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29 de junio de 2011

La rueda

Kalana y Arturo10 se conocieron en un chat. Felices fueron sus meses de contacto diario, de horas trasnochadas sabiendo un poco más del otro. La alegría de encender la computadora y encontrar aquella alma gemela conectada.
El tiki tiki de las teclas resonando en las habitaciones vacías, con un entusiasmo que crecía en cada nueva charla virtual. La compañía mutua, el consuelo en las tristezas, el milagro de haberse topado un día. El destino, la casualidad, decían.
Pasó un año y decidieron conocerse, romper esa barrera idiomática de ceros y unos, hacer realidad la virtualidad, poder acariciar más que las teclas o el monitor, de verse en pantalla pixelada, de oírse en la lejanía de un par de auriculares.
Kalana se convirtió en María Ana y Arturo se quitó el diez. Los kilómetros que los separaban dejaron de existir, cayendo como una barrera invisible que de pronto los dejaba cara a cara. Y fueron felices, juntos. Hasta que un día se dieron cuenta que ya no tenían de que hablar, que todo lo que sabían uno del otro, se lo habían dicho en esos interminables diálogos por chat.
Los gestos comenzaron a molestar, las actitudes fueron cambiando. El colorido de la vida fue tomando un sepia alarmante. Las caricias se esfumaron, como el calor del café que muere esperando en un bar. El otoño fue más duro, el invierno un crudo verdugo. Y un buen día, todo terminó. El dolor hizo las valijas, sin un adiós.
Otra vez las habitaciones solitarias, luces ténues y heridas en el corazón. El pasado asaltando el vacío, ocupando el espacio de aquella constelación llamada amor. Y casi sin pensarlo, volvieron a las viejas salas de chat, tanteando con cuidado, evitando ser tentados por el abismo otra vez.

Male_C y Lalo se conocieron en un chat. Felices fueron sus meses de contacto diario, de horas trasnochadas sabiendo un poco más del otro. La alegría de encender la computadora y encontrar aquella alma gemela conectada. 
El tiki tiki de las teclas resonando en las habitaciones vacías, con un entusiasmo que crecía en cada nueva charla virtual. La compañía mutua, el consuelo en las tristezas, el milagro de haberse topado un día. El destino, la casualidad, decían, sin saber que en una vida virtual anterior habían sido Kalana y Arturo10.

El destino, la casualidad. La eterna rueda que gira sin que podamos hacer nada al respecto.

26 de junio de 2011

Relato en clave

En otros tiempos, confieso, hubo mejores escritores que, sin pedir permiso, he copiado. Uno fue asesinado, uno particular, casi sin igual. No tuvo piedad en sus textos. Alguna vez le dije al pasar, como mi mentor, que compartía pocas de sus acciones, menos ésta que inducía la idea de borrar rastros al cometer crímenes, siendo escritor y valiéndose de que en sus escritos, escondido como un rompecabezas detrás de una historia de ficción, narraba con su maestría sobre el escritorio lo que durmiendo jamás uno imaginaría. No omitió los hechos, ingeniosamente sus actos fueron disfrazados. Pecados enterrados, reputación intacta y sonrisa amplia. Uno que temerosamente tomaba conocimiento (a veces) odiaba en cambio, el proceder inmoral. Nunca lo entregamos, el fue nuestro maestro y a toda costa callábamos la boca evitando la cárcel. Con el tiempo lo dejé de ver. Maté el pasado viajando por mucho tiempo. La envidia persistió por siempre y al volver, ignorando porque, me acerqué. No era el de antes, la vida lo estropeó. Persona horrenda, reía recordando. Propicia era la oportunidad para vengarme, pero rehusé probar su método y su mirada débil derribó teoría alguna. Ya murió y mal me pese, debo confesar mi admiración, decir estas palabras confirman que marcó mi vida, es un reconocimiento tardío, un tiempo después del éxito. Ese método eliminó al sospechoso. Tres palabras, menos la primera y que siguiendo la regla alguien anotando cada tres, logre armar otra historia, leer esa narración oculta, esta inmortalización de la idea de matar impunemente.




