Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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7 de abril de 2020

La ciudad ciega, ilustrado por Fabricio Garfagnoli

Cuento ilustrado por Fabricio Garfagnoli, publicado en GComics https://gcomics.online/relato/la-ciudad-ciega/

Las manos en los bolsillos, los brazos bien pegados al cuerpo, el cuello del rompevientos hacia arriba cubriendo la garganta. La cabeza descubierta, empapada por la demencial lluvia que cae como un torrente.
Aguarda, espera, observa, desde la oscura esquina de la intersección. La gente avanza apurada en todas direcciones espantada por la lluvia, algunos con paraguas, otros con el cuerpo de cara a las inclementes condiciones.

Nadie repara en su figura, nadie observa su semblante pétreo, ni siquiera les llama la atención el reflejo metálico sobresaliendo de su cinturón, visible entre los pliegos del rompevientos.
Los taxistas aceleran en las calles atestadas de agua y salpican hacia las veredas. Los transeúntes se quejan, maldicen, pero no se detienen, siguen su marcha, como si de alguna manera estuvieran jugándole una carrera a la tormenta. Más de uno resbala, cae, se lastima, se pone de pie sin la ayuda de nadie y vuelve a la afanosa misión de avanzar.
La lluvia arrecia, golpea con fuerza. Cada gota es un martillo. Las vidrieras de los comercios son paredes de agua y los comerciantes rezan en silencio para que no caiga granizo. Pero no permiten el ingreso de los niños de la calle, de los mendigos que quieren un techo pasajero.
Dos policías se refugian bajo el alero de un comercio, una calle más adelante y ninguno atina a cruzar para detener al joven que aprovechando el descuido de una anciana, le acaba de arrebatar el bolso. La mujer grita, desconsolada, pero sigue su marcha, huyendo de la lluvia, del viento.
La escena le parece un cuadro sobrenatural de la esencia humana. Tan previsible, tan dolorosa. Observa, en la plenitud del caos. Y comienza la cuenta regresiva en silencio, sin musitar ni una sola palabra. Como en cámara lenta, se pone en movimiento. El agua rebota en su cuerpo, su mano va a la cintura, abandona la vereda, pisa la calle con agua que le llega hasta los tobillos y sigue, no le importa el coche que viene, sabe que llegará a la otra acera y sigue contando, un número por vez, hacia atrás, preciso, certero, sin prisa y gana la vereda de enfrente y sin detenerse saca la pistola cromada que nadie ve, que a nadie le llama la atención y la extiende hacia delante, apuntando, mientras la lluvia la baña en un llanto divino y sigue contando mientras el cielo se resquebraja en relámpagos y truenos sin dejar de observar ni un solo momento, sabiendo que la espera está por terminar y entonces, como lo había calculado, llega a cero y la puerta se abre, la del edificio más grande de la calle, del hotel donde sabía que ella estaría y sale, sale con el otro del brazo, públicamente, como si no le importara, consciente que en la ciudad nadie mira, a nadie nada le importa y así impunemente sale, sonriendo, protegida por el paraguas que el otro sostiene, puntualmente, como cada tarde, para subir al taxi que la llevará lejos, donde vive su otra vida, la que ahora, él romperá como una foto vieja y…
El trueno disloca una vez más el cielo, la lluvia se hace más intensa y muchas personas directamente corren, abandonando el paso entre apurado y tímido para buscar un refugio donde escapar de las gotas frías que arriban con prisa desde lo alto.
Sigue en la esquina. Las manos aún en los bolsillos, los brazos bien pegados al cuerpo, el cuello del rompevientos bien arriba cubriendo la garganta. La cabeza descubierta, empapada por la lluvia que cae de forma violenta. El trueno lo trajo de nuevo al presente. Sabe que saldrá en menos de un minuto. No vale la pena ni siquiera contar como lo hace siempre. Será así y punto.
Esta vez no quiere ver. Se ajusta el rompevientos, da media vuelta y se marcha por la vereda en dirección contraria. La lluvia lo azota con violencia, pero no lo siente. Ha perdido la facultad de sentir hace mucho tiempo. De a poco va recobrando el coraje, pero aún es muy pronto. En tanto seguirá viviendo una vida que es irreal aparentando naturalidad.
Se pierde entre la gente que corre en la tormenta, como uno más. Nadie lo ve, nadie repara en él.
Su figura desaparece en la ciudad sin ojos.

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Y ella tal vez no sepa que estuvo a punto de morir.
Buen clima del relato.

mariarosa dijo...


Que buena historia, que bien describes cada momento y cada paso del protagonista. Me gustó Neto, felicitaciones.
Muy buena la ilustración.

mariarosa