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28 de noviembre de 2009

Del no convencimiento de una teoría

Nunca creí la explicación científica sobre las denominadas babas del diablo, sin embargo ante los demás, al hablar de ello, la acepto por no poder encontrar otra repuesta a ese fenómeno que se da muy de vez en cuando, principalmente a fines de la primavera y el otoño.
La teoría dice que los blancos filamentos son elaborados por una clase de araña que segrega la sustancia al aire y en contacto con este, toma la consistencia y forma conocida, para luego, por la misma acción del viento, ser llevados de un lado a otro, emigrando los simpáticos bichitos con sus miles y miles de crías.
Lo cierto es que de niño, al notar la presencia de las babas, corría al techo de casa para ver como quedaban enredadas en las antenas, los postes, cables y ramas de los árboles, apuntando hacia el lado que iba el viento, en un espectáculo tan bonito como macabro.
Y no digo macabro por el calificativo que se le da popularmente, sino por la impresión que me generaba el tocarlas. Tengo que coincidir en que es la misma sensación que da tocar o enredarse con una telaraña, pero de todos modos, no comparto la idea que sean producto de las arañas.
Podría dar varios motivos, pero solo una historia alcanza para explicarlo. E incluso podría contarla el padre Enrique, sino fuese por el pequeño detalle que murió el mismo día en el que transcurrieron los hechos que me vienen a la memoria.
Aún era joven, pero ya no el niño que correteaba por las veredas detrás de su hermano mayor, esperando con ganas que le devolviera el juguete que le había quitado, con el solo fin de molestarlo. Mis días eran el colegio secundario, los mandados a mi madre y de vez en cuando, un intento frustrado de invitar a Marisol a tomar un helado.
Los domingos acudía a misa, cumpliendo el último deseo que me pidiera mi tía, en la antesala de su muerte. No me molestaba en lo absoluto, al contrario. Sentía un grato placer al poder asistir a esa reuniones de fe, donde, debo reconocerlo, encontraba una paz interior que pocas veces alcancé a descubrir posteriormente en mi vida.
El padre Enrique, un amante de la lectura y de la música moderna, secreto éste que guardábamos celosamente sus monaguillos, nos dejaba abierta una puerta trasera de la capilla para que llegáramos temprano y acomodáramos los asientos, para poder empezar la misa a las ocho en punto de la mañana.
La mención en plural se debe a Ismael y Julián, los otros monaguillos. Ese domingo llegué temprano, aún no se la razón, acaso el destino o la mala fortuna. Desde mi casa a la capilla había unas seis calles. Solía hacerlas en bicicleta, pero al salir al patio la encontré con las gomas desinfladas. Maldije a mi hermano, que la había usado último y sin pensarlo dos veces, me fui caminando, silbando por lo bajo una pegadiza canción que había escuchado en la radio mientras desayunaba.
Noté en mis primeros pasos que la noche se había ocultado pero nos había dejado un pequeño legado. Babas del diablo. Ya no sentía la misma pasión que de chico y mucho menos en ese momento iba a salir corriendo a encaramarme a algún techo. Más bien, intenté evitarlas. Había por cientos, en los árboles, en los tejados, los cables de la electricidad, en todas partes en realidad.
Mientras caminaba, no dejaba de mirarlas de reojo, como percibiendo algo y por las dudas, estando atento a no toparme con ninguna, pues no veía con gracia enredarme en ellas.