¿Quién es capaz de interpretar como corresponde este relato? En pocas palabras, de contarme la verdad de los hechos. Todo está escrito, a la vista de todos. ¿Son capaces?

23 de junio de 2011

La demostración

El hombre anunció la finalidad de la enorme máquina, de la que salían tubos de metal en diversas direcciones.
Los boquiabiertos entusiastas dejaron escapar suspiros de admiración.
Pidió dos voluntarios para probarla.
El primero de ellos se internó en el cubículo central. El científico accionó una palanca y tras unos segundos, una luz amarilla irradió con fuerza desde el centro de la máquina cegando a todos temporalmente. Al recobrar la vista, el voluntario ya no estaba.
Los gestos de asombro eran totales. El científico en cambio, sacó de su bolsillo un reloj de mano y con cinco dedos levantados indicó que comenzaba la cuenta regresiva. Al caer el último dedo, la puerta de la sala se abrió y entró el voluntario, con una sonrisa de oreja a oreja.
Guardando su reloj, el hombre anunció:
- Solo ha viajado unos segundos en el tiempo y dado que el mundo se desplaza a pesar que no nos damos cuenta, apareció en el pasado, un piso abajo.
La multitud en la sala aplaudió a rabiar.
Llamó al segundo voluntario, que al ver sano y salvo al otro, estaba muy tranquilo. Se introdujo en el asiento de metal y aguardó la escena que había visto con antelación.
Todos volvieron a ser cegados un instante.
Cuando la luz se disipó, el segundo voluntario tampoco estaba. Nuevos aplausos retumbaron en el auditorio. Sin embargo, esta vez el rostro del científico no mantenía el semblante de triunfo. Vislumbraba, en cambio, frustración.
Meneó la cabeza, contrariado y se dirigió al público.
- Me temo que he calculado mal en esta ocasión, lo he mandado cinco horas al futuro en lugar de cinco segundos.
Una mujer se acercó, angustiada.
- Era mi novio ¿dónde está ahora?
- Lo siento señorita, pero lo hemos perdido. Cinco horas en el futuro equivalen a una ubicación física a la que aún no hemos llegado, es decir que ha caído en el vacío y perdido en el espacio.
La mujer se largó a llorar, en tanto el público estalló en otra andanada de aplausos ante tan brillante conclusión.

20 de junio de 2011

Rompecabezas del próximo suicida

Cuando ocurrió la tragedia del contador del quinto piso, estaba de licencia. El hombre, ahogado en deudas, había decidido arrojarse del balcón de su oficina. El cuerpo se estrelló contra el techo de un taxi. No pudo hacerse nada para salvarlo.
Pero el día que se arrojó el abogado principal del área de legales de la compañía, estaba en su puesto de trabajo. De todos modos, se enteró por el movimiento de algunos compañeros de otros sectores, presurosos en acercarse a las ventanas, con el fin de poder ver algo.
Aquello no era historia nueva. Cuando tomó el trabajo, un año antes, le habían comentado que era común la presión laboral. Y que a veces, esa ansiedad la trasladaban una vez fuera de la oficina, a diversos vicios. Por ese motivo obligaban a todos los empleados a una cita con el psicólogo, cada quince días.
De todos modos no creía que fuera suficiente contención. Tampoco comprendía que era aquello que los impulsaba a tremenda determinación. Quizá, se decía, al no encontrarse en situaciones límites, ni en el trabajo ni en la rutinaria y tranquila vida fuera del trabajo, estaba exento de imaginar esa realidad.
A veces, solía quedarse hasta tarde, terminando algunas planillas, pero porque aquello le facilitaba el día siguiente otras tareas. Para cuando se marchaba, en esas ocasiones, la iluminación en las oficinas era mínima, con tan solo las luces de los pasillos encendidas. Caminar allí, en esa soledad dueña de un silencio inmaculado, sabiendo que en horas más tempranas era un caos, parecía algo abstracto y hasta, podía decirse, lo disfrutaba. Cómo cuando caminaba por una peatonal en horas tardías, y aquella masa en movimiento diurna parecía un espejismo, algo ajeno al paisaje, pero a la vez, tan arraigado, que asustaba pensar en que era real durante gran parte del día.
Algo que también disfrutaba del fuera de horario, era la oportunidad de apreciar detalles. Los objetos en los escritorios de los compañeros, las fotografías que pegaban en los monitores de sus computadoras, la disposición incluso de sus pertenencias en el area que los cobijaba durante la jornada laboral.

