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13 de abril de 2015

Heridas internas

La desesperación de Alicia no fue al masticar la hamburguesa con vidrios, sino al darse cuenta que en las demás mesas, los rostros de las personas se contraían en expresiones raras y algunos incluso forzaban el vómito sobre los mismos platos donde comían.
El lugar se asemejó de repente a un hervidero de hormigas, esos que suelen verse cuando uno con saña dedica su tiempo a pisotear un hormiguero con el fin de disfrutar del caos ajeno.
Escuchó voces que gritaban a otros con teléfonos que llamaran a las ambulancias, otros a la policía. Algunos padres que no habían probado bocado, querían ingresar a la fuerza a la cocina del lugar, con el deseo de apresar a los trabajaban dentro.
Alicia en cambio, permaneció en silencio, sintiendo como los vidrios pasaban por la garganta, sintiendo (o imaginando, no lo sabía) como iban lacerando todo a su paso, abriendo largas grietas en su cuerpo y provocando pequeñas hemorragias. Había devorado al menos media hamburguesa antes de darse cuenta.
Una niña se había tirado al piso y lloraba con mucha angustia, tomándose el estómago. Tenía sangre en la boca que su madre trataba torpemente de quitar con una servilleta.
El gerente del local, que había salido de su oficina con prisa al ser alertado, trataba de llevar calma, y al mismo tiempo, debía evitar que los más exaltados lo empujaran hacia atrás, en el afán de querer confrontarse cara a cara.
Las pobres chicas que atendían el mostrador estaban al borde del llanto. Jamás iban a imaginarse una escena así, ni siquiera en sueños. Aquel era un trabajo de medio tiempo, mal pago, pero que de todas maneras les redituaba para pagarse los estudios y tener un lugar donde dormir. Se sentían cómplices de lo que estaba sucediendo.
A los pocos minutos arribaron las ambulancias, la policía y los medios de comunicación. Dos pequeños estaban bastantes asustados y doloridos. Peor estaban sus padres, convencidos que los chicos se les morían a la brevedad. Seguían los gritos, sobre todo entre los que se agolpaban a las puertas de la cocina, aún cerrada por dentro, donde estaban atrincherados los responsables de preparar las hamburguesas, temerosos de ser linchados.
Un enfermero le preguntó a Alicia si había ingerido hamburguesa en la última hora. Mecánicamente dijo que si. Aquello parecía estar ocurriendo en otra parte, lejos de ella. El enfermero le pidió que la acompañara y ella lo siguió sin prisa.
En la vereda se había armado un cordón policial que permitía la salida de las personas del interior del local de comidas rápidas y que los encaminaba directamente a un puesto sanitario conformado por dos ambulancias y varios médicos.
Alicia fue recostada en una camilla. A su lado, acostado en otra camilla, atendían a uno de los niños que peor estaba. Lo había visto antes jugando con los juguetitos que venían con la comida en el menú infantil. Ahora se movía nerviosamente, teniendo que ser sujetado por un enfermero y un médico.
Se podía escuchar el murmullo de la gente agolpada en el lugar, el movimiento de la gente yendo y viniendo de manera apresurada, todo entre mezclado con las preguntas que le comenzaban a hacer y que apenas podía entender: ¿Siente dolor? ¿Qué hamburguesa comió? ¿Tuvo alguna hemorragia en la boca?
En ese momento todos los sonidos quedaron eclipsados por uno. Una gran explosión proveniente del interior del local. Entonces, nuevamente los gritos.
Los particulares que quedaban en el interior salieron corriendo, tosiendo, llorando y gritando. El humo comenzó a salir poco a poco y también algunos uniformados, con los rostros tapados, tratando de no inhalar el aire viciado.
Los médicos que atendían comenzaron a preguntar a viva voz que es lo que había sucedido. Nadie sabía, el caos inmerso en el caos. El incertidumbre sobre lo que debían atenerse. Pronto llegó la primera información. Alguien dijo al pasar mientras escapaba del lugar que la persona encerrada en la cocina había hecho explotar algo. Otros decían que había sido la policía para entrar.
Un enfermero abrió su boca y observó ayudado por una linterna de bolsillo. Luego le aplicó un calmante y le dijo que se quedara tranquila, que apenas despejaran la calle la llevarían a una clínica cercana. Alicia asintió con la cabeza.
- ¿Cómo está el niño? - preguntó Alicia, comprendiendo que el hecho de hablar le provocaba un gran dolor.
- ¿El de aquí al lado? Debemos llevarlo para hacer estudios, el hermano ya fue derivada, está grave - dijo el enfermero, que tras un silencio, añadió -  Esto ha sido una locura.
Ella compartía ese pensamiento. Cerró los ojos pero sus oídos seguían escuchando. Dos disparos resonaron en el aire. No le interesaba saber de dónde provenían. Quería quedarse dormida y despertar lejos de aquel lugar. Sintió como elevaban su camilla y la metían en un vehículo. No quiso levantar los párpados. Respondía a cada pregunta con los ojos cerrados. Se aferraba a la oscuridad, porque en ocasiones, como en ese caso, se sentía más segura sin ver.
La ambulancia la alejó del lugar a toda velocidad y haciendo sonar las sirenas. Recién entonces, algo más tranquila, sintió una lágrima en los ojos. Luego se llevó las manos a la boca. Había estado a punto de emitir una carcajada. Luego alternó lágrimas con risas. Se reía del destino, de la ironía de la vida. Aquel mediodía se había decidido tras mucho meditarlo. La separación, la pérdida de la tenencia de su hijo, el problema sin solución con el alcohol... había dicho basta. Y había entrado al local preferido de su pequeño, pedido un menú infantil pensando en él y diluido en su vaso de gaseosa una dosis letal de cianuro.
Y luego, todo aquello a lo que aún no podía poner nombre. Ahora, a pesar del dolor, no podía parar de reír entre lágrimas. Jamás había alcanzado a probar la gaseosa y allí debía estar, sobre su mesa, envuelta en humo, o mejor aún, quizá vertida en el piso, empujada sin querer por alguien saliendo a tientas, tratando de buscar aire en el exterior.
Alicia y la ambulancia se perdieron en las arterias de la convulsionada ciudad. Algunas desgracias son la salvación de otros, y la salvación de unos la desgracia de otros. Si, el destino es cruel. Sin miramientos.


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