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31 de diciembre de 2015

La prueba final

Con paso vacilante, el hombre - entrado en años, según delataban sus arrugas, las canas, el temblequeo de las manos - entró al banco y se colocó en la cola.
Sus piernas, cansadas, comenzaron a flaquear. Solo una persona - una joven - se acercó a preguntarle si estaba bien, si necesitaba ayuda y con esfuerzo lo acompañó hasta una de las sillas.
- ¿Señora,  le guarda el lugar a este hombre? - preguntó la muchacha a quién se encontraba detrás del anciano en la fila. La única respuesta fue una mirada evasiva hacia otra parte.
Pero el hombre jadeaba, falto de aire y el lugar en la cola le pareció lo último en importancia.
- Ahora voy a avisar a la gente del banco así llama a un médico, ellos tienen cobertura... - el anciano la detuvo, sosteniendo sin fuerza su brazo.
- No se vaya...
- Ya vuelvo, solo quiero dar aviso...
Al tiempo que suspiraba, el hombre negó con la cabeza.
- Quédese - le pidió.
Ella no sabía qué hacer, miraba hacia todos lados y nadie miraba hacia donde ellos estaban. Tal indiferencia provocaba un ardor en su estómago, el deseo frenético de gritar y expulsar esa rabia que nacía en su interior.
- Mire, si tiene miedo a que me aleje para ya no volver, se equivoca, a diferencia de esta gente de mierda - elevó la voz en esas tres palabras - yo soy humana, tengo sentimientos, y me preocupan los demás. Solo iré a buscar ayuda para volver a su lado.
- Sé que de irse, volvería, querida. No tengo dudas de eso. Pero no es necesario que vaya, porque en realidad he venido por usted.
La joven notó que la respiración del anciano había mejorado, que las manos ya no temblaban, que incluso lucía radiante con esa sonrisa que le cruzaba de oreja a oreja.
- ¿Qué quiere decir con...? - no pudo completar la frase, porque la luz la cegó. Y mientras cerraba los ojos, casi de manera instintiva, escuchó la voz del hombre susurrada a su oído: "De todos los seres vivos, la indiferencia, en cambio de ti, pequeña, que el infortunio te arrebató la vida en plena calle, la esperanza... y por eso, el que te lleva soy yo".
Al abrir los ojos, desde muy alto, mientras parecía elevarse de manera extraña pero repleta de placer, vio un auto destrozado contra una columna y un cuerpo sangrando a su lado. En la puerta del banco, la mujer que estaba en la cola parecía ser la única de todas las personas allá abajo que miraba para arriba y agitando el puño al aire algo les gritaba... pero a nadie - al menos en la Tierra y en el Cielo - le importaba.