Desde que se había lanzado al vacío el joven abogado, había comenzado a prestar atención a las personas que compartían el lugar, como buscando señales de un posible nuevo suicida. Parecía sin dudas un juego macabro, pero de a poco iba tejiendo una red pistas dignas de destacar. Horarios, movimientos, semblantes, diálogos. Aquello era interesante, hasta casi adictivo.
Incluso, a veces, en esas horas de más que hacía, dedicaba algunos minutos a ir armando lo que llamaba, el rompecabezas del próximo suicida. Era una libreta de apuntes comprada especialmente para ello. Los garabatos en tinta cobraban forma cuando relacionaba charlas, palabras sueltas que escuchaba y entonces sacaba flechas de un lado a otro, dándole dimensión a sus teorías.
Durante la última semana, había notado en Margot, la joven voluptuosa de melena color del trigo, una serie de indecisiones fuera de lo común para ella. Sus anotaciones abarcaban a todos los del piso, pero las señales que apuntaba a la chica eran llamativas. Estaba seguro que ella intentaría suicidarse. La pista final había ocurrido esa misma tarde, cuando tras quedarse con el tubo telefónico en la mano y repetir el nombre de un hombre varias veces, lo colgó con violencia y disimuladamente, se largó a llorar.
El había encontrado la manera de estar atento a todo, sin que se dieran cuenta. Pocos detalles se le escapaban. Su función en el área le permitía esos privilegios, podía ir de un lado a otro recabando información sin que nadie sospechara. Margot, tras ese breve llanto a escondidas detrás del monitor, había ido al baño para ya no volver.
Supo que estaba haciendo tiempo, aguardando que el horario de salida - muy próximo - dejara vacío el piso y de esa forma, obrar con privacidad. Precavido, el ocupó entonces otro escritorio, lejos de la vista que podría tener Margot al salir del baño y sentarse en su puesto para tomar de una vez por todas su decisión final, algo que estaba seguro, ella haría.
Ocurrió tal como lo predijo. Su meditación fue casi de una hora, tras la que, llorando, se asomó al balcón. El se acercó, en silencio. Temía perturbarla. Se asomó al exterior en el momento que ella se encaramaba en el soporte horizontal de la baranda.
No tuvo tiempo de pronunciar su nombre, ni siquiera la primera letra. Margot, cuyo rostro apuntaba al cielo, tomó una rápida determinación y descendió de la baranda, con las manos cubriendo sus ojos, regresando al suelo seguro y aferrándose a la vida.
- ¡No! - gritó el, haciendo que la chica se percatara de su presencia - ¡No, mis cálculos eran correctos, debías dejarte caer!
Ella iba a decir algo, pero no le dio oportunidad. Corrió hacia ella y con fuerza la embistió, empujándola hacia atrás. La espalda de la joven dio contra la baranza y por el envión, se arqueó hacia atrás, para luego caer al vacío. Tan sorprendida estaba, que ni siquiera gritó.
El volvió al recinto de oficinas y buscó su abrigo. La ténue luz dejó ver su figura marchándose por el pasillo. Sonrió al pasar por delante del perchero y notar - porque pocos detalles se le escapaban - que la bufanda de la joven Margot había quedado allí colgada.
- Un bonito detalle, del que mañana hablarán todos - se dijo en su mente.
Y sin más, regresó a su casa.

