Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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13 de abril de 2024

Ahora solo hay palomas (audio cuento)

 



 

Ahora solo hay palomas, en formato audio cuento.

3 de abril de 2024

La derrota de los escritores fugaces (audio)



La derrota de los escritores fugaces, cuento corto de Ernesto Parrilla publicado en 2017 en el blog Netomancia.

Este relato obtuvo en 2018 el 1er Premio en el Concurso Provincial de Cuentos organizado por la Municipalidad de Villa Constitución a través de la Dirección de Cultura, y publicado en la 19° Antología de Poetas y Narradores, el mismo año. La música que acompaña la lectura es Forgotten Tears de Magnus Ringblom.



26 de marzo de 2024

23 de marzo de 2024

El encanto de las serpientes (audio)


El sitio cumple años y para celebrar, leeremos algunos cuentos y los publicaremos en formato de audio. También estará en formato podcast en algunas plataformas dedicadas a tal fin.
El encanto de las serpientes se publicó en el blog originalmente en 2011. ¡Dejen sus opiniones en los comentarios!

21 de marzo de 2024

Lectura recomendada: El árabe del futuro, de Riad Sattouf

Recomendación: El árabe del futuro, de Riad Sattouf  (novela gráfica autoficcional)

Son más de 1000 páginas en seis tomos que se leen en un instante. O es la sensación que deja la lectura (voraz) de El árabe del futuro de Riad Sattouf, plácida y amena, a veces divertida, más allá que haya momentos sumamente dramáticos. 
Es difícil despegarse de esas páginas hipnóticas, dibujadas con una bella sencillez y al mismo tiempo, tan bien logradas, apoyándose en guiones formidables, que hacen que lo que se está contando sea más que un "la vida de...", sino una historia que sentimos en todo momento cercana a pesar de que nos separan un océano y dos culturas.
¿De qué trata?
Cada tomo narra una etapa del niño Riad Sattouf (si, es la vida del autor del libro). El primero nos muestra a Riad muy pequeño partiendo con su familia (mamá Clementine, francesa y papá Abdel, sirio) para instalarse en Libia, a principios de los años 80. Así inicia esta reconstrucción, siempre narrada desde el punto de vista del autor, de sus recuerdos y de ese cruce con el presente creativo, que transforma artísticamente ese pasado distante para convertirlo en un testimonio gráfico desde una nueva perspectiva.
Libia primero, Siria después, con viajes a la Francia de su madre, el revoloteo continuo de lo religioso, las creencias,el fanatismo, las familias y los tratos según la cultura, la política, lo bélico, lo corrupto, lo social, la educación, irán delineando la historia en la medida que Riad va creciendo y comprendiendo diversas cuestiones (y no siempre, porque sus miedos son enormes y no se limitan a la niñez), siendo una constante como eje central la relación con su padre.
Esto merece un párrafo aparte, porque los seis tomos están atravesados por lo que sucede en el seno familiar, sin embargo, la relación Riad - Abdel es la que mayor énfasis tiene en la historia. Riad además de crecer en lo personal, verá crecer a su familia. Hermanos, pero también abuela, primos y tíos árabes, en tanto que en Francia tiene a sus abuelos, que el paso de los años irá modificando. Y cada uno de ellos tiene una relación particular con Abdel, un sirio formado como doctor en París que sueña con ser alguien importante en su país y que en ese anhelo, arrastra a sus seres queridos.
Riad irá creciendo, sumando nuevos miedos, nuevas incertidumbres. El deseo de ser dibujante contrastado con el de su padre de verlo convertido en un doctor. Porque en la visión de su padre es sirio, es árabe, y el árabe del futuro será un ser distinto, formado, capaz, inteligente. 
Y pasarán cosas. Vaya que pasarán. Y Riad se convertirá en un autor de prestigio y no es ningún spoiler, claro está. Pero el camino... bueno, podrán conocerlo a través de estos libros. Muchas veces me he topado con autoficciones simples y agradables a la lectura. Aquí todo eso escala a niveles increíbles. Y no siempre es agradable. 
Una brutal honestidad recorre los seis tomos de punta a punta.  Riad Sattouf trata de no esconder nada. Cada cosa que siente (o sintió), lo plasma. No importa si queda mal parado. Así fue su vida. No tiene por qué ocultarlo. Porque el Sattouf que la narra, sabe, ha sobrevivido. Y eso es razón suficiente para apreciar el pasado desde una óptica sin reproches. 
Un viaje maravilloso, con una narrativa excepcional. Para atesorar en la memoria. 

