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2 de junio de 2022

Aviones

A mi viejo lo empezamos a perder casi un año antes. Porque fue a principios de ese año, hace ya diez, que comenzó su periplo cíclico de internaciones cada quince o veinte días. Lo pasó siempre postrado, un tiempo en casa, otro en un geriátrico donde podían controlarlo mejor, y en diversas habitaciones del sanatorio local. 
Diez años en diciembre, la pucha. Una década. Cuando el final llegó, quedaban pocas lágrimas. Las habíamos llorado de a poco, durante todos esos meses previos. Fue, de alguna manera, saber que su cuerpo ya no sufría. La lucidez lo había dejado de acompañar mucho antes. Es triste la vida, claro que sí. 
Es difícil que escriba o me refiera a él, pero me acompaña siempre. En situaciones, recuerdos, enseñanzas, contrariedades, en fin, en muchas cosas. 
Pienso en el hecho que Jazmín jamás conocerá a su abuelo paterno. Que sí, seguramente lo hará a través de viejas fotografías, palabras nuestras, pero solo eso, como yo conocí a los míos por parte de mi viejo, fallecidos muchísimo antes que yo llegara al mundo. 
Pero más pienso en la circunstancia imposible, en la conjetura inútil, de imaginar cómo hubiese sido la relación entre ellos. Mi viejo, tímido para el afecto, al menos en la demostración física, con la pequeña Jazmín. Y si bien lo tendría que imaginar con la edad real que hoy tendría, lo veo más joven, aún de pie, lucido e inteligente, derrotado ante el avasallamiento de su nieta, rendido ante su risa y riendo con ella, tomándose de la panza, como solía hacer, jugándole alguna broma inocente mientras le habla de aviones y le muestra muchas de sus réplicas a escala (que a pesar de haber sido destruidas por nosotros, sus hijos, torpes en sus juegos, mágicamente están ahí, en manos de mi niña).
¿Estará de algún modo presente? Me asalta la duda. Porque Jazmín cuando escucha un avión o helicóptero en los aires, esté donde esté, reclama al borde de la histeria que la lleven dónde pueda observar el cielo. Y qué alegría cuando sus ojitos descubren la figura en lo alto. 
Nació de ella, y se mantuvo con el tiempo, por el afán nuestro de seguirle el juego. Cada tanto me pregunto si las casualidades son parte de un todo... pero son tonterías mías. No conoce a su abuelo. No sabe cuánto amaba la aviación. 
También me pregunto si alguna vez dejará de interesarse por los aparatos voladores. 
Quizá si, quizá no. 
Por lo pronto, yo corro con ella en brazos para no dejarla sin el espectáculo. Y si, no lo voy a negar. También espero ver alguna señal, algo, lo que sea, que me diga que está ahí.
Por instantes siento que en mis brazos hay parte de eso que busco. Algo de mi viejo, del Toto, sobrenombre por el que nunca lo llamé, pero que en este tiempo de ausencia incorporé con fuerza a su recuerdo.
Diez años en diciembre. Me sale escribirlo hoy, porque sé que cuando el aniversario se cumpla, no voy a tener el valor para hacerlo. 

1 comentario:

Con tinta violeta dijo...

Que homenaje tan bonito. Seguro que en algún lugar de ese cielo, al que Jazmin mira emocionada, a un abuelo y padre se le ha llenado el corazón de orgullo.