18 de junio de 2011

Siete años en la oscuridad

El título es mentiroso. En realidad, son siete años de este blog, que en la temática de sus relatos, se la da de oscuro. Si, así es. Hoy es el día. Se cumplen 7 años de la creación del blog.
Cuando comenzó, apenas si tenía un par de cosas a la derecha y sinceramente, no sabía cuánto tiempo iba a durar el chiche nuevo. No lo armé pensando en lo literario, debo confesar, sino para probar como se configuraba un blog y Blogger era entonces, junto a Wordpress y Movable Type, uno de los más populares. Incluso, aún no lo había comprado Google.
Tímidamente publiqué algunos textos cortos hasta que el tiempo me fue acortando los momentos, la vida me llevó a otros horizontes (geográficos, de responsabilidades, etc) y la computadora dejó de ser una herramienta de escritura.
Hay un lapso extenso en este blog donde los relatos se cuentan con los dedos de las manos. Fue, sin embargo, una etapa muy feliz de mi vida. Quizá era la razón por la que no necesitaba de la literatura.
De a poco retomé el ritmo, al volver a mi ciudad. Necesitaba dejar de pensar en ciertas cosas y volver a hacer lo que me gustaba, que era escribir. Fue vital. La persona que me impulsó a no apartarme de la literatura, incluso, hasta me instó a estudiarla seriamente, cosa que hice durante un par de años, ya no está conmigo. Pero la gratitud será eterna por no permitirme abandonar esto.
El resto, agradecimientos, para todos los que con sus comentarios hacen que uno se sienta acompañado, leído, motivado. Dieguito y Melina, mis primeros lectores. Amigos del alma. Se les sumó el Oso, como caído del cielo, porque ese encuentro me acercó de nuevo a una persona valiosísima.
Y luego, mucha pero mucha gente. Algunos siguen todavía firmes y ellos saben que los quiero muchísimo. Que además de los comentarios hay mails, hay diálogo, hay confianza. Conocí a gente muy linda, fantástica. A muchos, he tenido la dicha de verlos personalmente.
Es lindo sentirse bien en un lugar y yo, aquí, rodeado de ustedes, me siento pleno. Abro el blog y no necesito más. Lo tengo todo. Razón suficiente para querer entregar siempre el mejor cuento, la mejor historia, si bien esos son objetivos que nunca se alcanzan.
Siete años en la oscuridad de mis cuentos pero en la luz que cada uno de ustedes irradia, haciéndome la vida más fácil, amena y confortable. Los siento mis amigos más que mis lectores. Porque si un lector no comenta, vaya y pase; pero si un amigo no comenta, pucha que lo extraño.
Cuando cierro los ojos, dejo avanzar un nuevo mundo. Pero luego los abro y me quedo atento. Porque se que llegarán ustedes.
¡Gracias!