26 de diciembre de 2015

La difícil decisión de hacer algo con nuestras vidas

El calor era agobiante. En plena tarde, el aire caliente convertía la ciudad en un tejido ausente de viviendas y calles. Agustín no veía la hora de llegar a destino. Hacía diez minutos que caminaba casi a la par de su hermano mayor, Fernando.
Marchaban en silencio, aunque él reprimía de tanto en tanto las ganas de preguntar cuánto faltaba para llegar. Pero la advertencia de su hermano antes de salir había sido clara: "No abras la boca hasta que yo te lo diga".
Siempre había admirado a Fernando, en parte quizá porque era mucho más grande, pero también porque siempre había tenido ese aire a persona mayor. No jugaba con él y tampoco le tenía paciencia. No obstante, jamás le había levantado una mano a pesar de saber muy bien que entre sus amigos era bravucón y que los chicos del barrio le tenían miedo.
Pero el amor incondicional por su hermano llegó el día que atrapado entre la pared del baño y los puños de su padre, al borde del desmayo, escuchó su voz firme y determinante, exigiéndole que "dejara en paz al chico".
Su padre no lo hizo y Fernando le partió la cabeza con una silla. Desde entonces ya no vive en la casa pero su padre no ha vuelto a pegarle.
Anda en cosas raras, suele decir su madre, al hablar del hijo mayor. Agustín no es tonto, sabe lo que significa. Y por eso mismo, durante las últimas semanas, las veces que lo vio - porque Fernando siempre se acercaba a verlo a la salida de la escuela - le pidió una y mil veces que le permitiera hacer lo que él hacía.
Él no contestaba nunca por sí o por no. Pero ese sábado infernal, había ido a buscarlo temprano a casa.
- Voy con los muchachos ¿querés venir? - había preguntado desde la vereda, mientras él trataba de arreglar el escape de una moto que sabía, no tenía arreglo.
La palabra "muchachos" era importante. No podía imaginarse quiénes serían, pero como en esa vieja película que había visto alguna vez, los "buenos muchachos" no eran para nada buenos. Fernando lo estaba llevando nada menos que al lugar secreto donde se reunían.
Por eso el silencio, la larga caminata, los caminos inhóspitos por donde lo llevaba. No conocía aquel sector de la ciudad. Ninguna casa parecía estar terminada, sin embargo podía verse ropa tendida afuera, el sonido de lo televisores dentro. Hogares de ladrillo a flor de piel, techos de chapa, calles de tierra. Entonces, Fernando se metió a un pasillo muy angosto. Agustín dudó, pero fueron pocos segundos. Enseguida estaba tras los pasos de su hermano, que a mitad de camino dobló hacia la derecha y se metió en una de esas casas a medio terminar.
- Este es el pibe - dijo como presentación a una sala semi vacía, en la que los únicos muebles eran un sillón viejo de tres plazas, donde había dos jóvenes sentados y una silla delante de un escritorio, en la que estaba encendida una computadora.
Su hermano se sentó en el lugar disponible en el sillón. Otro de los jóvenes le señaló a Agustín con la cabeza un banquito en un rincón, que había escapado de su primera inspección ocular.
- Acercate - fue la orden.
- ¿Hay algo Gonza? - preguntó Fernando al chico que manejaba la computadora. Tenía abierto Facebook.
- Cómo haber hay, pero viste como es, falta algún que otro chequeo - respondió el tal Gonza.
- Tenemos marcados dos perfiles - anunció el que estaba sentado al lado de su hermano - uno viene anunciando hace unos días que sale de vacaciones y otro ya está subiendo fotos de la costa.
- ¿Chequeados?
- Maso - dijo el que aún no había hablado - Es decir, los de la costa si, pero el pendejo que va a cuidar la casa es cualquiera con los horarios men. Medio peligroso.
- ¿Y el que viene anunciando que sale?
- Se va hoy, pero es en un segundo piso y abajo vive un rati.
- Y no de los nuestros.
- No, uno que hace buena letra.
- Qué leche.
- Mirá, trajiste suerte - avisó Gonza - Con este otro perfil tengo unos que siguen la página de chistes, parece que están en Córdoba... desde hoy arrancaron a subir fotos, al mediodía.
- A ver - los tres que estaban en el sillón se pusieron de pie y se acercaron a la pantalla.
Agustín se levantó y trató de mirar por encima de los hombros de los demás.
- Fijate, foto de la mina ésta con los hijos en la sierra, la mina comprando boludeces en un puesto de artesanos, la hija de la mina que es más fulera que la mierda probándose un poncho...
- Pendeja pelotuda, con el calor que hace...
- Otra vez la mina y los hijos, en caballo.
