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26 de abril de 2014

Quince tablas de pino

Quince tablas de pino, apiladas una encima de la otra, olvidadas en el fondo del galpón principal del establecimiento rural.
Las volvió a contar lentamente. Ignoraba cómo habían llegado allí y cuál era el propósito original de las mismas. Lo importante ahora era que le resultaban de suma utilidad. Casi como caídas del cielo.
Cada tabla debía andar en los cuatro metros de largo, por medio de ancho. El polvo se había acumulado sobre la áspera superficie oscureciendo el color natural de la madera. Sobresalían a la vista, como enormes lunares, los nudos de las vetas.
Eran ideales para cerrar el quincho que estaba construyendo en su casa. ¡Lo que se ahorraría! Su visita a aquel sector alejado del galpón había sido fructífera. Sin perder tiempo mandó a buscar a Euslaquio, un baqueano de su confianza que además manejaba un camioncito con acoplado con el que trasladaban cosas de un sector a otro.
- Quiero que me lleve esos tablones hasta el estacionamiento, Euslaquio. Luego veré como llevarlos para mi casa.
El baqueano se detuvo en seco. No demoró mucho en retroceder hasta donde estaba su patrón, aunque sin quitarle los ojos de encima a los tablones.
- Qué le pasa amigo? - preguntó asombrado - Parece que ha visto un fantasma.
El Euslaquio lo miró de soslayo, blanco como la leche. Si no hubiera sido un buen patrón, ya habría salido corriendo. Pero aquel hombre se merecía su respeto y también ser advertido.
- Mire mi jefe, yo que usted me olvido de esas tablas.
- No creo que nadie las reclame, si ese es su temor, vea que parecen abandonadas.
- Justamente, por algo están así, casi escondidas. Déjelas donde están, hágame caso.
- Quién se va a enojar, por favor Euslaquio, no dramatice.
- Le digo que se olvide, carajo!
El patrón se sorprendió con la reacción. Era lo que menos esperaba, aquel improperio.
Euslaquio se dio cuenta de su vehemencia y decidió que el misterio poco ayudaría al hombre, que solo veía en esas tablas el techo de su quincho.
- Esas tablas llevan el diablo en su interior. Fueron hechas del pino donde se colgó el Hilario Venancio Sánchez allá por los años ochenta.
- No me venga con cuentos del campo.
- Qué cuento ni ocho cuartos. Présteme atención. Este lugar en los ochenta estaba en quiebra. Así que el Hilario fue hasta el pueblo y por intermedio de la Pocha Zuliani, que tira las cartas y hace magia negra, le vendió el alma al diablo para no verse en la ruina. Las cosas mejoraron pero su vida comenzó a ser un tormento. Su mujer se fue con el dueño de una concesionaria de maquinarias agrícolas, su hijo se mató en un accidente de caza y por si fuera poco, por culpa de la diabetes le tuvieron que amputar una pierna. Así que tomó la decisión de atarse del cuello y dejarse caer de lo alto de su árbol predilecto, el pino que estaba frente a la ventana de su dormitorio. Pero la muerte fue poca cosa para Hilario. La gente del establecimiento comenzó a ver su figura deambulando sin sentido alrededor del pino, y casi siempre el fantasma del dueño terminaba colgándose otra vez del árbol, como si aquello fuera un castigo cíclico y eterno. La gente no dudó al tiempo en talar el pino. El tronco fue convertido en estas quince tablas. Las ramas, muchas de ellas, fueron echadas al parrillero para encender el fuego con la idea de hacer un asado. Sin embargo las llamas iniciaron un incendio que devoró gran parte del lugar. Nadie desde entonces ha tocado estas tablas. No seré yo quien lo haga.
El baqueano se llamó al silencio. Había dicho lo suyo. Podía ser un mito o una exageración desmedida de hechos reales, pero eso poco le importaba. Lo cierto es que no ignoraría el hecho de tener respeto y temor ante esa historia, más aun al estar viendo con ojos propios los tan nombrados quince escalones.
- Son creencias Euslaquio, no me joda.
- Haga lo que quiera. Si no me necesita para otra cosa, le voy a llevar unas bolsas de semillas al Reinaldo.
El patrón quedó a solas con las maderas dentro del galpón. Parecían tablas de pino comunes y corrientes. Les faltaba mucha lija, lustre y algún producto para protección. Se iba a arriesgar con todo lo que había escuchado? Lo dudaba. Sin embargo había algo en esas tablas que lo subyugaba. No sabía bien que era. Y tampoco se animaba ahora a averiguarlo. Solo podía estar seguro de una cosa: daría el alma por poder terminar ese quincho.
Las tablas tomaron nota de ese pensamiento.

5 comentarios:

María Alfano dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
mariarosa dijo...

Hola Neto, hace tiempo que no pasaba por tu blog y mirá con lo que me encuentro, una joya. Hermoso cuento, excelentemente narrado y una historia de las que me gustan. ¡¡Aplausos maestro!

SIL dijo...

Pobre, me temo que el quincho le va salir más caro de lo que piensa.


Pero - también creo- que ya no tiene escapatoria.



Abrazo.

el oso dijo...

¡Muy bueno, Neto! Yo tengo algunas en el galponcito, pero ya no me animo a usarlas!
Abrazo

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Que poca valúa su alma.