Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

www.OLVIDADOS.com.ar - Avila + Netomancia

19 de julio de 2008

Mis amigos los colores

Rojo a la mañana, ni bien sale el sol y la almohada aún me invita a seguir soñando.
Blanco al mediodía, mientras el televisor me acompaña en silencio a la espera del almuerzo.
Por la tarde, es azul. Tras la ventana se despliega el cielo y más alla, el pueblo cercano, a su vez tan lejano.
Cuando obscurece, es verde. Con agua y antes de la cena. Todos ríen, yo también. Ha sido otro día en la vida.
Otra vez en la cama, arropado, con sueño, esperando el último antes de dormir. Otra vez blanco, pero con una línea azul justo en la mitad. Me ayuda a cerrar los ojos y decir adiós.
En el hospicio los colores son mis amigos y sin ellos mis días serían de miedos y en las noches, durante mis sueños, atacarían como un pirata en ultramar.
Desvanecer, en paz, en silencio. Y de repente, negro.

12 de julio de 2008

El budín de pasas

Lo vi casi por casualidad, allí solitario en la vidriera. Quién sabe que hubiera pasado si en el preciso momento que pasaba por delante, miraba hacia la calle, pero es una pregunta que en circunstancias así no me hago muy seguido.
Parecía llamarme con sus ojos de chocolate. Era perfecto. Su cuerpo era una tentación y acostado sobre la radiante plata se asemejaba a un príncipe dormido en un estanque, bajo un cielo nevado, con pasas de uvas secas adornándo todo lo largo de su ser.
Mi admiración asaltó por sorpresa la amplia ventana. Apoyé mi rostro, que despedía ternura y deseo, agrandé los ojos lo más grande que se pueden llegar a abrir. Las palmas querían traspasar el vidrio, quería fundirme como un fantasma en la materia y atravesar hacia el otro lado. Quería abrazar a mi príncipe, besarlo, sentir su textura. Lo deseaba allí mismo.
Corrí hacia la puerta y maldije cuando la vi cerrada. Maldije porque quería entrar ya. Sin embargo, tras empujarla varias veces, comprendí algo aún peor. El negocio estaba cerrado. Qué irónico que un cartel de diminutas medidas albergara tan enorme desilusión. Decía Cerrado, con la C mayúscula. Era un mensaje frío, falto de vida.
Hice visera con mi mano y jugué a ver hacia el interior. Un juego inútil, fastidioso. No se veía a nadie dentro. No me salían las palabras, quería preguntarle al primero que pasara si sabía a que hora abría el lugar, pero no había gente alrededor. Miré la hora y hacía rato que se había ido el mediodía.
¿Abrirá a las cuatro? me preguntaba. Qué haría entonces, quedarme, irme, sentarme, fumar hasta que abra, irme y volver en unos minutos...
El lugar vacío, las calles desoladas, la impotencia de no poder saborearlo... ya pronto caería la siesta, el silencio se agudizaría, la soledad ganaría hasta el aire. ¿Y si acaso espero y ya alguien ha pasado por él y viene a buscarlo luego? No, no podría ser nada peor.
Debía actuar. Debía cruzar la muralla, derribarla si era necesario. Busqué con la mirada por la vereda, casi entrando en pánico. Encontré el arma. Un medio ladrillo. Estaba al pié de un árbol, inerte, ajeno a todo. Su piel colorada descansó en mi mano, la sensación me provocó placer y excitación. Contuve la respiración y avancé, midiendo el disparo.
Si lo arrojaba con poca fuerza, rebotaría, lo sabía. Lo impulsé con ganas y el ladrillo voló como un misil enojado. La vidriera se partió instantáneamente. Como una catarata de agua que se cristaliza y se derrumba, el vidrio se desmoronó con serenidad y resignación. Había sido vencido.
Quería llegar a él lo antes posible, pero tuve que perder tiempo haciéndome espacio en la ventana destruída, para no cortarme. Mis sentidos estaban puestos en la salvaje misión. Eso y el tiempo que perdí con el maldito vidrio, fueron fatales. Había entrado medio cuerpo al local cuando unos brazos fuertes me tomaron del cuello. Allí la realidad me golpeó con el sonido de la sirena de un patrullero. Forcejeamos un poco, pero no más de quince segundos después me estaban metiendo en el móvil policial.
Me tienen encerrada desde hace dos horas. Esto es penoso, aunque no me arrepiento. Quién sabe que hubiera pasado, me decía hace un instante, pero mantengo mi postura: en situaciones como estas, eso no se pregunta. Mientras terminan el papeleo de mi arresto, yo sigo saboreándolo, de a poco, para que no se den cuenta. Lo tengo escondido debajo de la campera. ¡Qué delicia de príncipe! Tan suave, tan dulce... mis ojos no me engañaron. Bien valía la pena el riesgo!
A oscuras, en la humedad de esta celda, sacío con placer mi deseo y estoy feliz.