- ¿Qué onda, tiene marido, quedó alguien acá?
- El tipo debe ser el que saca la foto. En la descripción de las fotos pone "la familia completa visitando esto, la familia completa visitando lo otro"...
- Bien - dijo con entusiasmo Fernando - ¿Sabemos donde viven? Con el pibe puedo ir a dar una vuelta.
- Me parece bien, pero que vaya con cuidado. El golpe no te preocupes, que la cana nos presta al Parolo el sábado, una salida transitoria. Por ahí puede ir el pibe, así aprende a sostener el caño.
Fernando asintió con la cabeza. Tomó el papel que le pasó Gonza con la dirección y condujo a Agustín hasta afuera. Nuevamente el calor, con el sol pegando a pleno.
- Esta es la mejor hora para andar, aprendelo. Con este calor todos están encerrados con el aire puesto o en un club mirándose los culos.
El hermano menor movió la cabeza afirmativamente.
- ¿Te comieron la lengua los ratones que no hablás?
La pregunta lo sacó del estado de tensión en el que estaba.
- Nnn... no... vos me dijiste que no abriera la boca hasta...
Fernando lanzó una carcajada.
- ¡Boludo! ¿Y si no te decía nada no ibas a hablar? Qué pelotudo... - dijo entre risas - Está bien, veo que hacés caso, eso es bueno. Los que no hacen caso, terminan mal. Si uno quiere andar de este lado de la vida, tiene que hacerlo con cuidado. Ahora mismo vamos a ir a la casa de esa gente que se saca fotos en Córdoba y vigilar que esté liberada. Si lo está, un flaco de la banda que está entre barrotes la desvalija el sábado a la noche.
- ¿Y cómo nos damos cuenta?
- Estando atentos a los detalles y parando la oreja. Vamos a estar un par de horas en la zona, escuchar a los vecinos, tomando nota de los movimientos. Después van a venir los otros. Nos vamos rotando. La idea es que no despertemos sospechas. Y al mismo tiempo, estudiar la casa.
- Ok
- ¿Te das cuenta lo que hago? ¿Lo que vamos a hacer? ¿Te das cuenta, no?
- Si
- Y comprenderás entonces que de esto, ni una palabra a la vieja y menos al viejo.
-  Seguro
Fernando lo miró de reojo. Confiaba en su hermano, pero nunca estaba de más un recordatorio.
Fueron hasta la dirección anotada en el papel y recorrieron la zona hasta la hora de apertura de los comercios. La vivienda tenía las persianas bajas, la alarma conectada y rejas en la parte delantera. Recién por la noche podría averiguar si también en el patio las condiciones eran similares. La sensación era de estar cerrada, sin nadie que la estuviera cuidado.
Antes de un robo, le confió Fernando a Agustín, mercaban las casas desde las redes sociales aprovechando el estúpido comportamiento de mucha gente de informar paso a paso su vida. Lo que debían confirmar era si a pesar de no estar sus moradores habituales, otra gente cuidada la propiedad. Eso llevaba un par de días.
- ¿Y cuántas casas desvalijan por semana? - preguntó ya de regreso Agustín.
-  Depende, la semana pasada fueron tres. Este fin de semana solo haremos una. Si desvalijamos muchas, llega a los diarios o a las radios y entonces la gente se cuida más, pone alarmas, rejas. Y si bien no son impedimento, te hace laburar más.
Agustín siguió yendo al búnker toda la semana, siempre acompañado de su hermano. De a poco fue conocimiento más a la banda, y también los sobrenombres de los otros dos, Jota y Kilo.
El día previo al robo Kilo llegó con otro dato más. A la familia ya le habían robado dos veces en el año.
- No debe ser muy segura por detrás - acotó Gonza, que seguía marcando perfiles potenciales - La familia sigue de viaje, ahora cambiaron de localidad, pero están aún en Córdoba. La mina esa me tiene los huevos al plato, siempre ella en las fotos. El marido es un pelotudo, no sale en ninguna foto pero debe estar cargando la cámara todo el día.
- Parolo sale el sábado a última hora. Tiene que estar en la puerta de la comisaría antes de las siete, que llega el comisario. Así que después de medianoche atacamos. ¿El pibe se la banca?
La pregunta era para Fernando, pero Agustín no perdió su chance de hablar.
- Claro que me la banco, yo quiero estar.
- Entonces venís, me gusta la actitud - remarcó Jota,
Cada tarde Fernando acompañaba unas cuadras a su hermano de regreso a casa.
- ¿Estás seguro Agustín que querés esto? Yo muchas chances no tengo, desde que me fui de casa me las rebusqué, pero vos...
- Me gusta, además, si lo hacés vos...
- Porque lo haga yo no significa que no sea lo mejor. No te niego que pueda vivir bien, pero estás siempre al filo. Es una vida marginal.
