Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

www.OLVIDADOS.com.ar - Avila + Netomancia

16 de abril de 2016

Un hombre de negocios

Hasta ese día, Juan Carlos era un hombre de negocios. Exitoso, seguro de sí mismo, un emprendedor que sin temerle a nada apostaba en ganador. Su palabra arrojaba un manto de seguridad para los inversores que dependían de su visión. Mencionarlo en una conversación era inclinar la balanza a favor. Tal era el peso que tenía en el mundillo del dinero.
Puertas adentro, Mabel, su esposa, lo consideraba un buen marido, un padre preocupado y atento con sus hijos y una persona mucho mejor de la que siempre soñó como compañero en la vida. Si bien sus viajes continuos la afligían, el saber que la amaba le era suficiente.
El vuelo desde Estados Unidos se atrasó cinco horas. El mal tiempo en una de las escalas motivó que Juan Carlos no pudiera llegar a horario al cumpleaños de Matías.
- Estoy en taxi, amor, supongo que se están divirtiendo de lo lindo - preguntó Juan Carlos por teléfono a su mujer, tratando de disimular la bronca por no poder estar en ese momento en su casa.
- Si, pero Matías te espera a vos, quiere darte una sorpresa... pero no te preocupes, no le pidas al taxitas que se apure, vení tranquilo, él se está divirtiendo con los primos.
- No todos los días un hijo cumple cinco años.
- Pero si todos los días ocurren accidentes de tránsito - Mabel hizo una pausa - No importa la hora a la que llegues, el va a guardar la mejor sonrisa para vos.
Ella tenía razón. Le pidió al taxista que omitiera su pedido de apurarse. Se acomodó en su asiento y se dejó llevar por el paisaje exterior, tan conocido y al mismo tiempo inexplorado. Solo conocía oficinas y más oficinas.
El coche se detuvo frente a su casa al atardecer. La música llegaba hasta la calle. Una voz femenina contaba la historia de sapo aparentemente gracioso y saltarín. Sonrió antes de entrar por la puerta. Nada mejor que presentarse ante los demás con una grata sonrisa. No siempre era genuina, pero esa sí. Estaba en casa y su hijo celebraba su quinto año de vida. ¿Qué más podía pedir?
Mabel había estado atenta mirando de reojo por la ventana y lo había visto subir las escalinatas. Ni bien puso un pie en la sala, se arrojó a sus brazos. Quería sentir su cuerpo cerca, luego de varios días extrañándolo. Juan Carlos respondió abrazándola con fuerza. El sentimiento tácito, el poder sentir la respiración del otro, el fundirse en un solo ser. ¿Qué otra señal necesita el universo para comprender que eso es el amor?
- Matías está en el patio, quisiera en realidad llevarte a otro lado - Mabel sonrió pícaramente - pero creo que no vamos a poder - dijo largando una carcajada. Estaba feliz de verlo en casa.
Juan Carlos desajustó la corbata y buscó en su maletín el regalo envuelto en papel azul metalizado coronado con un moño dorado. Se había tomado una tarde para buscar aquel personaje del dibujo animado favorito de su hijo.
En el camino se encontró con parientes y amigos. Los saludó brevemente, con la excusa de saludar a su hijo. Fue hasta la puerta balcón que daba al patio y salió al exterior, donde algunas luces ya estaban encendidas, previendo el inminente adiós del sol.
Había muchos chicos correteando, la mayoría de mayor edad que su hijo más pequeño. Mabel solía invitar a los amigos de su hijo más grande, Ezequiel, al que creyó ver trepando a un árbol en el extremo opuesto del patio. Todavía no había podido dar con Matías. No estaba con los niños que jugaban sobre el césped, ni tampoco en el sector de juegos, que estaba compuesto por un tobogán, un sube y baja y dos hamacas.
