Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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31 de mayo de 2008

Meditabundo

Meditaba el hombre, con la cabeza gacha y la frente ceñuda, sin dejar de caminar. Imagen viva de la preocupación que erraba por la avenida, poco atento al tránsito y ajeno de las horas.
En eso, una paloma se posa en su pulcra melena y atina a un picotazo, fuerte y artero, que obliga a la reacción. El manotazo despega violento pero ciego y hace agua en el aire, cayendo lento y derrotado ante tremendo yerro.
La paloma escapa en vuelto horizontal, perdiéndose entre las copas frondosas de los árboles inmensos que tapan al cielo mismo. Es una huída victoriosa, una salida elegante de su cruzada anónima ante el ser humano.
El hombre escudriña un lado y otro, pero en vano. Su agresor ha escapado y le ha dejado un ardor en la cabeza. Lo peor no es la humillación, sino haber olvidado aquello que sumía su atención.
Ni la paloma ni lo que pensaba se volvieron a topar con él.

25 de mayo de 2008

Icaro

Si quería podía ir a toda velocidad y cruzar la calle sin mirar, desplegando los brazos como para anunciar que en cualquier momento se ponía a volar. Se imaginaba ya lanzado en vuelo, sintiendo como las copas de los árboles le hacían cosquillas y su mamá, a los gritos, lo seguía desde muy abajo.
Pero reprimíría aún su despegue, prefería guardar el secreto. Le dijo entonces a su mamá que si, que tendría cuidado, miraría para ambos lados antes de cruzar la calle y no se distraería en su camino hasta el almacén de doña Elvira, en la otra cuadra.
Salió silbando con las manos en los bolsillos de su pantalón corto, la lista de compras en la cabeza, la sonrisa pícara y dos alas pequeñitas asomando bajo su remera.

Ilustración de Ninia Pastelillo

23 de mayo de 2008

Existencia

Hay quienes afirman que el destino está dicho de antemano, escrito en sagradas escrituras que datan de milenarias épocas, ya remota, hace tiempo olvidadas. Quienes lo afirman aseveran que es tan cierto como que la oscuridad sigue a la luz y la desgracia persigue a la suerte.
Describen en palabras, que viejos historiadores y cazadores de mitos han rescatado de las fauces del tiempo, que existe un bosque interminable en medio de la vida, cuyos extraños caminos avanzan en una sola dirección. En ese camino la penumbra late detrás de cada arbusto y el presagio de muerte brilla en cada estrella.
Quienes lo atraviesan corren suertes distintas. Los más frágiles de corazón y alma sucumben ante el abandono y la desolación, el miedo a la soledad y el dolor de la distancia. Los fuertes de cuerpo y resistencia, mueren mucho más tarde, desgastados por el hambre y la sed, las laceraciones en la piel y las infecciones mal curadas. Otros, que no reúnen las características de los primeros ni de los segundos también perecen, pero las razones suelen ser aleatorias y hasta poco interesantes.
Los que hablan de ese camino, aseguran que nadie lo ha sobrevivido jamás y por lo tanto, se desconoce que hay al final del mismo. Incluso, si realmente el recorrido tiene un final.
Esas historias cuentan de un destino de muerte para cada uno. No hay escapatoria para el fatal desenlace, tan solo más o menos tiempo, un camino más corto o más largo. No importan las penas, los dolores, la sangre derramada, las lágrimas vertidas, la muerte llega por igual.
Los estudiosos del tema siguen dándole vueltas al asunto, buscando las respuestas que el tiempo se ha llevado, separando lo que es verdad de lo que es mito. Y mientras lo hacen, los años pasan y la existencia los va devorando, tan puntual como la noche le sigue al día y la carne se transforma en huesos.

11 de mayo de 2008

Juntos

Mirando vidrieras, te vi mil veces, a veces sonriendo y otras no. Me inventé un juego, haciendo que no iba a mirar y de repente, cuando creía que pensabas que yo no sabía donde estabas, miraba y ahí volvías a estar, sin tiempo a esconderte. Terminé riendo de tu persistencia, de tu afán por estar dónde yo fuera. Hacía rato que no nos reíamos juntos. Me gusta que te sientas así, al menos es síntoma que el pasado va quedando atrás. Y no te tengo rencor, ya te lo dije muchas veces.
El hecho que seas la parte asesina de nuestra doble personalidad no significa que deba amarte menos. Los dos nos descuidamos cuando nos atraparon aquella vez.
Vamos, dejemos eso, que allá hay otra vidriera y si no me equivoco es una armería.

9 de mayo de 2008

Pausa

Dejó que el teléfono sonara una y otra vez. En un momento dado pareció que iba a contestarlo, pero se contuvo a tiempo. El teléfono sonó durante diez minutos y una vez que cesó, reinó el silencio y la tranquilidad.
Una vez que dejó de temblar, se dio prisa y terminó de mutilar el cuerpo. Tras la fechoría, se marchó.

7 de mayo de 2008

El testarudo imbécil

No voy a ceder. No lo pienso hacer. ¿Dónde quedarían mis principios? Y ni hablar de mi orgullo. No puedo arrojar a la nada las enseñanzas recibidas, ni los ejemplos valorados.
Por eso ignoro las voces ajenas, las aparto de mi mente. Son inútiles intentos de convencerme. Elementos débiles de persuasión. Lo he dicho, no voy a ceder. No me importan sus consejos ni advertencias. Mi decisión es una roca. Mi testarudez, una montaña.

Avanzo y la miro a los ojos.
- ¡Justicia! Es hora que abras los ojos y veas lo que juzgas, es momento que te des cuenta que en un extremo de la balanza la corrupción hace contrapeso con sobornos, coimas, secuestros... Justicia, es hora que seas justa.

