Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

www.OLVIDADOS.com.ar - Avila + Netomancia

10 de marzo de 2017

La razón de la demora

En la oscuridad cuesta distinguir las sombras de la realidad. Un instinto primitivo, muy parecido al miedo, domina nuestras mentes en esos instantes y nos miente descaradamente. Creemos ver lo que no existe. Algo que pasa velozmente a nuestras espaldas, un brazo que se balancea en un rincón, los ojos de un monstruo que nos acecha detrás de la puerta, una mancha que repta por la pared. Figuras, sonidos, sensaciones. Nuestro cuerpo se torna helado, el corazón se acelera y el grito, ese clamor de auxilio atragantado, muere en el mismo silencio donde nace. Tratamos de no movernos, de no despertar el interés en lo que sea que nos está observando. Sabemos que es tarde, que ya nos ha visto, pero guardamos una esperanza. Es eso o romper a llorar desconsoladamente. Un rezo interno, un pedido de clemencia, de piedad. Evitamos incluso tragar saliva, para ahorrar un sonido que nos delate. Estamos seguros que en cualquier momento, eso que allí habita se nos vendrá encima, o una garra aferrará nuestros tobillos. Podemos incluso sentir el aliento extraño y jadeante acercándose. Lo último que hacemos es cerrar los ojos. Porque esa visión nula, pero con los párpados en alto, es la última defensa que nos queda. Cerrar los ojos, entregarnos a la oscuridad, es la rendición. Es bajar toda guardia y dejarle el plato servido a la bestia. Estamos perdidos. Nuestra hora he llegado. Tratamos de pensar con celeridad. ¿Tenemos un encendedor en los bolsillos, un fósforo? ¿El teléfono celular ha quedado cerca? ¿Habrá vuelto la energía eléctrica? ¿A cuántos metros o centímetros estaremos del interruptor de la luz? Estamos transpirando. A pesar del frío que nos envuelve, una gota cae rodando por la mejilla. ¿Pero... será nuestro propio sudor o es la sangre que ha caído de un colmillo próximo a nuestro cuello? Ya no podemos respirar. Nos agitamos, queremos llorar, gritar, correr, todo al mismo tiempo. Pero no atinamos a nada. Estamos paralizados. Y eso, aquello que trae la oscuridad, sigue avanzando. Nuestros vellos erizados lo corroboran. Es probable que antes que el monstruo, nos mate un paro cardíaco o un ACV. Hay un sonido leve, un golpeteo. ¡Son pasos! Pero no, comprendemos que son nuestros propios huesos que se golpean, producto del temblequeo de las extremidades. No entendemos, sin embargo, la razón de la demora. El por qué de extender el momento. Si ya estamos muertos, por qué prolongar nuestro sufrimiento. Ya tendría que caer sobre nuestras almas el zarpazo, el hacha, el cuchillo, el rostro carcomido por gusanos, ya tendríamos que comenzar a agonizar bajo el yugo de la oscuridad. Y sin embargo, aún estamos de pie, aguardando. Solo nosotros y nuestro primitivo instinto contra la oscuridad y sus secretos. Una confrontación desigual, horrenda. Nosotros, en la ignorancia. Ella, con la soberbia del diablo, dueña del tiempo y el destino. Riendo con sus dientes negros, rechinando el paladar, confundiéndonos con sus sombras, penetrándonos con sus ojos eternos, tan densos y oscuros como la muerte. Y cuando creamos desfallecer, se retirará, nos dejará en vergüenza ante la claridad, sin monstruos ni peligros. Y no podremos explicar que era en realidad lo que nos asustaba. No señor, no podremos hacerlo. Y lo que es peor, jamás podremos prepararnos para el próximo embate, ni para el siguiente, ni el siguiente del siguiente. La oscuridad volverá una y otra vez, sin anunciarse. Y desaparecerá las mismas veces, en un juego cínico y siniestro. Lo hará cíclico hasta que crea que sea el momento. Y entonces, finalmente, las sombras nos devorarán. Tarde o temprano. Todo dependerá de la oscuridad. De sus ganas de prolongar lo inevitable.

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Atormentar a alguien para arruinarle la vida, hasta que sea el momento de terminarla. Macabro plan de una fuerza intangible.

Anónimo dijo...

Grande Parra!.