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29 de octubre de 2014

Calle sin ángel

El hombre no tenía muchas razones para golpear la puerta, pero de todos modos lo hizo. Era tarde, las luces de la calle apenas si iluminaban con la pobre luz amarilla que emitían. Solo se escuchaba el cantar de los grillos y algún que otro ladrido distante. No pasaban coches ni se movían las ramas de los árboles. Hasta el viento parecía durmiendo.
Debajo de un sombrero desgastado por los años, el rostro arrugado del hombre se mantuvo sereno, a la espera de una respuesta. Su cuerpo respondía a dicho semblante, manteniéndose firme, sin muestras de nervios o impaciencia. En medio de la noche, la silueta era la de una figura inmóvil recortada en el aire.
Esperó delante de la puerta de madera, que en la noche, parecía más oscura, escondiendo de la vista los rayones y demás estigmas del tiempo. Permaneció allí varios minutos, hasta que finalmente se marchó. Su figura se perdió en la esquina, entre la neblina y los ladrillos de una obra en construcción.
Recién entonces una mano descorrió una de las cortinas. Sus dedos quedaron visibles del lado exterior, aunque nadie estaba allí para verlos. Segundos después se asomó un rostro, espiando hacia afuera. Pertenecía a una mujer de enormes ojeras. A pesar de la hora, llevaba puesto un vestido de día, que apenas le cubría el cuello, dejando libre la piel manchada por los años. Movió la cabeza, tratando de mirar hacia un lado y otro. Luego, con lentitud, llevó un pañuelo a la cara y atrapó una lágrima. Lo hizo con la delicadeza de quién está acostumbrado.
La cortina volvió a su lugar. La ventana quedó opacada por la tela raída y cubierta de polvo. El lugar se sumió otra vez en el murmullo propio de la noche. Solo algunos grillos y algún que otro ladrido lejano. La temperatura bajó unos grados y la brisa sopló más fuerte.
Volverá la siguiente noche, y la otra, y así sucesivamente. Y ella descorrerá el velo siempre tarde.
muy propio de esa calle desangelada que los fantasmas no puedan reencontrarse. Taciturnos, deambulan presintiéndose, pero no son capaces de verse.
Algunos suponen que se trata de una maldición.
Otros aseveran que, sencillamente, así es la muerte.

26 de octubre de 2014

Los crímenes de Morini

El coche aparcado en la vereda llamaba mucho la atención. Un auto rojo, largo, de los años sesenta. Impecable, de vidrios polarizados, reluciente al sol, pero tétrico bajo la luz de la luna. Hacía un día que estaba delante del edificio de ladrillos vistos desgastados por el paso del tiempo.
Un patrullero pasó dos veces en menos de quince minutos por la calle, reduciendo la velocidad para detectar algún ocupante en su interior. Una llamada anónima había alertado sobre el vehículo. Más tarde arribó otro auto, sin insignias oficiales, del que descendieron dos personas. Una de ellas llevaba una linterna y escrutaba por la ventanilla del acompañante. El otro, tenía la mano metida dentro del pantalón, sosteniendo algo más firme que sus genitales.
Lo que ocurrió después se extendió por un breve lapso de segundos. Una luz se iluminó en el interior del auto rojo. Un destello en realidad. Un punto brillante en la oscuridad, que encendía y apagaba. Los hombres apenas si tuvieron tiempo de reaccionar. Alcanzaron a cruzar una mirada antes de la explosión.
El lugar se llenó de vehículos de la policía, un camión de los bomberos y dos ambulancias. Las dos víctimas eran del personal de investigaciones, vestidos de civil. Los vecinos espiaban desde las puertas de sus hogares. Algunos curiosos sacaban la cabeza tímidamente por las ventanas de los edificios más próximos. Sin embargo, nadie se asomaba desde el edificio de ladrillos que estaba delante del siniestro.
Un grupo de policías ingresó al mismo a inspeccionarlo. Se encontraron con una edificación semi abandonada, con cuartos saqueados, paredes faltantes, restos claros de lo que eran reductos de drogadictos y en el sexto piso, el último, una habitación con una sola silla, sobre la que encontraron, abandonado, el equipo de detonación que provocó la explosión del auto.
Morini, mientras tanto, sonreía observando todo desde el café de la esquina, donde un ventanal enorme le permitía una vista de privilegio.
Había comenzado su vida en el crimen casi por casualidad. Una tarde, apostando en el Jockey Club a un caballo que le habían asegurado tenía ganada la carrera, se reencontró con dos viejos amigos de la escuela. No eran precisamente las compañías que deseaba su madre. Pero se los veía bien vestidos, con semblante de ganadores.
- ¿En qué andan? Parece que la vida les sonríe.
Los amigos le guiñaron un ojo. El caballo ganó y esa noche salieron de recorrida en los boliches de la ciudad. Por la mañana, era el nuevo socio de su ex compañeros de escuela. El detalle era que aún no le habían dicho que era lo que hacían. Se enteró al día siguiente, cuando le entregaron una escopeta de caño recortado y una bolsa para meter el dinero.
Desde aquel atraco a la financiera habían pasado muchos años e infinidad de crímenes. Si algo recordaba del robo en el que se inició, fue la sensación de apretar el gatillo y sentir el poder de un arma en las manos. Con sus amigos duró poco. Un par de robos solamente. Luego, le voló la cabeza a cada uno. Le parecía poco lo que recibía y tampoco le gustaba discutir demasiado. Había descubierto que se podían resolver las cosas de manera inmediata. Un mundo nuevo se abría camino a sus pies. Y le encantaba.
Ahora, mientras le agregaba azúcar al café y lo revolvía con parsimonia, no dejaba de disfrutar del espectáculo que le regalaban las fuerzas de autoridad, totalmente nerviosas y perplejas ante el desastre que había armado. Seguro ya habían descubierto el aparato en el sexto piso y estarían buscando huellas por todas partes. Contenía la risa. Aquello era su definición de placer.
Morini bebió el café, dejó propina a un lado del pocillo y salió a la calle. Se acercó a preguntarle a un uniformado qué era lo que había pasado y hasta intercambió algunas palabras con el chofer de una ambulancia sobre lo sucedido.
Luego se acercó a la máxima autoridad presente en el lugar y le tocó la espalda.
- Morini... ¿qué hace acá?
- Estaba cerca y escuché en la radio lo ocurrido, si necesita mi presencia...
- Por favor Comisario, usted está de vacaciones.
Morini asintió con la cabeza, le dio el pésame por los agentes caídos y arrojó una falsa promesa en el aire. Luego se alejó del lugar, esquivando agentes alterados y patrullas con luces furiosas rugiendo sobre los techos. El caos era excitante. Sumamente excitante.

