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30 de julio de 2014

Elena sin fiestas

La triste realidad de Elena se remontaba a su infancia. Desde pequeña sus padres se negaron a organizarle fiestas de cumpleaños. Y dado que tampoco eran de celebrar otras festividades, como ser Navidad, Año Nuevo o el Día del Niño, por citar algunos ejemplos, jamás tuvo fiesta alguna.
Lo más cercano a tal cosa, eran los actos escolares, con todo lo que ello implica. Elena creció anclándose en esas tradiciones, tomándolo como algo natural, aunque no aceptándolo, dado que en la misma medida que a ella se le negaban, veía como a sus amigas las agasajaban o eran partícipes de otras fiestas.
Trató de disuadirlos de que, al menos, la dejaran asistir a cumpleaños de otra forma, pero tras eternas negativos, desistió en forma definitiva.
En su adolescencia vio como sus pares disfrutaban de fiestas de quince, más adelante de graduaciones, casamientos e infinidad de cumpleaños. Ella, que había adoptado la postura de sus padres, se fue marginando no solo de los eventos sociales, sino también de sus amigos.
Con más de treinta años, la rutina la invitaba a acostarse apenas caía la noche, levantarse ni bien salía el sol, ir a su trabajo del que retornaba por la tarde, asear el departamento, comer delante del televisor - que a veces permanecía apagado - y volver a la cama.
Los fines de semana solía distraerse leyendo o viendo alguna película que ya había visto. Sus conocidos, que tenían relación con ella en el trabajo, habían dejado de invitarla a reuniones o fiestas hacía mucho tiempo atrás.
Sus padres habían fallecido años atrás y los únicos familiares vivos residían lejos. El llamarse por teléfono para saber cómo estaban, tampoco era tradición familiar. Si alguien le preguntaba, Elena podía afirmar que vivía en la más absoluta soledad. Ni siquiera tenía mascotas. Ni un mísero pez. O un bicho embalsamado. Hasta las cucarachas se habían aburrido y abandonado el piso de madera.
Lo que no sabía Elena, ni nadie más en el planeta, salvo una persona, era que ella era un experimento de la organización secreta más grande que jamás haya existido. Por esa razón, cuando el profesor Von Gast Hobben tocó a su puerta, ella no supo quién podía haberse equivocado de departamento.
El hombre, que se presentó con una foto de sus padres en mano, en la que sostenían a una pequeña Elena, recién nacida, le explicó el asunto en menos de media hora. En resumen, Elena se hizo una idea a grandes rasgos que Sergio y Flavia no eran más que dos personas tristes, solitarias, que aceptaron participar en un novedoso experimento, por una suma de dinero suficiente como para comprar una casa, pero con dos condiciones insalvables.
La primera, tener que criar a una niña como si fueran sus padres.
La segunda, jamás brindarle amor.
Von Gast Hobben estaba exaltado, exuberante de la alegría. Tenía delante de sus ojos el producto de su experimento más importante.
Elena aún ordenaba sus ideas cuando el profesor le mostró otra foto. Sus verdaderos padres.
- Mi hijo, Mathieu y mi nuera, Evangeline. Una pena, perecieron tan jóvenes.
Asimiló la información. El ser que se movilizaba como un rayo en su departamento, caminando de un lado a otro sin dejar de hablar, entusiasmado, el mismo que la había confinado a una tristeza controlada de por vida, era su abuelo.
A los treinta y tres años, cinco meses, cuatro días, Elena dio por sentado que sus tristes días habían llegado a su fin. Von Gast Hobben nunca supo de donde salió ese cuchillo, pero la última fracción de segundos de su existencia le bastó para comprender que la opaca joven lo estaba degollando.
Esa noche Elena no durmió en su cama. Salió a emborracharse.
Mientras alternaba entre una bebida y otra, resolvió que recién cuando saliera el sol y el amanecer la sorprendiera en alguna parte, decidiría que haría con su vida. Era muy pronto para tomar semejante decisión. Pero sin lugar a dudas, lo primero que haría sería organizar una fiesta. Una enorme y divertida fiesta.

1 comentario:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

No es lo más recomendable la reacción de Elena. Pero la verdad que se la venía buscando el tal profesor, ejercer semejante crueldad con su nieta.
No es una reacción aconsejable. Pero después de eso, Elena se sintió liberada.