13 de febrero de 2024

Lectura recomendada: Hay que llegar a las casas, de Ezequiel Pérez



Hay que llegar a las casas, de Ezequiel Pérez

Llegué a este libro por haber leído tantos buenos comentarios en lugares diferentes. Había, además, algo en el título que me pedía a gritos que lo leyera. Muchas veces trato de recordar cómo fue que llegué a tal libro. Es un ejercicio algo inútil, lo reconozco. En este caso, fue la curiosidad y la casi seguridad de que iba a encontrar una buena lectura. Desconocía al autor (Ezequiel Pérez, 1987, Villa Ramallo) y también la trama. Me bastaba saber que había alguna que otra pizca de terror en su interior.

La historia narra el regreso del protagonista al pueblo natal, un paraje pequeño, casi olvidado a orillas del Paraná. El lugar, el río, son grandes protagonistas de la novela. El retorno lejos está lejos de ser por placer. Su hermano Andrés se ha rajado un tiro en la cabeza. La idea es acompañar a su padre y tratar de entender la muerte de quién, en su infancia, fuera el espejo en el que se miraba.

Hasta acá podríamos pensar en un libro de melodrama, de recuerdos, de choques generacionales. Sin embargo, lejos está de serlo. El de Andrés no es el único suicidio. Y notará, el joven que ha vuelto, que el pueblo guarda un secreto a voces. Los muertos que duelen, son quizá, los que no se dejan ir. Y aquí el hilo conductor tiene un factor demencial que expone los temores del ser humano y su forma de accionar ante lo desconocido, pero aún más, ante el dolor de la pérdida y la necesidad de mantener vivo, muchas veces, no solo el recuerdo.

De una narrativa lenta, pero deliciosa, descriptiva con pinceladas justas y precisas, y diálogos claros, que nos transportan al litoral, a su gente, su quietud, al calor emanando de la acera caliente que, por momentos, parece tocarnos la piel, Hay que llegar a las casas es un libro magnífico.

La tensión está en todo momento agazapada como un cazador, esperando el momento preciso en el que nos distraigamos, para así, volarnos la cabeza. Y agazapado como esos dos hermanos en un recuerdo fundamental del pasado, también el terror está siempre latente pero en esa forma cansina que el mismo pueblo destila.

¿Vale la pena volver? ¿Qué nos espera? ¿Quiénes somos al volver? ¿Aquel que se fue o este que regresa? Sin embargo, el verdadero regreso, en este libro, es otro. Y para descubrirlo, lo tienen que leer.

