Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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30 de septiembre de 2018

El hombre que sueña

Soñé con un momento de mi infancia. Uno feo. La tarde en que probando la bicicleta de un amigo perdí el control, embestí el cordón de la vereda y terminé golpeando un árbol. Fue el comienzo de un mes en cama, con un brazo y una pierna enyesada.
Pero en el sueño, evitaba el árbol y tan solo terminaba con rasguños en las rodillas y un par de moretones.
No era la primera vez que soñaba con algún hecho pasado y lo que vivía dormido era diferente a lo que realmente habia sucedido. Durante un tiempo pensé en que eran deseos proyectados. Lo que me hubiese gustado no sufrir ese mes en cama, no haber cruzado la calle con el semáforo en rojo, no haber dejado a Ximena, copiar en aquel examen que nunca aprobé, no haber bajado la ventanilla del coche el día que dejé a mi hijo esperando en el estacionamiento...
Voy al psicólogo desde que tengo memoria. Me ayuda. Soy dependiente de las consultas. No puedo hacer nada sin antes hablarlo en una sesión. Pero durante años omití lo de los sueños. Porque eran deseos. Hechos que no podía cambiar. Era el pasado. Y al psicólogo voy para afrontar el futuro. Hasta que lo expuse. Porque, en definitiva, era hablar del tema o volverme loco. Sobre todo, después de esa visita.
Fue hace una semana, más o menos. Llegaba tarde como de costumbre. Además, llovía. Nunca hay lugar disponible para estacionar en la calle de la oficina donde trabajo. Debo hacer un rodeo previo y divisar un hueco. Esa faena suele demorarme unos minutos. Esa mañana, en particular, me llevó casi quince. No uso paraguas. Así que corrí. Pero en la esquina alguien cubierto completamente con un rompevientos amarillo me sujetó del brazo.
El psicólogo me preguntó por qué no seguí mi carrera hacia la oficina. Qué es lo que no hizo que empujara a esa persona y continuara mi camino. Desde su punto de vista, yo estaba esperando que alguien me detuviera.
Llegaba tarde, me estaba empapando y ese sujeto me tomó del brazo. La lluvia había mojado mis anteojos. El hombre se asemejaba a una figura bajo el agua, difusa y oculta tras el manto de gotas que se deslizaban cuesta abajo por las lentes de vidrio. Tendría que haberme apartado, apurar el paso, pedir ayuda. Pero entonces me llamó por mi nombre y olvidé todo lo que debía hacer en un caso así.
Al psicólogo le mencioné ese detalle, pero no lo que ví al sacarme las gafas y limpiar el cristal. Haberlo hecho suponía otra clase de terapia. Y no estaba dispuesto. Además, esa persona me había revelado algo que aún debía asimilar y en parte, todavía dudaba si hacía bien en contarle a mi psicólogo.
¿Solo lo sujetó del brazo y luego dejó que se marchara? Eso me había preguntado en la sesión. Sopesé la pregunta. Aún no estaba seguro sobre la razón por la que se lo había contado. La respuesta fue una mentira. Rápida, sencilla, efectiva.
- Antonio. Antonio, no tengas miedo. No voy a lastimarte, soy yo.
¿Quién era yo? ¿A quién debía reconocer debajo de ese rompevientos amarillo que parecía brillar debido a la lluvia? Me quité los anteojos con el brazo libre, limpié como pude el cristal y me los volví a colocar. Debo haber parpadeado varias veces, porque el hombre volvió a hablarme con calma: Si, soy yo.
En mis sueños, los que tengo de manera abundante, esos en los que naufrago en hechos del pasado, ciertos detalles carecen de nitidez, sin embargo, las situaciones principales llegan con una fuerza tremenda, al punto que tras despertarme puedo seguir recordando lo visto, a diferencia de otras clases de sueños, que luego de abrir los ojos, van perdiendo claridad hasta desaparecer definitivamente de todas partes. Esa es la razón, esa persistencia de las imágenes en mi memoria, por la que he podido comparar cada sueño con el suceso real. Pero al mismo tiempo, esa dualidad mezclándose en la mente, ha provocado que más de una vez terminara dudando sobre cuál de las dos situaciones había sido la real y cuál el sueño. Y en algunos casos, temiendo que ninguna realmente lo fuera.
Me estremecí al reconocer el rostro de la persona que me sujetaba el brazo. Cualquiera se hubiera sentido de la misma manera. Una sensación de estupor y de incredulidad. Durante unos segundos creí que el cristal de los anteojos me estaba jugando una mala pasada, pero no había error alguno sobre la identidad de ese hombre. Y sin embargo, no era posible.
Cada sesión con el psicólogo se extiende indefectiblemente por espacio de cincuenta y cinco minutos. Me cobra, en cambio, por una hora. Jamás reclamé esos cinco minutos, no tendría sentido hacerlo. ¿Qué pueden cambiar cinco minutos en una sesión? Además, tiene su lógica. Es el lapso que aprovecha entre una sesión y otra para hacer las anotaciones de las consideraciones sobre el paciente. Y preparar la ficha del siguiente. O simplemente, ir hasta el baño, refrescarse la cara o hacer pis. Pero la otra noche soñé que en lugar de estrecharle la mano y marcharme, me plantaba delante suyo y le hacía el reclamo por esos cinco minutos, alegando que cada doce sesiones, me robaba una. El sueño no terminaba bien. El psicólogo se ofendía, yo me ofendía, discutíamos y nos mandábamos al diablo los dos. Había sido tan nítido que tuve miedo que realmente hubiese sucedido. Pero cuando fui a la siguiente sesión, nos estrechamos la mano con una cálida sonrisa.
La lluvia se había intensificado. Caía sin inclemencias, con gotas que hacían doler. El sujeto, al que ahora reconocía, me apartó hacia las vidrieras de una tienda de ropa. Un pequeño toldo de lona nos guarecía del agua. Me encontraba en estado de entumecimiento. No podía articular palabra. Por suerte él, sí.
- Esos sueños, esos sueños que tenemos, no son deseos. No son proyecciones de lo que nos hubiese gustado, ni una prueba subconsciente de tratar de imaginar lo que hubiese ocurrido de hacer otra cosa. No, esos sueños son reales. Pero no ocurren aquí en esta vida, no ocurren ahí dentro de la cabeza. Esos sueños son puertas a universos paralelos donde vos, donde yo, donde cada uno de nosotros, de la misma porción de energía que representamos, actúa de manera diferente. ¿Entendés?
Le pagué, firmé el recibo, estreché su mano y antes de alcanzar el picaporte me detuve. No había tenido el valor al entrar, pero ahora estaba seguro. Le anuncié entonces a mí psicólogo que ya no volvería. Pude ver su cara de asombro, no obstante, decidí no dar explicaciones. Me apuré en abrir la puerta y dejar atrás ese consultorio para siempre. ¿Qué sentido tenía continuar yendo, cuando las respuestas no estaban allí?
Un trueno resonó tan cerca que sentí como me temblaron las piernas. Lo miré bien, lo miré con detenimiento, estuve a punto de tocarle el rostro. No hizo falta, comprendió. Soy real, me dijo. Es decir, yo estaba ahí, delante mío. Otro yo, claro. Y estábamos hablando bajo la lluvia. Los sueños no son sueños, volvió a decirme. Son ventanas abiertas a otros mundos. Similares a éste, pero distintos. En detalles. En decisiones. En pequeñas cosas. O en grandes. Pero similares. Para mí cada frase era un peldaño de una escalera difícil de subir. Y no entendía hacia donde podía llegar. ¿Cómo? ¿De qué manera había llegado a mí? Solo me dijo que no había mucho tiempo, que en cualquier momento podía despertar.
- Si aprendés a dominar el momento del sueño, vas a poder atravesar los universos. Tenés que lograrlo, tenés que avisarles a otros, ten...
Ya no estaba. La tormenta arreciaba y mis ojos tenían delante una vidriera con ofertas. Pensé en cada palabra que me había dicho y decidí no ir a trabajar. Llamé desde el celular y di parte de enfermo. Volví a casa a dormir. Es lo que hago la mayor parte del tiempo. He dejado el psicólogo, el trabajo... las deudas pronto comenzarán a taparme. Pero de momento, tengo algo más importante que hacer. Ignoro el tiempo que me llevará. Tampoco me importa.

