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10 de noviembre de 2014

Sobre la colina

Sobre la colina se erige un complejo de casas. La particularidad es que ninguna está habitada. Fueron construidas una década atrás, cuando en la zona corrió el rumor de la llegada de una fábrica de armas.
La fábrica nunca llegó y las casas se sumieron al abandono, hasta que unos años después llegó aquel circo, del que todos en el pueblo guardamos horribles recuerdos.
En enormes carromatos llegó procedente del oeste. Arribó sin aviso previo y se instaló a pocos metros del barrio abandonado.
Hombres y mujeres vestidos con atuendos oscuros montaron carpas negras, altas y apuntaladas con gruesos hierros. Desde el pueblo, la colina había cobrado un matiz fuera de la común, cercano a lo tenebroso.
La tarde en la que el circo cobró vida, un coche de vidrios polarizados recorrió las pocas calles del pueblo repartiendo volantes de color escarlata, donde en letras blancas decía "Esta noche única función".
No había ningún otro dato. El papel no mencionaba el nombre, tampoco el horario y mucho menos, cuales eran las atracciones principales.
Los vecinos dudaban de ir. Por alguna razón, aquello le daba mala espina. Así, con esas palabras, se refirió el viejo Palacios en el bar, cuando le preguntaron si llevaría a los nietos.
Lo mismo se expresó en cada charla que tuvo lugar en las calles, a lo largo de la jornada. Sin embargo, cuando cayó el sol, de alguna forma todos sintieron la misma inquietud. Conocer aquel circo.
Pocas veces podían disfrutarse de visitas de ese estilo. La última vez que había llegado un circo había sido cinco años atrás, justo antes del rumor de la fábrica. Y antes de aquello, lo más cercano había sido un parque de diversiones, cuyos juegos mecánicos destacaban por dos cosas: lo antiguo y la cantidad de óxido.
La población, por curiosidad y tedio acumulado, decidió acudir a la cita. No había horario estipulado, así que las ventanas estuvieron abiertas en todas las viviendas para observar el movimiento en las calles. Cuando el primer vecino se pusiera en marcha, el resto haría lo propio.
Con las primeras estrellas salieron de sus casas los más decididos, casi todo ellos, jóvenes. Se notaba el entusiasmo genuino por ver algo distinto. Los demás se fueron animando en la medida que los veían acercarse al camino que llevaba a la colina.
Se fueron perdiendo de a uno en las fauces de aquellas carpas oscuras. Los que quedamos en el pueblo, veíamos a lo lejos, desde nuestras ventanas, el artificio de luces que comenzaron a salir de pequeños orificios de aquellas construcciones efímeras.
Se escuchaban explosiones, gritos y aplausos. Debe haber sido el único momento en el que deseé haber tenido aún las piernas para poder desplazarme hasta el circo. Pero mi silla de ruedas no podía enfrentar semejante faena.
Me debo haber dormido sin quererlo. Supongo que lo mismo le sucedió al resto del pueblo. Pues al amanecer, viéndonos las caras en las veredas, ninguno recordaba haber escuchado a sus familiares retornar del espectáculo. Y en un despertar simultáneo, los que se habían quedado en sus viviendas, salían entonces afuera en busca de respuestas.
De aquella mañana recuerdo le brisa fresca, los rostros adormecidos y al mismo tiempo, aterrorizados. Y sobre todo, la sensación de vacío al divisar la colina desierta, tan solo habitada por las abandonadas casas del sueño armamentil.
No había indicios del circo, ni de sus carpas, sus carromatos, ni siquiera un folleto caído en el suelo. Tampoco estaba el que el día anterior, había doblado y guardado en mi bolsillo.
Lo más intrépidos corriendo hacia la colina, pero volvieron pronto, espantados. No solo por haber comprobado que nada quedaba de aquella siniestra visita. Sino también, por haber visto a través de las ventanas de las casas abandonadas los rostros salvajes, enfurecidos, de quiénes parecen haber sido los mismos seres queridos que habitaban con nosotros unas pocas horas antes.
Dicen haber abierto las puertas y toparse con la nada misma. Y que al cerrarlas, otras vez estaban ellos, gritando a través de los vidrios. Y que al girar los picaportes otra vez desaparecían.
Nunca subí a comprobarlo. No hacía falta. Esa misma semana cubrieron las ventanas con maderas. Si alguien tiene que pasar por la colina, no verá nada desagradable. Es la única manera de sobrevivir a la tragedia. Y si alguien pregunta por esas casas, quizá algún viajante desprevenido o un turista que se ha perdido, en el pueblo contestamos con la única verdad: allí no vive nadie.

2 comentarios:

mariarosa dijo...

Que impresionante historia.

Neto: hace tiempo que no pasaba por tu blog, es siempre un placer. A los que nos gustan los cuentos de misterio y terror, disfrutamos de tu ingenio. Cada día escribís mejor. ¡¡Aplausos!!

mariarosa

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

De acuerdo, que impresionante historia.
Dos detalles. Uno es el del circo, el otro, el decidir ignorar lo que no pueden entender.