Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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30 de julio de 2016

Barranca abajo

Hay un río barranca abajo. Es bello y desde lejos parece sereno. Sin embargo, es traicionero.
Lo conozco bien de pequeño. De cuando íbamos con mi padre a pescar antes del amanecer para poder vender luego lo obtenido a la veda de la ruta.
Eran otros tiempos. El río me pertenecía, era parte de mis días. Hoy en día no suelo venir muy seguido hasta aquí, hasta la barranca. Solo en los días en los que pretendo buscar respuestas.
Me gusta dibujar en el horizontes los trazos del pasado, los que se han perdido. Es casi un capricho, un inútil intento de aferrarme a algo que ya no existe.
Por la barranca no solo se ve el río, sino toda la zona baja, esa donde alguna vez había casas una al lado de la otra.
El paisaje es desolador. Pero también lo es a mis espaldas. La ciudad dormida, la ciudad fantasma. Las calles desiertas, las pocas viviendas en pie venidas abajo: puertas que chirrían con el viento, viejas ventanas golpeándose sobre sus marcos y las paredes llorando su pintura seca y descolorida.
No ha quedado nada. Tan solo mi solitaria presencia que no se ha marchado, no por nostalgia, no se confunda. Mis piernas no me lo permiten. No están desde las revueltas, desde el ocaso de la ciudad.
Me las quitó un camión hidrante, en plena contienda. Creo que mis hermanos huyeron creyéndome muerto. Mis padres... de ellos ya no sabía desde mucho antes.
Ya casi ni recuerdo cómo empezó. El hambre y la falta de trabajo me imagino. Años difíciles. Nos decían que había que esperar, que pronto todo mejoraría. Y nosotros, esperábamos.
Cerraron las fábricas, luego los comercios, poco después todos estábamos en las calles. La gente se peleaba hasta para un lugar para pescar a la orilla del río. Nos robábamos la comida entre vecinos. La lucha fue descarnada. ¿Por qué no nos íbamos? Porque cerraron las salidas, la ciudad quedó sitiada. Solo cuando el lugar se convirtió en un cementerio, dejaron que los sobrevivientes se fueran.
Por eso vuelvo a esta barranca. ya sin posibilidad de poder bajar hasta el río y sentir de cerca su olor repugnante, que sabe a dolor. En sus aguas se dejaron caer los cuerpos desde lo alto de las palas mecánicas. Durante días se limpió la ciudad de esa manera. Pero ya nadie nunca volvió. Observé el último suspiro de existencia retorciéndome del dolor, entre arbustos y hojas secas. Me alimenté de alimañas aguardando la muerte. Pero incluso la muerte me abandonó.
Ya pasan vehículos por las rutas, no hay electricidad, no hay servicio de agua ni de gas. Sospecho que hasta el río ha sido desviado más al norte para evitar este paso. Ni siquiera un avión cruza el cielo.
La ciudad fue borrada del mapa. Eso, o cada lugar del mundo luchó por sobrevivir y murió en el intento.
No lo sé. No lo sabré. Permanezco aquí, arrastrándome por las calles, luchando con los animales por la poca comida, viviendo como uno de ellos.
Éramos animales en la barbarie, pero incluso también antes, lamiendo las botas de nuestros dueños por las migajas para comer. El destino estaba escrito desde mucho antes. El final era inevitable. Lo sigue siendo.
El atardecer comienza a pintar los cielos y la temperatura a enfriar la piel. Es hora de volver para buscar un refugio. Es invierno. Lo es todo el año. Porque ni siquiera el sol quita el hielo en mi sangre. No creo que vuelva hasta la barranca por un tiempo.
En un tiempo, el río me pertenecía, porque era mi vida. Hoy es un trazo oscuro a la distancia. Pero algún día, en uno de estos viajes, lo haré. Volveré a conquistarlo. Es tan solo caer barranca abajo y sobrevivir. Luego, arrastrarme con todas las fuerzas, llegar al agua, beber de su cauce y dejarme caer. Hundirme, sentir cómo la corriente me lleva, cómo también mi cuerpo, lo que queda de él, le dice por fin adiós a esta ciudad de nadie.

