Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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28 de febrero de 2014

Luthier de sangre

Sus ojos errantes se paseaban en la penumbra, buscando esa herramienta que el instrumento le pedía. Se trataba de una lima, pero no una lima cualquiera. Necesitaba una entrefina, para una terminación muy importante.
Creyó verla detrás del cepillo de madera, pero no era. Luego le pareció que estaba en el estante con las partes terminadas de otro trabajo, pero también se equivocaba. Aquello era una simple escofina.
¿Acaso la había perdido? ¿Cómo podía perder algo en su propio taller? La imagen de Etelvina vino a su cabeza. La siempre entrometida Etelvina. Seguramente había desoído las órdenes tajantes de no entrar al taller a realizar limpieza y se había metido bien temprano. La situación no quedaría así. No señor. Caminó hacia la puerta y entonces vio, solitaria al lado de un sargento, a la tan buscada entrefina.
- La puta que te parió, mirá donde estás – le dijo al pedazo de metal, recordando al mismo tiempo que la había dejado ahí cuando fue a buscarse un té con miel y limón. Prefería el mate, pero desde hacía unos días que sentía un ardor en la garganta y no quería arriesgarse a un resfrío.
Volvió a concentrarse en su trabajo. Quitó algo de viruta que había caído encima de la madera y colocó ésta última delante de sus ojos, donde podía percibir hasta el más mínimo detalle de la textura. Estaba conforme, había hecho un buen trabajo.
Semanas atrás era tan solo un tablón, pero ahora se había convertido en un mástil. La magia de su profesión lo envolvía de alegría. Pasó su mano por la superficie, sintiendo con el tacto su labor. La madera le transmitía la armonía que deseaba. No podía sentirse más feliz.
Dejó su nueva obra de arte sobre el banco de trabajo y apagó la única bombilla de luz que tenía encendida. Trabajar en la oscuridad le permitía un contacto más íntimo con sus instrumentos, aunque su novia lo regañaba de vez en cuando y le decía que se iba a quedar ciego. Pero él sostenía que mientras pudiera hacerlo, estaría agradecido. La vista podía ser importante, pero su trabajo era una labor en conjunto: el oído, el tacto, el olfato, el gusto, eran tan importantes como la capacidad de mirar.
Subió las escaleras y cerró la puerta a su espalda. El sonido de una radio le indicó que había abandonado su mundo y regresado al de los demás mortales. Etelvina limpiaba con un plumero la parte alta de un armario, mientras su novia corregía sobre una mesa lo que con seguridad eran exámenes del colegio.
Ninguna de las dos advirtió su presencia. Su novia tenía puesto los auriculares, en parte para no escuchar el programa de radio que elegía por las mañanas Etelvina, pero también porque era la única manera de concentrarse en lo que estaba haciendo.
Aprovechó para buscar los anteojos para sol, las llaves y salió a la calle. Se llevó una mano a la cabeza ni bien pisó la vereda. Había dejado la Rastrojerita a pleno sol a pesar que Dorrego por esa altura tiene enormes árboles de tilos de un lado y otro de la calle.
- Puta puntería – dijo en voz alta, justo que pasaba una mujer con su hija pequeña. Sonrojado, pidió disculpas, pero madre y nena se alejaron sin mirar atrás.
Se subió al vehículo y tuvo que soltar el volante de lo caliente que estaba. Resignado, no le quedó más remedio que acostumbrarse.
Condujo algunas cuadras hasta la plaza, estacionó la Rastrojerita en cuarenta y cinco grados y sin frenar el motor, se bajó corriendo hasta el cajero automático del banco, en la vereda de enfrente. Un minuto después estaba cruzando avenida San Martín.
Miró la hora en el reloj que usaba en la muñeca derecha. Estaba bien de tiempo. Siguió con la marcha cansina, bajo el fuerte sol de enero, avanzando hasta detrás del tanque de agua de la ciudad, que como era costumbre, amenazaba con despegar de la plataforma que lo sostenía, casi en forma inverosímil, en el aire.
Estacionó nuevamente sin detener el motor, aunque ya no miraba hacia el siempre imponente tanque, sino hacia la parte trasera del hospital. Consultó una vez más su reloj y sacó la billetera. A los pocos segundos, una puerta doble se abrió y una mujer vestida como enfermera salió al exterior, llevando consigo una caja que indicaba “frágil” a un costado.
Se bajó sin titubear del vehículo y se acercó a la mujer.
- ¿Está todo? – preguntó.
- Diez litros. Esta vez se hizo difícil. Te tendría que cobrar un adicional – le dijo la enfermera con un gesto de fastidio.
- Tomá. Agarrá el sobre y no te quejés, que es buena guita. Ojo que en la zona puedo conseguir en varios lugares. Empalme, San Nicolás o incluso me puedo llegar hasta Arroyo Seco.
- No sé quién te puede llegar a dar bola.
- Por la plata baila el mono.
- Mundo de mierda ¿no?
- Es lo que hay – afirmó, para volver casi al trote a su asiento y emprender el retorno al taller.
El sol seguía pegando fuerte. De todas maneras se quitó los anteojos de sol y entreabrió un poco la caja. Miró en el interior y sonrió.
- Buen color, muy buen color – dijo para si mismo.
Paró la Rastrojera esta vez en la sombra y bajó raudamente con la caja. Se metió en la casa y de la misma forma que había salido, sin que ninguna de las dos mujeres se percatara, llegó hasta la puerta que daba al taller.
Bajó las escaleras con cuidado y antes de apoyar la caja, limpió el banco de trabajo con la mano libre. Arrojó el paño sucio a un costado y dejó la carga sobre la madera.
Sacó una bolsa plástica con líquido rojo en su interior. El contenido era espeso y de un color intenso. El luthier esbozó una sonrisa. Tomó el mástil que había terminado media hora antes y lo acarició con paciencia, llevando las yemas de los dedos de una punta a la otra. Cerró los ojos. En la oscuridad, el tacto lo es todo.
Buscó una jeringa y una aguja. La llenó de sangre de la bolsa plástica. Tomó de nuevo el mástil, lo revisó meticulosamente hasta dar con el lugar exacto. La aguja era de titanio. La había enviado a fabricar hacía más de un año. Desde entonces, sus trabajos eran únicos. Introdujo la punta en el sitio elegido y empujó levemente, dejando que la madera hiciera el resto.
Una vez adentro, contrajo el émbolo, haciendo fluir la sangre. Podía imaginar como fluía en el interior, ganando las betas, penetrando bien a fondo, nutriendo su obra de arte. Vació la jeringa y retiró la aguja con sumo cuidado.
Con el mástil en sus manos, se acomodó en su silla preferida, hecha con cañas. Sus ojos, una hora antes, errantes y asustados, parecían ahora hipnotizados, poseídos, atraídos por el mástil terminado.
¿Quién había transformado a quién allí? ¿Quién era el luthier en aquel taller? Soltó una carcajada, que nadie más pudo escuchar. Le pareció incluso que el mástil también reía. Y estaba bien. Estaba cobrando vida, como todos sus instrumentos. No necesitarían de un músico que los tocase, porque ellos mismos podían hacerlo. Iluso aquel que fuera en el futuro su dueño, y creyese como un tonto, ser el ejecutante. Sus instrumentos no se tocaban. Se convertían en los músicos. Y los músicos, en instrumentos.
El mástil le dio a entender que el descanso había sido suficiente. Era hora de terminar la obra. El luthier, sin perder tiempo, se sumergió nuevamente en su trabajo.