17 de junio de 2011

Agonía

Activamos el octavo.
El frío sigue calando nuestros huesos. Fue Eugenio el que propuso arriesgarse en la tormenta de nieve para buscar con qué iniciar un fuego. Se ofreció y junto a Miranda salieron en medio de la noche. De eso parece que pasaron mil años.
El quinto comenzó a emitir.
Los diálogos son escasos. Nadie quiere arriesgar fuerzas. Algunos se sienten en un estado de letargo, al borde de la inconsciencia. En los cofres que no se destruyeron apenas si queda comida para menos de una semana. Y eso, porque ya no contamos a los que se salieron y no volvieron.
Asentimos sin palabras y preparamos el anteúltimo.
El rumor del viento es implacable. Aquella tormenta parece interminable. Jairo ya no se mueve y Estela ha dejado de gemir unas cinco horas atrás. En nuestras miradas se resigna la muerte como una cruz difícil de evadir.
Nos damos cuenta que tan sólo respiramos dos cuando hay que conectar el último tubo de oxígeno. La cápsula no resistirá mucho más. Ya no quedan reservas, ni de comida ni de oxígeno. Pero tampoco es para preocuparse. Apenas si somos dos.
Llamo a Alan, con lo último de mi voz, pero no me responde. También se ha ido. El aire se torna irrespirable y todo me da vueltas delante de los ojos, sin embargo, alcanzo a divisar a través de la fina textura de la cápsula a seres de largas extremidades observando con curiosidad.
Mis ojos se van cerrando sin encontrar oposición. Quizá el dispositivo que graba mi memoria alguna vez pueda revelar esta dura agonía. Por lo pronto, que esos seres hagan lo que quieran. Me estoy muriendo en un planeta extraño y ya nada más me importa.

14 de junio de 2011

El argumento

Dos días antes, tan solo dos días antes, había ido con su editor para informarle que tenía una nueva idea para su próxima novela. Era fantástica, sublime. El mejor de sus argumentos. Pero no quiso adelantarle nada.
El hombre había quedado con las ganas de saber un poco más, pero cedió ante la insistencia del escritor. Sus primeros libros habían tenido un éxito medio, pero este, sería el que lo lanzaría definitivamente a la lista de grandes del género policial.
Dividía sus horas con la otra pasión: enseñar. Literatura, por supuesto. Los libros, la letra escrita, eran su vida, sus pasiones. Por eso también, en el campo de la educación, era un respetado profesor universitario.
Fue en el salón de clases principal, mientras aguardaba la entrega de los últimos trabajos prácticos que supo que debería tomar un camino poco agradable. Sus manos, manchadas habitualmente de tinta, se tornarían pronto en rojas, impregnadas con la sangre fresca de la muerte. Era inevitable, como el destino mismo.
Se trataba de uno de los primeros trabajos que le habían entregado. El título le llamó la atención. Pensó en lo indescifrable de las casualidades, los laberínticos hechos fortuitos que se agolpan en la mente de una persona ante diferentes instancias, en las probabilidades casi nulas de que aquel título, en la parte alta de la primer hoja, fuese el mismo que el que guardaba con recelo y entusiasmo en su cabeza, para darle nombre a su próximo escrito.
Sus ojos se desviaron ávidos al texto. La lectura sigilosa, fue marcando el ritmo de su corazón. Sus pupilas se agrietaron tras un tumulto de neblina, producto de la sorpresa y la comprensión. Aquello que tenía en sus manos, obra de un alumno, era obra del diablo mismo, porque de otra manera, no tenía explicación. Su idea, su genial argumento, estaba plasmado allí, delante de sus ojos, apuñalándolo con un amargo sabor a veneno.
Dos páginas le bastaron. Procuró mantener el semblante, no obstante, su cuerpo se retorcía interiormente, debatiéndose entre la bronca y la locura, mientras un sentimiento violento nacía con ansias impulsado por su corazón, desgarrado vilmente por aquel descubrimiento.
El joven debía morir. No podía ser de otra manera. Estaba escrito. El destino había puesto la misma idea en dos cabezas diferentes, cometiendo un error atroz, histórico. Jamás podría, de lo contrario, escribir aquella obra, sin que esa persona no lo denunciara por plagio. Tendría este, además, todo a su favor, dado que el, ni siquiera había comenzado a redactar un borrador. Nada. Ni anotaciones, ni apuntes. Todo estaba en su mente, bajo siete llaves. O creía que allí se encontraba con exclusividad.
Aguardó a que todos se retiraran. Cerró la puerta y la trabó con llave. Las cortinas cubrieron las ventanas, sumiendo al interior del salón en una oscuridad lúgubre y densa. Tomó el escrito y lo rompió en pedazos. No conforme, juntó cada parte del rompecabezas y lo arrojó al cesto de basura. Luego dejó caer en el un fósforo encendido.
El humo envolvió el recinto y pronto un celador golpeó a la puerta, alarmado por el humo que se escapaba, cual fantasma, por debajo de la puerta. Pero el profesor llevó tranquilidad, asumiendo un descuido. Sonrió, como solo sonríen quienes saben que deben matar. La existencia y la subsistencia a veces tienen un mismo semblante.
Ubicó su objetivo en las escalinatas del edificio. Lejanos nubarrones presagiaban una tormenta. El mismo sentimiento cobijaba su alma, pero a escondidas del mundo. Lo abordó con solemnidad, haciéndole saber que había leído parte de su trabajo y que le había gustado, algo que por supuesto, era cierto. Era su argumento, no había modo que no le gustara, no le estaba mintiendo. Si, en cambio, le mintió al invitarlo a tomar un café y hablar al respecto de esa idea.
Quizá el joven sospechó cuando lo tomó del brazo en la entrada de un callejón, o quizá, ni siquiera ese gesto fue suficiente para procesar, en los siguientes cinco segundos de vida, lo que estaba ocurriendo. El cuchillo de mango de plata que atesoraba en el cajón de su oficina y con el que solía abrir los sobres de la encomienda que le llegaba, penetró la carne, haciendo a un lado el alma.
Sintió un alivio difícil de describir. De pronto, la idea era solo suya, como debía ser. Qué haría ahora, con el cuerpo aún tibio, el cuchillo ensangrentado, las decenas de testigos que afirmarían que se retiró caminando de la universidad junto a la víctima.
Lo sabía bien, demasiado bien. Pues ese era el argumento de tan maravillosa idea. ¡Qué increíble que todo sucediera tal cual! El joven nunca lo vio venir, pero el si. Desde el momento que vio el título y sopesó cada palabra de esas dos hojas iniciales. El argumento había cobrado vida y solo el, su creador, podía confabularse con el destino para escapar de los investigadores, las pistas y el irremediable confinamiento carcelario que le correspondería por ley.
Al fin de cuentas, era una historia maravillosa, como nunca antes había escrito y quizá, por seguridad, nunca terminaría escribiendo. Tal cual ocurría, en su argumento. Aquel guardado bajo siete llaves, en su cabeza.