23 de julio de 2016

Conservar la calma

No podía llamar a su hermano, porque él lo primero que haría sería echarle en cara las veces que se lo había advertido. Y era cierto, no una, dos o tres veces... ¡al menos cien!: Marisa, poné alarma. Marisa, tenés que poner rejas. Marisa, vienen unos rollos de alambre para poner encima del tapial. Marisa, tené cuidado, dejá las luces prendidas.
Y lo peor es que ella había considerado cada uno de los consejos, pero jamás materializó alguno. Porque costaba dinero, porque había otras prioridades pero principalmente, porque a ella no le iba a pasar. Entonces, por todo eso, no podía sencillamente marcar en el celular el número de su hermano. ¡Pero algo tenía que hacer! Esta gente no actúa sola, y tarde o temprano, algo van a sospechar y entonces... el gato pasó corriendo entre sus piernas y se tiró de cabeza a su sillón preferido. Marisa sintió que se le escapó un poco de pis entre las piernas.
Temblaba. Todo su cuerpo era una bola de nervios. Sentía que la presión se le caía al suelo, pero mentalmente se imponía mantenerse erguida, tomar un vaso de agua, asegurar las puertas, las ventanas. Pero tenía que llamar a alguien. ¿A quién podía recurrir? Claro, cómo no lo había pensado antes. Edgar, el guardia de seguridad de su trabajo.
Buscó en la agenda de contactos del teléfono hasta dar con su número. Lo marcó, pero sabía que era tarde, que quizá no estaba, o estaría trabajando de vigilancia en algún lugar, sábado a la noche, era de esperarse, podría estar durmiendo, con el celular apagado.
- ¿Quién habla?
La voz la sorprendió al punto de dejar caer el teléfono. Se apresuró en levantarlo del suelo. No sabía que decir, las palabras se agolpaban en su boca, fuera de control de su cerebro.
- Soy Marisa, Marisa del trabajo, Marisa,,,
- Calma, calma... ¿qué sucede Marisa?
- Edgar, siento llamarlo a esta hora, pero ha sido algo horrible, he llegado a casa, tarde, abrí la puerta y ahí estaba, no me dio tiempo a nada.,.
- ¿Quién estaba Marisa?
- ¡El ladrón! ¡El ladrón estaba dentro de casa!
- ¡Por Dios! ¿Está escondida en alguna habitación, logró salir de la casa...?
- No, nada de eso, estoy en mi casa. Pero tengo una situación complicada. Por eso lo llamo.
- ¿La está amenazando? ¿El ladrón aún está allí?
- No, no me amenaza. Pero está acá, es decir, está y no está. ¡Lo maté Edgar! ¡Lo maté!
- ¡Cómo sucedió eso! ¿La ha lastimado?
- Vea, entré así de sopetón porque me estaba orinando encima, ni siquiera encendí las luces y este delincuente debe haber estado tan concentrado buscando cosas de valor a oscuras, que ni prestó atención. Así que imagínese, entré y ahí veo su silueta. Casi me cago encima Edgar, se lo juro. El ladrón se me vino encima y atiné a tomar lo primero y lanzarlo en su dirección.
- ¿Qué le tiró?
- Una imitación de espada samurai que estaba en la pared, al lado de la puerta. Es de mi ex marido. Nunca la vino a buscar. Se la tiré a la bartola, no apunté ni nada. Pero cuando prendí la luz, porque el tipo no se levantaba, vi que se la clavé entre los ojos.
- ¿Está segura que murió? ¿No lo habrá golpeado nada más?
- ¡Claro que estoy segura Edgar! No seré médica, pero que la punta de la espada haya salido por atrás es señal que lo reventé. Además, no se imagina cómo quedó la alfombra persa que era de mi abuela. ¡Llena de sangre! No sé cómo voy a limpiar eso.
- Está bien, trate de conservar la calma.
- Eso intento, pero no se qué hacer. Mi duda principal, no le voy a mentir, es si llamo o no a la policía. Es decir, voy a tener que llamarla, pero... ¿cómo tengo que explicarle, debo decirle que fue defensa propia, qué debo decir?
- No Marisa, no los llame. En primer lugar, si esto llega a la policía, usted va a tener un montón de horas perdidas en la comisaría, en los tribunales, porque por más que haya matado a un ladrón y dentro de su vivienda. Por otro lado, uno nunca sabe de qué lado están, a veces dejan salir de la cárcel a tipos como este para que afanen y se reparten el botín. Además, piense en la prensa, van a venir a hacerle notas, llamarla por teléfono. Pero eso no es nada. Este delincuente debe tener amigos y familiares. Y a ellos les importa un comino que el tipo haya estado violando la ley. Lo único que les va a importar, es cobrarse venganza. Si ellos se enteran, usted es boleta.
- ¡Ay, no! ¡No quiero que me vengan a buscar! ¡Esto es una encrucijada! No lo puedo creer, es una pesadilla. ¿Los ciudadanos que vivimos al día y pagamos los impuestos no tenemos forma de defendernos?
- ¿En qué país vive Marisa? Claro que no. Desde los que gobiernan hasta el más mísero ladrón tienen más derecho que usted y cada uno de nosotros. Tanto unos como los otros viven de nosotros. Lo único que nos queda, es ayudarnos entre nosotros y usted lo ha hecho al llamarme.