25 de febrero de 2014

Una de ciencia ficción

Miró el reloj pulsera con el Darth Vader debajo de las agujas con fascinación. Hacía dos horas que esperaba. Aquello, más que angustiarlo, lo entusiasmaba. Significaba que faltaba menos para que Pedraza saliera de la reunión. Y cuando lo tuviera a tiro...
Ya se imaginaba todo lo que seguiría a continuación. La firma del contrato, el desarrollo del guión, las fechas de rodaje, el estreno, el éxito inevitable y luego, las nominaciones internacionales. Incluso el Oscar. Fioravanti soñaba con todo, mientras miraba su reloj de edición limitada.
Escuchó la puerta incluso antes que girara el picaporte. Segundos después, el gran productor de la meca del cine nacional, Jacinto Pedraza, salió al encuentro del pasillo. Y allí, preparado, el optimista Fioravanti.
- ¡Señor Pedraza! ¿Me recuerda? Fioravanti, el guionista.
Pedraza lo miró de reojo, mientras se acomodaba el cuello de la camisa, que esa misma mañana le había almidonado Petrona, su ama de llaves.
- Ah, si. Vagamente, pero lo recuerdo. ¿Qué se le ofrece? Tengo un almuerzo en quince minutos, estoy retrasado.
- Tengo una idea fantástica para una película, Pedraza. Si me permite bajar con usted en el ascensor, se la cuento.
Muchas opciones no le quedaban. La puerta del ascensor se había abierto y ambos -parecía- se disponían a bajar.
- Hable Fregamonti.
- Fioravanti - corrigió el guionista - No importa, escuche. Un grupo de jóvenes. Fiesta. Música. Una chica hermosa. Hay alguien que siempre la está observando. En un descuido, la rapta. La encierra en una cajuela y no sabemos donde, pero queda sola. Lo único que tiene consigo, que el secuestrador no ha revisado, es un celular dentro del corpiño, que antes, en la fiesta, un amigo le había metido jugando. Solo tiene un número. Lo marca. El número en realidad es el del secuestrador, que a medida que va matando a los demás chicos de la fiesta, le va relatando lo que está haciendo. Y le dice que si corta, si deja de escuchar y no responder cuando el le hace preguntas, irá matando a más gente. ¿Qué le parece? Bueno, se imaginará, la trama tiene más vericuetos, pero eso a grandes rasgos.

- ¿Y esto ocurre aquí, en Argentina? No me haga reír. No sea tan inverosímil.
- ¿Por qué? ¿Por qué lo dice?
- Es ciencia ficción, Fiorazaki. ¿Un celular funcionando bien en Argentina? ¿Que puedan hablar y no se corte? No se lo creen ni las empresas de telefonía. Imagínese, el tipo le dice "ahora voy a matar a..." se corta, llama de nuevo, continúa "decía que voy a matar a..." se vuelve a cortar, marca y llama de nuevo... "la reputa madre, voy a..." para entonces, no mata a nadie, se sube a un auto y le vacía un cargador de la pistola a una vidriera de telefonía móvil.
- Y entonces le escribo una comedia, qué le parece.
- Fregaponi...
- ¿Un documental? Sobre lo mal de la telefonía...
- ¿Sabe cuál es su problema?
Fioravanti dudó, mientras se corría a un lado para dejar salir al productor del ascensor.
- ¿Cuál? - preguntó inquieto.
- Ese reloj. Mírelo Focazzini, el dibujo no le deja ver la hora. Piense en eso, después me cuenta.
La puerta del ascensor se cerró, dejándolo a solas con el interrogante. Comenzó a subir, porque alguien había llamado en un piso superior. A mitad de camino, se cortó la energía. Fioravanti, que aún no comprendía la razón del rechazo, buscó su celular. Cuando se iluminó la pantalla, vislumbró lo de siempre. No había señal. Su único pensamiento fue: "esto en las películas no pasa".