Sin quitar la vista de los sitios donde había niños en grupo, fue hasta la parte posterior del jardín, siguiendo un camino de piedras que había hecho traer desde el sur del país especialmente. Al girar por detrás de la casa se detuvo de golpe y el regalo cayó de su mano al piso.
Dio dos pasos hacia atrás y trastabilló con sus propios pies, cayendo de espaldas ruidosamente. Algunos chicos que jugaban cerca se largaron a reír. Matías, en cambio, rompió en un llanto desconsolado, sin poder comprender por qué su papá al verlo se había asustado tanto.
Juan Carlos despertó dos horas más tarde en su habitación. Mabel estaba a su lado, con semblante preocupado.
- ¿Qué me pasó? - preguntó Juan Carlos, viendo que estaba en la cama.
- El médico acaba de irse, al caer te golpeaste la cabeza, pidió que el lunes sin falta te hagas una tomografía - le alcanzó un vaso de agua y prosiguió hablando - Matías se asustó mucho, estaba delante tuyo cuando te caíste.
Juan Carlos tosió mientras tomaba agua. Parte del líquido se derramó encima de su cuerpo. Mabel se apuró en quitarle el vaso.
- ¿Matías estaba ahí? - parecía sorprendido, no recordaba haber visto a su hijo.
- Claro que estaba ahí, te estaba esperando para darte una sorpresa, te caíste justo que él te encontró.
- Pero... - Juan Carlos quedó en silencio, pensativo.
Su rostro estaba pálido. Sus ojos entornados parecían querer algo que estaba más allá de sus recuerdos y sin embargo estaban posados en un recuerdo extraño, como si la imagen grabada en su cabeza estuviera allí mismo, entre él y su esposa.
- Algo te asustó - afirmó Mabel.
- No, no lo creo... yo...
- Te orinaste encima.
Juan Carlos quedó absorto. Instintivamente llevó sus manos hacia la zona de los genitales.
- Ya te cambié, no quería que el médico te encontrara así.
- ¿Qué dijo de eso? ¿Fue por el golpe?
- No se lo comenté.
Otra vez el silencio. La incomodidad. Cómo si ambos fueran dos extraños. Cómo si la escena de un par de horas antes, con el abrazo, la sensación de completa felicidad, hubiese sido protagonizada por otras personas.
- Ahí afuera había un payaso, Mabel - confesó al fin Juan Carlos.
Ahora la que parecía confundida era ella.
- ¡Claro que había un payaso! - no sabía si reírse o enojarse, la comisura de los labios se inclinaba hacia arriba y abajo - ¡Matías se había disfrazado de payaso para recibirte!
- Mabel, necesito vomitar, por favor...
Pero su esposa no tuvo tiempo de nada, Juan Carlos se inclinó fuera de la cama y arrojó lo poco que había comido en el avión sobre la alfombra de la habitación.
Mabel se llevó una mano al rostro.
- ¿Qué te sucede Juan Carlos?
Ahora lo notaba agitado. Ya se había recostado nuevamente en la cama. Se quedó mirando el techo al menos un par de minutos. Mabel estaba por ir a buscar algo con qué limpiar la alfombra, cuando escuchó su voz.
- Le tengo fobia a los payasos.
Ella giró para mirarlo justo debajo del marco de la puerta de la habitación.
- Era tu hijo, Juan Carlos.
- Solo vi un payaso. Es la imagen que tengo en la mente. Un payaso horrible, con garras en lugar de manos, sangre cayendo de sus labios y un líquido viscoso saliendo por los ojos.
- ¿Te estás escuchando?
- Así veo los payasos - nuevamente estaba pálido, como si el recuerdo de lo que había visto volviera a asustarlo - No tengo otra manera de verlos. Jamás llevé a los chicos al circo porque les tengo temor a los payasos.
- Bien, eso es algo que podemos hablar más adelante. Creo que lo importante ahora, además que te recuperes, es que puedas explicarle a tu hijo que no ha sido su culpa, porque está llorando en su cuarto desconsolado, pensando que el causó tu caída.