- Menos mal que lo llamé Edgar. ¿Usted puede venir a ayudarme?
- Estoy en la isla Marisa, del lado de Entre Ríos. Me vine a pescar. Pero puedo ayudarla igual, Usted tendrá que seguir al pie de la letra mis instrucciones.
- ¿Y no puede venir igual?
- Deberá hacer lo que le digo. No se ponga nerviosa. Primero, debe asegurarse que esté muerto.
- ¡Le digo que está muerto!
- Bien, le creo. Pero busque una cuchilla afilada. ¿Tiene una?
- Por supuesto, para hacer las milanesas. La llevo a afilar una vez al mes.
- Búsquela y clávesela por todo el cuerpo.
- ¡Está loco Edgar!
- Hágame caso. Imagínese que es la rueda del auto de su ex marido y que en un ataque de bronca, le clava la cuchilla cien veces,
- ¿Por qué le haría algo así?
- No sé, quizá la engañó.
- ¿Ese estúpido? No lo creo.
- Marisa, piense en alguien que odie y entonces imagine que le está haciendo agujeros a la pelopincho en el fondo del patio.
- La turra de mi vecina, que le da carne podrida al gato para que se intoxique.
- Eso, piense en su vecina. ¿Ya tiene la cuchilla?
- Si. ¿Podré usarla en milanesas después de esto?
- Claro que podrá, pero trate de clavarla por todo el cuerpo.. Eso servirá para lo que haremos después.
- ¿No cree que si le clavo una sola vez la cuchilla en el corazón, ya está?
- Hágame caso Marisa.
- ¡Lo estoy haciendo, lo estoy haciendo! Esto no es soplar y hacer botellas. Hay partes donde cuesta sacarla.
- Lo está haciendo bien. Ahora vaya recordando donde puede conseguir un poco de alambrado romboidal.
- ¿Qué cosa?
- Un poco de cerco de alambre, ese que tiene forma de rombos.
- ¿Y eso para qué?
- Para envolver el cadáver.
- ¡No diga cadáver! ¡Qué me impresiona!
- Bueno, el cuerpo. Hay que envolverlo.
- Puedo usar la alfombra, total, ya está perdida.
- El alambrado no dejaría que suba a flote.
- Espere un momentito... ¿a flote de dónde?
- Del río. ¿Dónde piensa esconderlo? ¿Va a hacer un pozo en el patio de su casa o en el de su vecina? Apuesto que no tiene ni una pala.
- Claro, apuesta eso pero me pide un cerco perimetral de alambre.
- ¿Tiene o no una pala?
- No tengo.
- ¿Y sabe dónde conseguir algo de ese alambre?
- El frente de mi vecina tiene. Todavía no hizo el tapial. Puedo quitar una parte.
- Bueno, vaya por el alambre.
-  Estoy yendo.
- Antes de salir a la calle, mire si no hay un secuaz del ladrón esperando afuera.
- Acabo de mirar por la ventana, no hay nadie.
- Sea cuidadosa. ¿Llevar algo para cortar?
- La cuchilla.
- ¡Va a ensuciar donde corte con sangre!
- ¡Ya la limpié! En la alfombra. ¿Se cree que soy una improvisada?
- Disculpe, no me gustaría que deje cabos sueltos.
- Le dije que la cuchilla es buena, corta como si nada el alambre.
- Solo un poco, con una vuelta alrededor del cuerpo alcanza.
- Ya lo tengo. Me demoré porque aproveché para cortarle el rosal a la turra ésta,
- Vuelva rápido a su casa, no pierda el tiempo.
- No pierdo el tiempo, fue solo una satisfacción personal, ¿Algo me merezco en una noche de mierda como ésta, no cree?
- No se me vaya de tema, necesitamos concentración. Proceda a envolver el... cuerpo.
- Iba a decir la palabra que me impresiona. Vamos, concéntrese.
- Utilice el mismo alambre para ajustar, así no se abre.
- Se lo estoy enganchando en la ropa, así tiene un agarre extra.
- Bien pensado Marisa. Ahora, dígame. ¿Tiene auto?
- Si, un Mini Cooper.
- ¿Y entra el fiambre en el baúl?
- ¿Quiere que lleve el cuerpo al río en mi auto?
- Pedir un taxi y cargar un muerto va a ser sospechoso.
- Tiene razón. Pero ahora que lo pregunta, este tipo no entra en la parte de atrás.
- Va a tener que llevarlo con usted.
- ¡Me va a manchar todo el interior con sangre!
- Utilice una frazada o algo para cubrirlo. O cubra los asientos con algo. Un plástico, una lona.
- Tengo un mantel de hule que era de mi abuela. Pobre abuela, estoy arruinando todas las cosas que me dejó.
- Valore que se las haya dejado, entonces.
- Tampoco me dejó tantas cosas. Era media amarreta la vieja.
- Ya tengo el mantel dentro del auto, ahora tengo que arrastrar al ladrón hasta ahí.
- Use la alfombra para llevarlo.
- Cuando vuelva voy a tener que baldear todo. Es un desastre esto.
- Revise antes los bolsillos del tipo. Saque todo lo que tenga en ellos y después lo quema.
- ¡Cien pesos! No paga ni los productos de limpieza que voy a necesitar.
- Si es documentación, queme todo. Así demoran más en identificarlo, en caso de encontrarlo.
- Usted me dijo que con lo que hice, no deberían.
- Exacto, no tendría motivo para salir a flote. Pero siempre existe la posibilidad que lo encuentre alguien pescando o alguna embarcación lo enganche y lo tire para arriba.
- Ufff... ¡cómo pesa!
- Fuerza, Marisa. Vamos, que usted puede.
