. Después si Dios quiere, te preparo una comida.

11 de agosto de 2013

Modelos

Enrique se levantó esa mañana con la necesidad de cambiar el teléfono móvil. El que tenía contaba con pantalla táctil, wi-fi, acceso a satélites climáticos e incluso, televisión digital. Pero esa noche no había podido dormir. ¿Y si lo asaltaban en su  casa en medio de la noche? Si tuviese el nuevo modelo UJ871, con alarma de seguridad conectada a la policía, se sentiría a salvo.
Pasó por dos comercios, pero ambos estaban atestados de gente. Era de esperar, la noche anterior había salido la publicidad en todos los canales de televisión. Con la ola de inseguridad reinante, un UJ871 era necesario. Finalmente encontró un comercio con menos clientes esperando y pudo comprar su aparato.
Lo probó durante todo el día. Estaba feliz con su nuevo dispositivo. Sin embargo a la hora de la cena, con el televisor encendido, su alegría se apagó por completo. Estaban anunciando el nuevo ZK055, que prometía contacto con la policía con una sola tecla y por si fuera poco, un software que emitía un rayo paralizante para desarmar a un ladrón.
Enrique no pudo dormir nuevamente. A la mañana siguiente corrió hacia el comercio más cercano, para adquirir el nuevo modelo. Para su desesperación, el lugar estaba atestado de personas. Se dirigió al siguiente y la escena era la misma. Su corazón se agitó aterrado. ¿Quedarían teléfonos para cuando encontrase un lugar con menos gente?
Cruzó la calle sin prestar atención. Llegó hasta la otra vereda sin darse cuenta que lo seguían. De repente alguien lo tomó del hombro. Un cuchillo se posó sobre su cuello. La figura desconocida revisó sus bolsillos y le quitó la billetera y el teléfono.
Enrique se amparó en una pared, donde apoyó la espalda y se dejó caer. Lloraba desconsolado. Sin dinero y sin teléfono el mundo era una oscura realidad. Preso del pánico, se acurrucó en aquel sitio, como un mendigo. Y así permaneció, hasta que el sueño atrasado lo sorprendió.

8 de agosto de 2013

Cosmos cíclico

Hace tiempo, en otra galaxia, una raza quiso dominar los cuerpos celestes lindantes a su órbita. Primero fue su satélite natural, luego el planeta más cercano. Mientras esto sucedía, en el planeta nativo de la raza, las condiciones de vida empeoraban día a día. Polución, violencia, descontrol.
Los que podían, compraban una nueva vida a millones de kilómetros del suelo que los vio nacer. Los que no, permanecían en la tierra del caos hasta la muerte, que jamás demoraba en llegar.
Hoy en día esa raza ha atravesado gran parte del universo, conquistando sistemas completos. El lugar de origen se había convertido en un recuerdo mencionado en los apuntes de historia. Y fue así hasta que una tripulación, en uno de sus viajes, dio con aquel lugar remoto, dejado atrás miles de siglos antes.
El planeta era el mismo, la raza que lo habitaba, muy similar. Sin embargo, el caos prevalecía, con enfrentamiento entre naciones, enfermedades, contaminación. A los tripulantes de aquella expedición no les llevó mucho llegar a la conclusión que era un sitio que no valía la pena. Había algo muy propio en aquel paraje que llevaba siempre al mismo destino.
Sospecharon que siempre sería así, que el ciclo no concluiría jamás. Quizá algunos lograran escapar, como sus antepasados. Mientras tanto, perecerían en la enorme jungla que ahora llamaban Tierra.