11 de junio de 2011

Enemistad de matones

Calle abajo vivía el que todos conocían como el “duque”. Un matón que sin rodeos podía desatar una pelea y finalizar antes que cualquiera lograra levantar un puño para defenderse.
Cierta noche, embriagado por la soledad y la triste compañía de varios tragos, osó meterse en el bar de los Rizzioti, un sitio al que no concurría muy a menudo, debido justamente a la enemistad con sus dueños.
Dicen los que estuvieron allí esa noche (que con el paso de los años se han multiplicado de tal forma que es difícl imaginar tanta gente en un lugar tan pequeño) que todo ocurrió tan rápido que no tuvieron ni tiempo a pedirse una ginebra para disfrutar el duelo con algo para mojarse la boca.
No se sabe si fue culpa del alcohol o alguna situación del pasado mal manejada, pero el “duque” se les plantó a los hermanos Rizzioti y sin mediar palabra, los besó en la boca, primero a Luigi y luego a Carlo.
La respuesta no se hizo esperar y la sangre italiana prevaleció con fuerza. Los tres abordaron la Ferrari de los Rizzioti y ya nadie volvió a saber de ellos.
Dicen las malas lenguas que cruzaron la frontera y comparten un matrimonio bígamo y homosexual, aunque no hay precisiones exactas.
Los que aquí quedamos recordamos las huellas del pasado y miramos de reojo a quiénes se nos acercan de forma apresurada y con fines desconocidos.

