Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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25 de noviembre de 2007

Libertad

Libertad, en el canto de las cosas
en el ocaso de los vivos, las miradas
en la gente que no vive, que no sabe
en los que lloran y en los que ríen
Libertad, en el pesar de los días

Libertad en las noches largas, solas
de pobres sin techo y ricos sin almas,
de niños grandes y trabajos chicos
de meses eternos y extras sin pagar
Libertad en las mujeres buenas, duras

Libertad, de acero y sol, en cantos sordos
con marchas y utopías de bolsillo, sin ilustrar
con sueños y desvaríos, que se hacen de andar
con afines y demás, de no callar y avanzar
Libertad, de corazón y piel, en ideales firmes

Libertad, con palabras grandes, risas
sin miedo al dolor, a la represión,
sin miedo al cielo, a la resignación,
sin miedo al terror, a la violación
Libertad, con grandes deudas, llantos

Libertad, de una historia por nacer
hija del ayer, del amor, de vos
hermana de la fe, del no olvidar
madre de la lucha, de la fuerza, de todos
Libertad, de un presente y un futuro

Revolución

Nos equivocamos y culpamos al azar; sin embargo, sabemos, escogimos un mal momento para soñar. Tristeza al hombro, marchamos sin mirar atrás. El silencio de las lágrimas nos acongoja y el pecho se nos estemece bajo un vano intento de sobrevivir. No hay reproches al cielo, no hay insultos al viento. Solo resignación.
Lejos, el grito de libertad cae bajo el calor de las armas. Las últimas esperanzas resuenan entre lamentos. La lluvia oculta las almas derramadas en color bermellón. Todo se diluye. Todo se esfuma. Tacos se repiten en las veredas. La pesadilla se consuma y en ella, el acero es rey.
¿Sobrevivimos? No lo sabemos aún. Tan solo nos inmuscuimos en la oscuridad, temerosos de pensar, incapaces de hablar, avergonzados de saber, que ya no queda más que la ceniza de una idea, de un sentir. El mundo nuestro, sin el canto de las furiosas bestias, se rinde tras las altas colinas.
Bajo las estrellas, de un descampado más, dejo de existir.

2 de septiembre de 2007

Pequeñeces

De día, la noche duerme
bajo condena, de no salir
tras el ocaso del astro rey
que la vigila sin sonreír

Nubes blancas la consuelan
y la invitan a soñar
pero teme no volver
a sus estrellas beber
y que sus andanzas tras la luna
atrás puedan quedar.

Y el sol desata su furia
con huracanes de colores,
mientras el firmamento tiembla
y la noche se esconde
del pánico que siembra.

En el viento una plegaria,
es la fuerza del cosmos,
son los planetas más lejanos,
y las constelaciones consternadas
Todos observan, ojos mundanos.

El sol se ha hecho hombre
y desafía a la pobre noche
Mientras los dioses valientes,
dormitan en el ancho universo,
más ajenos que presentes
en la disputa de estos niños
en el jardín del color ausente.

La noche finalmente obedeció
y nunca más osó salir
cuando el sol reina en lo alto
ella duerme en su propio no existir.

9 de agosto de 2007

La tormenta

El viento comanda la tropa empujando con saña. El joven agacha la cabeza y siente el peso del casco contra su nuca. La lluvia empapa la vista y el barro corrompe la saliva. Escupe pero no alcanza. Se traga el humus, el suelo que pisa, revuelto en agua y sangre, desnudo de pasto y helado por la intemperie. Sus botas ya no hacen pié. Se hunde, tanto o más que su espíritu, su dignidad y ánimo. La rodilla se empantana en el lodo. El jadeo es constante, las fuerzas nulas. El pecho se agita bajo la vestimenta mojada, que pareciera destilar litros y litros de agua sucia. Ya no quiere seguir. Quiere plantar bandera. La suya. No la de los demás. Quiere dar el paso al costado que sabe no lo dejarán dar. Quiere su casa, su gente. Pero le han dicho que para ello, debe luchar. Y ahí está. Agobiado por el esfuerzo, sintiendo el viento que lo empuja en medio del temporal. Ya no distingue lo que lo rodea. Todo es tormenta y a la vez tormento. Sus compañeros son figuras difusas cuyas voces repiquetean alrededor, casi en forma de eco. Algunos corren, otros ya no se moverán jamás. El joven aprieta los dientes y lo decide. Se arroja al suelo, extenuado. Se entrega al sueño y la desesperanza, vaya saber dónde y cuándo. Pero una mano lo levanta desde el cuello. La mano es robusta, es dura, cruel y la voz que lo aturde es ronca pero clara. Lo incitan a seguir, a moverse. Todo es grito. Todo es dolor. Hasta el último músculo de su cuerpo. Y se pone de pié y es cuando lo siente. El aguijonazo en la frente, el último haz de luz en sus ojos, esa chispa ténue pero segura que es la muerte, colmando su ser, saciando su sed, vistiendo sus esperanzas desnudas. Un hilillo de sangre recorre el rostro y barre a su paso el lodo y las lágrimas secas.
Esta vez nadie lo levantará. Es una figura más en un escenario ajeno a sus sueños.