22 de febrero de 2014

Inexpugnable

A Randy McCall lo despertaron con un  llamado telefónico en plena madrugada. La voz del otro lado de la línea sonaba desesperada y hablaba a los gritos.
Randy se cambió apresuradamente y pidió un taxi. Iba a ser más rápido que caminar las seis calles hasta la cochera donde guardaba su Audi. No lo sorprendió la escena que encontró delante del banco. Era lo que le había graficado el llamado telefónico. Todo el mundo estaba allí, incluidas las cámaras de televisión.
Todo comenzó un año antes, cuando llegó a sus manos el proyecto de remodelación del banco principal de la ciudad. Concretamente su área de trabajo era el de la seguridad. Se dedicaba a provisionar a las entidades financieras de las cajas de seguridad, sistemas de monitoreo y de alarma.
La obra fue monumental, con tecnología de última generación. Randy había estado en cada detalle. Y había asegurado en la presentación, con las autoridades locales en el improvisado escenario, que aquella era una fortaleza inexpugnable.
Cuando lo vieron bajar del taxi, se lanzaron sobre él, llevándolo casi a la rastra hasta el interior. Hablaban todos al mismo tiempo. Las cámaras, las cajas, las alarmas. Repetían las palabras, superpoblando el diálogo de imágenes imprecisas.
Morgan, el gerente del banco, pidió que se callaran todos. Era el único, que a pesar de la angustia, mostraba compostura.
- Randy, no ha quedado nada - lo miró a los ojos, como buscando una respuesta que le dijera que no se preocupara, que nada había pasado - ¿Me entiende? Nada.
Randy pidió detalles. Morrison, jefe de investigaciones de la policía, hasta entonces observando desde un costado, intervino en la charla.
- No hay señales de entradas forzadas, las alarmas no se activaron, las cámaras de seguridad y los sensores de movimientos no detectaron nada. Pero las cajas de seguridad están vacías.
- ¿Todas?
- Absolutamente, cómo si el contenido se hubiese esfumado.
El gerente volvió a acaparar a Randy.
- ¿Cómo es posible? ¿Acaso no era imposible que robaran?
- Si, lo era. Pero alguien encontró la manera. Necesito verificar para poder hacer una evaluación.
Un murmullo a espalda del grupo hizo que todos voltearan la vista. El mismísimo director del banco y un funcionario del gobierno, encabezaban una pequeña comitiva. Avanzaban por hall central con rostros largos y sombríos, y no solo por haber sido levantados de la cama a altas horas de la noche.
- Usted - dijo el funcionario, señalando a McCall - Usted será el que pague los platos rotos en este escándalo. Hizo una promesa y mire. Es un desastre. Vendrán los medios de comunicación de todas las ciudades aledañas. Esto será un festín.
- Ya dije que tengo que analizar lo sucedido para...
- Analizar un carajo McCall - el que habló fue el director, totalmente fuera de si - Debido a la confianza que depositamos en usted, firmamos una póliza de seguro muy baja, si esto no se resuelve, estamos arruinados.
- Bueno, esa no era una decisión en mi poder. Si me permiten...
- ¿Permitirle qué, McCall? Usted es la primera ficha que cae. Este, le aseguro, es su último trabajo en seguridad. Me aseguraré de eso.
El director se alejó, cruzando el hall, en dirección a la bóveda. El funcionario estaba por acotar algo, pero Morgan lo detuvo a tiempo.
- Váyase Randy, ya oyó al director. Poco tiene que hacer aquí. Estoy seguro que lo siente tanto como nosotros - Morgan, a pesar de todo, le estrechó la mano.
Randy se ajustó el sobretodo y salió a la noche. Veía los periodistas hablando a las cámaras, y a los curiosos que se levantaron en medio de la noche para acudir al lugar con el fin de averiguar que era tanto batifondo policial.
Pronto la noticia se dispararía y sería un caos. Randy sonrió. El director estaba en lo cierto. Ese sería su último trabajo en el rubro. Sacó el celular y subió a un taxi.
- Al aeropuerto por favor.
Digitó un número y esperó a ser atendido.
- ¿Benito? Benito, voy para allá. En el primer vuelo, si. ¿Lo nuestro va en camino? Me alegro, Benito. Me alegro.
La noche recortaba a la ciudad con sus luces y siluetas, que se desdibujaban a gran velocidad a un lado y otro del vehículo. Cuatrocientas ochenta y dos cajas de seguridad. Cuatrocientas ochenta y dos cajas trampa, conectadas en forma secreta a un sector de carga en el exterior. Todo muy fácil, muy práctico. Las ventajas de ser el arquitecto de seguridad, de no perderse un detalle de la obra, de hacerse cargo personalmente.
- Chofer, ¿puedo encender un habano?
- Si tiene para convidar.
- Claro, tome. Celebre conmigo.
- ¿Y qué celebramos?
- La libertad, por supuesto.

19 de febrero de 2014

El monótono gris del cielo

La tormenta desató un desahogo inútil sobre su cuerpo, que sin amedrentarse continuó su marcha hacia lo alto de la barranca. Sabía que cada esfuerzo era un intento de escapar a su condena. Que cada metro que avanzaba significaba un metro menos hacia la libertad.
A pesar del aguacero torrencial, escuchaba los ladridos que atravesaban el denso follaje de los árboles. Le parecía increíble. Había cruzado un bosque y aún los tenía pisándoles los talones.
Miró el cielo, que resistía a fuerza de nubarrones gris, escupiendo sin piedad su balacera de agua. Podía ser de noche o de día, nadie era dueño del tiempo, solo la bestial tormenta que se había apoderado de todo. Trató de asirse a otra roca, de escalar otro peldaño en el barranco, pero la mano resbaló, perdió el equilibrio por primera vez y supo que caería irremediablemente. Sintió un vacío en su estómago y cerró los ojos. Entonces su otra mano atrapó una saliente y sintió otra vez que había recuperado el eje. Respiró profundamente, abrazándose a la piedra.
Los ladridos se alejaban. Seguían su rumbo hacia el norte, en dirección a la continuidad del bosque. No habían hallado su pista, pasaban de largo. Volvió a expulsar todo el aire que pudo, en un gesto de desahogo, de vestigio felicidad.
Elevó los ojos una vez más, reclamando piedad. La lluvia era la única respuesta, junto a los truenos y relámpagos que quebraban el monótono gris del cielo. Hacia la derecha divisó una caverna. Le sonrió a la nada. Una oquedad para esconderse en la tormenta. Agradeció a la madre fortuna y emprendió la marcha.
El agua lavaba su rostro, no así las impurezas. Ya no oía los perros ni los gritos de los guardias. Su fuga era un hecho. Se recostó en la oscuridad, con la melodía de la lluvia como un arrullo.
En algún momento habría sol y seguiría su marcha. Se iría lejos, donde nadie lo encontrara. Sería esta vez más astuto, más amigo de la noche, más desconfiado de la gente. Una vez que el cielo trocara su color, el haría lo propio con su condición de fugitivo. Era cuestión de esperar, aguardar con calma, terminar la odisea.
Sus ojos cerrados se abandonaron al cálido refugio del sueño, olvidándose del temporal, del cuerpo mojado, del estómago vacío, del ladrido de los perros, de los gritos de los guardias, del sonido de los pasos bajando por las rocas, de los cuerpos sostenidos con cuerdas descendiendo en la noche, de las linternas iluminando con sus haces las verdades y los espantos, de los fusiles apuntando contra su cuerpo apretujado, en un sueño extasiado, en el fondo de aquella caverna, en el barranco empinado, de grandes salientes, que entonces creía, era el camino hacia la libertad.