8 de junio de 2011

Breve radiografía de dos amigos

Se veían cada tarde en el mismo bar, desde hacía más de treinta años. Se habían conocido allí mismo, coincidiendo en los horarios.
Con el tiempo se jubilaron, pero siguieron frecuentando el lugar y las charlas, café de por medio. Leían los diarios, discutían sobre política, fútbol y a veces, sobre música.
No compartían los gustos, pero ese era un detalle que convertía sus conversaciones en un placer y casi, necesidad. ¿Cuál era la gracia de charlar con personas que tenían sus mismos gustos?
Al menos, ellos, no le veían sentido. En cambio, era incomparable el hecho de poder criticar una visión política, un cambio económico, las variantes que hizo el técnico de la selección en el último partido...
Solo coincidían en el horario, el lugar y la amistad. Y eso era más que suficiente. Lo demás era la excusa para un diálogo eterno, que jamás tenía un punto final. Era la confrontación constante de ideas lo que les permitía sentirse tan bien entre si.
Se preguntaban a veces como podía ser que se llevaran tan bien siendo tan diferentes en la forma de pensar. Y se reían del hecho de plantearlo, porque no veían por qué deberían llevarse mal justamente por eso.
Se despedían con un abrazo en la puerta del bar, para tomar caminos diferentes. Se verían al otro día y disfrutarían cada instante.
Sus figuras se confunden en la multitud, sin perder aquello que los hace diferentes. El mundo ignora la historia de estos amigos, como tantas otras. Y su existencia, la del mundo, se vuelve cada día más miserable, más egoísta e intolerable.

5 de junio de 2011

Yony

Desde su ventana veía todo. Diez años eran más que suficientes para comprender lo que sucedía. Trabajaban de madrugada, cavando pozos. Más tarde llegaban los vehículos, con las luces apagadas. Hombres silenciosos trasladaban desde los mismos enormes bolsas negras y las dejaban caer en esos enormes agujeros ganados a la tierra.
Cuando al mediodía pasaba por delante de la casa vecina, la que en horas nocturnas espiaba con obsesión, sentía que su cuerpo se estremecía. Aún más si sentado en la escalinata que llevaba a la puerta estaba el hombre pelado con el parche en el ojo. Era grandote, con los brazos tatuados. Pero el detalle en el rostro superaba cualquier otra característica intimidante.
Jonatan apuraba el paso y deseando convertirse en un fantasma, se deslizaba rápido por la vereda. El hombre del parche lo seguía siempre con la mirada. ¿Se imaginaba acaso que los espiaba cada noche? ¿O era tan grande su miedo que hasta el caminar lo delataba?
Cada vez que su madre apagaba la luz de la habitación se repetía mentalmente que esa noche no lo haría, no se levantaría de la cama, permanecería con los ojos abiertos mirando el techo, combatiendo la tentación. Pero minutos después la luna lo sorprendía asomado con cuidado detrás del vidrio, con sus ojitos curiosos como dos faroles apuntando hacia el patio de al lado.
Esa noche estaba a punto de repetir el ritual. Quería contenerse, porque a la tarde se había asustado. Fue cuando volvía del colegio. El hombre tatuado estaba allí, sentado delante de la puerta de la casa. Esta vez no se limitó a ponerle los ojos encima.
- Nene - lo llamó.
Jonatan no supo que hacer. Se detuvo, reteniendo con fuerza el poco de orina que a punto estuvo de escapársele. Ni siquiera pudo contestar, se quedó mudo.
- Decime nene ¿a qué le tenés miedo? ¿eh? ¿yo te asusto?
El niño meneó la cabeza, negando.
- ¿Cómo te llamas? - preguntó el grandulón.
Estaba temblando, pero así y todo, miró hacia su casa, rogando que en ese momento saliera su madre o su padre, cualquiera, con tal de salir corriendo lejos de allí.
- Jonatan - respondió al fin.
- Bien, Yony - lo pronunció así, afirmándose en la primera sílaba como si fuese el mango de una pala - Se que quizá algunas cosas te asustan, sobre todo en la noche. Pero son cosas y ya, a nadie les tiene que importar. Mira - dijo buscando algo a sus espaldas - para que dejes de tenerme miedo, aquí te doy este regalo.
Y estirando la mano, le acercó al niño un esqueleto a escala. Vaciló, pero lo tomó, comprendiendo que aquello estaba tallado en huesos de verdad. Diez años eran suficientes para darse cuenta de eso.
El hombre corrió entonces el parche que llevaba en la cara a un lado, dejando a la vista un hueco dónde tendría que haber estado el ojo. La oscuridad se perdía en la profundidad y también, en las comisuras de los labios, que se ensanchaban en una sonrisa.
- Esto - le dijo - es un presente. El próximo será en tamaño natural. ¿Cuál prefieres para tu habitación, el de mamá Ana o el de papá Esteban?.
En la penumbra de su habitación comprendía que ya no podía seguir espiando, el esqueleto que descansaba en su mesa de luz era un recordatorio de ello. Pero la tentación era enorme. Lo que sucedía en el patio vecino, a pesar de todo, sacudía algo en su interior. Si, vaya que se había asustado a la tarde. No solo por agujero sin fin en el rostro del vecino, también por su respuesta, que aún resonaba en su mente.
- El de papá quedaría bien.