Huérfanos

Decepcionado salí. El aire puro del exterior me devolvió la obnubilada vista. El pesar me abatía, me revolcaba interiormente y oleadas de furia desataban un tormento innecesario en el corazón.
Dentro, no había encontrado lo que buscaba. Por más que preguntara una y otra vez, la realidad se empeñaba en mostrarme lo mismo. Y entonces, desistí.
Las placas fuera de las salas decían distintas cosas, pero en fin, eran lo mismo: especialistas en riñones, en corazón, en oídos y garganta, otros en pulmones, otros en espalda, en piernas, en piel, en la vista, en el cerebro... y así. Cada parte, una especialidad. Y no aguanté más. Huí.
Porque nadie se especializa en lo más importante.
En el ser humano.

24 de julio de 2007

Aprender

Y ella me dijo: "Ninguno de nosotros aprende nada, a eso voy. Aprendés a sentir dolor y miedo; pero no a vivir con lo malo que nos pasa".

Le digo gracias.

21 de julio de 2007

Balas

El dolor quiere salir pero aún resisto y no ceso en la lucha. Me ataca con ideas de aspecto sombrío. Me lanza hacia el pavimento a recibir el choque de pesadas llantas, me empuja al precipio de una azotea desteñida por falsas ilusiones o me invita a beber el último aliento de vida de una copa envenenada. El dolor me quiere llevar consigo. Lejos, muy lejos. Dónde el viento no sople y solo se escuche el cantar del silencio y el desamparo, y el llanto de los condenados y los aún no muertos. Un lugar tan feo como la vida pero menos real. Pero aún resisto. Sin embargo siento la trinchera cada vez más endeble. Y ya no tengo soldados que la reconstruyan. Estoy solo y las balas silban cerca. Y el dolor habla, susurra, invita. Nadie lo llama al silencio. Es dueño y señor. Es quien gana siempre la batalla, por más que luches...

21 de junio de 2007

Sin tí

Acabo de morir, lo sé.
Lo acabo de ver en tus ojos.

Cierro los míos y evoco tu imagen: Giraste y te fuiste.
Y yo quedé aquí.

Y el dolor se instaló en los dos. Porque eso se comparte.
Me siento muerto, no sé como te sentirás vos.

Caigo de rodillas y me largo a llorar.
Solo ruego que vuelvas, pues sólo tus manos podrán asir mis hombros y levantarme.

En tanto, seré nada.

10 de abril de 2007

Divagaciones a la luz de la oscuridad

La soledad no como la muerte o una aproximación a la misma. La soledad como desamparo y desolación, abrigo de la tristeza y el desconsuelo.
La muerte, el vacío de la misma, es la resignación. El saber que se puede y no intentarlo, resignarse a no querer ser lo que se puede ser, a no hacer lo que se puede hacer, a aceptar las cosas sin siquiera intentar pensarlas, y ni hablar, de cambiarlas.
La verdadera muerte, sin embargo, más allá de metáforas o aproximaciones, es el olvido. Porque aún fuera de este mundo físico, en lo espiritual, en los recuerdos, aquel que partió, aún vive. El olvido o la falta de quien lo recuerde, la no perduración, es el vacío, el tránsito final hacia el infinito sol oscuro que no resplandece.
Un agujero negro de real soledad, resignación y olvido.

8 de abril de 2007

Un ayer

La lluvia se llevó lo último de mí. Ni lágrimas quedaron. El ser que era un difuso rayo de confusión penetró en el olvido. Y ya nadie lo recordó.

21 de febrero de 2007

Suspectum

Sospecho de la perfección como lo hago con la inocencia. Sospecho de un día sin complicaciones, deudas, sinsabores y frustaciones. Se que el sol brilla, pero tan solo hasta que llega la noche o bien, las nubes lo cubren. Pero es nuestro punto de vista el que lo hace mortal. A lo lejos, él reina sin saber del tiempo y los obstáculos. Pero acá, bajo este cielo impune, tan inocente como culpable, claro y gris al mismo tiempo, impávido e ingrávido de tormentosos deseos, me inmiscuyo en meditaciones despiertas, de fracasos cercanos como la piel misma. Y sentencio que, sin importar lo que me digan, la perfección es un invento, una ilusión de algunos, para que nos sintamos menos. Y ya no la anhelo, no la quiero. Sospecho de ella. Sospecho que exista. Sospecho que tan solo sea algo tan difícil de alcanzar, que una vez logrado el objetivo, sabiéndola nuestra, se esfume, se haga humo y nos quede, ante nuestra atónita mirada, un sinfín de sentimientos encontrados, perdidos, huérfanos, inocentes. Y entonces, de rodillas al mundo, jugada la última carta, tan solo nos reste aguardar la caída del filo. El dolor.