9 de febrero de 2024

Hablar con un amigo a través de su obra


Días atrás me llegó un mensaje de Marcelo Pulido (editor de Historieteca, administrador de La Fábrica de Historietas, guionista) con una foto y una pregunta. ¿Tenés esto? Era la tapa de un libro, viejo por su aspecto, de al menos veinte años, aunque muy bien cuidado. Y el dibujo de la portada era inconfundiblemente obra de mi entrañable amigo Felipe Ricardo Ávila.
No lo conocía. No sabía de su existencia. Un libro -comprobé después- publicado en 1997. Una adaptación a historieta de una novela publicada dos años antes, de Juana Cascardo, titulada “El regreso de los cosmosidosos”. La propia autora preparó el guion y Felipe lo convirtió en una novela gráfica de 84 páginas.
El libro llegó a Marcelo a través de Andrés Valle, un amigo de Felipe, que acomodando cosas en su casa, se topó con un par de ejemplares. Y su generosidad hizo que ahora tenga uno en mis manos.
La idea de reencontrarme de alguna manera con Felipe, a través de su arte, con algo que era totalmente inédito para mí, fue una sensación muy fuerte. Adiviné en cada trazo, en cada puesta en página, en ese rotulado a mano tan de él, con su letra característica, muchas de las razones e intenciones de lo que quería contar y por qué. Tantos años de escribir para su dibujo me permitió, en esta nueva lectura, estar muy cerca de cada línea. 
Entendí de inmediato lo que seguramente lo movilizó a querer narrar gráficamente esa historia, e incluso me lo imaginé, como en otros tiempos, como en otras situaciones, confiandome el por qué de algunas de sus decisiones sobre la página. 
La historia, ideada en los años 90, con el virus del HIV como el gran flagelo presente en el planeta, instala a la enfermedad como el eje de conflicto en la trama. Creo que, si veinticinco años después colocábamos al COVID como protagonista de la misma historia y manteníamos el resto de lo que nos cuentan en el libro Cascardo y Felipe - que falleció catorce meses antes de la pandemia -, nos daríamos cuenta que se anticiparon al futuro.
El argumento y lo que sucede se ve atravesado además por la ciencia ficción (otra razón más para que Felipe, con seguridad, quisiera poner manos a la obra en esta historieta) y la enorme grieta entre los sanos y los no sanos (esa contraposición eterna, que tanto daño) se define de una manera drástica y muy futurista: enviando a los enfermos al espacio para que no contagien a los demás, no sin antes desatar sangrientos enfrentamientos y graves conflictos sociales.  
El giro final, con la recuperación en el espacio de los enfermos y la destrucción de la humanidad por parte de los que se consideraban sanos, es un mensaje fuerte y certero para darle cierre a una historia que no tiene personajes protagónicos, y cuyo hilo narrativo va de la mano de los hechos, que se suceden de manera angustiante con decisiones propias de una sociedad que solo piensa en lo individual aunque impartidas por gobiernos que rigen los destinos de todos pero, en primer lugar, priorizando los intereses del poder.
Felipe tenía 36 años cuando publicó ese libro, yo lo conocería poco más de una década después.Su estilo entonces ya estaba bien definido. También el sentido de su obra. Los temas que buscaba abarcar, como el destino de la humanidad, el comportamiento de la sociedad, la lucha contra el poder ominoso y muchas veces invisible, los viajes en el espacio, la ciencia ficción. Encontré registros de las técnicas que le conocería tiempo después, las herramientas de dibujo que gustaba emplear, como también encuadres y estilos que le eran tan propio. 
Me lo imagino disfrutando hacer cada página. Porque hacer era su lema. Como aquel blog que tenía, “alegría del hacer”. Así fue Felipe, incansable, activo, preservador de la memoria de los grandes artistas, investigador todo terreno para mantener viva la llama de la historieta que tanto amaba, dueño de un ojo clínico para detectar talentos en ciernes y advertir sobre ese nuevo o nueva artista con apenas mirar unos pocos dibujos, y alguien que, cuando podía, cuando se hacía un tiempo, entre su trabajo de diseñador gráfico, entre el día a día con su familia que tanto amaba, viendo crecer a sus hijos, Felipe también era un dibujante.
Este libro, desconocido hasta hace poco para mí, es ahora otro tesoro que guardaré toda la vida. Una manera de sentirlo cerca, de conversar con su obra, de recordar sus consejos. Porque a Felipe se lo extraña. Dejó un vacío enorme. El destino es caprichoso. Se fue joven y con un centenar de ideas por plasmar. En su obra, redescubro ese vigor, esa fuerza, ese torbellino de energía que era. Y de alguna manera, puedo volver a darle un abrazo. Esa energía, vuelve a fluir en esas páginas que el destino, ese que a veces odiamos, puso en mis manos. 
Gracias Marcelo Pulido, gracias Andrés Valle, por la oportunidad de darme la ocasión de estar una vez más con mi amigo.