16 de febrero de 2014

Los amigos

El último Asado con mayúsculas que comí, fue en lo de Germán. Podría decirse, por otra parte, que fue el último que comí con ellos, con la barra. Y el motivo de mis ausencias comenzó justamente en ese encuentro a fines de un verano, con la tarde que ya comenzaba a recortarse en duración, las primeras estrellas en el cielo y ese pedido inoportuno mientras preparábamos la picada en la cocina.
Estábamos solo nosotros. Germán y yo. El resto, repartidos entre hacer fuego y armar un torneo rápido en la mesa de ping pong, que acostumbrábamos sacar al aire libre.
Él se ocupaba de cortar el queso, porque le gustaba dejarlos del mismo tamaño. Mi tarea era abrir las bolsas de papas fritas, palitos salados y maní saborizado y armar dos o tres fuentes, bien distribuidos. Intentábamos hacerlo lo más rápido posible, porque el que terminaba primero cortaba el salamín, y ambos sabíamos que no existía nada más lindo que comerse las puntas durante la faena.
Pero los preparativos tuvieron un imprevisto. En realidad, lo provoqué con mi pregunta. La situación era ésta. Me había salido un negocio que no podía desaprovechar porque lo creía imperdible y no tenía un peso partido al medio. Debería acotar aquí que mi olfato para los negocios siempre fue inexistente. Y esa ocasión no sería la excepción, aunque entonces no lo sabía.
Mientras me robaba una papa de la bolsa recién abierta y saboreaba la textura aceitosa, solté la bomba.
- Germancito, no quiero joderte, pero sabés que estoy detrás de un negoción y necesito cierta guita...
Pensé que podía pedirle y disponer de unos meses para ir saldando la deuda con las ganancias que obtuviera. No esperaba que Germán, que plata no le faltaba, me preguntara cuál era el negocio. Le conté que se trataba de un proyecto inmobiliario, entrar dentro de un fideicomiso para construir un par de edificios y obtener con eso un buen dinero por las futuras ventas.
Menos esperaba que Germán me propusiera algo más interesante, conformar una sociedad. El ponía la plata y yo lo metía en el fideicomiso. Luego íbamos en porcentaje iguales con las ganancias. Según me habían pintado, podía llegar a sacar hasta diez veces lo invertido. Claro que pintar, pinta cualquiera. Picasso hubo uno solo.
Y le dije que sí, cometiendo el peor error de mi vida. Pusimos la guita, nos mostraron planos, dibujos, dónde iban a parar las inversiones, algunos gráficos que mostraban rendimientos en los intereses casi orgásmicos, más adelante pudimos leer en los diarios los avisos de venta y en la medida que pasaban los meses, nos llegaban informes por correo electrónico que nos preparaban para el comienzo de las obras con casi todo vendido.
La última noticia que tuvimos, fue a través del canal de cable, donde un montón de compradores mostraban pancartas con la palabra estafa y quería destrozar las oficinas que para entonces, estaban abandonadas. Por fortuna los nombres de los inversores jamás salieron a la luz, sino, quizá nos quemaban las casas. Pero en la estafa, también caímos nosotros. ¿Dónde estaba nuestro dinero? Esa fue la primera pregunta que me hizo Germán, a las nueve de la noche de un jueves, ni bien le abrí la puerta de calle. No entró, se quedó parado, con gesto de incredulidad. La repitió, pero ahora en primera persona. ¿Dónde está mi dinero?
Ese pronombre posesivo fue determinante para que mi cabeza hiciera un click. Yo no había perdido un peso. El que había invertido una cantidad considerable (y mejor no mencionemos la cifra, para no infartar a nadie) había sido Germán.
Traté de calmarlo, pero recibí un puñetazo en el medio del rostro. Desconcertado y tambaleante, logré asirme del marco de la puerta, solo para ser destinatario de un empujón que me hizo caer de espaldas. Luego me puso un pie sobre el pecho y ejerciendo presión, hizo que sintiera lo que un pez cuando sale fuera del agua. Cuando vio que estaba morado, sacó el pie, pero se agachó, me tomó del cuello y me levantó, para finalmente gritarme cara a cara que quería la guita de vuelta o mi vida se iba a convertir en un infierno.
Lo creí exagero, producto de la bronca del momento. Consulté a los muchachos, dado que quizá era el que menos conocía a Germán, dado que me había integrado a la barra cuando ya estaba conformada. Cada uno me dio un consejo diferente, pero todos me dijeron que lo mejor era que tratara la manera de resolver el asunto. Germán, aparentemente, solía ser algo "irritable".
Tras esa visita y haber visitado a los demás chicos al día siguiente, traté de hablar con Germán. Me atendió por el portero eléctrico y su tono áspero prevaleció durante el breve diálogo. Quería la plata. Eso o el infierno en mi vida. Y me prometió muestras de lo que me esperaba para dentro de muy pronto.