23 de octubre de 2014

Fracaso interestelar

La misión interestelar H-F2015 falló por varios motivos. No hacía falta una investigación demasiada profunda para llegar a dicha conclusión.
Las discusiones posteriores, con voces levantándose en tonos fuera de lo común, con cuerpos empujándose delante de las anotaciones que previamente nadie había cuestionado, eran consecuencias sin sentido de un rotundo fracaso.
Se podía hablar por horas, endilgar culpas, buscar excusas, pero las causas estaban a la vista. Y la principal fue el mal cálculo en el lanzamiento. Algo, que por otro lado, representaba algo bochornoso. Tanto esfuerzo y dedicación yéndose a la borda por un simple error de ubicación.
La fuerza, la reacción, el impulso, la gravedad, cientos de números más. Estudios, consultas, referencias. Libros y libros con experiencias anteriores. Fórmulas matemáticas, principios, teoremas. Miles de buenas razones para pensar en un exitoso anochecer. Pero ninguno vio el árbol de la vecina.
Hubo otros factores. La chapa demasiado oxidada, cohetes con la pólvora húmeda, linternas sin baterías suficientes para andar por el patio a altas horas. En fin.
Ariel y sus amigos se resignaron a pasar la noche leyendo historias del espacio en viejas revistas de historietas de su abuelo. Al otro día irían a buscar el prototipo destruido a la casa de al lado.

20 de octubre de 2014

Bajo el mismo cielo

Cuando se vio encañonada con el revólver, pensó en sus hijos. En Gonzalo, estudiando arquitectura a muchos kilómetros de distancia, sin verlo desde su cumpleaños. En Esteban, probando suerte en España, porque en el país no se sentía seguro. Y especialmente en Adela, sumida a una cama, casi de forma permanente, por una enfermedad de mierda. Pensó en todos ellos y al mismo tiempo en nada. Porque la muerte no se permite coherencias, ni mucho menos, tiempo para administrarla.

Cuando la encañonó con la pistola, sintió que el miedo previo que tenía mientras esperaba afuera que saliera el último cliente, había remitido. Ahora tenía control total sobre el arma, los temblores y hasta sobre su timbre de voz, que rugía furioso diciendo palabras fuertes y dando amenazas certeras. Era dueño del momento, la mujer desprendía terror por cada poro y nada podía fallar. Sería dinero fácil para luego ir a lo del Checho y comprar un poco de pasta. Y si la mujer se resistía, le reventaría un par de tiros. Él tenía el poder, él podía. Era cuestión de accionar el gatillo, nomás.

Cuando el Negro sacó el arma y le apuntó a la vieja que atendía, sintió que un tigre escapaba de su pecho. Supo que eso quería hacer él apenas pudiera. Sentía la sangre hirviendo bajo la piel y la respiración entrecortada, casi de la misma manera que se había sentido la otra noche, con la pendeja del curso que lo venía buscando desde hacía un par de semanas. Aunque esto era mejor. ¡La plata, vieja de mierda, la plata o te quemo, la puta que te parió! decía su amigo, con los ojos desorbitados. Y eso mismo quería gritar él con toda la boca, pero en cambio, escuchaba, porque estaba aprendiendo. Sonreía con los ojos, deseando que el arma disparara de una buena vez.

Solo un fragmento, una imagen recortada del tiempo. Un instante que perdura una eternidad en la totalidad misma de la existencia. Y luego, la batalla diaria de la vida y la muerte. El grito, la amenaza, el disparo, la sangre, el caos. El nunca acabar. La violencia, la maldad, los extremos, los sin sentidos.

Adela nunca lo sabrá, mientras agoniza. Ya tiene bastante, pobre niña. Esteban se reprocha, en un país lejano, rodeado de un acento diferente que por un momento, le causa bronca. Gonzalo vuelve, estrechándose al dolor. Escucha una frase fraudulenta, que se repite en todas partes: la vida sigue.

