Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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17 de octubre de 2017

Macabro

Me despertaron los pasos, el ir y venir vertiginoso de desconocidos, la imagen lívida de un oficial espantado tratando de alcanzar la puerta de salida, una detective joven abriéndose paso de manera atolondrada para arrojar el desayuno de una sola bocanada, los restos humanos esparcidos por todo el suelo de la habitación casi con caprichoso desorden y las paredes, todas ellas, matizadas de moho y mucho color rojo.
En una sola mirada pude ver el desasosiego, el asco, la pena, la maldad, lo incomprensible. Hasta que de repente una mano se cerró sobre mí, dejándome en la total oscuridad, al tiempo que desde alguna parte escuché:
- ¡Aquí están los ojos!

12 de octubre de 2017

Juego de niños

Cuando Nacho llegó corriendo a casa y se encerró en su habitación pensó que, como cada tarde, se había peleado con Matías, el vecino, hijo de Laura. Le pegó un grito al escuchar el portazo que hizo temblar los cuadros de las paredes pero no fue tras él. Odiaba que su hijo se portara de esa manera y si reaccionaba acorde a sus arranques de locura, tarde o temprano terminaría dándole una bofetada y era lo que menos deseaba en el mundo. Por lo tanto, dejó que trasladara sus broncas a la cama y siguió ocupándose del piso, que de la misma manera que el resto de la casa, no se limpiaba mágicamente.
Extenuada, se sentó cinco minutos a mirar televisión. Nada en especial, encender el aparato e ir pasando los canales uno a uno para que la mente fluyera entre imagen e imagen, sin nada en que pensar. Porque cuando se levantara de la silla tendría por delante aún muchos quehaceres hogareños, incluyendo hacer las compras y más tarde, preparar la comida. Que Nacho no estuviera jugando alrededor, era, por más que le costara admitirlo, una bendición.
Pero ese descanso no duró ni sesenta segundos. El timbre de la casa la obligó a ponerse otra vez en movimiento. Al abrir la puerta se alegró, porque era Laura, aunque de inmediato pensó en la posibilidad que estuviera allí para regañarla por alguna pelea entre sus hijos, sin embargo le llevó una minúscula fracción de tiempo comprender que su talante no era el habitual.
Se la veía pálida, nerviosa, las dos manos unidas en súplica.
- Laura ¿estás bien? – preguntó con honesta preocupación, sabiendo que no lo estaba.
Ella vaciló, llevó la mirada por encima del hombro derecho, como observando hacia su casa, se frotó las manos varias veces y finalmente abrió la boca para hablar.
- Busco a Matías, desde hace unas horas que no lo encuentro. No está en casa, ni en lo del primo. Temprano me dijo que quizá pasaba a buscar a Ignacio. ¿Está acá, Miriam?
No, no estaba, claro que no. Su preocupación era ahora también de ella. Y no solo por la angustia de no saber el paradero de un hijo, sino porque veía en sus ojos que ella ya sabía que Nacho no estaba en mi casa, y que cuando lo preguntaba, en realidad, escondía otra pregunta, más difícil de pronunciar, más difícil de digerir.
- No, no está acá Laura. Le podemos preguntar a Nacho si sabe algo.
Miriam sintió que Laura la miró de una forma extraña. Dudó incluso en entrar a la casa. Notó también que su vecina tenía frío. Los brazos desnudos llevaban todos los vellos erizados.
Llamó a la puerta de Nacho dos veces, golpeando con los nudillos. Luego pronunció su nombre. Sus berrinches solían tener el efecto de un somnífero. Si terminaba en la cama, con seguridad se dormía. Le sonrió a Laura, excusándose infantilmente por la ausencia de una respuesta. Pero ella no la observaba, miraba hacia la puerta de calle. Miriam imaginaba el sufrimiento interno, el deseo de ver a su hijo en ese mismo instante, ya sea por la calle o entrando por la puerta. ¿Qué puede ser peor que no saber cómo y dónde está un hijo?
