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1 de noviembre de 2015

Seres felices

Lo vi esconderse entre los árboles, sobre las copas más altas. Era gris, con forma de plato. Se movía tan rápido como un colibrí, aunque no aleteaba ni se detenía en el aire buscando una nueva flor a la que acercarse.
Provocaba un zumbido extraño en el aire, como queriendo dejar asentado que era real y no solo mi imaginación.
Hasta la arboleda tenía al menos quinientos metros. Cruzar a través de ella me llevaría media hora. Aquel objeto podía emprender vuelo en cualquier momento. Aunque estaba seguro que era un OVNI, no quería pronunciar ese nombre.
Corrí a más no poder. Tropecé con raíces varias y veces y rodé sobre la hojarasca en un par de oportunidades. No me detuve a mirar los raspones en los brazos. Seguí corriendo, con la boca abierta, tratando de cambiar el aire en la misma proporción al esfuerzo.
Cuando divisé la última fila de árboles, el atardecer estaba cayendo. Al llegar al final del recorrido, me topé con el arroyo. Y sobre éste, flotando, esa enorme nave.
Quedé atónito ante la imagen y rendido ante el cansancio. Flexioné las rodillas hasta dejarlas caer al suelo. Apoyé las manos sobre la gramilla y el olor del agua envolvió mis sentidos, salvo el de la vista, atrapado por esa visión propia de un libro de ciencia ficción.
Dos seres extraterrestres chapuceaban en el agua, con flotadores en forma de pato alrededor de sus caderas. Uno le arrojaba agua en el rostro al otro, que se cubría su único ojo con una especie de garfio de carne.
Eran felices, como dos niños pequeños.
Pero entonces, involuntariamente, mi pierna quebró una rama y el sonido quebró el encanto. Ambos miraron hacia donde estaba y sin mediar movimiento alguno, nave, extraterrestres y patos salvavidas desaparecieron del arroyo.
Quedé contemplando el agua siguiendo su curso, sin siquiera estelas que confirmaran lo que acababa de presenciar. Anonadado me puse de pie y observé en derredor. Nada. Ni un solo rastro de los visitantes.
Volví triste, apesadumbrado. No sabía si por no haber podido obtener una prueba de aquello o por haberlos espantados.
Desde entonces visito el lugar, anhelando encontrarlos. No para fotografiarlos ni otras cosas raras, sino para nadar con ellos y salpicarlos con agua, tratando de comprender cómo es que en el resto del universo aún quedan seres felices.

1 comentario:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

¿Eran felices por se extraterrestres?
Aunque algo debían saber de la Tierra, por huir con tanta rapidez.