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23 de diciembre de 2012

Negocios en familia (2da parte)

Al mediodía no cerraban. Se dividían las horas para ir a almorzar a algún bar de la zona. De vez en cuando compartían algo en el mismo local, pero preferían algo mejor elaborado; se habían acostumbrado a ese método.
Marcos insistió para que fuera primero Alicia. Cuando quedó a solas, abrió el libro y se puso a verlo, no a “leerlo”, porque además de no saber latín, tampoco sentía el interés en conseguir algún diccionario para traducirlo.
Había dormido poco y se preguntaba si acaso la ansiedad por la venta de ese volumen le había ocasionado esa dificultad de conciliar el sueño. Avanzó por las páginas con cuidado, pero sin detenerse en los detalles, como el día anterior. Algo le urgía plegar una página tras otra. Y vaya su sorpresa cuando se topó con texto que entendía. ¡No podía ser! Era castellano.
El primer párrafo de aquella página, decía:
“Vaya suerte la nuestra, conseguir tremendo ejemplar. Ahora si, con una venta así, podemos dejar de pensar en las cuentas más urgentes por un tiempo. Marcos me está exasperando con el tema de los gastos. Que hay que cuidar esto, que aquello. Al final, uno comienza un emprendimiento con ganas y tantos límites arruinan la fiesta. Sinceramente, no creo que haya sido buena idea abrir esta librería”.
Marcos suspiró. Una especie de daga caliente le estaba perforando el estómago. ¿Qué estaba leyendo? ¿Cómo podía ser posible? Volvió su mirada a la página, desesperado.
“Me atrae el chico de la barra. Si, no es la gran cosa, pero tiene un aire tan seguro, cuando te atiende te mira a los ojos y te mantiene la mirada, invitándote a tropezar con el mundo, a lanzarte en contra del que dirán y comerle la boca a besos. Creo que en cualquier momento lo hago. He visto que termina el turno a las dos de la tarde. Un día de estos le digo a Marcos que además de almorzar tengo que hacer un trámite y me lo llevo para el hotelucho de acá a la vuelta”.
La furia lo invadió interiormente de tal forma que no se percató que había gente en la librería. La pregunta del cliente lo sobresaltó. Tuvo que pedir que se la repitiera y cuando contestó, no lo hizo de la mejor manera.
Se alegró que se fuera. Otra vez estaba solo. Volvió la atención al libro pero la página se había esfumado y otra vez el texto aparecía en latín, con sus dibujos en los márgenes. ¿Acaso había sido producto de su imaginación? Claro que no. ¡Lo que había leído pertenecía a su esposa!
La esperó en silencio, con la mirada perdida en la calle, a través de la ventana. Sus pensamientos escapaban de la rutina que se había creado a partir de la inauguración de la librería. Se imaginaba a su mujer yendo al hotel con el empleado del bar. La vio cruzar desde la vereda de enfrente y se puso de pie, sintiendo como su corazón se aceleraba y la bronca rumiaba en su cabeza.
- Volví Marcos, andá yendo que tomo la posta.
Con aire casual pasó a su lado y dejó el bolso sobre una silla. Su esposo la contemplaba en silencio, resoplando pausadamente.
- ¿Qué te pasa? – le preguntó ella, al verlo así.
Marcos sonrió despectivamente.
- ¿Qué me pasa? Eso lo debés saber muy bien vos. Esperame acá, que voy al bar y vuelvo.
- ¿Y ese carácter? ¿Qué te sucede? Andá a comer tranquilo, pero por favor, cuando vuelvas, hacelo con un mejor humor.
Se fue dando un portazo. El cartel de “abierto” tembló y se quedó oscilando durante un minuto. Alicia se sentó, ofuscada. ¿Y ahora que pasaba? Sabía que las ventas tenían sus días buenos y los malos, pero dudaba que eso pusiera de mal humor a su marido. ¿Algún cliente, acaso? Lo aclararía cuando regresara de comer.
Notó que el libro antiguo que le habían dado en consignación estaba abierto. Se acercó para cerrarlo y estuvo a punto de hacerlo cuando observó que podía leer las oraciones.
- ¡Qué raro! – dijo en voz alto - ¿No es que solo estaba en latín?
Pero aquello que primero le pareció gracioso, dejó de serlo de inmediato, al leer el tenor de las letras.
“Si puedo vender ese libro a espaldas de Alicia, me quedo con una parte. En definitiva, me lo merezco. Ella seguro lo va a usar para pagar gastos. ¿Y el placer, cuando? Bastante ya con ser esclavos de este lugar”.
Alicia se llevó las manos a la boca, angustiada. ¿Qué era aquello? ¿Cómo podía estar leyendo eso en el libro? Miró a su alrededor, asustada. Había más, mucho más.
“Hay algo que no me cierra en ella. Creo que no me ama, que solo se casó para presumir que tiene un matrimonio, que tiene proyectos, que quiere cumplir sueños. Supongo que lo hace para complacer a sus amigas y a la familia. No entiendo, por otro lado, que es lo que me cautivó en ella, porque es fría, calculadora y seamos sinceros, tampoco es bonita”.
Más abajo, salteando párrafos, leyó:
“Y pensar que me creía un afortunado, pero al final, todas las mujeres son unas putas. Si señor, ya lo decía mi abuelo. No se merecen una sola caricia, nada. Al bar a comer, claro que si. Solo va al bar para encamarse con el mozo. Alicia, la muy puta. Pero ya va a saber lo que es bueno. Se cree que es una pícara, con seguridad. Pero no se imagina ni de cerca las noches que pasé con su hermana, mientras ella se iba a esos cursos de mierda que duraban dos o tres días. Aunque claro, que pelotudo que soy. Seguro se la pasaba de cama en cama, la muy puta. Hacía bien entonces de empernar a la hermana. Siempre lo supe, hacía bien”.
Cerró de golpe el libro. Estaba llorando. ¿Cómo podía ser posible? No, no creía que Marcos hubiese escrito eso. Además… ¿cómo? Se alejó del libro. El libro era el culpable, algo estaba mal allí. Por la ventana vio volver a su esposo. El rostro estaba envuelto en ira. Podía notarlo. También divisó el detalle de la sangre en la camisa.
Empujó la puerta con fuerza, tanta que rebotó en la pared haciendo añicos el vidrio. La miró con rabia, acusándola con ese solo gesto de pecados y oscuridades indefinibles, condenándola a todos los infiernos existentes.
- ¡Vos, puta, me las vas a pagar!
- Marcos, ¿qué decís?
- Hacete la pelotuda, pero conmigo no va. Ya le hice saber al mozo ese quién soy. Ahora te toca a vos.
- Marcos, esperá, qué te sucede… - mientras hablaba se alejaba de su esposo, que restaba distancia entre ambos a grandes pasos – Leíste el libro, es eso ¿verdad? Porque yo también lo leí y me topé con cosas horribles…
- Claro que lo leíste, seguramente te reíste después de escribirlo. Cómo hiciste, no lo sé y no me importa. Pero te descubrí, y vas a pagar por eso.
Arrojó un puñetazo golpeando en un hombro a su esposa, que chilló dolorida. Intentó agacharse, pero no pudo esquivar un segundo golpe. Sintió el impacto cerca de la frente y cayó de rodillas.
- Es libro está maldito, Marcos. Leí cosas que el libro quería que creyera que las escribiste vos. ¡Fijate! – le dolía la cabeza y podía escuchar los pasos de su marido, que estaba rodeando el mostrador.
- No me hagás perder tiempo con estupideces. La que escribió fuiste vos. Tremendo pedazo de puta resultaste.
- ¡Marcos, vos me conocés mejor que nadie!
- Eso creía… - la levantó de las axilas y la arrojó contra la pared. La cabeza golpeó sin piedad. Alicia se derrumbó sobre una pila de libros, que ninguno de los dos había acomodado aún.
Su esposo estaba a punto de propinarle un puntapié, pero un oficial de policía se encargó de tomarlo por la espalda, mientras otro se interponía entre ambos.
Pronto el lugar se llenó de curiosos, mientras los efectivos policiales se aseguraban que la mujer fuera llevada al hospital más cercano y un patrullero trasladaba a la comisaría a su pareja.
Para la noche, las cintas de “clausurado” cruzaban de un lado a otro el frente del local. Ninguna persona que los conocía pudo explicar lo que pasó. Marcos terminó en la cárcel. Alicia quedó en coma. La librería fue cerrada por orden judicial y los libros ofrecidos en remate.