El Checho le vende menos que la última vez, porque dice que ahora cuesta más. Eso lo disgusta. Aún tiene el fierro caliente. No le costaría nada sacarlo y poner las cosas en su lugar. Pero hay ciertas reglas y el Checho es el que manda. Algún día será él. Entonces acepta sin decir una palabra. Afuera lo espera su hermano más chico. Le sonríe al salir. El pibe tiene huevos. Lo está preparando para que salga bueno. Quizá en el próximo le ponga el chumbo en las manos. Quizá, aún no está seguro.

Mientras espera del otro lado de la puerta de chapa, evoca la secuencia. El disparo, la sangre, el cuerpo cayendo. Reprime una arcada y teme por un momento que el Negro estuviera saliendo justo para verlo flaquear. Pero el Negro sigue adentro, comprando pasta. Temblaba. Había creído que aquella sería un espectáculo, pero había salido horrorizado. Sin embargo, no podía decir nada. Era su destino. Y por lo tanto, tenía que afrontarlo. Cuando el Negro sale, estaba vomitando.

Se marchan entre callejuelas sucias, con paso rápido.
Bajo el mismo cielo, en lugares remotos, una familia llora.
Nadie entiende el por qué. A nadie más que a ellos, le importa.

17 de octubre de 2014

Día de pago

El hombre abrió el sobre mientras cebaba un mate. Lo hacía con la inocencia de siempre, esperando ver un monto razonable. Pero el número que leyó hizo que lanzara el mate por el aire, salpicando una pared de verde y desparramando la yerba mojada y caliente sobre el suelo de cerámico verde que su mujer había elegido veinte años antes.
Ella bajó las escaleras corriendo, asustado.
- ¿Qué pasó? Gordo ¿estás bien?
Su esposo levantó la vista, con los ojos aún perturbados.
- Llegó la boleta, Estela.
La mujer se detuvo, llevándose las manos al pecho. Por la reacción de su marido, aquello era más de lo que podían pagar. Dudó en preguntar. Pero era un titubeo inútil. No había forma de no enterarse. Tarde o temprano, la realidad la tomaría del cuello.
- ¿Cuánto? - preguntó al fin, en un hilo de voz.
La respuesta fue un suspiro. Si hubiese tenido un sillón a su espalda, el hombre se habría dejado caer. En cambio, meneó la cabeza de un lado a otro y tras dejar caer el papel sobre la mesa, se llevó las manos a la cabeza.
- ¿Y ahora, Estela? ¿Y ahora?
- No quiero decir que te lo advertí...
- Ya sé, no empieces con eso.
Se quedaron en silencio. Ella sin avanzar, él sin soltar los pocos cabellos que tenía. Detener el tiempo, volverlo atrás. Nada era posible. El tic tac universal no se detenía. No sabía hacerlo. Arrastraba todo a su paso, como un río desbocado. Y ahora, el momento que ella temía, había llegado al fin.
- Vayámonos, lejos - dijo la mujer, con firmeza.
El hombre se lamentó. Allí tenía todos sus afectos. Pero su esposa tenía razón. No había otra posibilidad. Afrontar esa cifra era imposible.
Hicieron las valijas en una hora. Para la tarde estaban en el tren camino a la frontera.
Cuando fueran a reclamar el pago, ya estarían a días de distancia, instalados en alguna parte. La idea de matarla había sido de él, pero ella lo había secundado. La agencia de sicarios no daba el precio hasta un tiempo prudente después del hecho, cuando la investigación se estancaba. Con eso daban seguridad al cliente, al mismo tiempo que se cobraban una buena comisión por la espera. El monto, en definitiva, era razonable.
- Pero valió la pena, gordo - murmuró casi durmiéndose sobre el hombro de su esposo, arrullada por el suave vaivén del tren.
- Claro que sí, preciosa - su voz aún estaba teñida de nervios, por el osado escape, pues sabía bien de quiénes huían - Claro que sí.
La imagen de su madre gritando a los cuatro viento que le contaría a todo el mundo que eran hermanos y que eran conscientes de eso cuando se casaron, repercutía aún en su cabeza. Durante veinte años habían estado a salvo, lejos de ella. Pero los había encontrado.
Y ahora, incluso muerta, los hacía escapar nuevamente. No de ella, pero si seguramente de su fantasma.

14 de octubre de 2014

Villa Viñetas 2: ¡Gracias!

En el blog hoy no hay cuento, porque un evento me absorbió totalmente. Les dejo a cambio, la crónica sobre Villa Viñetas 2. El placer de haber organizado, junto a Leo Cabrera, y rodeado de gente excelente, un encuentro repleto de maravillas.