- ¿Me está alentando o se refiere a que soy gordita?
- La aliento. De todas formas el ejercicio no le viene mal.
- El lunes vamos a tener que hablar seriamente, Edgar. Creo que se está pasando de la raya.
- Concéntrese. Cierre bien el auto. Ponga el cuerpo de tal manera que no parezca extraño lo que lleva si alguien mira desde afuera.
- Lo estoy haciendo, soy la menos interesada en que eso suceda.
- La idea es arrojarlo al río. Un sector profundo. Si lo hace en cualquier lado, corre el riesgo que sea una zona playita y el cuerpo quede a la vista.
- Odio el río, así que dígame usted dónde lo llevo. Mi ex marido me llevaba a pescar. Bah, pescar. Estábamos cinco horas con las cañas y no sacábamos un solo pescado.
- Tiene que ir más cerca del puerto, donde el calado es mayor. Pero debe evitar lugares donde vea gente paseando.
- ¿A esta hora?
- La gente pasea a toda hora Marisa.
- Se nota que estoy mucho tiempo sola en casa. ¿Debería salir más, no cree?
- Si hubiese estado en casa, el ladrón la hubiese sorprendido dentro.
- Buen punto. En realidad salgo poco. Hoy había ido al cine. Sola.
- El lunes podríamos hablar también sobre eso.
- ¿Quiere que le cuente la película? No se desconcentre Edgar. Ya tomé la calle que va al puerto.
- Siga de largo en la zona de remolcadores. Y también donde se realiza la carga de buques cerealeros.
- Más allá está bastante oscuro.
- Por eso es mejor esa zona. Nadie podrá verla.
- Muy astuto, pero me da miedo.
- Acaba de matar a un delincuente y viaje con él en su auto. ¿Algo le puede dar más miedo que eso?
- Si, que la familia y amigotes de esta mierda se entere y quiera hacerme vuelta y vuelta a la plancha.
- Estacione lo más cerca de la orilla que pueda. Con la puerta del acompañante del lado del río,
- Listo. Le digo Edgar, no se ve un alma. Hasta el río parece quieto. Y a la luna la deben tapar los nubarrones. No está por ninguna parte.
- Mejor, mejor. Saque el cuerpo y hágalo rodar hacia el agua. Esa orilla tiene pendiente, así que va a caer rodando al río.
- Uff... y eso que era flaco. Listo, en el suelo. Ahora lo empujo.
- Empuje.
- ¡Está rodando! ¡Está rodando!
- Bien, bien. Asegúrese que entre al agua.
- Oh no.
- ¿Qué pasa Marisa?
- Se trabó en una madera atravesada. Pensé que la saltaría.
- ¿Había visto la madera antes? ¡Cómo iba a saltar...!
- Ya cállese Edgar, un error de principiante. O cree que salgo a hacer esto todas las noches.
- Baje con cuidado y saque la madera del camino. Luego vuelva a empujar.
- Ve, mire usted lo que ha pasado. La madera tenía clavos y se han enganchado en el alambre romboidal. No es toda mi culpa, Edgar. Usted ha tenido su parte.
- Al contrario, eso demuestra que el alambre va a servir.
- Claro, lo suyo es positivo, lo mío es negativo.
- No discutamos Marisa. Prioricemos el asunto principal.
- El fiambre.
- El fiambre, usted lo ha dicho.
- Listo, ahora si. ¿Escuchó? Entró al agua.
- Bien, ahora aléjese con tranquilidad, súbase al auto y vuelva despacio.
- ¿Le molesta si conversamos en el camino? Esta situación me ha dejado algo tensa. ¿A todo esto, le queda batería en el celular?
- Afortunadamente, parece que ambos lo teníamos bien cargado.
- No hay nada mejor que tener el celular al tope de carga. Mire de la que me ha sacado esta vez.
- Lo que debe prever de ahora en más, es la seguridad de su casa.
- Ya se parece a mi hermano, Edgar. Siempre con advertencias que ponen los pelos de punta.
- Ha quedado demostrado que es mejor prevenir. ¿Tiene alarma?
- No.
- ¿Tiene un perro para que ladre si entra algún intruso y despierte a los vecinos?
- No.
- ¿Tiene rejas en las ventanas, así los delincuentes se topan con un obstáculo que los haga desistir?
- No, harían desentonar los marcos de las ventanas.
- Tiene que pensar en todas esas cosas, Marisa. Hoy en día nadie está seguro.
- ¿Usted tiene alarma dónde está?
- Estoy en la isla, claro que no hay alarma. Pero tengo un arma cerca, por las dudas.
- Si ese es el punto, yo tenía un sable samurai.
- Y ha visto todo lo que ha implicado utilizarlo. Piense si le hubiese errado, quizá no estaríamos hablando.
- Puede ser, debo considerar esos consejos, lo sé. Estoy llegando Edgar, quiero agradecerle lo mucho que... ¡la puta madre!
- ¿Marisa? ¿Qué pasa?
- ¡Dejé la puerta abierta de casa! No, no, no... no puede ser. ¡No, Edgard, no!
- Marisa, me asusta, qué sucede,
- ¡Se han llevado todo, se han llevado todo! ¡La casa vacía, Edgar! ¡No hay seguridad en este país! ¡Estamos solos, Edgar, estamos solos! Lo único que han dejado, es la alfombra repleta de sangre. Ni el estúpido favor de llevarme esa porquería han hecho, malnacidos de porquería. ¿Qué voy a hacer, Edgar, qué voy a hacer?
- Marisa, no hay otro remedio: llame a la policía.

