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29 de octubre de 2014

Calle sin ángel

El hombre no tenía muchas razones para golpear la puerta, pero de todos modos lo hizo. Era tarde, las luces de la calle apenas si iluminaban con la pobre luz amarilla que emitían. Solo se escuchaba el cantar de los grillos y algún que otro ladrido distante. No pasaban coches ni se movían las ramas de los árboles. Hasta el viento parecía durmiendo.
Debajo de un sombrero desgastado por los años, el rostro arrugado del hombre se mantuvo sereno, a la espera de una respuesta. Su cuerpo respondía a dicho semblante, manteniéndose firme, sin muestras de nervios o impaciencia. En medio de la noche, la silueta era la de una figura inmóvil recortada en el aire.
Esperó delante de la puerta de madera, que en la noche, parecía más oscura, escondiendo de la vista los rayones y demás estigmas del tiempo. Permaneció allí varios minutos, hasta que finalmente se marchó. Su figura se perdió en la esquina, entre la neblina y los ladrillos de una obra en construcción.
Recién entonces una mano descorrió una de las cortinas. Sus dedos quedaron visibles del lado exterior, aunque nadie estaba allí para verlos. Segundos después se asomó un rostro, espiando hacia afuera. Pertenecía a una mujer de enormes ojeras. A pesar de la hora, llevaba puesto un vestido de día, que apenas le cubría el cuello, dejando libre la piel manchada por los años. Movió la cabeza, tratando de mirar hacia un lado y otro. Luego, con lentitud, llevó un pañuelo a la cara y atrapó una lágrima. Lo hizo con la delicadeza de quién está acostumbrado.
La cortina volvió a su lugar. La ventana quedó opacada por la tela raída y cubierta de polvo. El lugar se sumió otra vez en el murmullo propio de la noche. Solo algunos grillos y algún que otro ladrido lejano. La temperatura bajó unos grados y la brisa sopló más fuerte.
Volverá la siguiente noche, y la otra, y así sucesivamente. Y ella descorrerá el velo siempre tarde.
muy propio de esa calle desangelada que los fantasmas no puedan reencontrarse. Taciturnos, deambulan presintiéndose, pero no son capaces de verse.
Algunos suponen que se trata de una maldición.
Otros aseveran que, sencillamente, así es la muerte.

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