No sospeché que esa prontitud sería casi inmediata. Esa misma noche me balearon el caniche toy, que había dejado salir para que hiciera sus necesidades. El pobre Toby terminó con más agujeros que un cola pasta.
Fui al día siguiente a increpar a Germán, pero negó toda responsabilidad desde la fría comunicación del portero eléctrico. Sin embargo, pude darme cuenta que me observaba desde la ventana y que en su mano sostenía una pistola.
Dos días más tarde arrojaron nafta en todo el frente de mi casa. El detalle fue la caja de fósforos en el umbral de la puerta. Venía envuelta con un moño rojo.
Luego me robaron el portón del garaje. Aunque parezca mentira, solo el portón. Compré uno esa misma tarde y a la noche volvió a desaparecer. Opté luego por levantar una pared. En el peor de los casos, si alguna vez tenía un peso y podía comprarme un auto, la tiraba abajo y volvía a poner un portón.
Por esos días fue también que pintaron toda la casa de negro. Luego de rosa y finalmente con los colores de River. Como hincha de Boca, eso me dolió. Dejé un día más para ver si lo pintaban con otra cosa, pero al no pasar nada, tuve que mandarlo a pintar de blanco. Inmediatamente, al día siguiente, la casa apareció pintada de amarillo fluorescente.
Me conseguí otro perro. Un pastor alemán. Al menos para que ladrara. Me acompañó solo por doce horas. Amaneció con una estrella ninja en la garganta.
Un fin de semana que no estuve, me saquearon la casa. Incluido el tanque de agua. Por cada cosa iba hasta lo de Germán, pero él me negaba todo. La policía ya no acudía tras mis llamados. Para entonces sospechaba que todas mis desgracias eran auto inflingidas, con el fin de cobrar algún extraño seguro.
Supe que con el resto de la barra seguía reuniéndose, pero a mi no me daban aviso. Los muchachos me veían después, o se acercaban ante cada nueva desgracia, y me preguntaban por qué estaba desaparecido. De alguna manera Germán los manipulaba para hacerles creer que no quería ir. Aunque seamos sinceros, con todo esto que me estaba haciendo, difícilmente hubiese ido, por más que él intentara seguir demostrando que nada tenía que ver.
Tal como me lo había prometido, mi vida era un infierno. Me hackearon el correo electrónico y se enviaron mails desde mi casilla a distintas personas con efectos dispares: mi jefe me echó del trabajo, mi novia me dejó porque en teoría le había mandado declaraciones de amor a su hermana, mi madre dejó de hablarme luego que aparentemente le confesara que yo era homosexual y la consideraba una vieja trola, una prima remota me acusó de pervertido tras rechazar una invitación a una orgía que parece se iba a realizar en mi casa... y creo que me quedo corto en los ejemplos que acabo de enumerar. He tratado de olvidar algunos y otros, a duras penas, trato de conciliarlos de alguna manera cada vez que me voy a dormir.
Sin trabajo, novia, amigos, familia y con una casa desmantelada, solo quedaban dos opciones. Hacerme valer ante Germán o pegarme un tiro. Reconozco que siempre fui lento para tomar decisiones y de la misma manera que no tengo olfato para los negocios, soy un desastre planificando. Mezclo, confundo, no me organizo, digo una cosa y hago otra... en el papeleo de la vida, ser así es una desgracia.
Aunque en este caso, quizá, fue la respuesta a mis problemas. Hoy es un día nuevo, un día de volver a comenzar. Por eso es que los muchachos están en el patio de casa, preparando la picada. Falta Germán, por supuesto, pero eso es entendible. No se lo puede culpar por el imprevisto. En realidad, habría que culparme a mí. Pero mejor que no lo sepa nadie. La vida sigue, de la misma manera que el mundo no para de girar. El fuego está en su punto justo y en cualquier momento pongo la carne al fuego. Aquí no hay mesa de ping pong, pero todos se prendieron al truco. Estoy feliz. Verlos de nuevo, es nacer de nuevo. ¿Qué sería la vida sin los amigos? Aparecieron sin chistar, algo sorprendidos por la invitación, pero felices de verme. Nadie preguntó nada, salvo por Germán, claro. Y viste como es, le dije uno a uno, a medida que llegaban, el tipo ahora que recibió el pago se está dando la buena vida.
Uno es despelotado de sobra, no falta aclararlo. Era hacerle frente o meterme una bala. Mezclé un poco las cosas y terminé presentándome hace dos noches en la casa, le tiré abajo la puerta y cuando salió a hacerme frente, le metí una bala. No fue fácil limpiar el lugar para no dejar rastros y menos sacar el cuerpo y traerlo para acá. Por suerte los muchachos en un rato me dan una mano para que no quede nada que me delante. Es verdad, no tienen la menor idea, pero mientras menos pregunten, mejor van a ir las cosas. Meta vino y cerveza ahora, algo de fernet, para cuando esté la carne, no van a saber si es vaca, chancho o Germán. Al fin de cuentas, lo que importa es la amistad y saber compartir un encuentro. ¡Qué sería esta vida de mierda, sin los amigos cerca!