17 de julio de 2016

El número de la quiniela de mañana

La ciudad, cualquier ciudad, parece otra en invierno. La gente se esconde en sus hogares escapando del frío, dejando las calles en soledad. De tanto en tanto algún que otro valiente escudado en abrigos las atraviesa en pos de un mandado que no puede esperar, aunque retornan rápido con el fin de buscar reparo en el calor artificial de puertas adentro.
Hay otros que no tienen esa suerte, para quienes las calles representan todo: su vivienda, su medio de vida, su rutina diaria. Escapan de la realidad solo cuando entran algunos minutos a un bar a pedir limosnas, a un garaje para llevarse bolsas con cosas que los dueños piensan tirar o cuando son llevados a la comisaría por alguna denuncia de un vecino malhumorado.
Detrás del supermercado de la calle principal suelen encontrarse por las noches varias personas que juntan cartón, otras que van por el vidrio y el plástico, y hasta casos más críticos que pelean hasta la última sobra de comida o alimento que se haya descartado por haber superado la fecha de vencimiento.
Como hormigas se van llevando poco a poco, hasta limpiar el lugar. Lo van haciendo sabiendo que tienen toda la noche por delante y que allí o dónde tengan el colchón para dormir, sufrirán el mismo frío. Para ellos, el invierno es eterno.
- Me gustaría saber el número de la quiniela, don Alfredo y poder comprarme un lugar decente para dormir - dijo Horacio mientras separaba cartón por un lado y vidrio por el otro.
Alfredo, a quien solo le interesaba por el vidrio, aguardaba a que el hombre más joven terminara para poder cargar lo suyo en su carretón.
- ¡Imagínese! Una casita con estufita, un plato de sopa cada noche y a dormir, nada de estar yirando en medio del frío para poder ganar unos mangos.
El viejo a su lado sonreía. Qué otra cosa podía hacer. Sueños tenían todos y cada uno de los que cada noche se cruzaban en aquel amplio patio. 
- ¿Sabe lo que estaría bueno, Alfredo? Una máquina del tiempo ¿Qué me dice? Uno viaja hasta mañana, espía el numerito que salió y vuelve. Al día siguiente lo juega y solucionados todos los problemas.
-  Si fuera tan fácil - contestó el viejo, mientras frenaba con la zapatilla un frasco de mermelada que rodaba hacia donde estaba.
- Ya lo sé Alfredo, es un decir, esas cosas no existen.
El viejo largó una carcajada.
- No se me ría Alfredito, por favor.
- No me rio de usted, Horacio. Sino de lo que acaba de decir...
- Por eso, de que quiero viajar al futuro... 
- ¡De lo de la máquina me rio! De eso que dijo que no existe.
- Si existiera, todos seríamos ricos - ahora el que reía con toda la jeta era Horacio.
- No, ricos no. Fue un caos. 
- ¿Qué cosa?
- Todo.
- ¿Todo qué? 
- Todo, la sociedad, las guerras, el hambre, todo fue un caos.
- No le entiendo un pito Alfredo, de qué me habla. Si estábamos hablando de la quiniela y de...
- ¡Viajar en el tiempo! De eso le hablo. ¿Para qué quiere eso de nuevo, Horacio? Aquello...
- Perdió la chaveta don Alfredo. ¿Cómo de nuevo?
El hombre mayor, que tendría unos setenta años se movió inquieto. Sacó dos cigarrillos de un bolsillo y extendió uno hacia Horacio. 
- No fumo, gracias.
El viejo insistió, agitando el cigarrillo.
- Bueno, uno no me va a matar - aceptó el otro.
- Venga Horacio, tómese unos minutos y descanse mientras le cuento algo.
- A menos que me vaya a decir el número que sale mañana en la quiniela, me quedo trabajando.
- Le voy a decir por qué no le conviene conocer el número que saldrá mañana.
- Explíquese Alfredo.
- Así como me ve, estoy aquí por decisión propia. Nadie me quitó la casa, ni me despidió de un empleo. No me abandonó mi familia, ni me dejó una mujer. Muy por el contrario, fui quién se fue de su casa, renunció al empleo, se alejó de su familia, de su mujer, de sus seres queridos...
"Todo comenzó hace treinta años, cuando logré lo que me había propuesto desde mi juventud: vencer al tiempo. Cuando era pequeño, leía y veía en cine todo lo que tuviera que ver con viajes en el tiempo. Sabía que era ciencia ficción pero al mismo tiempo, estaba seguro que era posible. Estudié Física e Ingeniería. Me gradué con las mejores notas. Y comencé a trabajar en ese imposible, en una máquina del tiempo. Y hace treinta años, exactamente, lo logré. Fue todo un acontecimiento, el mundo se rindió ante mí". 
"Me dieron el Nobel, di conferencias en todo el mundo, fue multimillonario de la noche a la mañana. El mundo hablaba de mí. Alfredo Titor figuraba en todos los diarios, revistas, canales de televisión, radio... la máquina del tiempo era un éxito. Los experimentos iniciales permitieron a historiadores revisar la historia con descubrimientos notables... si usted supiera Horacio, que distinta es la verdad... pero si tan solo se hubiesen atenido a eso, pero no, usted sabe como son, ellos, los que tiene poder, los que viven bien... ellos quieren más y más, y si bien no viajaron al futuro para buscar un simple número de quiniela, lo hicieron para cosas más atroces, conocimientos que todavía no debían llegar..."
"Horacio, si usted hubiese visto, el mundo se había vuelto demente, estallaban guerras por problemas que aún no habían comenzado, por agravios aún no recibidos, guerras a cuenta de un futuro que transformaban en presente sin interpretación alguna. El pasado quedó en el olvido, la cuestión era el futuro, cómo sacarle ventajas. El caos fue insostenible".
"No lo dudé Horacio. Viajé en el tiempo hasta el momento mismo de la creación y llevé conmigo imágenes grabadas de lo que sucedería si esa máquina que acababa de construir llegaba al conocimiento de la humanidad. Entonces, ese hombre igual que yo, que llegó advirtiéndome que cometería el error más grave en la historia de la humanidad, me persuadió de lo que estaba haciendo y destruí todo. Hasta la nota más minúscula, todo. Arrojé por la borda mis sueños, mi trabajo, absolutamente todo. Mi ruina fue la culpa. Porque por más que obré a tiempo, otorgándole a la humanidad esta segundad oportunidad, día a día me carcome esa otra existencia paralela, en la que no fuimos de capaces de progresar como sociedad".
"Prefiero esta soledad nocturna, mi amigo. Esta vida anónima, sobreviviendo con lo justo, pasando hambre y frío. Prefiero estar aquí con usted, soñando con un futuro mejor, que vivir una pesadilla gracias a poder ver el mañana. El mañana es el esfuerzo del hoy. Sin embargo, si existiera la mínima posibilidad de espiarlo por un breve lapso, lo que haríamos sería justamente lo inapropiado: cortar camino. Y el camino que no es recorrido, es una enseñanza perdida. Lo aprendí hace treinta años. Y pesa sobre mi consciencia, a diario".
"Vamos, apure ese cigarrillo, que hay bastante por hacer. Y no se preocupe por el número de mañana. Ese número siempre estará allí. Pero no siempre nos pertenece. Así es el futuro. Y así debe ser".