- Me parece bien. Ni bien tenga algo de plata, me largo de la casa.
- ¿Y vas a dejar a la vieja sola?
- Si no se va, por algo es. Desde siempre la caga a palos. Es verdad que desde que te fuiste, paró un poco. Pero borracho vuelve siempre. Y ella está siempre ahí.
- ¿Y dónde querés que vaya?
Agustín no respondió. Si su hermano se había ido, él también quería hacerlo. La idea de dejar la casa, la escuela, y volver parte de los "muchachos" lo tenía entusiasmado. Hacer algo de su vida, eso es lo que soñaba cada noche.
El sábado fue la primera vez que fue a la casa del pasillo solo. Llegó incluso antes que su hermano. Tuvo tiempo de estar un rato con Gonza y que éste le explicara mejor cómo funcionaba el tema de espiar a la gente por las redes sociales.
Cuando lo llegaron los demás, abrieron unas cervezas que guardaban en una heladera portátil. Al caer la noche, llegó el tan nombrado Parolo. De baja estatura, mirada huidiza y una extraña vibración en cada movimiento.
Partieron en dos autos en medio de la noche. En la zona no había alumbrado público, por lo que la oscuridad era más cerrada. Los faros delanteros era toda la iluminación con la que contaron hasta salir del barrio.
La casa estaba en total silencio. Pasaron por delante y siguieron de largo, al menos tres calles. Habían estudiado como llegar al patio desde los techos lindantes. En el momento indicado, Kilo acercaría uno de los autos para poder cargar lo robado. A la casa entrarían Parolo, Fernando y Agustín. Los tres portaban armas. Gonza no iba nunca a los asaltos y Jota manejaba el otro coche.
Parolo conocía a la perfección su oficio, no por nada era el preferido de los policías a la hora de dejarlo salir. Iban a porcentaje. Además, en caso de sonar una alarma, le garantizaban un tiempo extra para poder escapar. De todas maneras, puso desactivar la alarma y en pocos minutos quitó las rejas de una de las ventanas.
- Por eso robaron dos veces en esta casa - sentenció - Es muy fácil entrar.
La ventana daba a una habitación, por los juguetes en el suelo, la de los niños. La puerta al pasillo estaba abierta. La luz de la luna les permitía divisar las formas de los objetos. Fernando le advirtió en voz baja a su hermano que por nada del mundo encendiera una luz. Podía delatarlos.
El pasillo daba a varias puertas. Parolo señaló en cambio hacia la abertura principal, que llevaba con seguridad al living de la vivienda.
- Comencemos por adelante y vayamos hacia atrás - fue su orden.
Se movieron en bloque hasta llegar al living. Se podía reconocer un diván de cuero a menos de un metro y una gran mesa en el centro. Parolo sacó de su bolsillo una linterna y dijo casi en un susurró que sería la única luz que usarían.
El haz de la linterna recorrió las paredes. Algunos platos de adorno y un par de cuadros grandes. Nada de valor. A un costado, un viejo aparador con puertas de vidrio contenía copas, vasos y todo tipo de vajillas. Podían obtener un buen dinero por todo, pero no valía la pena el esfuerzo.
Avanzaron hasta el otro extremo de la mesa y el presidiario barrió con la linterna la pared más lejana. Su movimiento fue veloz, no obstante algo le llamó la atención. Regresó la luz hacia el centro y con estupor la detuvo.
El rostro de un hombre con los dientes apretados los miraba repleto de rabia. El caño de una recortada asomaba apenas en el círculo de luz que proporcionaba la pequeña linterna. Recién entonces escucharon la respiración entrecortada del hombre. Fernando alcanzó a ver entre las sombras varios tupper con comida, botellas de agua... el hombre se había instalado a esperar, el hombre no había viajado a Córdoba...
Se escucharon tres disparos, tres fuertes estruendos. Y media hora más tarde, arribó la policía. Para entonces los dos coches estacionados a tres calles, habían desaparecido. Dentro de la casa, el hombre aún permanecía sentado en el suelo, espaldas a la pared, con la escopeta en la mano. Los cuerpos tendidos a sus pies en un charco de sangre eran prueba irrefutable del destino.
La noche se había encandilado de luces azules refulgentes, acompañada por el ulular de las sirenas que solo entonan gritos de desgracia, locura y muerte, mientras las ventanas de las casas contiguas cambiaban del oscuro sopor al iluminado desvelo, la fatídica duda y la morbosa curiosidad de la que estamos hechos.
Al mismo tiempo, en Facebook, alguien subía una nueva foto celebrando sus vacaciones. Y alguien, en alguna parte, tomaba nota en silencio.