13 de febrero de 2014

Un dolor en el pecho

El enfermero de la guardia de urgencias empujó la camilla que los paramédicos habían bajado de la ambulancia hasta una de las salas de cirugía. Veía episodios traumáticos casi todas las noches, por lo que el hombre con el cuchillo en el pecho que trasladaba a gran velocidad por el pasillo del hospital era un caso más, otro apuñalado en alguna reyerta de poca monta.
Pero el hombre, sangrando y quizá a punto de desmayarse, lo miraba a los ojos, fijamente. Y luego que la puerta del quirófano se cerrara y el enfermero comenzara a alistar la sala para la inminente operación, el hombre de la camilla rompió el silencio.
- Es increíble, siento algo que me atraviesa el pecho - dijo en una voz compungida, al borde del llanto.
Sin volver la mirada, y continuando con los preparativos para que todo estuviera en condiciones, porque sabía de lo caprichoso que solía ser Malvestitti, el cirujano de guardia, trató de serenar al paciente.
- Señor, tiene un elemento cortante incrustado en la zona pectoral, trata de guardar la calma, que en breve lo estarán interviniendo. Me imagino que debe doler, pero le aseguro que está en camino el anestesista.
- Ya sé que tengo un cuchillo clavado, me lo clavaron en el pecho, no en los ojos, no estoy ciego - respondió ofendido el hombre, llamando la atención del enfermero, que entonces se acercó a la camilla.
- Mire, voy a ver si me dejan administrarle algo para el dolor, tiene que ser fuerte mientras tanto...
- Espere, ¿dónde va? ¿Me deja solo?
- Voy a buscar algún analgésico fuerte.
- ¡Pero por favor, hombre! Es un cuchillo nomás, nada de mariconadas. Bueno, es un Arbolito. Tampoco es para desmerecerlo. Mírele el filo. ¿Y qué me dice del mango? No es moco e' pavo.
- Por eso mismo, si puedo darle algo para el dolor...
- Esto no duele. Duele lo otro, la traición. ¿Se cree que me quejo por tener un pedazo de acero metido en el cuerpo? Qué poco conoce a la gente, don. Qué poco. Me quejo porque me duele el alma, el corazón.
- Es que por la zona, puede que haya lastimado alguna parte del corazón, fíjese que el cuchillo está justo...
- ¡Cállese! Le digo que lo que duele es otra cosa. Es la mentira. La decepción. Incluso, le digo más, la cobardía.
- No diga eso, mire que es grave lo suyo, no se considere un cobarde. Si tiene que llorar, vamos, adelante. Demuestre dolor.
- ¿Usted es enfermero o pelotudo? ¿Qué mierda pasa, me atravesó la lengua el cuchillo que no me entiende? Le estoy diciendo que no me duele nada superficial, sino algo en el interior.
- Puede estar comprometido algún órgano...
- Y dale con eso. Hombre, no. El dolor que siento, es el de haber sentido en carne propia la desazón como padre. Eso mismo. La desazón. Y por qué no, la vergüenza. Verlo ahí, haciendo eso, con ese, y entonces, me puse, se puso, nos pusimos y bueno, sucedió.
- ¿Entonces no le duele?
- ¿Cómo no me va a doler? En mi casa, en mi cuarto, en mi cama. Ahora comprendo una cosa. No le tendría que haber dado tiempo de levantarse los pantalones. Ahí nomás tendría que haber desenfundado. Uno, dos. Tres, cuatro, como para asegurar.
- ¿Qué cuenta, no entiendo?
- ¿Contar? ¡Los disparos, hombre! Cuatro, dos para cada uno. ¡Y sefiní! Pero no. Toda esa sensiblería del padre y el hijo, toda esa estupidez que le imponen a uno desde que el malparido nace y empieza a llorar. Esa filosofía moderna de no retarlo, de no pegarle, de no traumarlo. Esa mierda moderna que no sirve para nada. Pollerudo, traidor. Esa es la palabra. Traidor. Eso es lo que duele. Porque esperó a que me diera vuelta, a que diera el primer paso hacia fuera de la habitación.
- ¡Al fin comprendo, ahí fue que su hijo lo atacó!
- ¡No entiende un carajo! Ahí fue cuando viendo que me iba, arremetió de nuevo con Ricardito, mi mayordomo de toda la vida. Mi mayordomo. Mi Ricardito. Traidor de mierda. Tenía al jardinero, al cocinero, al que quisiera y se va a encamar con Ricardito. Para no clavarme este Arbolito en el medio del pecho y tratar de matar ese dolor que me carcome. Tendría que haber agarrado el de la hoja larga, la puta madre. ¿No sabe cuándo llega el cirujano? Por ahí con un bisturí afilado me extirpa esta sensación horrible en mi pecho.

10 de febrero de 2014

El nombre del otro

El niño busca una roca donde el sol no haya pegado tanto a lo largo del día. Las va tocando una a una con la mano, sintiendo la tibieza aún presente de la tarde. Al fin la encuentra, a pocos metros del mar.
La rodea, la escala, se sienta y observa.
Primero, sus pies repletos de arena. Más allá, la arena misma, recibiendo la última claridad de la jornada, antes que las sombras la acechen y escondan. Y besando la arena, en arrumacos rítmicos y voraces, el mar, majestuoso e infinito.
En el mar la vista parece perderse, pero al fin encuentra un punto. Una boya lejana, resaltando sobre el azul imponderable. La sigue con la mirada hasta que el horizonte lo distrae. De pronto, sus ojos caen por la cascada donde cielo y agua se funden y ve más allá. Un barco pesquero, en las inmensidades del océano. Redes gigantescas elevando cantidades desmesuradas de peces. El descarnado lamento que nadie escucha de esas bocas mudas, que abren y cierran, abren y cierran, que pronto dejarán de hacerlo.
No puede seguir mirando, levanta los ojos y entonces ve la costa del otro lado. Hay arena, hay un mar besando las playas, y más rocas, que se juntan, se elevan, se prestan para un paisaje, ridículamente distante.
Y sobre una de las piedras, hay una niña, muy bonita, de ojos verdes, tez trigueña y mirada cautivante. Y cuando él sonríe, ella también lo hace. Y sabe entonces, que es la sonrisa más hermosa que jamás conocerá.
Y por temor a perderla de vista, no se mueve, no se inmuta, permanece allí, a pesar de la noche, del frío, de la distancia. Y ella hace lo mismo.
Se vuelven eternos, agradecidos por haberse encontrado, sin quitarse jamás la vista de encima, sonriendo, soñando, anhelando saber el nombre del otro.

