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28 de marzo de 2016

Penumbra de juventud

El cabello alborotado le caía sobre la frente. De tanto en tanto con un movimiento repentino de la mano derecha se lo quitaba, pero a los pocos segundos volvía a desmoronarse en su lugar.
Con la mano izquierda sostenía la ametralladora. Dentro del ómnibus parecían estatuas, salvo algunos que temblaban levemente. Solo una de las chicas sentadas al fondo sollozaba, anticipando su suerte.
Hacía al menos quince minutos que no hablaba. La directora del colegio yacía muerta en el primer asiento. Había sido la última en tratar de dirigirle la palabra.
- ¡El próximo que abre la boca termina como ella! - había dicho de inmediato y dadas las circunstancias, nadie hizo caso omiso de la sugerencia.
Las ventanillas tenía corridas las cortinas, para que nadie pudiera ver desde afuera. En el parabrisas había colocado camperas y tampoco nadie podía observar a través del frente. En el interior del vehículo, por lo tanto, reinaba la penumbra.
El celular del chofer comenzó a vibrar. El hombre no iba a poder atenderlo, dado que había sido el primero en perecer en manos del chico. Éste, sin dudarlo, lo agarró con velocidad y se lo llevó al oído.
- ¿Quién habla? - preguntó.
Durante unos segundos escuchó con atención pero sin perder de vista el interior del ómnibus, luego vociferó:
- No quiero nada, tengo cuarenta razones para hacer esto, ni una más ni una menos.
Cortó y arrojó al suelo el teléfono.
El semblante seguía siendo el mismo, con los ojos que parecían a punto de estallar.
Una joven sentada en la cuarta hilera levantó una mano, como si estuviera pidiendo la palabra. El joven le arrancó cuatro dedos de un solo disparo. El estruendo hizo que varios gritaran. Luego solo quedaron los chillidos de dolor de la chica. Alguien a dos asientos de distancia se levantó para ayudarla. Nunca llegó. Un disparo lo alcanzó en el pasillo, donde quedó tendido.
- El que se mueve, muere - anunció el muchacho, dando un paso hacia delante.
Se detuvo de inmediato, porque golpearon la puerta del vehículo. Volvió unos pasos y espió hacia fuera. Un oficial de policía aguardaba junto a su madre.
Maldijo por lo bajo. ¡Qué hacía su mamá en el lugar! Aquello lo puso fuera de control. Sin pensarlo dos veces, abrió fuego contra la puerta. Quienes estaban del otro lado, se desplomaron como palomas al suelo. Los gritos volvieron a retumbar dentro del ómnibus. ¡No los soportaba!
Barrió el interior con una ráfaga de municiones al tiempo que bramó a viva voz:
- ¡Silencio!
Sollozos, quejas de dolor, el lugar era una pesadilla. Por su fuera poco, un grupo comando comenzó a abrir la puerta. Los ahuyentó de momento con más disparos. Pero volverían a intentarlo. Y si él no se calmaba terminaría matando a todos y ya no tendría rehenes que lo mantuvieran a salvo. A sus pies, el pasillo era un río de sangre.
El cabello volvió a incomodarlo. Una vez más lo quitó con fastidio. En ese momento escuchó una risa. Primero tímida, luego firme y sostenida. Apuntó hacia los asientos buscando a quién sería su próxima víctima. Pero dio un salto hacia atrás. La risa provenía de una chica con un agujero en la frente.
Otras risas se sumaron a la primera y uno de los cuerpos caídos en el pasillo se dio vuelta de manera sobrehumana para señalarlo con el dedo. Por supuesto, también se reía. El joven apuntó y accionó la ametralladora, pero las balas no salieron. Al mirar hacia abajo, notó otra cosa. Estaba desnudo y su pito era un fideo que caía hasta el piso. Ahora todos se reían de él. Sintió vergüenza y furia. Trató de dar un paso hacia delante, con el fin de aplastarle la cabeza de un pisotón al cadáver descarado que tenía más cerca, pero una mano le sujetó el brazo. Su madre había logrado abrir la puerta y estaba tirando de él para hacerlo salir del ómnibus. Tenía el cuerpo repleto de disparos y aún sangraba de varios de ellos.
- ¡Basta! - gritó en vano, mientras los demás estudiantes avanzaban lentamente hacia él...
- Esteban, vamos...
Esteban se sobresaltó y cayó hacia atrás. Estaba sentado en su silla y no había pupitre a su espalda. Dio contra el piso, con un estruendo enorme. Casi como un disparo.
- ¡Esteban! Deje las payasadas y vamos, que ya sus compañeros están yendo a tomar el ómnibus - el gesto de su profesora era de real indignación. Lo tomó del brazo y en un segundo lo puso de pie.
- Camine, antes que lo deje como castigo en el colegio - le dijo mirándolo con enojo.
El chico se apresuró a colgarse la mochila al hombro, pero en ese momento la palpó y sintió el cuerpo de la ametralladora dentro. Un escalofrío recorrió cada centímetro de su existencia.
- ¿Viene o no? - preguntó de mala manera al docente - ¡Mire que es un bicho raro usted!
Esteban no lo dudó.
- Vamos - dijo, casi en un susurro.
El futuro era incierto. Aunque nunca peor que su pesadilla.



1 comentario:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

¿Que edad tiene el personaje?

Me dio la impresión de que tenía fuertes deseos con las compañeras ¿adolescentes?, sublimadas con amenazarlas con matarlas.
Pero resultó ser una pesadilla, en parte deseada.
¿Que le esperará en el futuro real?
Tal vez sueños parecidos y otros más intensos, que no contará a nadie.