5 de agosto de 2013

Quieto

Sintió la presión en su espalda. No supo bien que pensar en primera instancia, de inmediato sospechó de algún atolondrado que llevaba algún objeto con punta de manera descuidada. Pero cuando aquella voz en forma de susurro le dijo "no te hagás el gil y quedate quieto, mientras te saco la billetera" comprendió que lo estaban asaltando.
Era inaudito. Iba parado en medio del subte, rodeado de una veintena de personas, todos amontonados. Podría intentar girar para ver frente a frente al ladrón, pero al mismo tiempo, la presión en su espalda lo ponía a pensar: ¿realmente está sucediendo, es un arma lo que me está apuntando?
Podía serlo, como no. Quizá era un ardid, una trampa, una manera de asegurarse su pasividad mientras procedía a quitar del bolsillo trasero la billetera, que si mal no recordaba, tenía un par de billetes y la documentación personal y del auto.
Bastaría con un grito suyo, un "me están asaltando", para poner en alerta a todo el vagón. Pero aquello podía también desencadenar una escena de pánico en la gente, y en lugar de ayudarlo, apartarse, dejarlo aún más solo con el delincuente. También, reflexionó, podía asustar a la persona que le apuntaba y provocar una reacción inesperada, un impulso de más, que llevara a que gatillara y de esa forma, acabar con su vida.
No te hagás el gil, le había dicho. Era un exhorto a quedarse quieto, a mantenerse así, conservando la calma, mientras le robaba las pertenencias. ¿Pero cómo podría hacerlo? Hay un instinto muy dentro de cada uno a defenderse. A actuar, a no dejarse pasar por encima. No, no estaba en sus planes rendirse a merced de la injusticia, de la delincuencia. No sucedería, no le haría caso.
Giró al mismo tiempo que dejó de sentir la presión sobre la espalda. Allí no había nadie en particular, solo gente. Palpó el bolsillo y lo encontró vacío. Barrió con la mirada el vagón y no pudo discernir quién le había robado.
- ¡Me robaron! ¡Me robaron! - gritó con bronca, esperando la reacción en la gente. Pero nadie movió un músculo, ninguno atinó siquiera a dirigirle una mirada.
Fue entonces que despertó. Estaba completamente empapado en sudor.
- Que sueño de mierda - le dijo a la habitación vacía.
Una rara sensación recorría su cuerpo. Sobre la mesa de luz estaba la billetera. Había sido una mala pesadilla, nada más. Volvió a cerrar los ojos, pero no pudo volver a dormir. La indiferencia de los demás, cuya imagen volvía una y otra vez a la mente, no le parecía un mal trago de su imaginación.

2 de agosto de 2013

Ruleta para el "Caballo"