19 de enero de 2007

El barrilete

Ayer, cuando Jony era niño, jugaba con sus barriletes todo el día. Había aprendido de su padre, instructor paciente de su inocente pasatiempo. Su mundo era mágico, la caña se fundía con el papel y los colores parecían cobrar vida. Cada barrilete era especial, tenía su historia, sus buenos momentos. Pero había uno en particular, de un azul muy pálido y flecos oscuros. Una tarde, el viento bárbaro batalló como ninguna otra, y el duelo en el aire, que a nuestros ojos es tan solo una danza agradable recortada en el cielo, fue del milenario dios. El hilo se cortó y Jony fue testigo de la triste partida. El barrilete subió y subió hasta que al final, se perdió en la nada. Y él lloró, como llora todo niño cuando pierde lo que quiere.
Hoy, Jony comparte un lugar junto a otros tantos ancianos que añoran desde la ventana algún vestigio de sus vidas. Y ven, miserablemente, que casi no los hay. Como un cigarrillo que queda descuidado en un cenicero, la vida se consume. Avanza de la misma manera que vemos la degradación del cigarrillo en colilla. A Jony le parecía que en su caso, sucedió casi volando. Extrañaba a su gente, a sus seres queridos. De vez en cuando lo visitaban, pero no era lo mismo estando confinado a las mismas paredes, como si fuera un preso. Su único delito había sido sobrevivir a los años.
Pero esa tarde, parecida quizás a otras mil tardes más, fue, sin embargo, diferente. Jony había salido a dar un paseo corto por el patio y ahora estaba quieto, inmóvil, a mitad de camino. El término petrificado es el correcto. A sus pies, sufriendo por quebraduras en su cuerpo, desgarrado por el tiempo en sus partes más frágiles, estaba su barrilete, aquel que una tarde el poderoso y brutal viento se había llevado jovialmente. Allí estaba su compañero de la infancia, ese que había creado con esmero y amor. Quedaba muy poco de la belleza de antaño, pero ese mínimo reflejo era suficiente para que en Jony siguiera siendo su barrilete especial.
Había vuelto solo para despedirse, para decirle que ya no iba a emprender ningún otro viaje. Su estado lo dejaba en claro. Con mucho esfuerzo, pues la cadera no era la de hace un par, o mejor dicho, tres décadas atrás, y ya las rodillas no lo sostenían, Jony se agachó y tomó en sus manos a su amigo fiel. Había vuelto para despedirse, para decirle adiós. Por la mejilla de Jony corrió una lágrima y comprendió, que pronto llegaría también su hora de dejar de sobrevivir, que el tiempo es tirano y la vejez verduga. Al menos, ahora, no estaría solo. Alguien había regresado, como por arte de magia, a su vida. Y la partida, cuando llegara la hora, sería menos dolorosa. Y Jony sabía, que para ello, no faltaba mucho.
Miró el cielo y se dio cuenta que faltaba algo, justo lo que tenía en sus manos. Sonrió, por los viejos momentos, y juntos entraron a la casa, pues ya se estaba poniendo frío.

12 de enero de 2007

Soledades

Abro los ojos.
Oscuridad.
La nada abarcando todo, mientras escucho el silencio, su gemir callado.
Un destello nace de su no existir. Tiembla, parpadea. Y al final, cobra vida.
Ahora la luz cruza perpendicular mi cielo.
Interrogo la puerta. Me responde el vacío.
Sudo. La piel se eriza, quiere escapar. La retengo. Hago el mejor esfuerzo.
¿A quién espero encontrar?
Cierro los ojos. Imagino que pronto la luz morirá, como mueren todas las cosas. No me detengo a pensar en su efímera existencia, pues todas las existencias lo son. La oscuridad volverá a tender su manto, pero para entonces ya no podrá encontrarme. Estoy detrás de esos párpados alados, escondiéndome en mis sueños, volando hacia mis pesadillas.
Me sumerjo cada vez más profundo, escalón a escalón. Los fantasmas no pueden alcanzarme.
Del otro lado, en la oscuridad, el silencio, vive el recuerdo, el dolor. Y me busca. Me condena.
Piensa en mi, rescátame, hoy no soy más que un prófugo eterno de la locura.

11 de enero de 2007

Refugio

Son esos días opacos que ausentan alegrías. Días en que aquellas cicatrices sin cerrar, a veces en heridas que no recordamos, supuran de dolor. Perdemos la brújula y el sinsentido se apodera de la razón. O acaso solo recupera el timón. De una u otra forma, el mar nos lleva.
Vamos a la deriva, en sutil naufragio. Nos sumergimos de a poco en aguas de alcohol. Los canales internos se riegan de olvido y en la sangre no queda más que resignación.
Entonces, en la primera oportunidad que uno se hace (la batalla es dura, ardúa y nefasta), busca su refugio. Casi siempre son las letras. Nuestras mejores amigas. Y una vez en él, se lee claramente, ya sin lentes borrosas, un recordatorio fiel, necesario: "Son esos días opacos que ausentan alegrías. Días en que aquellas cicatrices sin cerrar..."