7 de febrero de 2014

El cine de antaño

El cine ya no era lo que recordaba de pequeño. Aquellas salas que podían albergar a cientos de personas, las butacas con los asientos que se plegaban, el vendedor de golosinas en la puerta, el acomodador con su linterna alumbrando el camino a los que llegaban sobre la hora...
Algo se había roto con el tiempo. La mística, la forma, los modos, incluso, el cine mismo. No, decididamente, ya no era lo que recordaba, de aquellos tiempos remotos, acompañado por sus padres, o luego, con sus amigos, sus novias, sus hijos.
Los recuerdos son tiranos. Vienen, juegan y se van. Pero el sinsabor de lo inalcanzable persiste, se adhiere a uno. La voz de la boletería automática lo regresó al instante y al lugar donde estaba parado.
- Señor, reitero la pregunta: ¿Qué género desea?
- Disculpe, estaba distraído. Acción.
- Bélica, policial, thriller u otro subgénero.
- Policial está bien.
- Sobre mafia extranjera, drogas, justicia a mano propia, corrupción policial u otro subgénero.
- Me gustaría policial con suspenso.
- Protagonista principal masculino o femenino.
- Masculino.
- ¿Desea un personaje femenino sensual, inteligente, u otro estilo?
- Sensual.
- ¿Grado de violencia?
- Moderado.
- ¿Escenas de contenido erótico?
- Leves.
- ¿Argumento autoconclusivo o desea guardar los datos para una continuación?
- Autoconclusivo.
- ¿Porcentaje de argumento al azar?
- El cien por ciento.
- ¿Está seguro que no desea agregar algo en particular?
- Si, estoy seguro.
- ¿Desea un personaje con su cuerpo o con su nombre en la película?
- Si, me gustaría. Uno de los malos, si es posible.
- Procedemos entonces con el pedido 7819200-2019221. Puede pasar a la antesala mientras vamos cargando el contenido. La puerta asignada para la proyección es la número 15. Recuerde introducir el código en el lente fílmico. Muchas gracias.
Cada día estaba más seguro de su reflexión. El cine ya no era lo que recordaba de pequeño.

4 de febrero de 2014

Crónica real: Dame todo

Hablo muchas veces con amigos de la inseguridad, de lo importante de sentirse seguro, sobre todo estando en una ciudad chica que en proporción, no tiene los mismos índices delictivos que una metrópolis.
Sufro, a la distancia, que la persona que amo esté tantos días en una ciudad que considero super peligrosa. Me asusta pensar en la seguridad de la gente querida que reside en ciudades vecinas grandes, y que con sus familias, viven el día a día sabiendo de los peligros que nos rodean en la actualidad.
Y me entristece a diario, apreciar como esa seguridad que uno siente donde vive, ciudad pequeña, merma continuamente, comprendiendo que en un futuro muy cercano los que vamos a vivir entre rejas en todo momento somos nosotros, los ciudadanos trabajadores, y que los que van a pulular por las calles, cargando el miedo a sus espaldas, llevando el terror a cada rincón de mi tierra, van a ser ellos, los delincuentes, que en gran número, mantenemos entre todos, gracias a esta política clientelista que nos domina, que solventa a muchas de estas parias desde la cuna hasta que es grande, acostumbrándolo a tener todo de arriba, para que el día de mañana, cuando le toque trabajar no sepa que es eso y decida, como lo hace un número mayor a diario, salir a ganarse la vida con el sudor de la frente de otros.
No hablo desde lo lejano, desde un punto político  distinto al tuyo. Hablo desde lo humano, desde la necesidad de gritarte en la cara que esto no va más así, que uno nace para vivir la vida, no para sufrirla, que si uno sale a la calle, desea ser libre y no prisionero de los miedos.
Decir que lo que hay es una sensación y no una real inseguridad, es de hijo de puta. De malparido. De cómplice, de ciego, pero ciego cómplice, que lo único que hace con su discurso barato es cubrir lo que ya no se puede seguir tapando y es que esto, señores, señoras, se les ha ido de las manos.
Esta política que mantiene por conveniencia a ciertos sectores, sin aplicar ni un solo intento de política educadora, que ampare y otorgue conocimientos, que brinde reales soluciones a la coyuntura en la que se ven inmerso, que no acostumbre a que todo viene de arriba, sino que existe algo llamado esfuerzo y otro algo llamado trabajo (para lo que, por supuesto, se debería generar verdaderas fuentes laborales y no cubrir baches con mentiras a medias), esta política no va más, en realidad, se ha visto desbordada y hace agua, nos inunda, nos ahoga como sociedad.
No se puede caminar por las calles, no se puede salir a altas horas, debemos poner rejas a nuestras ventanas, trabar bien las puertas, rogar que la figura que viene hacia nosotros de frente por la vereda no pretenda asaltarnos. Parece que hubiésemos retrocedido decenas de años.
¿Quién puede seguir llenándose la boca de elogios a esta realidad? ¿Quién puede ser tan ciego para no ver más allá de su propio orgullo?
¿Tan importante es para ellos mantener con la panza llena a más del treinta por ciento del país a costa del porcentaje restante, solo por el hecho de asegurarse una continuidad que repercute solo en sus bolsillos? Olvidémonos de ideales. Acá no hay ideal que valga. ¿Cuándo van a entender que las banderas políticas que creen que están flameando no existen más desde hace años y años? Acá no representan a los viejos caudillos. Acá se las rebuscan para seguir incrementando sus patrimonios.
Somos títeres y a la vez rehenes de la obra que representan. Mientras los que nos gobiernan políticamente se cruzan con los que nos gobiernan comercialmente, mientras unos nos imponen medidas irracionales y otros precios irracionales, mientras entre unos y otros nos vacían los bolsillos, nos quitan toda posibilidad de futuro, nos obligan a temerle al presente y más aún, al horror del regreso a un pasado poco feliz.
Esto lo pienso desde hace mucho tiempo y quienes están cerca, lo saben. Soy una persona apolítica en el sentido de no creer en ningún político. Quizá la política sea buena, en teoría. Pero los que la llevan a cabo, la ejecutan según sus propios intereses. Hace tiempo comprendí que ellos no son nuestros representantes. Si así fueran, serían como nosotros. En todo sentido. Uno a sus pares, los mira a los ojos. Nadie se sube a una plataforma para hacerse entender. Uno a la gente que quiere no le roba, no le miente.
Y si bien lo pienso hace rato, lo digo ahora por una razón. Quizá mañana no pueda contarlo. Me di cuenta hace un par de horas, cuando a media cuadra del trabajo, al que llegaba caminando, un pendejo de unos quince o dieciseis años que venía de frente tras dejarme pasar por su lado, sacó un objeto con punta y como si nada me dijo "dame todo".
¿Dame todo? ¿Todo el dinero? ¿El celular que con sacrificio compré? ¿La mochila que mi novia, con aún más sacrificio porque nunca andaba con un peso encima y así y todo me la regaló? ¿Las zapatillas? ¿La ropa? ¿Todo eso que con el esfuerzo uno ha conseguido, que incluso sin lujos, comprando barato, porque de lo contrario no alcanza para otra cosa? ¿O todo también incluye mi vida, alcanzado por ese objeto en tu mano izquierda? ¿Qué es todo, pendejo de mierda? Explicate. ¿Qué es todo hijo de mil puta? Vago, porquería, mierda rastrera. ¿Qué carajo es para tu mente flácida y haragana, todo? Explicate, porque no te entiendo. ¿O todo es mi libertad? ¿Mis ideas? ¿Mi futuro? Me decís dame todo, amenazándome con un cuchillo o un pedazo de metal o lo que carajo sea, porque además sos un putazo de cuarta que te escondés en las sombras y no te dejás ver, y no me explicás que carajo es todo. ¿Es la alegría de mi gente? ¿Es la esperanza de mi pueblo? ¿Es la ineptitud de mis gobernantes? ¿Qué carajo es todo, basura?
Pero no, no te voy a dar nada.
Solo pensé en eso. No te merecés nada. No me diste miedo. Solo deseos de tener un país mejor, de que la bendita buena gente de una vez por todas diga lo que piense sin temor a ser acribillados a epítetos. Que es hora de enfrentarnos a los problemas y no seguir hablando por hablar. Que es hora de sentar las bases de un futuro para los que valen la pena.
Por eso, por todo eso y mucho más, te di un manotazo y te dejé atrás. Porque a vos y a toda tu corte de ladrones, lacras, basuras y malparidos, no pienso darles un carajo.
Porque quiero vivir este mundo sin miedo, afrontar el futuro con mi novia sin temor a nada. Porque me gobierne quién me gobierne, no me quiero sentir robado, estafado, engañado, maniatado.
Porque quiero algo mejor. ¿Dame todo? Laburá, ensuciate las manos por el país, arremangate para sacar esta tierra adelante, pensá para lograr una nación como Dios manda.
Todo implica sacrificio. El que vos, pendejo de mierda, no te dignás a hacer porque te acostumbraron a eso.
¿Y vos, querés seguir defendiendo esta forma de llevar el país? Pues bien, vas a tener que dormir sabiendo que cada asalto, cada muerte, cada siniestro, por acción u omisión, tiene como responsable lo que tanto defendés. Y no hablo de políticos, hablo de medidas. Porque quedate tranquilo que no es cuestión de banderas, sino de intereses. Y estos o los que vengan, van a seguir jugando este juego. Y te van a pedir lo mismo que ellos te piden en la oscuridad. Todo. Y no van a necesitar meterse entre sombras para hacerlo. No. Porque los que gobiernan, tienen la impunidad que nosotros mismos les damos.