17 de diciembre de 2015

El abominable monstruo del jardín

Vio a la criatura cuando lavaba los platos, a través de la ventana chica de la cocina. En realidad, no alcanzó a verla del todo, sino su abominable sombra escabulléndose entre los árboles del jardín. Lo suficiente, diría después al cronista del periódico local, como para correr al teléfono y hacer la denuncia.
La policía buscó en los alrededores del vecindario y en los campos lindantes. La zona donde estaba emplazada la pesquisa era bien al oeste, donde la localidad terminaba y le daba paso a una extensa llanura que se extendía cinco kilómetros hasta el siguiente pueblo, otro sitio olvidado en la recóndita pampa húmeda argentina.
Cuando el patrullero llegó, Irma aún se estaba secando las manos en el delantal. Estaba visiblemente nerviosa, no obstante, asumía con hidalguía el rol de "única testigo". Luego llegarían los reporteros, los vecinos y más tarde, su marido.
- ¿Qué es todo esto, Irma? - preguntó contrariado, bajando del tractor de los Santos, que siempre tomaba prestado para ir y venir a su trabajo en los campos situados unos tres kilómetros al norte.
Su mujer le pidió guardar la compostura. No era para menos. Estaba a punto de salir en directo para el noticiero del canal de cable.
Cuando solo quedaron los dos, Rodolfo quiso saber bien que había pasado.
- ¿Un monstruo, estás segura? - a pesar de haberla oído repetir al menos una decena de veces la misma historia a todo el que preguntara desde que había llegado a casa, aún no podía creer lo que su esposa estaba diciendo.
Irma se ofendió, como era de esperar. Arrojó el delantal sobre la mesa y anunció que se iría a comer a lo de su madre.
- Sola - le aclaró un segundo antes de dar un portazo.
Rodolfo se preparó una milanesa con dos huevos fritos. Hubiese querido acompañar el plato con papas fritas, pero solo a Irma le salían crocantes como a él le gustaban. Se acostó temprano, mirando en la repetición del noticiero la imagen de su mujer hablando en el frente de la casa, sin dejar de gesticular y señalar hacia el patio.
Despertó sobresaltado en la madrugada y buscó con la mirada el cuerpo dormitando de Irma a su lado. No lo encontró. Encendió la luz. Eran las tres. Primero se preocupó, luego se enfadó. No podía creer que su mujer se hubiese ofendido de tal manera como para dormir en lo de la madre. Ya no era una chiquilla, tenía sus responsabilidades... escuchó ruidos en el patio.
Se levantó sin siquiera calzarse las pantuflas. Descalzo avanzó en la oscuridad, tanteando las paredes para evitar tropezar y espantar al intruso. A esa altura, estaba seguro que era alguien. Podía sentir los pasos que venían del exterior. Alcanzó a agarrar un viejo paraguas y puso la mano en el picaporte de la puerta trasera. Con la punta del paraguas accionó el interruptor de la luz del patio y abrió la puerta. Salió casi dando un salto, blandiendo el paraguas.
Quedó petrificado. Allí estaba, enorme, de más dos metros, imponente y al mismo tiempo, bestial. Su rostro peludo, sus brazos anchos, el torso firme y preponderante, las piernas tan robustas como troncos de árboles señoriales... y tomada de la mano, con una sonrisa que le surcaba el rostro de oreja a oreja, Irma.
- ¿Irma... es... es el monstruo? - preguntó balbuceando Rodolfo, que para entonces había olvidado por completo que estaba en pantuflas, calzoncillos y con un paraguas en la mano.
Ella lanzó una carcajada y con un ademán, lo hizo a un lado.
- ¡Ay, si! ¡Pero es de divino!
Luego entraron a la casa y cerraron la puerta al pasar. Con llave. Rodolfo, sin salir de su asombro, escuchó a la brevedad sonoros aullidos y los gritos de su mujer.
No pedía auxilio, por cierto.

