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2 de noviembre de 2019

Temporada baja

Caminaba por la playa todas las mañanas, casi como un ritual. Solo cuando el dolor la aquejaba con locura durante la noche, se permitía seguir en la cama hasta cerca del mediodía. Y en esas oportunidades, se quedaba en su casa. No le gustaba cruzarse con otros caminantes, muchos de ellos turistas. Prefería el silencio, matizado tan solo por el ronronear del mar y el aleteo de los pájaros.
Solía ir con sus perros, que tenían la particularidad de no tener nombres. Pero ellos no bajaban a la playa, optaban por merodear entre los arbustos que lindaban con los médanos más altos. Por eso, la mañana en que desapareció, sus perros no pudieron seguir su rastro. Fueron encontrados días más tarde, aún en la zona de árboles, esperando quizá el silbido de su dueña.
La denuncia ante la policía la hizo su vecina. No se llevaban bien, era cierto, pero una cosa no quitaba la otra, les dijo por teléfono. Hacía al menos dos o tres días que no la veía regar el patio o cruzarse al otro lado de la calle, a comprar en la verdulería. Le tocó el timbre en distintos horarios y la llamó por el nombre, casi a los gritos, por el frente y a través del cerco lateral que separaba ambas viviendas. Recién luego de agotar todas esas instancias y estar segura que algo extraño pasaba, llamó al 911.
Dos móviles policiales estacionaron a los pocos minutos delante de la casa y tras varios llamados en vano, forzaron la puerta. En la casa no había nadie.
Interrogaron a la vecina, como era de esperarse y también a los demás vecinos, que no eran muchos, porque la mayoría de las viviendas estaban destinadas para el alquiler en temporada alta. No era demasiado lo que podían aportar. La mujer no tenía trato con ninguno. Y esa falta de contacto hacía que toda pregunta de los investigadores fuera respondida con dudas e incertidumbres. Nadie sabía si tenía familiares o amigos en alguna parte de la ciudad. La rutina de la caminata en la playa fue lo poco que tuvo apariencia de pista para la policía.  Y también el hecho que sufría alguna enfermedad, porque los vecinos coincidieron en que solía escucharse en medio de la noche, gritos de dolor provenientes de la casa.
Cuando se toparon con los perros deambulando en la zona de la playa, cuyas descripciones también habían recabado de los interrogatorios, pudieron determinar que efectivamente, la mujer había ido en algún momento a la playa y no había vuelto.
Solicitaron entonces que se hicieran peritajes en la playa. No encontraron ninguna pertenencia que pudiera vincularse con la mujer. Cualquier sugerencia en relación a una posible desaparición en el mar hacía perder toda esperanza. 
Los rastrillajes perdieron fuerza con el correr de los días. No había familiares que presionaran en la búsqueda y ni bien se hizo todo lo que estaba al alcance, se dio la orden de pausar la investigación. Quedaría a la espera de algún aporte fortuito que la pusiera una vez más en marcha.
La casa permaneció cerrada varios meses. Para evitar el deterioro y exponer el barrio a una mala imagen, la vecina pidió un permiso al municipio para hacerse cargo. Incluso, por el gesto, consiguió una rebaja en los impuestos.
No era algo nuevo, ya tenía al menos cinco propiedades en las mismas condiciones. Ella se ocupaba de mantenerlas y a modo de recompensa, el municipio le dejaba el alquiler de las viviendas durante el verano. Era bueno que existieran personas como esta mujer, tan predispuestas. Sobre todo en una ciudad con solo tres o cuatro meses de vida al año y que el resto del tiempo se convertía en un entramado fantasma de calles muertas que se llenaban de arena y aire salado, y que ocasionalmente era elegida por personas solitarias para radicarse y vivir sus últimos años. Personas casi siempre sin familiares, parcas, con escasas ganas de hacer amigos.
¿Cómo no ingeniárselas en dicho contexto? Al menos, eso pensaba la buena vecina, mientras publicaba un nuevo aviso en un sitio online de alquiler de viviendas para la temporada de verano.

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

¿Es mal pensar que la vecina tuvo algo que ver?

Con tinta violeta dijo...

Hay que ver, que suerte tener "vecinas tan generosas"...sobre todo si estás en los últimos tiempos de existencia...Has conseguido crear un ambiente de ambigüedad, que sin darnos cuenta nos lleva a comprender lo que ha podido suceder. Esperemos que un día la policía despierte de su ensoñación y se alerte por tanta "genereosidad vecinal"