Villa Viñetas 2 fue un fin de semana que nos quedará de manera indeleble en nuestros corazones. Muy buena gente. Sensacionales artistas. Fantásticos recuerdos que uno amalgama en su mente y para siempre.
¡Cuánto talento junto!¡Cuántas emociones disparadas por un mismo motor, el cultural! La idea primigenia, la de la primera edición, se mantuvo y por si fuera poco, creció, dio un paso gigantesco contagiando el espíritu de muchas personas que se brindaron al ciento por ciento por el evento.
El punto de encuentro soñado para los artistas de la región, el granito de arena para la cultura de esta parte del universo, volvió a fortalecerse. Con luces y sombras, por supuesto, porque la perfección no existe, pero con un balance sumamente positivo, porque el hacer, el construir, cuesta, lleva tiempo, y Villa Viñetas en tan solo dos años, con un respaldo que va creciendo de a poco, se ha consolidado y se proyecta hacia el futuro con mucho entusiasmo.
Historietistas, ilustradores, artistas plásticos, investigadores del género, guionistas, artesanos, músicos, le dijeron SI a la propuesta, como muchísimos comercios y emprendimientos de la región, que apostaron a las jornadas desarrolladas bajo un nuevo techo (y nueva casa) que fue la Biblioteca Popular “María Perrissol”, donde absolutamente todos, nos sentimos cómodos, respaldados, contenidos. Miguel y Sandro fueron anfitriones de lujo. Gente con la que eternamente estaremos agradecidos.
Figuras de la talla de Daniel “Pito” Campos, proveniente desde Córdoba; Felipe Ricardo Ávila, de Capital Federal; Decur (Guillermo Decurgez), de Arroyo Seco; Carlos Barocelli, de la ciudad de Rosario; Fernando Biz, de Morón, provincia de Buenos Aires, se sumaron a los artistas del sur santafesino y norte bonaerense, como los reconocidos a nivel nacional Marcos Vergara y Caio Di Lorenzo, los también nicoleños Matías Di Stéfano, Ciervo Blanco (Marcela Leguizamón), Germán Bernardéz, y los “locales” Sergio Ariel Alvarez, Mariano Mancini (escultor), Hernán Spinetta, José Hugo Goicoechea y por supuesto, Leo Cabrera.
La muestra fue una delicia. Variada, colorida, repleta de matices. Ciervo Blanco, Pito Campos, Caio Di Lorenzo, Sergio Alvarez, Alicia Laner, Marcos Vergara, Decur, Felipe Ávila, Matías Di Stéfano, Leo Cabrera, nos regalaron desde el sector de obras expuestas, un sinfín de sensaciones. Alvarez, además, se robó las carcajadas de todos con su “rincón de humor”, repleto de tiras de su autoría.
Nos dimos gustos enormes, que pocos pueden darse. Disfrutar en una misma dibujando a Pito Campos, Decur (que tenía que terminar una portada e igual se hizo el tiempo) y Carlos Barocelli (recién llegado de la Feria del Libro de Mendoza), pocas veces se da. Incansables, junto a Pito (los aplausos más intensos en el cierre, fueron para él), dos talentosos, Sergio Alvarez y Germán Bernardez batieron récord delante de la hoja, sentados en la mesa de dibujantes, accediendo a todos los pedidos de la gente. Fue el tridente mágico de los dibujantes.
Como también, fue un placer escuchar la charla de Felipe Ricardo Ávila y tener la sensación de haber deseado que continuara por horas. O maravillarnos (maravillarme, no puedo ocultar mi fanatismo) con la charla sobre guión de Federico Baert, que además, el día sábado, dictó su taller de historietas (que funciona en Librería Mafalda) en el evento.
De la misma manera que celebramos el taller de dibujo que dictó Gastón Barticevik, este joven dibujante de la Escuela Barocelli, que enseñó a niños y no tan niños a dibujar dragones, en una mesa al aire libre que brilló gracias a su carisma y habilidad.
Desde sus stands, Mariano Mancini cautivó a todos merced a su trabajo modelando una escultura; Augusto Schienke nos sorprendió con su dibujo en vivo, rememorando una escena clásica de Rocky IV. Y fue hermoso tener la presencia del escritor de Arroyo Seco José Zardi presentando su libro “Gritos”, de Celina Pérez Novoa dando a conocer la revista “Visionarios” y convocando a todos os artistas de la zona, o compartir la presentación del libro “El hombrecito que miraba las estrellas” junto a Felipe Ávila, amigo y autor del arte de tapa. Como así también descubrir a una joven promesa, como Mauricio Morel, del taller de Leo, que nos deleitó con sus creaciones: dragones y animales hechos de manera artesanal, que generaron el entusiasmo general.
José Hugo Goicoechea y Carlos Barocelli nos hablaron de su proyecto en conjunto, del que además pudieron verse en exclusivo, las primeras páginas e ilustraciones como parte de la muestra: Aquí Mismo IV girando en torno al “Grito de Alcorta”. Pero no fue solo eso, porque el diálogo nos llevó a repasar la historia contada en historietas, y por supuesto, el libro más reciente de Barocelli, sobre la historia de Cañada de Gómez.
Y José Hugo, además, hizo un experimento y le salió de maravilla, con su taller sobre “El arte en la enseñanza de la historia”, uniendo los juegos de simulación, con el aula, el debate y la historieta.
Hubo una energía extra, diferente, no solo gracias a los artistas, sino también por cada una de las personas que permaneció de manera estoica, incluso en las horas más difíciles, esas donde poca gente recorría la feria (y que lamentablemente, nos tocó vivir varias franjas horarias flojas en ese sentido). Andrea, en el puesto de Librería Mafalda, a quién le estamos profundamente agradecidos, porque desde el año pasado confía en Villa Viñetas y esta vez, estuvo presente con libros y revistas. Mauricio y Adrián, de Planeta Vicio, que se encontraron con gente amiga y conocieron a nuevas amistades, mientras ofrecían sus remeras. En el stand vecino, el “local” de L.A. Comics, Matías y María, compartiendo las jornadas con Fernando Biz, de Ediciones Módena y sus libros de manga nacional.