Avanzaron dos grandotes y me sacaron a la rastra.

Y se rieron de mí. Y seguirán riéndose, lo se. Estallarán a carcajadas cuando lo intente otra vez.
Porque no pienso ceder. Soy un iluso que quiere darle otra oportunidad a la justicia, soy un imbécil que aún sueña.

5 de mayo de 2008

Tentación

Quién no ha tenido alguna vez una cascarita en el brazo que se ha visto tentado de arrancar. Eso me sucedió anoche y no pude resistirme. Era pequeña, de forma casi triangular. Apenas un golpe de uña y la saqué de dónde estaba. Debajo, la piel era rosada y en el centro de la marca que había quedado asomó una gotita de sangre.
Me froté con la mano y me arremangué la camisa, satisfecho, olvidándome del asunto. Ahora que lo recuerdo sentí una comezón en ese sitio un rato después, pero recién ahora ese vago recuerdo acude a mi mente, en medio de tantas otras conjeturas.
Sin embargo, no fue hasta que me fui a acostar que vi como una mancha oscura de sangre había impregnado la manga de la camisa. No había sentido ningún tipo de humedad y ya estaba seca, según pude comprobar. Maldiciendo mi suerte, revisé el lugar donde me había arrancado la cascarita.
Por supuesto, allí la encontré de nuevo. Esta vez, me dije, aguardo a que cicatrice y dejo de estropear la poca ropa que tengo. Me acosté pensando en la oscura mancha y que por la mañana tendría que llevarla al lavadero de la otra cuadra.
Eran las tres de la mañana, lo recuerdo bien porque el despertador queda justo a la altura de mis ojos, cuando una sensación de picazón en el brazo me sobresaltó. Era el mismo brazo, claro.
Encendí la luz (allí supongo que vi la hora) y grande fue mi sorpresa al no ver la sangre que esperaba encontrar emanando del lugar donde estaba la cascarita. Revisé minuciosamente y nada, estaba tal cual como a la hora de acostarme. No sabía si sonreír o regañarme por estar despierto en medio de la noche, sabiendo que debía madrugar para ir al trabajo. Y cuando fui a apoyar la cabeza nuevamente sobre la almohada, alcancé a observar la sangre debajo de mi cuerpo.
De un salto me deshice de las sábanas pero enredado en ellas, tropecé y caí de cara a la alfombra del cuarto. Giré hacia la cama, como temiendo que me atacara y me apoyé de espalda al placard. Estoy seguro que no estoy loco. Lo digo porque cuando volví a mirar, la sangre ya no estaba. La sábana estaba limpia, reconozco que no impecable, porque no soy una persona pulcra, pero no había pizca de sangre allí.
Me incorporé sudando, con la piel erizada y una sensación amarga en la boca. Fui a la cocina y tomé un vaso de agua. Sobre la mesa, pero sin una sola mancha oscura, estaba la camisa que había dejado a mano para llevar a lavar.
Volví a la cama pero debo confesar que no pude cerrar un ojo. Hoy ha sido un día agitado y sinceramente, no tengo intenciones de ir a dormir, a pesar que me vence el sueño. Es que aún no logro discernir sobre si la locura se ha apoderado de mi o sencillamente he comido algo que me hacer ver cosas que no están. En realidad, una sola. Sangre. Juro que en el taxi en el que fui a trabajar dejé una marca carmesí sobre el asiento trasero, sin embargo el taxista no me recriminó. En el ascensor del edificio manché al portero, prácticamente la mitad de su overol, y tampoco se enojó conmigo. Luego en la oficina, en la cafetería... en todas partes a las que voy!
Por increíble que parezca, la cascarita de mi brazo sigue allí, con la misma apariencia e inmaculada de limpia. Lo peor del caso no es el temor a seguir viendo las manchas, sino el hecho de haber notado hace instantes, frente al espejo del baño, que mi color es de un blanco mortecino tan horripilante, que cualquiera que me viera sospecharía, casi con certeza, que en mi cuerpo no queda ni una gota de roja sangre y que sin dudas, estoy al borde de la muerte.
Si es que no estoy muerto ya.

3 de mayo de 2008

Pagando

La luz de la única lámpara meditaba en lo alto, detrás suyo, ocultando su rostro en la penumbra, lejos de todo. Sobre la mesa, un vaso de vino, un platito con aceitunas y un pedazo de pan. La botella ya se había ido, vacía, en la mano de un mozo.
Su vista se clavaba en el vaso, sin pensar en nada, pero a la vez en muchas cosas, o pedazos de un todo, devenido ahora en rompecabezas imposible, desparramado por el tiempo y las penas.
Pagaría por un segundo vaso, por una voz que le diera conversación o tan solo un motivo para retrucar o disgutarse, discernir o maldecir. U otra mano que fuera competencia a la hora de llevarse la aceituna a la boca o dar pelea por el último trozo de pan.
Pero no había monedas en el mundo que alcanzaran para el perdón. Porque el perdón no tiene precio. Por eso mantenía la cabeza gacha y el corazón llorando, siempre en pena, autocastigo justo por un pasado sombrío y noches en vela, de pistola en mano y paso seguro, arrastrando sangres y rompiendo vidas.
El vaso seguiría por siempre solo, en la eternidad de las mesas de los bares del mundo, sin esperanza de compañía, sin anhelo de compasión, con su dueño pensando en nada y a la vez en todo, a la espera de otra botella que seguro ya venía en manos de un mozo, abastecedor anómino de una cura venenosa, que matando sanaba, que muriendo olvidaba.