- Es que no ha sido él, sino ese payaso...
- Matías estaba vestido como payaso, incluso se había maquillado...
- Tenía garras, Mabel, garras enormes y la sangre...
- Juan Carlos, era tu hijo, maquillado por mi hermana vestido con un traje que le compré hace dos días en el centro. No había ningún monstruo.
- No, yo ví...
- ¡Juan Carlos, escuchate por el amor de dios! ¿Qué tomaste? ¿Te convidaron drogas? ¿Bebiste algo en el viaje?
El hombre de negocios cruzó los brazos, fastidiado. No pretendía que ella pudiera imaginarse lo que él vio, pero tampoco le gustaba que lo tratara así, con esa desconfianza.
Mabel giró para marcharse, pero él la llamó por su nombre.
- Es lo que vi, esa criatura no era Matías.
Ahora si, lo dejó solo en la habitación. Volvió más tarde con un balde. Se lo dejó a un lado de la cama y le pidió que limpiara. Y que cuando terminara, fuera a ver a su hijo.
Cuando Juan Carlos golpeó a la puerta de Matías, deseó que estuviera dormido. Sin embargo la vocecita de su hijo se escuchó invitándolo a pasar.
Estaba acostado en la cama, con la ropa para dormir. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar. No había rastros del traje de payaso en ninguna parte y agradeció por ello en silencio. Abrazó a su hijo con mucho cariño.
- Feliz cumpleaños Matías - le dijo en un susurro, cerca del oído.
- Gracias por el regalo papá, la tía lo encontró en el suelo, ahí dónde...
Papá sonrió.
- Me alegra que te haya gustado - notó entonces que el muñeco estaba también en la cama, bajo la almohada.
- ¿Fue mi culpa papá? Yo quería darte una sorpresa y pensé que si aparecía de golpe te ibas a reír.
- No, no fue tu culpa, yo... me tropecé, creo que de la alegría de verte, debo haber tropezado, si, y lo que soy más torpe que un camello no pude hacer pie y bueno, ya me viste, me desparramé por todo el patio.
Dijo las últimas palabras riendo, por lo que ambos terminaron a las carcajadas. Mabel estaba en el pasillo y podía escuchar las risotadas. Eso la reconfortó. Sin embargo estaba preocupada. ¿Su marido estaría perdiendo la cordura?
La puerta de la habitación se abrió y Juan Carlos salió al pasillo. Quedaron mirándose en silencio.
- Perdón, perdón por arruinar este día. Primero llegando tarde, después con esa escena en el patio, no sé lo que me pasó - sus palabras querían asemejarse a una disculpa, pero a Mabel algo no le cerraba.
- ¿Por qué le tenés miedo a los payasos?
- Son seres horrendos, Mabel. ¿Nunca has mirado detenidamente a uno? Rostros enfermos, movimientos tontos, labios repletos de sangre, ojos que supuran, el cabello sucio y maloliente... y las garras, esas enormes garras en las manos y en los pies. Los payasos son ejércitos del diablo, provienen del infierno mismo.
- No puedo creer lo que escucho. ¿Te asustó algún payaso cuando eras chico? No lo entiendo.
- ¿Asustarme? Los payasos se devoraron a mis hermanos.
- ¿Qué hermanos Juan Carlos? ¡Sos hijo único!
Juan Carlos no contestó. Se mordió los labios y se alejó en dirección contrario. Ella lo alcanzó y lo sujetó de un brazo. Él no se resistió.
- ¿Qué decís Juan Carlos? Me das miedo.
Tragó saliva. Luego expulsó el aire de sus pulmones en un suspiro prolongado.