En el pasillo central, Ema Flores y Marcela Leguizamón, brillaron con los diseños de Puerto Norte Serigrafía, mientras que Marcos Vergara (muy bien custodiado por el incondicional Caio Di Lorenzo) no hacía otra cosa que provocar admiración con los libros de la editorial que conduce junto a Alejandro Farías, Loco Rabia. Y bien pegados, dos propuestas rosarinas que se han ganado un espacio a nivel nacional: César Libardi con Rabdomantes Ediciones (las revistas Quimera y el libro de Javier Rovella, “Cándido”) y Gastón Flores, de Revista Terminus. Dos grandes guionistas, por otra parte. Sin olvidarnos, del stand de “Pánico” de Hernán Spinetta (que prácticamente se quedó sin fanzines por la repercusión que tuvo) y de “Dragon Fly” de Mauricio Morel.
Y en la última franja de expositores, Augusto y “Retratarte” con pinturas deliciosas del género de la ficción, acompañado en todo momento por Cecilia, comandando su puesto de remeras “Alquimia Bohemia”. El villense Mariano Mancini, rodeado por familiares, recreó la vista con sus esculturas, mientras que los chicos de “El Caldero Burbujeante” inundaron de color el salón gracias a sus “amigurumis superhéroes”. Y hubo un stand que un día tuvo a Felipe Ávila con sus producciones “La verdad es un perro que te ladra y muerde”, “El combate de la vuelta de obligado”, entre otras, y también con libros de “Oenlao presenta”, y que al otro día se transformó en un espacio que se ganó las miradas por los fantásticos juguetes y figuras, de la mano de “El Nido Rol”, gente muy buena onda que el próximo fin de semana organiza el “Rosario Horror Fest” en el Centro de la Juventud de dicha ciudad.
Pero hubo más, y estoy seguro, me olvidaré en esta crónica de miles de cosas. Pero imposible obviar la presentación “casi” debut del “Dúo Menos Dos” integrado por Néstor Marinozzi y Fernando Elía, el sábado por la noche, cerrando la primera jornada, y mucho menos, el inolvidable show que nos obsequiaron “Yanapay” (gracias Sole, Beto, Christian y Juan!) y Cantopuro Trío (impagables, Marijó, Jorgelina y Alfredo!). Le dieron un plus a Villa Viñetas 2 y los disfrutamos muchísimo, como la muestra fotográfica de María Gabriela Alvarez, con las imágenes del primero Villa Viñetas, o la presentación de maquillaje artístico a cargo de María Pieretti, que nos dejó boquiabiertos a todos.
Lo artístico nos envolvió de riquezas espirituales. La cultura nos cubrió de exponentes únicos. Y estamos agradecidos. Tanto como (y no alcanzan las palabras) para aquellos que se pusieron el overol y no dudaron un segundo en trabajar, en poner “el lomo”, en hacer lo posible para concretar este sueño que es Villa Viñetas. Y si bien en esto no hay competencia ni podios, creo que nadie me objetará afirmar (con Leo, a lo largo de este finde, lo hablamos mil veces) que mi querido amigo (desde hace añares, casi un hermano) Rafael Manzano, se ganó toda nuestra admiración por su dedicación y empeño. Gracias Rafa, te debo un alma y media y lo dejo escrito en esta crónica. Y como él, Maricel Santander, en todos los detalles; Mariana Brarda (gracias amor!), Sabrina Hasik (ídola, cortando el tránsito en pleno centro), Paul Grill (que el año que viene se disfraza de super héroe según prometió), Fernando Biz, Rodrigo y Lola del taller de Leo; Mariano Colle (Irradia Produccciones), capo es poco, hizo magia con el sonido, se merece todos los aplausos; Néstor Marinozzi que nos consiguió el proyector; Alicia Laner que ayudó en el armado, los ya nombrados Miguel y Sandro de la Biblioteca, Pito Campos que no solo dibujó en todo momento, sino que además hizo una invitación para colocar en la calle, Caio y Marcos que decoraron el salón de charlas y me quedo corto, lo sé. Me olvido de nombres, de hechos, de colaboraciones.
Apartado especial para Mafalda Librería, por todos sus aportes; para Camelli, que también brindó lo suyo, para la Panadería Nona Tucha que se jugó con los bizcochos, para Federico Larrañaga y un aporte junto a Fundación Centro que agradecemos, para Juventud que nos dio los tablones (y nos plantó con los afiches jajaja), para los medios que nos tuvieron en cuenta y difundieron (aunque los extrañamos en el evento!), para cada una de las personas que se llegó, que disfrutó, que compartió con nosotros su alegría, que asistió a las charlas y talleres, observó, preguntó, compró en los stands, que supo aprovechar la oportunidad de tener en la ciudad un evento que con humildad, el apoyo de unos pocos, pero la voluntad de muchos, quiere seguir creciendo.
Y no nos olvidamos, claro que no, de Germán Giacomino, senador provincial de nuestra ciudad, que desde el año pasado nos decía que iba a estar a nuestro lado y no nos defraudó, al contrario, Su aporte hizo realidad muchas cosas y la sorpresa que nos dio, hace que valoremos aún más lo que hemos creado. ¡Villa Viñetas 2 fue declarado “de interés provincial” por la Cámara de Senadores de la Provincia de Santa Fe”! ¡Muchas gracias!
El texto es extenso, lo sé. Pero no puedo evitarlo. Nos quedan anécdotas, comidas, risas, momentos que jamás olvidamos. Y certezas. Como por ejemplo, que hay cosas por mejorar, muchas, y fueron muy bienvenidos los consejos. Todavía es reciente este fin de semana hermoso, así que es difícil pensar en cómo sigue esta historia. Pero sabemos que estamos por el buen camino. Lo demuestra el clima que hubo, la cordialidad, el sentido de amistad, de compañerismo.
Pudo haber poca gente por momentos, pero nunca faltaron las sonrisas, las charlas, las miradas contagiando la fuerza. A todos ustedes, gente del Villa Viñetas 2, muchísimas gracias.
Leo, gracias por todo lo que hiciste. Te cargaste muchas cosas sobre la espalda cuando estuve complicado. Fuiste comprensivo y excelente amigo. El aplauso final, es para vos.