25 de septiembre de 2018

La maldición



En una ciudad de fantasmas, soy apenas una sombra, algo incluso menos visible.
Los fantasmas deambulan de día atestando las calles, conduciendo vehículos, atendiendo los mostradores, concurriendo a las escuelas, formando filas en los bancos. Se parecen a las personas que alguna vez soñaron que iban a ser.
Nosotros, las sombras, apenas resaltamos en la oscuridad, al margen de la vida. Nos movemos cuando todos se encierran, quizá para evitarles un mal momento. Sigilosos, marchamos buscando restos de la fantasmal sociedad que nos permitan de alguna manera la subsistencia. Somos los que ni siquiera tuvimos el derecho de soñar.
Sucede de un momento a otro, de desgracia en desgracia, de olvido en olvido. Un día somos fantasmas, al otro devenimos en sombras. De ser un espejismo dentro de un engranaje, a ser una pieza sobrante que refleja las ausencias.
Jamás seremos lo que anhelamos. Las calles, tarde o temprano, sabrán de nosotros y susurrarán muy por lo bajo el por qué de la maldición de nunca ser humano.

Fotografía: Colo Cossy

22 de septiembre de 2018

La cuenta


Había perdido la cuenta. No solo de los actos previos, sino de los días desde el encierro. Solo un ventanal alto y pequeño, me recordaba a diario que la libertad era un pedazo de cielo recortado en un cuadrado en la pared. El resto del tiempo la vida era una monótona soledad en una habitación de dos por uno, en la que apenas entraba un colchón y un balde para las necesidades.
Hasta hoy, que se abrió la puerta. Siendo que apenas puedo moverme, que me duelen los huesos, que mi cabeza ya no tiene cabello. Perdí la cuenta y prácticamente la vida. Ya no recuerdo el pecado. Mi cuerpo es la evidencia del castigo. Aquella habitación a mi espalda, el símbolo del arrepentimiento.

txt: Ernesto Parrilla
ph: Colo Cossy

17 de septiembre de 2018

Antes que amanezca


En el desamparo de la noche, en las horas turbias que envuelven las primeras neblinas del invierno, en la desolación que invita la luna, testigo imperturbable de cada paso en falso del ser humano, la desgracia acecha como un tigre hambriento.

No hay sangre, ni armas. Tan solo la tensa espera. La pronta llegada del recado. El intercambio de manos, oferta y demanda. La vida en caída libre, como en un tobogán. Una pendiente pronunciada, sin horizonte.

Donde pronto trinarán los pájaros, la muerte sella un pacto antes que llegue el amanecer.


Arte fotográfico @colocossy + Microrelato @netomancia