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27 de julio de 2014

Atraso

Se asomó por cuarta vez a la vereda, indignado. El taxi no llegaba y la fiesta comenzaba en quince minutos. Volvió a marcar el número de la compañía, lo atendió el mismo operador que cinco minutos antes y con temperamento reclamó una vez más.
La respuesta era la misma. Debía tener paciencia. ¿Pero cómo se podía tener paciencia cuando se iba a llegar tarde a un evento donde el agasajado era uno?
Finalmente, cuando estaba a punto de llamar a un conocido para avisar que llegaría atrasado, apareció el auto, un Peugeot avejentado, aunque reconocible por los colores habituales.
Pidió celeridad al chofer, que solo atinó a mirar por el espejo retrovisor y tras un gesto de desaprobación, encendió la radio.
El viaje era lento, por calles atestada de tránsito y con una banda de sonido que orillaba el mal gusto. Por si fuera poco, el taxista se puso a fumar.
Incrédulo, le pidió que por favor apagara el cigarrillo. No le preocupaba el humo, sino el olor que tomaría su ropa. ¡Tenía que estar elegante para la ocasión! Era la noche de una gran distinción.
Las últimas calles fueron interminables. Jóvenes en las veredas pasando el rato, parejas transitando lentamente, filas de personas pugnando por entradas en los teatros, vendedores ambulantes ganándose la vida y un sinfín de conductores al volante, recorriendo las arterias centrales de la ciudad a paso de tortuga.
Estaba nervioso. Miraba el reloj continuamente. Estaba atrasado al menos diez minutos. Podía divisar el hotel de lujo donde se realizaba la gala, pero aún tenía un par de minutos más de viaje. Aprovechó para volver a peinarse y ajustar su vestimenta.
El coche se estacionó en la dirección que había indicado. Pagó con un billete grande y muy a su pesar, para no perder más tiempo, le dijo al taxista que se guardara el cambio. Bajó disparado, se disculpó con dos jóvenes a las que casi arroja al suelo y llegó a la puerta giratoria del hotel. Antes de cruzarla, se observó en el reflejo del vidrio, aprobando su aspecto.
Se presentó en la recepción, anunciando grandilocuente su nombre. La mujer que estaba del otro lado del mostrador, vestida con extrema pulcritud, le sonrió de oreja a oreja.
- La fiesta en su honor fue ayer, Licenciado.
El botones, que estaba a su espalda, lo atajó en el momento justo del desmayo, más precisamente, a veinte centímetros del piso de mármol.

2 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Llegó más tarde de lo que pensaba.
Que raro, ¿nadie lo llamó para avisarle?

maria dijo...

Me pregunto si no se habrá inspirado en una anécdota real.