Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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20 de agosto de 2008

El espejo del abuelo

Mi abuelo me dejó tras su muerte, legado en su testamento, un viejo espejo del siglo XVIII, tan alto como yo. Según narraba en vida, había sido la única pertenencia que había sobrevivido del viaje de su padre desde Italia, allá en los años de la inmigración, cuando los grandes barcos descargaban en los puertos miles y miles de extranjeros que traían sueños, ropas viejas y más sueños.
Siempre había estado cubierto por una manta blanca, en el desván de su casa. Lo traje al departamento pero no le saqué la manta hasta hace unos días. Soñé que mi abuelo estaba conmigo en el balcón y me decía si ya había probado el espejo. ¿Qué debo probar? le pregunté en el sueño y él se reía a carcajadas, como quién escucha de un niño alguna tontería de esas que hacer morir de risa a los adultos.
La mañana de esa noche retiré la tela, lustré el antiquísimo marco y le pasé un paño limpio por toda la superficie del vidrio. Entonces me paré delante y observé atento mi reflejo. Allí estaba de pie, como un gendarme, portando trapo en una mano y aerosol lustra muebles en la otra.
Con esa postura, parecía a punto de irme con la infantería de limpieza al campo de batalla, a enfrentar a las férreas líneas enemigas, comandadas por el polvo y las telarañas. No había terminado de pensar en la graciosa situación cuando en el espejo algo se movió. Pudo haber sido un destello, pero sabía que no lo era. A mi alrededor (es decir, alrededor de la figura reflejada de mi cuerpo) todo se tornó grisáceo, como si el aire se enviciara de alguna especie de gas, y luego, lo que había imaginado cobró vida.
Un campo de batalla se extendía a mis espaldas (a espaldas de mi reflejo) y a lo lejos, tronaban los sonidos de los rifles. Gigantes motas de polvo se arrastraban en trincheras lejanas. Juro haber visto una polilla inmensa surcar el cielo. Mi reflejo estaba ataviado con pantalones y camisa militar. Había desaparecido el aerosol y en su lugar sostenía una escoba desflecada. El trapo seguía en mi otra mano, pero chorreaba sangre.
Me tapé los ojos y salté hacia atrás, desesperado por despertar si es que aún estaba dormido. Caí con fuerza sobre la cama y me lastimé la espalda contra el borde. El dolor me demostró que estaba despierto. Con miedo, volví la mirada al espejo. Tan solo se reflejaba la habitación.
Finalmente la curiosidad venció primero al terror y luego al asombro. Desde entonces he experimentado con el viejo espejo y he sido desde superhéroe a villano, de presidente a mensajero espacial. Lo que imagino allí aparece. Lo que deseo, allí lo alcanzo. Desde hace varios días que no hago otra cosa que soñar despierto.
Sin dudas que me siento hipnotizado por tan increíble objeto y sus sobrenaturales dones. Pero en los pocos instantes que he tenido para pensar en todos estos días, raptos de cordura han estado acudiendo a mi cabeza.
El martillo pesa demasiado es mis manos. Es difícil precisar la distancia hacia el espejo, porque llevo los ojos vendados. Estoy seguro que si el espejo abriera mis ojos a su mundo, me atraparía una vez más y hasta es probable, que sabiendo las intenciones de escaparme de su atracción, me condujera a un mundo sin retorno. Las conjeturas escapan a mis posibilidades en este momento, tan crucial, tan difícil, en el que el brazo va hacia atrás con fuerza, a pesar del vano esfuerzo del espíritu de mi abuelo, incapaz de sujetarme desde su intangible realidad, del otro lado de los vivos.

19 de agosto de 2008

Sueños de antes

Soñar... soñar se soñaba antes. Con volar por los aires cuál pájaro errante, alcanzar los polos sin temer un abismo al final del camino o surcar las profundidades de los océanos en naves cerradas. Antes se soñaba con llegar a la luna y explorar el espacio, en mirar alrededor y no encontrar un solo mendigo, en recostarse en la hierba húmeda y no parar de tocar la guitarra.
La palabra ha quedado en desuso. Ha trastocado su sentido. Hoy se vende al mejor postor y en los diccionarios tiende a desaparecer. Sinónimos viles han tomado su lugar. El derrocamiento comenzó hace tiempo, pero los soñadores, por no dejar de soñar, no se dieron cuenta de lo que sucedía.
Hoy los sueños, como los que se soñaban antes, han perecido. Ya nadie vitorea su nombre. Es que ya nadie recuerda el verdadero sentido. Soñar ya no es lo mismo.

4 de agosto de 2008

La nave

La luz cegó todo a su paso...
El frío presagió la partida, el adiós...
Y el viento arrasó con fuerza, arrojándome hacia atrás...
El silencio llegó de la nada, atrayendo al temor...
Después, nada, solo la oscuridad del cielo, puntos brillantes y la ilusión de verte escapar, como un cometa, un angel de luz, un pedazo de vida huyendo de mí...