1 de febrero de 2014

Pasajes

Los ojos lo delataban. Pedro no había dormido en toda la noche. Y a partir de ese indicio, si uno miraba bien, iba a notar las ojeras, el cabello desaliñado, las manos temblorosas.
- ¿Qué ha pasado Pedro, una mala noche? - preguntó Andrés, mientras servía un vaso de caña en una mesita retirada, del otro lado del mostrador.
Pedro, que se había acodado en la barra, lo miró de reojo. El café humeante iba perdiendo temperatura poo a poco delante de sus narices. Bebió un sorbo, en tanto Andrés volvía tapando la botella.
- Algo así - masculló, dejando el pocillo sobre el plato - Tuve una pesadilla larga, de esas que uno cree despertar pero en realidad, sigue soñando.
- ¿Y te seguía algún mostruo o algo de eso?
- Má que monstruo - rezongó Pedro - Te cuento. Estaba en una estación de colectivos. Pero una grande.
- Una terminal.
- Eso, si. Como la de Rosario. O no, más grande. Como la de Retiro. Bien grande, con muchas boleterías. Demasiada gente para mi gusto. Iban de un lado para otro, iban a los andenes o se ponían en las colas para comprar pasajes. Y yo ahí, también, apurado, buscando un pasaje.
- ¿Pasaje adonde?
- ¡Ni idea! El tema es que estaba desesperado yendo de ventanilla a ventanilla, a veces saltándome la fila, preguntándole a los vendedores si había pasaje.
- ¿Pero a qué parte? ¿O no preguntabas en el sueño eso?
- Pero no, hombre. Si hubiese preguntado sabría y te diría. Pero no, estaba en medio de una pesadilla, acordate, todo sudado, agitado, corriendo prácticamente, como si el tiempo se me acabara. Y cada vez que llegaba a una ventanilla de boletería, preguntaba lo mismo: ¿Quedan pasajes?
- ¿Y entonces nada?
- ¡Nada! No paraba de ir de una boletería a otra. Preguntaba y no había. Y así, continuamente, con el corazón en la boca.
- Qué desesperación, Pedro. ¿Tenés en mente algún viaje? Por ahí el subconciente sospecha que no vas a conseguir pasaje...
- ¿Yo, viajar? No te digo que fue una pesadilla. De pedo que camino de mi casa a la esquina y me meto en tu bar de mala muerte.
- No entiendo.
- ¡Pero claro Andrés! Yo con el corazón en la boca en todo momento, temiendo que me dijeran que si, que había pasaje. Por Dios, si me levanté con un cagazo y la madre. Estoy seguro que no me despertaba y algún vendedor hijo de puta me vendía un pasaje a alguna parte.