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20 de agosto de 2014

La fea de tres pisos

En la esquina de Salvador y Presidente Tegarca, en el modesto pueblo de Encimada, existe una casona de construcción antigua, de tres pisos de alto, verjas altas y desgastadas por el tiempo que ponen una barrera
tranquilizadora entre la fachada de aspecto intimidante y los moradores del distante paraje litoraleño.
Todos hemos escuchado en alguna circunstancia, al menos una historia de casa embrujada o lugar donde ocurren hechos paranormales. Pero el caso de este sitio, es sumamente aterrador.
En primer lugar, nadie recuerda la obra. De un día para otro, el baldío de aquella esquina, caracterizado por pastizales altos y mosquitos zumbadores, se vio asaltado por aquella casona. Algunos dudan de esa particularidad de la historia, alegando que en realidad nadie habla de la construcción porque en la misma perecieron al menos una docena de obreros, pero ni una versión ni la otra logran ponerse de acuerdo. La más aceptado, por supuesto, es la que indica que apareció de la nada.
En cuanto a época, los primeros recuerdos del lugar se remontan a la década del veinte, del siglo pasado, pero incluso, hasta ese dato es improbable de ratificar. Las fotografías antiguas han desaparecido y las que se conservan, ya no permiten ver la casa. Incluso, hasta las imágenes que en algún momento, hace más de siete décadas, se publicaron por diversos motivos en los periódicos de la zona, se han modificado sobre el papel. Y en lugar de aquel inquietante edificio, suelen aparecer sombras, árboles o los pastizales originales que se dice, ocupaban ese lugar.
Con el paso del tiempo, los rumores fueron corriendo como regueros de pólvora y extendiéndose a otras ciudades. Investigadores, aventureros y pseudo científicos de todo el mundo han visitado la localidad con el fin de examinar el lugar. El gran inconveniente con el que se han topado es que nadie habita el lugar y las rejas nunca pudieron ser abiertas.
Los pocos que se han atrevido a trepar las rejas, no han podido franquear luego la enorme puerta de madera, que pareciera crujir todo el tiempo, como si el viento la golpeara, aún los días en los que no se siente siquiera una brisa.
Algunos valientes trataron de romper las ventanas, pero las piedras y otros elementos arrojados, han rebotado con furia. Otras veces, la policía local logró erradicar a los curiosos y osados, que cruzaban el límite entre la aventura y la violación de los derechos de la propiedad privada.
Es que si bien el lugar está deshabitado, no posee deudas en materia de impuestos, porque cada mes llega a la comuna un cheque con el monto exacto de lo que se debe abonar. Incluso, los meses en los que se aprobaron aumentos de último momento.
Los que intentaron rastrear el remitente de esos cheques, han tenido poca suerte. Entre el secreto bancario y la habilidad para no dejas pistas de parte de la persona que los envía, jamás se ha logrado averiguar algo al respecto.
La casona, llamada despectivamente como "la Fea de Tres pisos", trata de reposar en paz, pero no puede. No solo por los curiosos, sino por los extraños sucesos que la envuelven. Las luces que se encienden y apagan en su interior, a pesar de no estar conectada la electricidad, los sonidos de agua corriendo por las cañerías, sin que estén hechas las conexiones pertinentes, o los aullidos y gritos que suelen escucharse, principalmente de noche, provenientes de sus habitaciones superiores.
Hace veinte años, aproximadamente, se habían levantado firmas para pedir a la comuna la demolición del lugar. Asustaba mucho a los vecinos y habían desaparecido al menos una decena de perros en los alrededores. La petición no fue aprobada y las tres personas que habían fomentado la iniciativa murieron en un lapso menor a tres meses, en accidentes irrelevantes, pero que de todas maneras, se cobraron sus vidas.
La gente volvió a la carga con el mote de "maldita", siempre presente, pero muchas veces relegado por el afán de encontrarle una respuesta a cada cosa. Ya no. Aquella casa, la fea de tres pisos, estaba maldita. El pueblo lo dictaminaba y así sería por siempre.
Hasta hace unos días.
Porque el lunes las rejas, desde muy temprano, estaban abiertas. Al viejo Gómez, que gustaba de salir a caminar temprano, casi le da un infarto al pasar por la vereda. Aunque eso no era todo. La puerta de madera, quizá cedro, estaba también abierta de par en par. Si uno trataba de mirar hacia dentro, perdía el tiempo, porque la mirada se perdía en una vasta oscuridad, que desde el umbral parecía eterna.
El ochenta por ciento del pueblo se convocó a sus puertas. Se hablaba casi en voz baja, como temiendo que aquellos ladrillos escucharan y tomaran pronto una acción de represalia. Era poco entendible, pero el comportamiento humano nunca lo es en episodios donde la razón no tiene lugar para existir.
El comisario y su gente pidió prudencia y alejó a los que pudo hasta el otro lado de la calle. Pidió voluntarios para entrar a verificar, dado que temía que la apertura de la casona hubiese sido obra de ladrones y no de fuerzas de otro mundo. Sin embargo, no hubo aceptación a la invitación.
Eligió a dedo a tres uniformados, que munidos de linternas, temblando y siguiéndole a él, penetraron por la puerta a esa cueva oscura que había por entrada. Sus espaldas fueron lo último que vimos de ellos. Algunos nubarrones inundaron el cielo y las primeras gotas espantaron a varios, que fueron en busca de refugio. Minutos más tarde los goznes de las puertas comenzaron a chirriar. Los que se habían animado a cruzar las rejas y acercarse a la puerta, salieron corriendo como si los hubiese espantado un fantasma. La puerta, que quizá fuera de cedro, se cerró con un violento golpe. Pensamos en los policías, pero fue apenas un segundo, porque de inmediato también se cerraron y para siempre, las rejas de la casona.
Desde ese día, evito pasar por la vereda de la casona y mucho más, de noche.
De día, porque me recorre cierto escalofrío por todo el cuerpo al ver esas paredes, sus formas que se erigen hacia el cielo, sus misterios escondidos en las grietas, que pareciera, fueran cada día más.
De noche, porque me provoca pavor y angustia, ganas de gritar y salir huyendo, el hecho de ver por las ventanas los haces de luz de las linternas del comisario y sus policías, deambulando sin detenerse de un lado a otro, ignorando aún que las puertas se han cerrado, dejándolos sin posibilidad de escape, sin saber que la eternidad se los ha devorado para toda la vida y que ahora son, una parte más de ese monstruo feo de tres pisos.

4 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Creo que hay discontinuidades de tiempo y espacio en esa casa. Y que cualquier interacción con el edificio es peligrosa.

el oso dijo...

Conviene no acercarse a ciertas casas. Incluso a algunas de aspecto más amigable.
Buenísimo, Neto!

SIL dijo...

Como si el propio edificio se alimentara de la vida externa, para sobrevivir en su lobreguez.


Es una buena metáfora.



Abrazo.

maria dijo...

una casa de oscuridad, y como esa hay muchas en el mundo, sean ficcion o noñ