10 de octubre de 2014

Las estrellas

De la mano de su padre, Juan Pablo recorría el trayecto de regreso desde el almacén hasta su casa. La noche era cálida tras varios días de lluvias y mal tiempo. En el manto de oscuridad que sobrevolaba los árboles, las estrellas brillaban con intensidad.
El niño las miraba embelesado, tropezando de vez en cuando con las irregularidades de la vereda. Llevaba bajo su brazo una bolsa de papas fritas, de la marca que tanto le gustaba.
- Papá, las estrellas nos persiguen - advirtió asombrado, como conclusión de su observación.
El padre sonrió y le explicó en pocas palabras, que no era así. Que las estrellas estaban muy lejos y que el movimiento era ilusorio. Y le prometió que algún día, les diría el nombre de las más importantes.
Juan Pablo no sintió ningún tipo de desilusión. Menos aún cuando por la noche, ya acostado, escuchó el sonido en su ventana. No tuvo más que correr el vidrio para dejar que las algunas de las estrellas entraran.
Esa noche hasta sus sueños brillaron, bajo el encanto de sus compañeras de habitación.

7 de octubre de 2014

Tres patas

Desde que había ganado aquel premio gordo en la quiniela, Ricardo se dedicaba a conocer el país. Pero lo hacía a su manera. Renunció a la fábrica, se compró una moto KTM 990 Adventure importada, se equipó con lo necesario y puso las ruedas sobre el pavimento.
Su aventura llevaba seis meses de ajetreo cuando llegó a la localidad de Loza Grande, perdida en el interior de una provincia cuyana. Parecía una ciudad pequeña más, como las tantas que había atravesado en su extenso viaje y que por momentos le daban la sensación de alinearse unas a otras, prácticamente iguales, mientras las iba dejando atrás montado en su moto.
De vez en cuando se detenía en alguna. En pocas ocasiones sucedía porque algo le llamara la atención. Solía ocurrir cuando le faltaban provisiones o el sueño lo vencía. En Loza Grande pasó lo primero. Necesitaba al menos un par de botellas de agua.
En los lugares distantes y remotos, las calles anchas suelen llevar al centro de la ciudad. Ricardo solía recurrir a dichas arterias para evitarse frenar con el fin de tener que preguntarle a la gente dónde comprar lo que estuviera necesitando. Sabía que en el centro encontraría todo.
Llegó con facilidad a la plaza central. A una calle divisó el cartel de un supermercado. Condujo despacio y estacionó la moto contra el cordón de la vereda. Se bajó lentamente, estirando la piernas. Pero la tranquilidad del momento duró muy poco. El ladrido de un perro lo sobresaltó de tal forma que se le cayó la mochilla al suelo. Ricardo, con bronca, le gritó como para alejarlo. El canino, pensando que iba a arrojarle algo, salió corriendo en dirección contraria. Recién ahí pudo observar que tenía solo tres patas.
Olvidó pronto al animal y se dirigió al supermercado, pero se topó con la puerta cerrada. Consultó su reloj y comprendió su error. Era la hora de la siesta. Solo en las grandes ciudades los comercios hacen horario corrido. El resto de los mortales apela al sentido común y descansa.
Se subió a la moto y decidió pasear por la ciudad con el fin de encontrar algún kiosco o comercio chico cuyo dueño tuviera la creencia que abriendo en el horario de la siesta y aprovechando que los demás cerraban, se haría rico más rápido.
En la medida que avanzaba notó dos cosas. La primera, las persianas bajas en todas las casas. La siesta parecía obligatoria. La segunda, los perros. De cinco que había visto, cuatro tenían una pata menos. Aquella característica no era privilegio del que lo había recibido con ladridos al descender de la moto.
Durate media hora transitó las calles desiertas de Loza Grande. Si no fuera porque estaba todo limpio, y que los perros (en su mayoría con tres patas) iban de un lado otro y parecían bien alimentados, aquello bien podría haber pasado por un pueblo fantasma. Resignado, tomó la misma calle ancha que lo había llevado al centro de la ciudad. Fue cuando vio al joven que lo llamaba desde un árbol.
- Por acá, por acá... - le decía sin levantar demasiado la voz.
Ricardo se quitó el casco y miró hacia las ramas, que estaban a unos tres metros del suelo.
- ¿Qué hacés ahí arriba pibe? - preguntó con incredulidad Ricardo, sin poder evitar mirar hacia un lado y otro, temiendo que quizá un grupo de jóvenes estuviera tratando de darle una paliza al que estaba ahí arriba, justo encima de su cabeza.
- Es que me subí en el horario que la gente maneja y se me trabó el pie en la horqueta del tronco.
- ¿Subiste a qué, a buscar un gato o hacerle una broma a alguien? Mirá que quedarte atascado... dejame ver si puedo subir y ayudarte.