11 de diciembre de 2015

El cuento del tío

A una cuadra pueden observar el movimiento de los chicos saliendo de la escuela, desperdigándose como hormigas antes de la lluvia. Dentro del coche hay silencio, pero el humo del cigarrillo torna irrespirable el aire.
- ¿Puedo bajar un poco la ventanilla? - preguntó el hombre sentado en el asiento del acompañante, que hace lo imposible por no toser.
- Ni se te ocurra - le advierte el otro ocupante del vehículo, que mira fijamente por encima del volante, mientras se lleva la mano a la boca para darle otra pitada al Rodeo que tiene entre los dedos - Por algo tengo el polarizado, para que no nos junen.
El hombre comenzó a toser. Con desdén, el otro apagó el cigarrillo.
- Mirá que sos flojo Anguila, si un poco de humo te hace eso, no me quiero imaginar si te prendieran fuego los pantalones...
- Si tuviera fuego en los pantalones, lo que menos me preocuparía sería el humo, Carancho - a pesar que el cigarrillo había sido apagado, aún sentía que le faltaba el aire.
- ¿Pensás ahogarte? -  Carancho miraba al otro con asombro, que ahora no paraba de toser - Mirá que si me cagás el plan...
- Dame un... cof cof... dame un minuto - le pidió Anguila, colorado por el esfuerzo.
- Tenemos que esperar que se despeje la pibada. Cuando ya no quede ninguno de esos enanos felices, nos acercamos.
- Tendríamos que haber estacionado un poco más adelante, Anguila.
- ¿Estás loco, vos? Más adelante está la escuela, con lo histéricos que son los padres ven el Chevy estacionado más de media hora y llaman a la policía. Nos denuncian por depravados o por miedo a que seamos secuestradores de chicos.
- No justo enfrente, pero más para allá, estamos a casi dos calles...
- Más para allá hay una financiera, nos quedamos estacionados un rato y se piensan que los vamos a robar a la hora del cierre...
- Cómo lo pintás pareciera que no se pudiera estacionar en este país...
- ¡Es que es así, Anguila! ¡Es así! Allá porque hay estacionamiento medido, acá porque hay un garaje, en la otra cuadra porque está la escuela, en la loma del orto porque piensan que vendemos drogas, es así, tenés que estar atento a todo, por eso el que piensa acá soy yo y no vos, punto.
Silencio. Anguila suspiró y jugueteó con su reloj. El Carancho amagó con encender otro vicio pero recordó que a su compañero le molestaba y descartó la idea dando un chistido sonoro.
- ¿Qué te pasa? - preguntó el Anguila.
- Nnnn... nada - el Carancho se moría por un cigarrillo.
- Mirá, allá hay una farmacia.
- ¿Y?
- No sé, por ahí puedo conseguir unos caramelitos para la tos.
- ¡Pero aguantate esa tos, me cago en vos! Mirá si vas a mostrar la jeta por el barrio. Solo a mí se me ocurre traerte, solo a mí...
El Anguila se prometió no abrir la boca nuevamente, sin embargo, treinta segundos más tarde, mientras a su lado Carancho seguía refunfuñando, anunció con entusiasmo que la calle estaba al fin despejada.
- Acá vamos - dijo Carancho y arrancó el auto.
Dos cuadras más adelante detuvo el motor delante de una casa de frente pintado de blanco, con puerta y ventanas en madera.
- Che... - dijo Anguila - la Betty te habrá batido bien el nombre de la piba ¿no?
- La Betty es de fierro, y no es ninguna pelotuda, o te creés que la escuchó una sola vez a la vieja en la peluquería... - dejó caer un bufido, no de fastidio, sino de suficiencia - Al menos tres cortes de pelo le hizo a la vieja antes de estar segura de todos los datos. Viste como es la gente grande, primero no largan nada, pero cuando entran en confianza te dicen hasta el número de bombacha que usan.
- El talle...
Carancho la dejó pasar. Luego, tras cruzar una mirada en la que reforzaron todo lo planificado en los últimos días, bajaron del coche. Los dos estaban bien vestidos, nada demasiado formal pero con buen aspecto.
- Ajustate el cuello de la camisa - le ordenó Carancho a su compañero.
Una vez que comprobó que estuviera hecho, golpeó a la puerta tres veces.
Los atendió un hombre mayor, de semblante cansado. Las arrugas le acanalaban la frente al tiempo que el poco cabello canoso, algo raleado, le confería más años de los que seguramente tendría. Poco lo ayudan los vellos blancuzcos que sobresalían de las fosas nasales y que crecían en las orejas como yuyos en maceta.
- ¿El señor es don Alejo Ferreyra?
Con ojos de pocos amigos, algo desconfiado, el viejo los relojeó de arriba abajo y largó la contra pregunta.
- ¿Quién dice que lo busca?
- ¿Alejo Ferreyra, el papá de Nadia? Nadia, de España. España, Sevilla...
- ...
- Nadia, en fin, nosotros estuvimos por España, aquí con mi hermano, que me acompaña, y la hemos conocido...
- ¿Conocieron a Nadia?
- Si, si, a Nadia. Nadia Ferreyra, su hija. La que está en España desde hace veinte años.
- ...
- Bien, y verá, para ella fue una sorpresa saber que éramos de la misma ciudad, imagínese allá lejos, a tanta distancia, y de repente se encuentra con gente que ha caminado las mismas calles, ha visto los mismos árboles, las mismas esquinas...
- ¿En Sevilla la conocieron? A esa ciudad viajó, pero...
- Si, si. En Sevilla, pero...
El Anguila algo vio en los ojos del viejo, porque se adelantó y abrió la boca.
- Pero paseando, ella nos dijo que estaba viviendo en...
Buscó en vano un milagro en los ojos del Carancho, sabiendo la mirada inquisidora del viejo bajo el umbral de la puerta.