13 de julio de 2016

El meteoro

Hace rato que vengo observando ese planeta. Quedó a mi cargo luego de descubrir que tenía las condiciones necesarias para la existencia de vida. Claro que mi investigación no terminó allí, pude demostrar con el tiempo que no solo ofrecía las cualidades, sino que además, había vida. Y no solo eso, era vida inteligente.
Por supuesto, nuestra agencia trabaja de manera cautelosa. No podemos darle a conocer a nuestra población semejante noticia sin antes tomar todos los recaudos en materia de seguridad. Debemos estudiar a las diversas formas de vida, analizarlas, determinar el grado de inteligencia y los potenciales beneficios o peligros de hacer contacto.
Por si fuera poco, no es un planeta que esté cerca, por el contrario, la distancia es enorme. Pero de todas maneras es un logro del que todos estamos satisfechos y orgullosos. La búsqueda en el universo de otros vestigios de vida siempre nos ha apasionado, a lo largo de toda la historia. Poder toparnos con un sitio, si bien lejano, pero real, nos ayuda a repensar lo que nos rodea, a imaginarnos no uno, sino muchísimos planetas en constelaciones de las que probablemente no tenemos aún conocimiento.
Estoy casi seguro que muchas de las máquinas voladoras con las que no hemos encontrado en el espacio, pertenecen a la raza inteligente que domina ese planeta. También hemos ocultado esos descubrimientos. Hemos capturado algunos equipos y notamos que es una tecnología muy diferente a la nuestra. Casi a diario visito las instalaciones donde los tenemos guardados, bien distante de la población. Trato de estudiar cada detalle, como si pudiera encontrar algún tipo de revelación instantánea.
Sin embargo, la esperanza de hacer contacto, se ha ido diluyendo en los últimos meses. Hasta hace poco me imaginaba a una generación futura logrando la comunicación que nos diera la posibilidad de estudiarlos mejor. Nosotros, lamentablemente, a pesar de nuestros esfuerzos, nos hemos aproximado pero sin alcanzar el objetivo.
Lo más cercano, es lo intentado hace un año. Un acto desesperado, como suelo llamarlo delante de los demás miembros del equipo. Un arrebato al comprender que ese objeto que no podíamos identificar, viajando en una órbita extraña, se dirigía finalmente a nuestro planeta especial. Una especie de roca gigante, desprendida de algún cuerpo más grande, quizá un cometa, que a velocidades siderales arremetía contra nuestro hallazgo planetario.
¿Cómo advertirles del peligro? ¿Cómo decirles que debían hacer algo o sufrirían una destrucción masiva? Entonces, usando una de las máquinas capturadas, envié el mensaje. ¿Cómo saber en qué lenguaje hablarles? ¿Cómo hacerme entender?
Recordé esa rara señal que captamos hace mucho tiempo y que identificamos como un lenguaje. Extraño, por cierto, con tan solo puntos y rayas. No lo dudé. Envié el mensaje. Y hoy, debo reconocer, entiendo que no lo han visto o comprendido.
Como me señalara un colega, hace poco, el problema no estuvo en el método o el lenguaje, sino en la noción que teníamos de ese código. ¿Acaso era un lenguaje en sí o solo una manera de encriptar un lenguaje?
El esfuerzo por grabar en ese rojizo planeta cercano el mensaje, modificando su superficie, fue en vano. Hasta ahí podemos llegar hoy con nuestra tecnología. Tan cerca y al mismo tiempo, tan lejos. Mi alerta la borrará el tiempo. Y a ese punto en el universo, en el que deposité mis esperanzas, se lo devorará un maldito meteoro.

NEE NED ZB 6TNN DEIBEDH SIEFI EBEEE SSIEI ESEE SEEE !!

Meteoro Meteoro Gigante A 6 Yahhjs De Distancia Tomar Medidas Urgentes Salven al Planeta Deseamos desde Nuestro Planeta Trex !!

¡Qué pena! ¡Qué gran pena!


* El cuento es más divertido luego de leer esta noticia  http://www.lanacion.com.ar/1917737-la-nasa-descifra-mensaje-en-codigo-morse-encontrado-en-la-superficie-de-marte