Ricardo trepó con facilidad y tras tironear un poco, logró sacar el pie del muchacho de dónde había quedado. Ambos descendieron un tramo y luego saltaron hacia tierra firme.
- Gracias señor, se nota que usted no es de acá.
- ¿Acá nadie ayuda?
- No por eso, sino que lo vi manejando la moto y lo hace muy bien.
Ricardo, que estaba por colocarse el casco para seguir viaje, lanzó una carcajada.
- ¿Muy bien? Iba a veinte kilómetros por hora, para poder divisar un kiosco o algo... ¡pero este pueblo es la muerte! Solo perros de tres patas y un chiquillo atrapado en un árbol.
El chico observó la hora en su reloj y su rostro se alarmó.
- Es mejor que se vaya, la gente va a comenzar a levantarse de la siesta.
- Esperé una hora para que abrieran los comercios, así que esperaré entonces unos minutos más. Es la mejor noticia que escuché en el día.
- ¡No, por favor!  No se quede, siga por la ruta, al oeste, a tres horas, tiene un pueblo donde podrá comprar lo que quiera.
Ricardo observó la genuina preocupación en el semblante del joven, pero le costaba entender una razón lógica para su advertencia. El chico volvió a consultar la hora y sin preámbulos, echó a correr por la vereda.
La respuesta no llegó de boca del muchacho, que se alejó a toda velocidad sin volver la vista atrás, sino que provino del sonido unísono de motores poniéndose en marcha. Un coro estrepitoso, más acorde a un circuito automovilístico que a una calle en una pequeña localidad perdida en el interior del país.
A las cuatro en punto de la tarde, las cocheras de las casas de la calle donde estaba parado Ricardo aún con el casco en mano, como la totalidad de estas en la ciudad, se abrieron con macabra precisión. Del interior de las mismas emergieron autos bramando de vida y en pocos segundos, ganaron la calle. El desértico paisaje cambió de inmediato, por el de una ciudad con calles atestadas de autos yendo y viniendo a gran velocidad. Y con una particularidad. Ninguno de los conductores era muy bueno haciéndolo.
Una vieja Chevy pisó el cordón de la vereda a pocos centímetros de Ricardo, que saltando hacia atrás, salvó sus piernas. Sin perder el tiempo, terminó de colocarse el casco y se montó a la moto. A lo lejos creyó oír el aullido de dolor de un perro. Sintió un escalofrío en el cuerpo e imploró mentalmente por el chico que corría a su casa. Que hubiese llegado o al menos, alcanzado la copa de un árbol. Puso en marcha el motor y bajó a la calle, justo detrás de una Ford 100 que iba en zig zag.
La salida estaba a tan solo cinco calles, sin embargo, sabía que el solo hecho de intentarlo, era una especie de ruleta rusa con volante. Los perros corrían despavoridos, escapandole a la locura. Aceleró entre monstruos de metal carentes de lógica y cordura, sintiendo que no eran calles, sino las arterias envenenadas del mismísimo demonio.

4 de octubre de 2014

El color más intenso

El hombre era ciego desde nacimiento, sin embargo conocía bien los colores. Podía diferenciarlos, para asombro de los demás. Decía que emanaban un aroma diferente y que merced a eso, podía percibirlos.
Y parecía cierto, porque jamás se equivocaba al referirse al color de algo. Incluso, le mezclaban varios lápices y los dejaban esparcidos frente a su oscuridad. El hombre los elegía de a uno, anunciando en voz alta el color. Jamás se equivocaba.
Otro hombre, alto y algo desgarbado, se acercó a la plaza donde solía ir a pasear y darle de comer a las palomas. Llevaba una bolsa y esgrimía una sonrisa malvada.
El ciego estaba sentado en un banco, con las piernas cruzadas. El otro se sentó a su lado.
Abrió la bolsa y sacó un cuaderno. Lo abrió en la página inicial y habló:
- Hice un dibujo, dígame de qué color lo pinté.
- Déjeme sentir el papel.
- ¿Para qué quiere hacer eso, qué más da? Dígame solo el color.
- Es que percibo el color de su corazón y no me dice nada bueno.
El otro lanzó una carcajada.
- ¿Quiere palpar el papel? Tome, hágalo.
Acercó el cuaderno al ciego, pero éste ni siquiera lo tocó.
- Allí no hay nada. Solo la tersa textura de la perversidad.
El cuaderno cayó sobre sus piernas. La mano que lo sostenía había desaparecido, así como la persona que se había sentado en el mismo banco.
El ciego sonrió. No era la primera vez que una oscuridad mayor a la que estaba acostumbrado quería engañarlo. Sin embargo, su ceguera tenía límites. La maldad era una de ellas. A veces el color que la envolvía, era capaz de cubrir todo lo demás.
Siguió alimentando a las palomas, disfrutando el celeste del cielo y el verde de los árboles.