En una ruleta rusa, las probabilidades de perder son proporcionales a la estupidez de la persona que acepta jugar. Claro, no es un axioma que muchos sepan o consideren a la hora de aceptar una invitación. Incluso, es común que quienes jueguen estén en un estado que va de la desesperación o la más inminente borrachera.
Al "Caballo" Gaona, un grandulón de buen corazón pero malas amistades, le hicieron creer que aquello era fácil, cuestión de azar, pero sin demasiadas consecuencias.
Previo a eso, se aseguraron que apostara una buena suma de dinero, que según el "Caballo", eran los ahorros de la vieja, a la que le había prometido que se los devolvía al día siguiente, pero duplicados.
Gaona llegó solo a la dirección que le habían anotado en el reverso de una caja de fósforos. Era un pasillo oscuro, bastante húmedo. La única puerta tenía una ventanilla muy sucia, que no dejaba ver hacia el interior. Golpeó la chapa repetidamente, como le habían dicho que hiciera. Esperó unos segundos y las bisagras oxidadas chirriaron agudamente, para que por el espacio entre la chapa entreabierta y el marco se asomara la cabeza de un enano vestido con ropas de cuero.
- ¿Qué quiere? - preguntó.
El grandote se agachó, para que el enano lo oyera mejor.
- Vengo a jugar a la ruleta.
El enano lo miró fijo, lo estudió de arriba abajo y luego lo hizo entrar.
- Si, ya me avisaron que venía uno como vos - le dijo mientras cerraba la puerta a su espalda.
- ¿Cómo yo?
- Si, ya sabés, grandote, medio... medio alto.
Otro pasillo los condujo hasta una nueva puerta. Tras la puerta, unas rejas. Tras las rejas, una sala con poca iluminación, salvo un lugar en el centro de la mima, donde una lámpara con un único foco, dejaba a la vista una mesa de paño verde, a la cual estaban sentadas cinco personas. Había una sexta silla, que estaba vacía.
Sobre el paño aguardaba un revólver. Gaona se sobresaltó. ¿Qué hacía el arma ahí? ¿Dónde, la ruleta?
Alguien corrió la silla libre hacia atrás, invitando al "Caballo" a ocuparla.
- ¿Trajo el dinero? - preguntó otro, a quién la poca luz le ocultaba el rostro.
- Si, pero... - el "Caballo" trató de hablar, pero sintió una mano sobre el hombro que lo empujaba hacia el asiento. El culo le rebotó en la madera, apenas mullida por un almohadón.
Se sorprendió del trato. Los que le habían pasado la información del lugar, eran conocidos. Le dijeron que era un buen lugar para ganar plata de manera rápida y veloz. Que a lo sumo en cuatro o seis tiros, duplicaba lo que apostaba.
Él era un apostador nato. Sabía que si la suerte estaba de su lado, podía darle la sorpresa a su madre. Pero el lugar distaba de cualquier otro que hubiera pisado en su vida. Sin mesa, con pocas luces.
- ¿Qué clase de ruleta clandestina es esta? - preguntó a la brevedad, recuperando la compostura.
- La que muchos mueren por jugar - respondió una voz, que no creyó reconocer.
- Saque el dinero - ordenó otro.
Gaona tanteó debajo del saco y buscó el sobre con la plata. Veinte grandes, chirola más, chirola menos. Lo dejó sobre la mesa, con desconfianza.
- ¿Esta es la mesa de apuestas? ¿Cómo carajo jugamos? - ahora comenzaba a perder la paciencia.
- Es fácil, agarre ese revólver, apúntelo a su cabeza y dispare. Si el tambor está vacío, gana. Si tiene una bala, poco le va a importar lo que suceda después.
Todos ríeron de buena gana. El "Caballo" se puso de pie, pero una vez más sintió la presión sobre el hombro y el cuerpo que se aceleró contra la silla.
- Usted se queda quieto. Ya cruzó la puerta, de aquí sale si la fortuna lo quiere. No antes.
- Nadie me dijo nada de esto, es un suicidio. No pienso jugar a esta mierda.
- Aceptó a venir y vino, llegó hasta acá, no tiene escapatoria. Hay otro revólver además del que está viendo y lo tiene Lucchiano. Ya conoce su mano y su fuerza, si se resiste o se niega a participar, conocerá lo bien que dispara.
Se hizo el silencio. Intentaba divisar entre sombras los rostros ajenos, pero le era imposible. La luz era nula y algunos fumaban. El humo enviciaba lo poco que se dejaba ver.
- ¿Cuántas balas hay? - preguntó el "Caballo", algo resignado.
- Tres.
- Tres se dividen el premio.
- Así es.
- ¿Debo empezar?
El brazo de Lucchiano, supuso, pasó a su lado hacia el centro de la mesa.
- Empieza el que elija el revólver - explicó otra voz, que hasta entonces no había oído.
La mano pesada del brazo cuyo dueño no podía distinguir, giró con fuerza el revólver de lado. Cañón y culata comenzaron a bailar en círculos en medio de la mesa. Se sucedían uno a otro, pareciendo en algún punto, que eran la misma cosa. De a poco, fue deteniéndose y con ese movimiento aterido, los corazones palpitaron uno a uno más rápido.
El "Caballo" había entrecerrado los ojos, no quería ver. Los abrió para observar que el cañón apuntaba hacia el hombre sentado en dirección opuesta a él. Suspiró.
Una mano se adelantó y tomó el arma. Luego, desaparecieron en la oscuridad, como si nunca hubiesen existido. Un estruendo poderoso las volvió a la vida, y al mismo tiempo, trajo muerte. El cuerpo se desplomó hacia atrás, cayendo pesadamente. El revólver cayó sobre la mesa, manchado en el cañón con sangre.
El brazo de Lucchiano se acercó con un trapo. Lo pasó rápido sobre las manchas y sin dar respiro, volvió a impulsar el arma en su danza macabra. Giró más que la vez anterior, haciendo la espera aún más angustiante.
Esta vez Gaona no cerró los ojos. De alguna manera, aquello comenzaba a gustarle. Al fin de cuentas, se trataba de azar.
El cañón apuntó a la persona que tenía a su derecha. El "Caballo" sonrió. El revólver volvió a desaparecer y él esperó el segundo estallido. Pero en cambio, solo hubo un "click". El arma volvió a su lugar y el brazo retornó para volver a poner en juego la calesita mortal.
¿Cuántas veces podía tocarle a uno? el pensamiento lo distrajo. Cuando el revólver se detuvo, creyó que apuntaba hacia su dirección. Pero no, lo hacía hacia su izquierda. El hombre a su lado lo tomó entre jadeos y disparó. Ahora si, el estruendo le llegó desde mucho más cerca y sintió que algo salpicaba su mejilla izquierda. Esta vez el revólver repiqueteó en el suelo.
Dos balas, quedaba una. La idea crecía en su mente. Podía lograrlo. El revólver giraba una vez más. Las posibilidades aumentaban, solo debía confiar en su suerte. El cañón frenó mirándolo acusadoramente. Sintió que el corazón se detenía, que la respiración caía en un abismo. Tragó saliva. Sintió que la mano de Lucchiano se posaba sobre su hombro, sin hacer presión, pero obligándolo a tomar el revólver.
No pudo vacilar más tiempo, se vio obligado a hacerlo. Adelantó la mano, tomó el revólver y lo llevó hacia las sombras. Apuntó hacia su frente y en el último momento, levantó el cañón y disparó. Lucchiano cayó hacia atrás, sin tiempo a darse cuenta de lo que había sucedido. El "Caballo" se puso de pie y tirando la silla al diablo, corrió hacia la puerta por donde había entrado.
Pero encontró las rejas con llave. Detrás suyo, las sillas se habían movido. Se giró sobre los talones y los vio. Eran rostros de muerte, espectros, calaveras andantes. Sus contrincantes, no tenían nada para perder. Y todos iban en pos de él. Su suerte había estado sellada desde mucho, pero mucho antes.