9 de julio de 2016

El destino a cuestas

Las pocas luminarias de la calle quitaban un poco de ferocidad a la noche.
De todos modos, aquello no lo inquietaba. El retorno a casa era lento, como cada final de jornada.
La moto traqueteaba con sus años encima. El frío golpeaba su rostro y le escarchaba los ojos.
Había sido un largo día. Y una vez más, volvía con las manos vacías. Se imaginaba la tristeza en el semblante de su esposa. El llanto del bebé en la cuna. La mesa vacía.
Su recorrido diario había sido en vano. En cada tugurio de la ciudad la respuesta había sido la misma.
El negocio se estaba viniendo abajo. Ya nada era como antes. La moto comenzó a toser y a los pocos metros se detuvo.
Si algo le faltaba, era hacer las últimas diez calles a pie.
Se apeó y empujó el vehículo con lentitud delante de viviendas similares, con sus ventanas bajas, el frente descuidado y sin luces afuera.
El ladrido de algún que otro perro rompía con el silencio cómplice del barrio.
Cuando creyó divisar su casa, vio además una silueta negra en la esquina próxima. Pensó que sería algún borracho, pero la figura comenzó a avanzar hacia él, recortando distancias.
Instintivamente se llevó la mano al cinturón, donde guardaba un cuchillo afilado.
Aminoró la marcha y lo esperó bajo una de las farolas de la calle.
Intuyó que era un ladronzuelo de alguna otra zona, probando suerte. Pero al verle las facciones, el cuchillo cayó de sus manos.
La silueta que avanzaba era su viva imagen, pero al menos quince años más joven.
- A vos te quería encontrar - le dijo la aparición.
- ¿Quién sos? - dudó entre buscar el arma y quitarle la vista de encima. Prefirió esto último.
- ¿Quién te crees que soy? Soy vos. Pero el vos antes de mandarte todas las cagadas juntas. Vergüenza debería darte.
- ¡Cómo te atrevés a hablarme así!
- Te miro y me cuesta reconocerme. Parece mentira, tanto sacrificio de la vieja, para que vos salieras como saliste.
- No tenés idea de mi vida.
- Claro que la tengo. ¿De dónde crees que vengo? De ver a Carla y al nene. No sabés la alegría de ella cuando me vio. No te das una idea. Me pidió llorando que no me fuera, que me quedara con ella. Quedate que todavía sos bueno, me decía.
- Levanto el cuchillo este y te mando a mudar. ¿Qué clase de magia negra es esta?
- Ignorante, ni magia negra ni un carajo. Mirate las manos, llenas de sangre que no lava por más que la enjabones. De tugurio en tugurio, ensuciando el alma por dos mangos. Cerrá los ojos y escuchá la consciencia. Hasta olor a podrido debe haber ahí dentro. Para que no llore la Carla. Si sos un malviviente. Pobre de tu hijo, de nuestro hijo, el padre que le ha tocado.
- ¡A mi nadie... !
La silueta ya no estaba. Solo la esquina de su casa y más allá las precarias paredes, el techo que se venía abajo y un poco de césped en la entrada, que de tanto en tanto lo cuidaba Carla mientras él salía a hacer una de sus changas que ella tanto odiaba.
- ¿Dónde mierda se fue?
Por más que buscó con la vista, solo divisó las formas conocidas del barrio, ese lugar de espanto en el que vivía desde hacía diez años.
Levantó el cuchillo y lo volvió a meter en el cinturón. Empujó la moto el tramo que faltaba y llegó a su casa.
Al entrar, encontró a su mujer llorando.
- ¿Qué te pasa?
- Nada, nada. Tuve una visión y fue... horrible. Pero nada más. Ya te tengo la comida preparada. Ahora pongo la mesa.
- Pará Carla, decime: ¿En ese sueño aparecía yo con quince años menos?
El rostro de Carla palideció.
- No, en mi sueño era yo la que tenía quince años menos. Entraba por la puerta y traía en la mano tu cabeza, que aún chorreaba sangre. Me miraba furiosa y me decía: Ves, esto es lo que tenés que hacer, esto. Cuando duerme, se la cortás y listo.
- Tranquilizate, fue una pesadilla. Alguna brujería de las viejas del barrio.
Carla se largó a llorar de nuevo.
- ¡Pará te dije! Vas a despertar al bebé. ¿Por qué seguís llorando?
- Porque afilé la cuchilla de la carne, pero no tengo la valentía.
Y aún con lágrimas en los ojos, comenzó a poner la mesa. El vio la cuchilla sobre fuera del cajón y supo que tarde o temprano sucedería. Hasta creyó escuchar a su versión más joven reírse del otro lado de la ventana.
No tuvo más remedio que sacar su arma.