Accionó el picaporte y abrió con cuidado la puerta, para no sobresaltar a Nacho que podría estar dormido profundamente. Se quedó sorprendida. La cama estaba hecha, las ventanas cerradas, los juguetes en su sitio y su hijo… su hijo no estaba en ningún rincón de la habitación.
- Si no está, no importa, no te preocupes, yo me vuelvo a casa, quizá… - comenzó a decirle Laura, mientras Miriam en su cabeza revolvía con celeridad en la sucesión de recuerdos de las últimas horas, segura de saber que Nacho estaba en su cuarto.
- Laura – dijo Miriam, interrumpiéndola - hace una hora o a lo sumo, una hora y media que Nacho volvió de afuera. Entró como loco y se metió acá dentro. Casi me hace la puerta giratoria del golpazo que le dio. No puedo entender cómo es que no está.
Quería conservar la calma, mostrarse más entera que su vecina y amiga, pero una rara sensación en el estómago comenzaba a llenarle de pequeños retorcijones el abdomen.
- ¿Vos los viste jugando juntos, Laura? ¿O solo te dijo que Nacho lo iba a pasar a buscar?
Laura comenzó a caminar hacia la puerta.
- No lo vi, Miriam. No recuerdo si habían quedado en jugar juntos. Lo siento, quiero volver a casa y ver si regresó. Seguro Ignacio en cualquier momento también vuelve.
- Pero Laura, me dijiste hace cinco minutos que tu hijo te avisó que Nacho lo pasaba a buscar.
- ¿Si? Puede ser, tengo la mente desordenada, no puedo pensar con tranquilidad, discúlpame Miriam, tengo que volver, seguro Sergio está también preocupado que me ausenté…
- Laura, escúchame, pensá en dónde los viste por última vez, si estaban juntos, si Matías te dijo algo en particular antes de que no lo vieras más, pensá, todo es importante.
Pensó que Laura se largaba a llorar en ese mismo momento, ya con la puerta de calle en la mano. Entonces, bajo el marco, apareció Sergio, con su imponente cuerpo de jugador de rugby, que la agarró del brazo y tiró de ella hacia afuera.
- ¿Qué hacés acá? Vamos, que tenemos que salir a buscar al chico por el barrio.
- Vine a preguntar por Ignacio, como me pediste.
- Eso fue hace diez minutos, era preguntar y volver, no podemos perder tiempo. Vamos, vamos, que tenemos cosas que hacer.
- Sergio, escúchame, tampoco encuentro a Nacho… - dijo Miriam, llamando su atención.
- Ahora no Miriam, si lo vemos, te lo traemos.
Vio a la pareja cruzar la calle y meterse en la casa que compartían. No le gustaba Sergio, siempre tan arrogante y de modales poco amables con su mujer. Pero su esposo se llevaba con él muy bien por la mutua afición al deporte. De todas maneras, le disgustó darse cuenta lo poco que les importaba la situación de Nacho.
Volvió a la habitación de su hijo, esperando encontrarlo escondido debajo de la cama o dentro del armario, pero no lo encontró. Recordó el modo con el que entró a la casa y cómo corrió hacia su cuarto y se estremeció. Lo había visto. O al menos, había sentido la forma en que, como una exhalación, se lanzó al interior de su habitación.
Buscó el celular en la cocina, donde lo había dejado cargando. Tenía que avisarle a su marido. Entonces vio que tenía un mensaje de texto. Era de Laura. De hacía más de media hora. Eran unas pocas palabras: Por favor, no me abras.
Repasó el mensaje varias veces. No debía calcular demasiado para entender que su amiga lo había mandado antes de haber tocado timbre.
Necesitaba hablar con ella. Salió a la calle y vio como Sergio la ayudaba a entrar en el auto. El hombre vio a Miriam y le hizo un gesto con la mano, indicándole que salían a dar vueltas con el coche. Pudo ver el rostro de Laura a través de una de las ventanillas bajas. Estaba llorando y a diferencia de un rato antes, tenía un ojo morado.
