Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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1 de abril de 2020

Vieja deuda, ilustrado por Fabricio Garfagnoli

Cuento ilustrado por Fabricio Garfagnoli y publicado por GComics https://gcomics.online/relato/vieja-deuda/

Dejó las llaves puestas en el coche y el motor encendido, como presto a salir en cualquier momento. Tampoco cerró la puerta, apenas entreabierta. Caminó sobre la grava hasta donde comenzaba el césped.
El rocío de las primeras horas del día iluminaba el verde, aunque el contraste con el cielo gris y con ánimo de tormenta era notable. Sus zapatos se mojaron con el contacto, pero ni siquiera se percató de ello.
Pasó por encima del vallado de madera que demarcaba la propiedad privada a la que estaba entrando. Dos perros de enorme porte se lanzaron sobre él, apareciendo de la nada misma y uno logró darle una dentellada a sus pantalones.
Sin cambiar el semblante, les arrojó patadas, logrando en más de una ocasión acertar en los hocicos de los canes, entrenados para repudiar cualquier intromisión desconocida. Pero los animales no desistieron, frenándole la marcha.
En la vivienda de tres pisos se encendieron las luces. Se escuchó el ruido de una puerta trasera y una alarma aguda y potente se puso a sonar, como un bebé enfermo en pleno berrinche.
Para los caninos fue como una orden. Gruñeron con ferocidad y se lanzaron coordinadamente, uno de cada lado, sobre su persona.
Lograron tumbarlo y en medio de ladridos, le mordieron la cara. La sangre fluyó de inmediato, tiñendo el césped e inundando sus cuencas oculares. Un disparo en el aire detuvo el atroz ataque. Los perros corrieron hacia el hombre que había usado la escopeta, de cuyo caño una pequeña estela de humo indicaba la procedencia del reciente sonido.

El aprovechó para levantarse del suelo, a duras penas, dolorido y sangrando. Miró al viejo con el arma y no esperó a que lo reconociera. Al menos, aún no. Dio media vuelta para emprender el camino de regreso. Pero la escopeta volvió rugir y su andar se detuvo en el acto.
Sabía que ahora el cañón apuntaba a su espalda. No necesitaba girar para saberlo. La voz del viejo llegó a sus oídos temblorosa y supo también que no era un efecto del viento. Esa voz cargaba miedo a pesar de sujetar un arma.
Sonrió para sus adentros, seguro, sereno, cínico. Y sin elevar la voz, dijo:
– Lo espero en el auto. Cinco minutos. Si demora, usamos también los asientos de atrás. ¿Comprende?
Y dicho esto, volvió a su coche.
El viejo lo vio marcharse sobre el césped, traspasar la valla de madera y seguir camino hacia la calle. Sintió que sus piernas se doblaban y la escopeta le pareció pesar toneladas. La arrojó a un lado y se pasó la mano por la boca. ¿Con qué así era? pensó.
Retornó a su vivienda, apagó la alarma y fue hasta su habitación. Besó en la mejilla a su mujer, observó sus arrugas amables y familiares, agradeció que casi no oyera y secándose una lágrima que le caía, tomó el saco que estaba sobre la silla más cercana y con cuidado, cerró la puerta.
Acarició a la pasada a sus leales guardianes y salió a la calle por el portón del frente. A unos quince metros lo esperaba el coche en marcha. No se extrañó al notar el rostro pálido pero intacto del hombre que lo conducía. Nada lo extrañaba por entonces. Sabía que era hora de pagar el pacto.
El auto arrancó sin que nadie pronunciara palabra alguna. La calle se lo tragó en silencio, llevándose consigo al escritor famoso y al cobrador del infierno.

1 comentario:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Un cobrador del infierno, a quienes los perros sólo demoraron pero no detuvieron. Buen planteo del misterio y buena resolución. Como la amenaza insinuada, bien clara.

Aaludos.