Mi aletargado cuerpo, de andar cansino y perezoso, apuró sus pasos casi inconscientemente. Lo mejor era dejar atrás la calle y buscar refugio en la seguridad de mi destino. Pero sombría encontró mi mirada el espectáculo luciferino de la torre de la capilla, enmarañada de punta a cabo de las babas del diablo, que ofreciendo una danza que parecían provenir del mismísimo infierno se movían ondulantes como invitando a perderse en sus entrañas.
Saqué la vista de tan horrible imagen pero no pude contener la exclamación de asco que la escena deparó a mis sentidos. No me di cuenta hasta entonces que la brisa se había convertido en un viento bastante obsesivo que no hacía más que hacer tambalear mi cuerpo en la medida que me acercaba a la capilla.
Grande fue mi sorpresa, cuando apurado por tomar el picaporte y abrir la puerta para alejarme del viento y las babas danzantes descubrí pasmado que la misma estaba cerrada. ¿Acaso el padre Enrique se había quedado dormido?
Lo llamé por su nombre, intentando hacerme escuchar por encima del sonido del viento, que para entonces rugía furioso, moviendo los ventanales y golpeando los paneles de madera que los protegían en días de tormenta. Grité embravecido, más por miedo que otra cosa. Las babas del diablo se desprendían por culpa del vendaval de la torre del campanario y volaban en mi dirección. Me protegía con las manos, pero era inevitable el contacto. Me cubrí los ojos y la boca, con temor y repugnancia.
Me alejé de la puerta y rodee la capilla. La puerta principal también estaba cerrada. Pensé en trepar por las paredes hasta lo alto del muro y saltar hacia el otro lado, pero con el viento era muy probable que cayera.
Mi corazón latía de prisa y mis nervios jugaban con el estómago. Las babas del diablo me ponían los pelos de punta y la preocupación crecía por el padre Enrique.
¿Dónde estaba? ¿Por qué no abría las puertas? Y entonces, escuché las campanadas.
¡El padre Enrique está en el campanario! me dije con una luz de esperanza, de la posibilidad inminente de que me abriera las puertas y huir, de esa forma del vendaval de babas del diablo que se había desatado en la ciudad.
Corrí hasta la puerta exterior del campanario y la encontré cerrada. Golpee la madera con violencia y varias veces. Le di tan duro que lastimé mis nudillos. Grité tanto que los pulmones amenazaron con reventar. El padre no me oía, sin embargo la campana sonaba con estruendo.
Fue entonces que comprendí que las campanas no deberían estar sonando. Que aún era temprano. Y en lugar de permanecer cerca de la capilla, me alejé de ella, con la intención de llegar a la vereda de enfrente y mirar hacia lo alto, hacia la campana misma.
Y si las babas del diablo me resultaban espeluznantes, aún más aterrador fue el cuadro que mis ojos presenciaron al levantar la mirada: aferrado a la campana, con sangre cayendo por la boca, ojos y nariz, yacía el padre Enrique, mientras la gigantesca copa invertida se bamboleaba de un lado a otro, haciendo sentir su tañido de lado a lado de la ciudad. Envolviéndolo, sin dejarlo caer, había alrededor de su cuerpo cientos y cientos de babas del diablo, cuya blancura comenzaba a teñirse de a poco con el rojo oscuro de la sangre de mi querido amigo.
Nadie jamás encontró explicación a lo sucedido y todavía en las noches, varias décadas después, puedo oír el sonido de las campanas confundiéndose con el viento y la voz de Enrique gritándome casi en un hilo de voz: "huye, huye, que las babas del diablo no caigan sobre ti". Despierto sobresaltado, claro. Y es muy probable que ese día, al salir a la calle, encuentre babas del diablo por doquier.
Por eso, señores, les puedo decir que le explicación científica a mi no me convence.