Este cuento también pertenece a la propuesta de don Belce . Veremos con qué dibuje responde o que excusa pone.

2 de junio de 2011

Un instante en el mañana

Campos interminables sembrados de soja, trigo o girasol. Un reino verde, amplio, infinito. Atravesados por rutas grises, desiertas. Agrietadas por los años y olvidadas por las viejas máquinas que las transitaban.
Los sembradios nacen salvajes, mientras el viento los abanica en soledad en tanto el sol los hace crecer con la paciencia de la naturaleza.
Las aves sobrevuelan en silencio, alas desplegadas y mirada al horizonte. Son dueñas del cielo. Como los animales que pueblan el suelo firme, los ríos y mares, desconocen de los peligros que en el pasado acechaban a sus ancestros.
El tiempo ha dejado de existir como tal, pues ningún ser viviente se preocupa en contabilizarlo. Viejas estructuras delatan un ayer extinto, pero pasan desapercibidas. En algunos casos, los caudales de agua se han encargado de esconder las antiguas huellas.
Un puma se detiene en la orilla de un arroyo. Levanta la cabeza y ve pasar una bandada de patos. No sabe como se llaman ni que se trata de algo denominado bandada. En si, el lenguaje de tiempos anteriores, ya no puede ser interpretado.
Los seres conviven y sobreviven, según sus reglas. La vegetación se expande, en total libertad. El cielo se ensancha con la pureza de su aire, abriéndose en las noches para cautivar con aquellos puntos que destellan en la magnificencia de su dimensión.
En una montaña alejada, sobre una cordillera, se esconden del frío un grupo de hombres. Son los últimos sobrevivientes de una raza a punto de morir. Aún conocen el secreto del fuego, aunque han perdido muchos otros, como el del lenguaje y la inteligencia. Emiten sonidos guturales, como miles de años antes habían hecho sus antecesores. Pero tampoco lo saben. Y mucho menos, les importa.
Están aislados, alimentándose de las raíces de las últimas plantas que nacen en la región. No pueden bajar, ya no lo intentan. Los que están allí no saben la razón y no indagan. Hace tiempo que es así.
Y si quisieran hacerlo, los feroces mamíferos que custodian la montaña prohibida, terminarían con ellos. También estos animales desconocen el misterio que habita las alturas, solo saben por instinto que no deben permitir que ningún ser viviente descienda.
Y seguirá siendo así, hasta que todo termine.