- No soy hijo único, Mabel. En realidad, no lo fui. Tenía tres hermanos, trillizos. Mis padres... te mentí sobre ellos. No tenían una tienda de ropa, ni siquiera solían tener ropas normales. Ellos eran payasos. Súbditos del demonio. Viajábamos de ciudad en ciudad, de circo en circo, de tragedia en tragedia. Salían disfrazados de payasos y volvían manchados de sangre. Con cinco años me quedaba a cargo de los trillizos, de sus llantos, sus berrinches, a veces hasta sin leche ni comida para darles. El error de ellos fue sumarse a un espectáculo que recaló en un pueblo de mala muerte, donde apenas si había unas diez familias. Y donde nadie tenía niños. Entonces, hambrientos, se devoraron a los suyos. Me escapé mientras eso ocurría. Corrí toda la noche por la ruta que nos había llevado hasta ese lugar. No podía detenerme, debía correr sin parar. Pero tenía cinco años Mabel, cinco malditos años. Ellos me alcanzaron en un viejo Renault 6. Me subieron al vehículo y en lugar de regresar, fuimos en dirección opuesta. Vi entonces todos sus bártulos en el asiento trasero. El asiento donde siempre iban ellos, los trillizos. Nos estábamos yendo, con seguridad a buscar un nuevo circo, otra aventura. Y no pude soportarlo. Me escabullí de los brazos de mi madre y le salté a la yugular. Le hinqué los dientes con furia. La sangre saltó como un rayo y manchó el vidrio de la ventanilla. Papá en su afán de quitarme de encima de ella soltó el volante. Me había agarrado del cuello cuando el vehículo, que se había desviado del camino, mordió una zanja y dio vuelta. Los dos murieron en el acto. Yo quedé atrapado en medio de los dos y no me hice un solo rasguño en todo el cuerpo. Sin embargo, esa noche murió mi alma, mi niñez, mi inocencia. Estuve en instituciones hasta que tuve la edad de trabajar. Toda mi vida Mabel, empezó allí. El trabajo, los estudios, vos, los chicos. Lo demás no tenía sentido revivirlo. Nunca. Pero hoy a vuelto, con afán de venganza.
Ella estaba en silencio, los ojos abiertos pero sin mirar. Imaginando quizá cada frase que Juan Carlos había soltado como quién abre una represa.
- Todos los payasos son así Mabel, por eso van de pueblo en pueblo, están malditos. Conozco el secreto que guardan, es una maldita carga que me acompaña desde pequeño. Al ver un payaso, veo lo que realmente son. Es el precio de saber quiénes son realmente. Para el mundo, soy un hombre de negocios. Interiormente, soy un sobreviviente. Y quiero que así siga siendo. Nada de payasos en casa Mabel, Nada de trajes coloridos y maquillaje. Porque de una u otra manera, quien los use, se convertirá. El diablo es muy poderoso. No lo tentemos Mabel, no lo tentemos. ¿Te parece bien, amor?
Ella dudó en contestar, miraba hacia la puerta de la habitación de su hijo continuamente. Su marido ahora parecía más calmado, había recuperado el color, pero al mismo tiempo, le parecía un extraño, alguien a quién debía comenzar a conocer nuevamente.
- Ahora quiero dormir Juan Carlos, mañana hablamos.
Él asintió.
- El traje... ¿dónde quedó?
Cerró los ojos, tratando de recordar.
- Debe estar en el lavadero, con la ropa sucia.
Hacia allí se dirigió Juan Carlos. Ella fue a la habitación. Ya era muy tarde. Estaba cansada y aquella revelación... la había extenuado. Le iba a costar dormir, sabía que así sería. Por la ventana le llegaba el crepitar de las llamas. No miraría, podía imaginar la columna de humo elevándose entre los árboles, escapando de las llamas, del traje ardiendo, retorciéndose en el calor, desapareciendo poco a poco, como si con aquel acto primitivo el horror pudiera convertirse también en cenizas.

1 comentario:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Sé de gente que no le gustan los payasos.

Sabía que algo inquietante acechaba. Si no era una accidente, algo nefasto iba a ocurrir. Y apareció el exacerbado terror del personaje. Lo menos inquietante es pensar que está equivocado.
Bien contado-