13 comentarios:

Anónimo dijo...

ahhhhhhhhh con razón me daba tanto asco cuando me agarraba una baba del diablo perdido en mi bicicleta por calle corrientes al fondo o cerca del cementerio!!!
Nunca confiaba en esa historia de las arañitas y sus trabajos...
gracias Neto por sacarme de dudas, aunque ahora no sé si quedarme más tranquilo....
jejeje
abrazos enormes!!!!

Mannelig dijo...

Un momento, un momento,que la policía no es tonta. ¿Dónde estaban el día de autos Ismael y Julián? ¿Y Marisol? ¿Y cómo podemos estar seguros de que la tía tampoco se encontraba presente? Sospechoso, muy sospechoso...

SIL dijo...

¨ Pero sombría encontró mi mirada el espectáculo luciferino de la torre de la capilla, enmarañada de punta a cabo de las babas del diablo, que ofreciendo una danza que parecían provenir del mismísimo infierno se movían ondulantes como invitando a perderse en sus entrañas//¨


A ÉSO YO LE LLAMO PINTAR CON PALABRAS, CUADROS PERFECTOS.

VIRTUD que poseen MUY POCOS...


Un beso, genial y más genial Netito.

Anónimo dijo...

Habrá que tener mucho cuidado con las babas del diablo. No había oído hablar de ellas pero ahora entiendo muchos sucesos hasta ahora inexplicables.
Un acierto de historia amigo Neto.

Con tinta violeta dijo...

Caramba Neto, aquí no he visto eses fenómeno o al menos no lo relaciono con nada...pero tras esta historia...no se si me voy a atrever con la experiencia. Lo que sí tenemos aquí a días en un viento, que baja encajonado por el valle del Ebro y que algunos también tachan de diabólico.
Me gusta el tono misterioso y mágico con el que envuelves un recuerdo infantil.
Perfecto.
Besos
Paloma.

La sonrisa de Hiperion dijo...

Es siempre un placer pasar por tu espacio.

saludos y un abrazo!

Lisandro dijo...

tuc tuc, tuc tuc, tuc tuc, hoy siento adrnalina... hoy tengo el gusto del misterio, de la accion!! estoy congelado, naaaaa................. Sos un garnde amigo!!! que buen pero buen buen buen Cuento... mi preferido!!! sion duda aguno, sos un grande!!!

Netomancia dijo...

Dieguito, si habremos sido víctimas del enriedo sorpresivo de las babas andando en bicicletas en nuestras infancias. En realidad a mi siempre me llamaron la atención. Y debo confesarte que casi cometo el gravísimo error de ponerle de título a este relato "Las babas del diablo" y por suerte recordé que el gran Cortázar ya tenía un cuento con ese nombre y remendé mi error antes de cometerlo. Un abrazo amigazo!

Don Mannelig, todos son sospechosos. Nosotros, que somos gente con los pies en la tierra sabemos que ninguna arañita pudo hacer eso y mucho menos, espíritus del más allá. Tenemos a esos sospechosos, no hay dudas... Saludos!

Doña Sil, me pone contento que enmarque ese párrafo, también al releerlo había quedado contento del resultado final. Y gracias por sus palabras! Saludos!

Don Luis, muchas gracias. Al leer el comentario de Paloma, unos escalones más abajo suyo, sospecho que el fenómeno al que hago referencia se da en ciertas latitudes. Pero bueno, es eso, como si varias telarañas se pegaran en el aire y navegaran por el mismo hasta quedar enganchadas en algo que detenga su andar. Saludos!

Doña Tinta o doña Paloma, tendrá que darme más datos de ese viento, porque seguramente inspirtará algún relato. A quién lo le habrá volado el sombrero y éste, rebanado la cabeza a un distraido transeúnte, no? Jaja. Gracias! Saludos!

Don Hiperión, muchas gracias! Siga pasando y leyendo!

Lisandro, a la perinola como te quedó el corazón jajaja! Bueno, es una alegría enorme, más que me digas que es tu preferido! Un abrazo!

Felipe R. Avila dijo...

Tal vez Paloma no lo ha visto, pero es algo que ocurre en muchas partes.
Sino, ya estaría sumando las babas del diablo a nuestro ser nacional...
El cuento éste tuyo,Neto,merece una continuación patrás y otra pa´lante.

Anónimo dijo...

a mi lejos de cualquier ptra sensacion, el sonido de un campanario trabajando me causa tal miedo, como si estuvieran a punto de decapitarme... aauch!
muy bueno neto!!!

me encanto.


besitos

Netomancia dijo...

Felipe, siempre queriéndome hacer trabajar ud jajaja. Muchas gracias por el comentario! Un abrazo!

Sonia, el campanario a mi me resulta tan familiar que ya no me asusta... tengo una iglesia a la vuelta de casa jaja. Saludos!

el oso dijo...

Quelorretiró... Ya me figuraba yo que estas babas del diablo eran cosas de mandinga.
Un relato afanable por el mismo King (y no BB), brillante, Netox!!
Abrazos

Netomancia dijo...

Don Oso, si fuese de BB, sonaría música en todo el pueblo. Gracias por hacerme pensar que a don SK le gustaría afanar este relato.
Un abrazo!