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25 de noviembre de 2014

La razón de Natalia

Natalia necesitaba una sola razón para apretar el gatillo. Solo una. Pero en la cama, la espalda desnuda contra el respaldar, el joven no pronunciaba las palabras condenatorias que ella esperaba.
Al contrario, lo notaba seguro, tranquilo, hasta por momentos, sonriente.
- ¿Te estás riendo de mí Julián? ¿Es eso, no? Te causo gracia.
La joven movía con nerviosismo sus manos. El arma por momentos apuntaba la cabeza del chico, pero luego oscilaba entre el techo, la pared y la cama. Parecía estar sujeta por una persona con Parkinson. El dedo, de la misma forma, bailoteaba sobre el percutor. Una presión de más y...
- ¿Vas a contestarme?
Julián no profería palabra alguna. Se mantenía en la misma posición, exacerbando a Natalia.
Entonces ella saltó a la cama, presa de cólera, vociferando el nombre del joven. Llegó hasta él y descargó con violencia el peso del revólver sobre el rostro, subiendo y bajando su arma al menos cinco veces.
El cuerpo se desplomó hacia un costado. Natalia bajó de la cama y volvió a la posición previa, apuntado el arma con las dos manos.
- ¿Y ahora? ¿Te hacés el dormido? ¿Con eso me vas a engañar?
La furia desbordaba por sus poros. Arrojó una patada al colchón y pronunció varias malas palabras. No podía creer la desfachatez de...
Ya había olvidado el nombre. Siempre lo olvidaba.
- ¿Qué pasa Alberto? ¿Te vas a quedar ahí todo el día? Dale, decime la verdad. El nombre de la mina, todo.
Fue hasta la cama y volvió a erguir el cuerpo. Otra vez estaba con la espalda desnuda contra el respaldar. El rostro demacrado, desfigurado por la sangre.
- Te seguís riendo, no lo puedo creer. Sin dudas te merecés la bala, pero antes tenés que decirme el nombre.
Natalia se paseó alrededor de la cama, pasando por delante de las paredes salpicadas de sangre. Sus pasos iban dejando un reguero rojo hacia un lado y hacia el otro.
La voz chillona de la chica rebotaba en los rincones, penetrando solo en sus propios oídos, mientras el olor fétido que envolvía el ambiente parecía ser inadvertido de la misma manera que la sangre. El dedo se tensaba sobre el gatillo, pero no había presión suficiente. Ella quería el nombre de la puta. El maldito nombre. Y hasta que no lo consiguiera, no dispararía.
- Gastón, puedo seguir toda la noche así. No me vas a comprar con su sonrisa, andá sabiéndolo.
Volvió a subirse a la cama y lo golpeó con saña. Odiaba dilatar tanto la situación, pero era la única manera.
- Ya vas a hablar. ¿Cuánto tiempo más podés resistir?
De eso estaba segura. No resistiría mucho tiempo más con esa sonrisa tonta, esa falsa seguridad y esa fingida tranquilidad con la que pretendía engañarla. Y entonces, tendría su nombre. La razón que le bastaba para terminar con aquella faena.

3 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Es de temer Natalia. Y parece ser que no fue la primera vez, por la mención de todos esos nombres.

Anónimo dijo...

Que buen análisis el de Demiurgo

Anónimo dijo...

Genial el blog por cierto