Me pidieron que explicara lo que era la radio. Uno cree muchas veces tener todas las respuestas, al menos hasta que alguien le pide que se exprese sobre algo. Entonces, se cae en la cuenta que si bien uno sabe por experiencia, a veces es difícil precisar lo que ha llevado años asimilar, como parte de uno, como una pieza más de su espíritu.
Temiendo no encontrar las palabras adecuadas e incluso, con temor a que no vieran la dimensión de la misma o peor aún, empantanarme en una explicación sencilla y de compromiso, narré la siguiente anécdota:
Domingo. El día más lindo de la semana. Para algunos porque llega el descanso, el asado del mediodía, las carreras en la tele, el paseo por el río, la caña de pescar, la caminata por las calles de la ciudad. El domingo también traía el fútbol. El nuestro, el de las canchas con tribunas de tablones, de terrenos casi pelados, con apenas sombras de césped.
Almorzaba apurado, mirando de reojo el reloj de pared. Si los partidos arrancaban a las cuatro, al menos dos horas antes tenía que estar en la radio, para los preparativos. La emoción de recibir el grabador, el equipo para comunicarme, que por entonces era un handy y por supuesto, el partido a cubrir para la transmisión central.
Las dos en punto en mi reloj que siempre estaba adelantado unos minutos. Había llegado con tiempo de sobra. Llamé a la puerta y allí estaba Tito, el dueño de la radio, para abrirme. El semblante serio, pero amable. Me hizo pasar, indicándome que en la oficina estaba su hijo, Gerardo, que tenía las cosas para darme. Fui raudo por el pasillo hasta aquella puerta al fondo, detrás de la cual ya se escuchaba el diálogo de esas voces conocidas.
El estar allí ya era motivo de alegría. Hablamos de Boca, de River, de los partidos de esa tarde, de algunos entretelones de la liga local. Nos fuimos metiendo en clima. El partido central de la transmisión era en un pueblo vecino. Allí irían en coche los cuatro que llevarían adelante la conducción radial del encuentro. Me habían designado para seguir los acontecimientos de un partido en la ciudad, en uno de los barrios hacia el sur de la misma.
"Te lleva Tito" me dijo Gerardo. Asentí con una sonrisa. Los ayudé a subir los equipos al auto y chequear que no se dejaran nada vital para poder entablar la comunicación. "Llegamos y en media hora largamos con la transmisión" me informaron y para despedirse: "Cuando llegues a la cancha, llamanos por handy".
Quedé en la radio, con la libreta de apuntes preparada, la radio portátil con pilas nuevas para tener buen retorno de la emisora, el handy aguardando ser usado y todas las ganas del mundo de salir para la cancha. Pero debía esperar a Tito.
El hombre se tomaba su tiempo, no le veía apuro a la situación. Acomodaba los cds y cassettes usados en los programas anteriores, se cercioraba cada tanto que el sonido estuviera bien, que el programa que estaba saliendo al aire en ese momento lo hiciera bien. Pasaba a mi lado y me decía "ya vamos, no te preocupes". Pero seguía en lo suyo y a pesar de mi impaciencia, podría decirse que admiraba la forma en la que cuidaba de su radio.
Mis ojos acudían cada dos minutos al reloj y eran testigos de como el tiempo iba transcurriendo. Desde el pasillo donde estaba pude escuchar como el operador de turno ya estaba probando el enlace con la cancha del pueblo vecino. Eso significaba que ya habían llegado y estaban montando los equipos.
Tito pasó por mi lado y me animé a preguntarle "¿ya salimos Tito?. Consultó la hora al tiempo que también escuchaba las pruebas de sonido provenientes de la cabina de controles. "Si negro, dame un segundo que olvidé unas cosas".
El segundo se convirtió en un minuto, luego en cinco, en diez... Escuché la música característica de presentación de la transmisión y a continuación, la voz del relator anunciando la espléndida tarde en la cancha de la vecina localidad. Anunció los móviles que reforzarían la información e incluso escuché mi nombre y la cancha asignada; luego pasó a las publicidades, escupidas con elogiable habilidad por el locutor.
Me estaba poniendo nervioso. Si bien faltaban varios minutos para el comienzo del partido, era consciente que debía estar un rato antes, para poder recabar la información de los equipos y narrar el panorama a los radioescuchas.
Entonces sucedió lo que me temía. El relator pidió publicidades para luego "tomar contacto" conmigo, claro. Corrí prácticamente hacia la oficina de Tito, que levantó la vista de unos papeles cuando entré.
- Tito - le dije - Quieren que salga al aire, creen que estoy en la cancha. ¿Qué hago? - preguntaron mis años jóvenes - ¿Les digo que estoy en camino?¿No les contesto?
Tito me miró y como la cosa más normal del mundo, me dijo:
- Deciles que estás en la cancha, buscando información. Total... qué saben ellos que no estás.
- Pero...
Sin embargo no le agregué nada al pero. El retorno desde el estudio traía otra vez la voz del locutor. Me estaba presentando y entonces, me dio paso.
Ese segundo fue eterno. Ese instante entre mi nombre y mis dedos oprimiendo el pulsador del handy, bajo la mirada de Tito, el rostro sereno, hasta cómplice. Y entonces mi voz llegó a mis oídos. Si, era mi voz y ya despojada de los nervios, siguió el consejo.
- "Buenas tardes compañeros, aquí estamos en la cancha, como bien decís, donde jugarán...."
Hablé durante dos minutos sin parar, describí un día perfecto, la gente llegando de a poco, los jugadores trotando a un lado de la cancha mientras el partido preliminar aún se estaba jugando. Describí todo como si estuviese allí y prometí en unos minutos, las alineaciones.
Tito me miró cuando corté la transmisión y me sonrió. "Negro, esto es radio - me dijo - Bueno, ahora si, vamos a la cancha".
Y entonces comprendí, sabía a lo que se refería. No pude menos que agradecerle con una sonrisa.
Desde entonces la anécdota me acompaña como definición sobre lo que es la radio.
Porque aquello no fue una mentira. No fue un engaño.
Fue magia.
Fue radio.
Con cariño, dedicado a Eduardo "Tito" Muriado. Gracias Tito y fuerza.