- ... en Barcelona. ¡Joder tío! No me salía el nombre...
El viejo miró por encima del hombro, hacia el interior de la casa.
- ¡Vieja! Vení un cacho, haceme el favor.
Una mujer frágil de cuerpo y grande de edad se asomó por el espacio que su esposo dejaba al descubierto, entre su prominente panza y la puerta.
- Hola, ¿qué venden estos muchachos? - preguntó inocentemente.
- No señora - dijo riendo el Carancho, a quién le había vuelto el alma al cuerpo luego de quedarse petrificado segundos antes,
- No venden nada vieja, dicen que conocieron a Nadia en España - terció su marido.
- ¿A Nadia? - dijo sorprendida la mujer, abriendo enormemente los ojos, aprovechando para estudiar a los dos desconocidos - ¡Pero qué chico es el mundo! - afirmó con una sonrisa.
Anguila y Carancho respondieron con risas nerviosas.
- ¿Y qué los trae por acá? ¿Traen alguna postal? - preguntó con cara de pocos amigos el padre.
- Algo mejor que una postal - anunció el Carancho - Les traemos un cheque.
Los que cruzaron miradas ahora fueron marido y mujer.
- Si, un cheque bastante jugoso, porque se dio algo muy gracioso, fuimos juntos a un casino y tuvimos una noche de suerte...
- Mucha suerte - acotó innecesariamente el Anguila.
-  Y cobramos un buen dinero y ella quería participarlos a ustedes, como una sorpresa. Y vamos a ser sinceros, ella ganó más que nosotros, así que nos dio un cheque para que cobráramos aquí en Argentina, porque como se imaginará, no podíamos entrar con ese dinero en las maletas. Parte de esa plata, gran parte vamos a decir, es de ustedes.
- ¿Nadia nos manda plata? ¿Escuchaste eso, viejo? - dijo la anciana mujer.
El viejo respondió con una especie de gruñido o algo semejante.
- Pero hay un problema - continuó Carancho - Nosotros estamos viajando esta noche y en la financiera nos podrían pagar el cheque recién mañana, lo que es un inconveniente. Entonces pensamos con mi hermano, que quizá lo que podríamos hacer es dejarles el cheque a ustedes y que nuestra parte, si no es molestia, nos lo dieran en efectivo. Total, después ustedes cobran el cheque y listo.
El matrimonio volvió a cruzar una mirada.
- ¿De cuánta plata estamos hablando? - el viejo fue al grano.
- El cheque es por treinta mil euros, pero dieciocho son para ustedes, es decir que lo de nosotros son apenas doce...
- Mire mijo, euros no tengo...
- Pero no mi amigo, Betty... perdón, Nadia ya nos dijo que usted es de ahorrar en moneda nacional y nos parece perfecto, es más, hasta hablamos con mi hermano de hacer la conversión al cambio oficial, nada de cotizaciones paralelas ni ocho cuartos. ¡Son los padres de Nadia, carajo!
La desconfianza permanecía en los ojos del viejo. Anguila y Carancho sentían la tensión propia del momento, de los gajes del oficio como solían decir, pero había una especie de estática en el aire que les carcomía los nervios.
- Pasen - dijo finalmente el hombre.
Se sentaron a la mesa, en una cocina bastante simple. La mesa era para no más de cuatro personas. En las paredes colgaban platos antiguos y la heladera estaba plagada de imanes de delivery.
- Los adornos eran de mi madre, yo odio el rol de cocinera - dijo la mujer, casi leyéndole la mente a sus visitantes.
- Entonces ustedes me dan el cheque y se llevan su parte en pesos. ¿Eso pautaron con Nadia?
- Eso mismo señor... - poniéndose a la defensiva - pero si usted prefiere hablar con ella por teléfono, no digo ahora, sino más tarde, no hay problema, nosotros somos gente de palabra pero nada como la palabra en la voz de un hijo, eso lo entendemos y sin más que decir, nos ponemos de pie y seguimos viaje y cuando estemos de vuelta por la ciudad, completamos este trámite.
Para entonces, Carancho y Anguila se habían puesto de pie. Era una escena ensayada. Un instante crucial.
El viejo llamó a su esposa al pasillo. Hablaron durante unos segundos, casi en un cuchicheo, Ella afirmó con la cabeza. Entonces él hizo una señal: esperen.
Volvieron a tomar asiento. La mujer les trajo un café a cada uno. A los diez minutos, Alejo Ferreyra volvió a la cocina.
- Vengan conmigo - pidió.
Anguila apuró su café. Su compañero, ansioso, lo dejó por la mitad.
Lo siguieron por el pasillo, pasando por delante del baño, hasta llegar a la habitación más alejada. La puerta estaba abierta y una cama matrimonial que con seguridad ocupaba el centro mismo, estaba desplazada en diagonal al menos uno o dos metros.
A la vista había quedado el piso de cerámicos, al que le faltaban varias piezas. La superficie debajo de los mismos no era material, sino tierra.
Carancho sonrió casi con complicidad, mientras codeaba al Anguila.
- Viejo perspicaz - dijo riendo - ¡Así que aquí esconde el dinero que ahora!
El hombre lo miró con ojos perturbadores.
- No - dijo tajante - Aquí está enterrada la nena.
Algo caliente y viscoso salpicó el rostro de Carancho, que de inmediato se giró hacia el Anguila. Éste no había tenido tiempo ni de gemir, con el cuchillo Tramontina incrustado en el cuello y la sangre saltando por doquier. El mango aún seguía aferrado por la mano manchada y arrugada de la vieja. No hubo tiempo para nada más. Apenas si vio venir el zarpazo del viejo, armado con un oxidado puñal. Sintió un escozor debajo de la oreja y luego, nada más.