2 de julio de 2016

La firma

El formulario era el mismo de cada día. No había nada extraño en eso. El membrete de siempre, los datos completados directamente en la computadora, la puntualidad en la entrega. Todo debería ser igual, pero no lo era. El elemento que la inquietó, fue la firma a mano alzada.
Ella no conocía personalmente a Eleuterio Gutiérrez, como suponía que él no la conocía a ella. Trabajaban incluso en edificios distanciados, haciendo tareas diferentes. Sin embargo, cada día, los formularios que él aprobaba en su oficina, llegaban con un cadete horas más tarde a la suya, donde eran colocados en sobres y enviados a sus destinatarios.
El único conocimiento que ella tenía de Eleuterio, era su firma. El trazo firme, armonioso, la E gigantesca seguida de un garabato que parecía querer escalar hacia el noroeste para luego convertirse en una G tan grande como la E, que concluía en un perfil de cardiograma y una línea que recorría la parte inferior de las letras hasta llegar al punto de partida.
Pero notaba esa tarde la firma algo temblorosa, como si la mano que sostenía la pluma, hubiese vibrado en el momento de hacer la presión sobre el papel. Conocía de memoria cada milímetro de la firma, no solo por la rutina de su trabajo, sino porque admiraba el trazo seguro y elegante de Eleuterio.
Muchas veces se había preguntado cómo sería él. Había tenido la esperanza de conocerlo en alguna de las tantas fiestas que organizaba la empresa, pero Eleuterio no era un hombre demasiado sociable, ya que jamás asistía. Lo imaginaba corpulento, entrado en años, siempre bien vestido con traje y corbata, el cabello blanco y prolijo. Casado, sin dudas. Y quizá con varios hijos. Un hombre recto, buen padre, buen esposo. No sabía la razón por la que lo idealizaba de esa manera, pero le gustaba pensar que así sería el hombre detrás de la firma.
En más de una ocasión, a lo largo de los últimos quince años, tuvo el impulso de levantar el teléfono y marcar el número de la oficina de Eleuterio. Pero jamás consiguió una excusa para hacerlo. Esperaba con ansias el día que los formularios demoraran en llegar, en que faltara uno, en que hubiese un dato mal para poder reclamar... pero nunca sucedió. Siempre la labor desde la oficina de Eleuterio fue sencillamente perfecta.
Hasta esa tarde, en la que advirtió la vacilación en la firma. Aquel detalle la angustió. ¿Y si Eleuterio estaba enfermo? No era posible, un hombre como él... Pero la letra temblorosa era evidente, estaba allí, plasmada en el papel. La firma le estaba dando un indicio. Era la excusa para llamar. Para conocer su voz. ¿Y qué le diría? ¿Le preguntaría si estaba enfermo, así, sin más?
Quizá no era un problema de salud. Al menos propio. Podía tratarse de algún problema familiar que lo estaba afectando. ¿Su esposa? ¿Alguno de sus hijos? Debía estar sufriendo. Era probable que el temblequeo en sus manos al firmar los formularios fuera por estar llorando. Y si había estado llorando, lo mejor era algo de consuelo. ¡La incertidumbre la llenaba de congoja!
¿Qué podría estar afectando a Eleuterio? Tenía que llamar. Además, no sabía si tendría otra oportunidad. Debía juntar coraje y levantar el teléfono. Era lo que había esperado por tanto tiempo. Y la excusa estaba delante de sus ojos. Era un pedido de auxilio encubierto, que solo ella podía advertir.
Se puso de pie, se acercó a la ventana, cerró los ojos, respiró profundamente como le enseñaban en las clases de yoga y volvió hasta su escritorio. Tomó asiento y marcó en el teléfono el número que conocía de memoria y cuya secuencia jamás había pulsado.
La línea llamó una vez, dos veces y en la tercera, alguien contestó.
- Oficina de deudas - dijo una voz masculina, aunque joven y demasiado aguda como para ser la de un hombre como Eleuterio.
- Hola, mi nombre es Patricia... - dudó entre seguir hablando y colgar, pero ya había movido los labios y se veía obligada a continuar - y trabajo en la oficina de Logística y Distribución, quisiera si es posible hablar con el señor Gutiérrez.
- ¿Con Gutiérrez?
- Si, con Eleuterio Gutiérrez
- Aguarde un segundo en la línea.
Patricia se mordió los labios. ¿Qué diría a continuación cuando él se pusiera al habla?
- ¿Hola? - otra voz habló del otro lado del teléfono.
- ¿Eleuterio? Perdón... ¿señor Gutiérrez?
- No, eh... disculpe, soy el coordinador del sector, Ramirez, mire Eleuterio Gutiérrez no está en la oficina.
- ¿Se fue a su casa? ¿Se sentía mal, verdad?
- No, mire...
- No es que quiera molestarlo, pero sospeché que no estaba bien, por eso llamé.
- Señora, ¿usted quiere hablar con alguien en particular?
- Si, ya le dije, con Eleuterio Gutiérrez. El gerente que firma los formularios.
El otro hombre hizo un silencio. Escuchó murmullos a través del teléfono.
- Señora... - otro silencio - ¿Patricia dijo que se llamaba, no?
- Si.
- Patricia, escuche: Eleuterio Gutiérrez no existe. La firma la hacen un grupo de empleados, que la tienen estudiada. La verdad que son excelentes.
Ahora la que había quedado en silencio era ella. Estaba tratando de asimilar la información. Aquello no era posible. Lo que le estaban diciendo, no podía ser verdad.
- Pero...
- Son formularios de aviso de deuda, no importa quién los firme, pero es una decisión del negocio desde hace años que siempre sea el mismo nombre, para mantener una coherencia. Gutiérrez no existe, eligieron el nombre al azar. Aunque le soy sincero Patricia, no entendemos para qué quería hablar con él.
- Porque... nada, es que... siempre creí que él... bueno, que él existía y hoy, hoy había algo raro en la firma y...
- Viste García, oíste... - en la otra oficina los murmullos se había elevado, pero ya no hablaban con ella, se habían olvidado que estaba al otro extremo de la conversación - Te dije que el nuevo no tiene la misma mano que los otros, estaba crudo todavía, hasta esta mujer se dio cuenta, yo te dije García, al nuevo le falta...
La llamada se cortó. Alguien en la oficina de Deudas había colgado el teléfono.
Patricia aún tenía el teléfono cerca del oído. Permaneció así varios minutos, sin pensar en nada. Más tarde colgó, se puso de pie y caminó hacia la ventana. Afuera las nubes se agolpaban. La lluvia era inminente. Ella estaba llorando, anticipando la tormenta. No sabía por qué, no entendía la razón, ¿Llorar por alguien que nunca existió? ¿O por tantos años viviendo una misma rutina solo por una falsa ilusión?
Sin embargo, lloraba por él. Por ese hombre que secretamente amaba y ahora no sabía su nombre.