Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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8 de agosto de 2016

La cima

Era él y la cima, nada ni nadie más. Allá, en lo alto, la inalcanzable meta. Allí, donde él estaba, el punto de partida. Elevó el rostro para observar su destino y dejó que la brisa fresca lo golpeara. Cerró los ojos y respiró hondo. Los pulmones se llenaron de aire. Exhaló. Volvió a abrirlos.
Exhibía una sonrisa contagiosa, sincera. De quién comprende el significado de estar vivo. Emprender su camino entre rocas y salientes era el siguiente paso. Ascender, con la sola ayuda de su cuerpo. Aferrarse a la naturaleza, a sus años en forma de minerales sólidos. Llegar hasta tan lejos, a un sitio que no había soñado de niño. Quería abrazar ese paisaje ríspido que se rendía a sus pies, ese lugar que para otros era quizá tan peligroso como desolador. Y luego, alzarse como una bandera hacia arriba, hasta donde pocos habían llegado.
¿Y para qué? ¿Para qué ese riesgo? ¿Por qué desafiar a la muerte? Su novia lo había perseguido a sol y sombra con esas preguntas. Le había mostrado filmaciones de accidentes en escaladas, imágenes terribles, sucesos desgraciados, uno tras otro, día a día, durante todo el último mes. Y al no poderlo hacer cambiar de idea, se había negado a acompañarlo.
Por eso estaba solo, ante imponente lugar. De nada serviría tratar de llamarla para escuchar su voz y aguardar esperanzado sus buenos deseos, porque no atendería y si lo hiciera, solo habría reproches. Y en aquel instante, envuelto en un aire tan puro, solo pensaba en la cima.
Apoyó el pie derecho sobre una roca y con las manos, buscó una saliente para sujetarse. ¿Para qué? La voz de ella surgió de la nada, apenas audible. Sonrió. La respuesta estaba a su alrededor. Para fundirse en la naturaleza, para atrapar sus formas, para mimetizarse con aquel paisaje al punto de confundirse y la montaña sea hombre y el hombre montaña, que en un momento no se sepa quién sujeta a quién, que ya no sea que escala, sino que la montaña lo sube, agradecida por su abrazo.
La sonrisa de quién está vivo y comprende la vida, cuyo significado está distante de lo material y más cercano a lo simbólico, como aquella cima en lo alto. Vivir es un riesgo a largo plazo porque implica, en un punto imposible de predecir, la muerte. Y feliz es aquel que la enfrenta, buscando no la muerte, sino sus propios límites. Porque son esos límites los que nos recuerdan lo hermoso de lo que nos rodea.
Un pie, luego el otro. Las manos firmes. Un metro, dos. De a poco, disfrutando, el objetivo es más nítido. A veces distante, pero nunca imposible.

1 comentario:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

A veces es necesario afrontar esos desafíos, aunque otros no lo entiendan.
Bien hizo en no dejarse desalentar.