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9 de diciembre de 2013

Natalí, la efímera

Ella tenía un problema o en realidad, el problema era para los demás. Efímera en sus decisiones, Natalí cambiaba constantemente lo que previamente había programado. Si bien desde pequeña vislumbraba dicha cualidad, podría decirse que hasta cierta edad, en la que se vive regida por los mandatos de los padres y mayores, aquello no entró en grado de ebullición.
Pero al entrar en la adolescencia, salir del colegio secundario y comenzar una vida alejada del hogar donde se crió, su ciclotimática existencia se hizo notar de inmediato.
El primero en sufrirlo fue Ezequiel, el novio de por entonces.
Suena el celular. Música pegadiza e infantil. Ella revuelve el bolso, pero sin dejar de mirar la novela. El bolso se le cae y el celular se inunda de silencio. La atención vuelve al televisor. La música arranca otra vez. Ahora se agacha, levanta el bolso y lo pone su falda. El teléfono suena más fuerte cuando ella lo extrae y lo lleva hasta su rostro.
- ¿Natalí? ¿Estás en tu casa? Hace dos horas que te espero en la biblioteca.
- Hola amor, si, pero cambié de idea. Me quedo a estudiar en casa. Te llamo después, ¿si?
Ella vuelve a la novela. El protagonista le ha dado un beso a otra que no es su novia.

- Hola, ¿sos Ezequiel?
- Si.
- Recién llamó Natalia...
- Natalí - corrige Ezequiel.
- Bueno, si. Dice que no va a poder venir, que no la esperes.
- ¿Qué no va a venir? Me pidió toda la semana que reservara la mesa para nuestro aniversario.
- Mirá, no sé, yo solo traigo el recado. Si me disculpás, tengo que atender otra mesa.

Musiquita de celular. Ella atiende.
- ¿Natalí? Estoy en casa de tu hermana. Tu sobrino está por apagar las velitas. ¿Ya saliste de la facu? ¿Querés que te pase a buscar por algún lado?
- No te preocupes Eze, me vine con Rodrigo a tomar algo. Y quizá después vayamos a bailar. No sé. Creo que me pongo de novia con él. Chau.

Meses después, una vez comprometida con Rodrigo, se puso de novia con Jacinto a quién dejó por Ismael, hermano de su cuñado.
Se conocieron en la comida que se hizo en casa de sus padres, por el bautismo de su más reciente sobrino, del que debía salir de madrina.
- Claro, a comer venís, pero al bautismo, dónde todos te esperámos, no apareciste - le recriminó su madre.
- Es que me surgió algo y no pude.
- ¿Siempre igual, vos? ¿Solo importás vos en el mundo?
- No te pongas pesada mamá, que me voy.
- ¡Andate! ¿O pensás que sos imprescindible?
- ¡Me voy! Ismael, ¿me llevás?

 Elena le acomodó la corbata. Ismael volvió a mirarse al espejo.
- Te lo digo por última vez, cuñado. Mi hermana no te conviene. Es muy cambiante.
- Estoy enamorada de ella, Elenita. Le puedo tolerar todo.
- No sé, tengo miedo que te canses. Sos muy buena persona. Y ella... a ella le importa un pito el mundo.
- No exageres. ¡Y vamos saliendo, que se escucha la marcha nupcial!
Salieron a un patio grande, repleto de árboles y una enorme parra cruzando el cielo, y entraron por una puerta lateral a la iglesia. La alfombra roja llegaba hasta el altar. Elena era la madrina. Podía notar el nerviosismo en la tensión de las manos de Ismael. Al son de la música y ante los invitados de pie, caminaron por la senda entre los bancos. Al llegar al altar, giraron hacia la entrada, esperando el ingreso de la novia. Sin embargo, vieron entrar refunfuñando a Evaristo, el padre de Elena y Natalí.
- ¡No vino! ¡La muy guacha no vino!

El psicólogo anotó algo en su libreta y levantó la mirada hacia sus pacientes, sentados en un sillón amplio.
- A ver si entendí bien. Natalí tiene un desorden generalizado, por lo que he escuchado, en todo sentido. Falta a sus citas, a sus compromisos, cambia de planes continuamente y no puede asumir ninguna responsabilidad porque no la cumple. ¿Hasta ahí, bien?
- Perfecto - afirmó Evaristo.
- ¿Coinciden ustedes también, Alicia, Ismael, Elena?
Los tres asintieron con sus cabezas.
- ¿Y Natalí?
- Mi hija es conciente de lo que hace - dijo Alicia de inmediato.
- No pregunto eso, sino ¿por qué no vino Natalí?
Los cuatro se encogieron de hombros.
- Ella es así - aseguró Elena, casi en un suspiro.
A pesar de todo, la amaban. Por eso, el llanto incontenible aquella tarde en la que el doctor les dijo que Natalí tenía un tumor terminal.
- No sabemos, pero puede ser la causante de sus cambios constantes.
- ¿Es posible combatirlo, doctor? - preguntó Evaristo, al borde de la silla.
- Está en un estado avanzado. Pero haremos lo posible.

Una semana más tarde, Natalí agonizaba.
El sacerdote amigo de la familia, sostenía su mano. Familiares y amigos rodeaban la cama.
El hombre, repleto de fé, quiso dejar en paz a los presentes.
- Este es el momento donde debemos rezar por su alma. Así Dios...
- ¡Qué día es hoy!
Las miradas, todas, confluyeron en Natalí, ahora con los ojos bien abiertos, incorporándose en la cama.
- Hija, por favor, recostate, que te vas a empeorar.
- Ay mamá, que no soy una nena. Si es domingo, me mato. Tenía que ir a té canasta de las chicas del club. Pero era temprano - amagó a bajar de la cama, pero de inmediato notó que apenas si tenía puesta una bata - ¡Ay, estoy en bolas! ¡A ver si salen, que me tengo que cambiar!
Uno a uno fueron saliendo, sin dejar de mirar hacia la cama. Evaristo salió corriendo a llamar al médico. A los cinco minutos, Natalí cruzó el pasillo caminando y sin permitir que la detengan, con la excusa que no podía perder tiempo, tomó un taxi y se fue.
Anodados, quedaron todos a la espera del doctor, que por teléfono acababa de avisar que en quince minutos llegaba a la clínica.
La perplejidad absoluta no permitió a los presentes observar a la figura alta y oscura, que con una hoz en la mano se alejaba del lugar, refunfuñando entre dientes "hasta a la Muerte desplanta la muy turra ésta".

3 comentarios:

mariarosa dijo...

¡¡Era de no creer esa mina....!!

Muy buena historia y me gusta el humor, claro que el humor es para los que leemos, para los que tienen que bancar a una mujercita así, te la regalo.

mariarosa

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Es de no creer. Sí pudo dejar plantada a la muerte, tiene sentido que todos la quieran, pesar de ser tan cambiante.

SIL dijo...

Natalí era más peligrosa que trompada de enano.


ABrazo.