10 de diciembre de 2015

¡Un premio en historieta!

A veces las muy buenas noticias arriban cuando uno menos se lo espera. La vida es así, un vaivén de momentos. Y fue una alegría recibir el mensaje de un dibujante que admiro y que a pesar de no conocer personalmente, aprecio como persona: Pablo Dell'Oca.
El mensaje, en resumidas cuentas, decía que lo habían llamado por teléfono para anunciarle, desde el Ministerio de Cultura de la Nación que la obra que habían presentado al Concurso Federal de Historietas, con Pablo a cargo del dibujo y yo del guión, había obtenido el primer premio.
La alegría fue inmediata e inmensa, sentí ganas de darle un abrazo a Pablo a pesar de la distancia. Una satisfacción muy grande, por la magnitud del certamen.
En el día de hoy ese adelanto de la noticia se concretó en algo oficial, porque desde la web de Cultura (¡la que tiene el punto gob punto ar al final!) publicaron lo siguiente:


El Ministerio de Cultura de la Nación anunció los ganadores del Concurso Federal de Historietas.

El jurado, conformado por Oscar Steimberg, Enrique Alcatena y Patricia Breccia —en la categoría historieta—; y Juan Pablo González (Max Cachimba), Juan Sáenz Valiente y Horacio Lalia —en la categoría tira diaria—, premió a veinte dibujantes y guionistas aficionados, que presentaron trabajos sobre mitos y costumbres de la Argentina.

Las tres mejores obras de cada categoría recibirán $10.000 (primer puesto), $6.000 (segundo puesto) y $3.000 (tercer puesto), mientras que los veinte trabajos finalistas formarán parte de antologías que se publicarán con el título “Historietas argentinas”, y se difundirán en suplementos periodísticos de tirada nacional.

El certamen es impulsado por la Secretaría de Políticas Socioculturales y se propone revalorizar la producción de guiones e historietas como modo de expresión artística. A la vez, promueve el surgimiento de nuevos artistas en un género de fructífera tradición e historia en el país.

Ganadores categoría “Tira diaria”

1º Premio: “Cactus Juan y Dominga la Coya”, de Luis Hernán Castelli (Ciudad de Buenos Aires).
2º Premio: Sin título, de Gustavo Soria (Ciudad de Buenos Aires).
3º Premio: Sin título, de Andrés Farías (Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires).
Finalistas categoría “Tira diaria”
“Bondi”, de Darío Oliva (Claypole, provincia de Buenos Aires)
“La monótona vida del Sr. G”, de Julián Sanzeri (Rosario, Santa Fe).
“Costumbres Argentinas”, de Damián Carlos Hadyi (Remedios de Escalada, provincia de Buenos Aires).
Sin título, de Dalmiro Zantleifer Ojeda (Bolívar, provincia de Buenos Aires).
“La Kuñataí”, de Leandro Ubaldo Singh (Rosario, Santa Fe).
“Tres tristes trucos”, de Nahuel Nicolás Bardi (Rosario, Santa Fe).
Sin título, de Emilio Eduardo Arias (Río Grande, Tierra del Fuego).

Ganadores categoría “Historieta”

1º Premio: “La yerba mate y el yaguareté”, de Pablo Dell´Oca y Ernesto Parrilla (Ciudad de Buenos Aires).

2º Premio: “El intocable”, de Julián Camezzana (Mar del Plata, provincia de Buenos Aires).

3º Premio: “La visita de Don James”, de Mariano Antonelli (Viedma, provincia de Río Negro)
Finalistas categoría “Historieta”
“Zoilo, el lobizón de Punta Porá”, de Néstor Omar Fabozzi (Santa Rosa, La Pampa)
“Tal vez alguien le rece un bendito”, de Víctor Marcelo Páez (Ciudad de Buenos Aires).
“Yaguareté”, de Jonhattan Balcázar Durán (Ciudad de Buenos Aires).
“Malambogedón”, de Ariel Román Noriega (Malagueño, Córdoba).
“Luz mala”, de Luciano Rodríguez Riva (Vedia, provincia de Buenos Aires).
“El aguante”, de Iván Federico Zigarán (ciudad de Córdoba).
“El nido de hornero”, de Gustavo Omar Martínez (Granadero Baigorria, Santa Fe).

Fuente: http://www.cultura.gob.ar/noticias/ganadores-del-concurso-federal-de-historietas/

Qué el jurado además haya estado compuesto por Quique Alcatena, Patrica Breccia y Steimberg también tiene un gusto especial, sobre todo - perdón que ponga uno por encima de los demás - la figura de Enrique, alguien a quién admiro muchísimo.
Solo me queda agradecerles, tanto a ellos integrantes del jurado, como a Pablo por haber transformado en una obra de arte un simple guión y a Felipe Ávila, que me contactó con este gran dibujante, que merece ser conocido y reconocido.
Ojalá pronto poder acceder a todas las obras finalistas, de artistas que llegaron a esta instancia y a quién aprovecho también para felicitar.