Vio al auto seguir derecho hasta el boulevard que cruzaba el barrio y en lugar de girar hacia la derecha, como para comenzar a recorrer la zona en círculos, mantuvo su rumbo hacia el oeste. Al cabo de unos segundos, era un punto en la distancia, perdido entre otros puntos que iban en la misma dirección.
Volvió al interior de su casa y llamó a su marido. Le pidió calma y trató de tranquilizarla. Luego, marcó el número de la policía. Dos horas no era motivo para preocuparse. Dudó que la mujer que atendió el llamado fuera madre.
Buscó la bicicleta y con las ruedas algo desinfladas, salió a andar por las calles del barrio, deteniéndose especialmente en la plaza y los descampados, donde los chicos podrían haber estado jugando. Aunque dudaba si aún los niños de nueve o diez años seguían aún jugando a la pelota en los campitos. Nacho solía pasar horas en casa con sus amigos jugando a los videojuegos. Comprendía que ignoraba totalmente qué era lo que hacía estando en la casa de Matías o de algún otro amiguito.
Aprovechó uno de los bancos de la plaza para sentarse y recuperar el aliento. Se sentía agitada. Pronto anochecería. No quería que su hijo estuviera dando vueltas en la oscuridad, con lo peligroso que estaba todo. Recordó que llevaba el celular en el bolsillo de la campera y recorrió la libreta de direcciones de arriba hasta abajo, llamando a las madres de los compañeritos de la escuela. Nadie lo había visto.
Probó con Laura, pero saltaba de inmediato la casilla de mensajes. Volvió a llamar a su marido y le pidió que llamara a Sergio. Dos minutos después Sergio la estaba llamando a ella. El mismo resultado, el celular parecía apagado. Ahora sí, su marido estaba asustado.
Miriam retornó a su casa y esperó por su esposo. Luego, fueron juntos a la Comisaría. Les llevó mucho trabajo convencerlos de que algo podía haberle sucedido a su hijo. Finalmente enviaron una patrulla a revisar la zona. Ella pidió acompañarlos, pero no se lo permitieron.
Al oscurecer, todos los miedos la asaltaron. Quería llorar pero no se lo permitía. Su marido parecía más entero. Ella observaba desde la ventana, con la esperanza de divisar la figura de su hijo retornando a casa. Fue entonces que vio la luz encendida en la casa del otro lado de la calle. No veía el auto afuera, por lo tanto, no habían regresado. ¿Estarían Matías y Nacho jugándoles una broma a todos y se escondían en alguna parte de la casa de Laura?
Cruzó la calle velozmente. La puerta del frente estaba cerrada. Golpeó con fuerza. Llamó a los gritos a Nacho y Matías. Gritaba sus nombres, con todo lo que le daba la garganta. Se acercó a la ventana y volvió a golpear, ahora el vidrio. No podía creerlo. Allí estaban, los dos niños, de pie en la mitad de la sala, mirando hacia ella. Volvió a gritar sus nombres, desesperada, pero ahora su grito era silencioso, ahogado, inútil, y los brazos de alguien fornido tiraban de ella para alejarla, haciéndole perder el equilibrio.
Giró y allí estaba su marido, con ojos preocupados y cansados. La noche cerrada se cernía sobre ambos. Varios vecinos se habían asomado a la calle. Él trataba de calmarla, de decirle que se tranquilizara, que volviera a la cama, pero ella no podía, quería quedarse allí, buscar a su hijo, quería…
Traspasaron las cintas amarillas puestas por la policía y llegaron a la vereda. Entonces, volvió la vista hasta la casa de Laura y Sergio. Estaba toda cercada y había montículos de tierra por todas partes, producto de las excavaciones. Ahora podía recordarlo. Detrás del parrillero habían encontrado el cuerpo enterrado de Matías. A Nacho, debajo del alero.
Rompió en un llanto y se desmoronó en medio de la calle. Su marido la dejó estar un rato y luego la cargó hacia la casa. Las pesadillas que uno vive despierto, son las más terroríficas.