1 de octubre de 2014

Colas del más allá

Lo llevaron por un pasillo de paredes blancas, casi inmaculadas. Al final había una puerta. La atravesó y al darse vuelta para agradecer a quién lo acompañaba, se encontró solo. Pero la sensación fue efímera. Al mirar hacia delante vio que estaba en una enorme sala de espera. Tan grande, que no alcanzaba a ver las paredes laterales.
Tampoco se veía el suelo que pisaba. Una especie de bruma sobrevolaba el lugar donde en teoría estarían sus pies. Por todas partes había gente formando fila. Algunos, cansados, esperaban sentados en el piso. La neblina los cubría hasta la cintura.
Se acercó al último de una de las filas.
- Disculpe, acabo de llegar y no sé muy bien dónde debo ir.
- Elija una cola y espere. Ya perdí la cuenta del tiempo que llevo aquí.
- ¿Una fila cualquiera?
- Todas llevan al mismo lugar - contestó señalando un punto en el horizonte.
- ¿Eso es...?
- La administración, es imponente, pero imagínese la cantidad de gente que llega por día. Nos han dicho que si uno se queda, tiene posibilidades de tener una ocupación allí.
- Pero... ¿es que no nos quedamos aquí?
El interlocutor lo observó sorprendido.
- Me extraña que no lo sepa. ¿Acaso comprende dónde está?
- Ahora que lo pienso, no. Salí esta mañana de casa, llevé al nene al jardín y después fui al trabajo.
- Le falta algo...
- No, creo que es todo. Al mediodía fue a almorzar a la esquina y...
- ¿Y...?
- Me cuesta recordar lo que almorcé.
- Es que quizá nunca llegó.
- Si, claro que llegué, recuerdo que me senté al lado de la ventana que da a la ochava y... luego entró ese hombre con la pistola.
Hizo un silencio. Volvió a recorrer con la mirada el lugar donde se encontraba. Notó que reinaba el silencio. Que los semblantes se traducían en rostros tranquilos, sin prisa.
- ¿Estoy muerto? - preguntó al fin.
- Eso es algo que le puedo garantizar.
- No lo puedo creer, pero cómo es posible que no lo recuerde, una cosa tan importante...
- No se engañe, lo importante es esta cola que estamos haciendo.
- ¿Por qué? ¿Qué esperamos?
- Vaya, la persona que lo trajo sin dudas que evitó fatigarse con usted.
- Por favor, explíqueme.
- En la administración está Él.
- ¿Quién es él?
- Él, con mayúsculas.
- Esto es un sueño.
- No, es la muerte.
- Lo que ¿Quiere decir que él nos atenderá?
- Si, pero debemos tener paciencia. Hay gente esperando hace años. Aunque acá el tiempo transcurre de manera diferente. Hay días que pienso que llevo horas esperando y otras, siglos.
- Pero realmente... ¿hace cuánto que espera?
- Solo Él lo sabe.
- Esa no es una respuesta.
- Es la verdad.
- ¿Y para qué tenemos que verlo?
- Para lo esencial, como ya le dije. Saber si nos quedamos o no.
- Es decir, si nos quedamos acá arriba o vamos para abajo.
- Según lo que usted defina como arriba y abajo.
- Arriba, bueno, el cielo, es lo mismo. ¿Acaso lo que nos tapa los pies no son nubes?
- Lo ignoro. De todas formas, usted puede ponerle el nombre que quiera.
- Entonces, Él decide... ¿en base a qué?
- ¿Cómo a qué?
- Claro, tenemos que responder un cuestionario, un examen...
- No, contempla cada acto de nuestras vidas. Lo bueno y lo malo, cada cosa tiene su puntaje, a favor y en contra. Por eso es que demora tanto con cada uno. ¿Ni siquiera leíste los carteles en las escaleras?
- Creo que las subí dormido, solo recuerdo un pasillo...
- No importa. El tema es ese. Formas en una fila y esperas. Y si es posible, en silencio. Debemos aprovechar para meditar.
- Hay algo que no entendí. Si nos da negativo, vamos hacia abajo, al infierno.
- ¿Al infierno?
- Claro, dijiste abajo...
- Si nos rechazan, volvemos a la Tierra.
- ¿Reencarnamos?
- Si tienes esa suerte. Reencarnar es tener otra oportunidad para volver a una de estas colas. Pero la fortuna debe estar de tu lado. El mundo está plagado de almas sin destino. Ahora, búscate un lugar y calla la boca.
Vagó hasta encontrar una lejos de la que se había detenido. Había al menos mil personas delante suyo. Hizo lo que le dijeron. Cerró los ojos y trató de meditar. Tenía tiempo de sobra para repasar el debe y haber de su vida.