En la zona, los comerciantes aún se lamentaban, cinco meses después, de lo acontecido con el matrimonio que había puesto la librería. Era el lugar, sostenían algunos. Ningún negocio prosperaba. Tenían ejemplos varios: una joyería, dos tiendas de ropa, una casa de fotografías e incluso una florería. Y eso, solamente en los últimos cinco años.
Observaron desconfiados mientras quitaban el cartel de “Se alquila” y comenzaban a pintar el frente de color naranja. Dos hermanos pusieron una venta y reparación de equipos de audio.
Las primeras semanas fueron positivas. Muchas ventas y equipos para arreglar. Los hermanos estaban felices. El día que cumplían el primer mes de vida una persona de baja estatura, saco gris y corbata a tono entró al local con una antigua radio a transistores.
- No sé si la podrán arreglar, pero quiero que hagan el intento. Es una reliquia, de un abuelo. No importa lo que me cobren, si logran que funcione, será justo.
Los hermanos sonrieron ante la propuesta y saludaron efusivamente al hombre. ¡Claro que la arreglarían, ellos habían visto cientos de veces esos viejos equipos! Dinero fácil, pensaron al mismo tiempo.
Lo extraño es que uno de ellos, por la tarde, notó que la radio parecía emitir en una frecuencia. Y acercando el oído, se puso a escuchar…

5 comentarios:

Juan Esteban Bassagaisteguy dijo...

Leídas no, ¡devoradas ambas partes!
Genial, Netomancia: suspenso al por mayor, buenas dosis de violencia, y un final abierto de lo mejor.
Me encantó.
¡Saludos!

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Podria ser una historia de La Dimension desconocida, incluso de Cuentos de la cripta. Da para que presentador siniestro haga chistes macabros con juegos de la palabra.
Pero no habria pasado si el personaje tuviera menos furia. Tal vez el personaje misterioso va a donde hay potencial de conflictos, ofreciendo articulos malditos. Que buena historia.

mariarosa dijo...

Neto: pasaré en le semana para leerte, hoy estoy embarullada con tanto quehacer, pero no puedo dejar de decirte:


¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!

Un beso fuerte.

mariarosa

mariarosa dijo...

Increible tu imaginación Neto. Buenísimo cuento, uno ya va creando que va a pasar con la radio antigua, luego podrá ser un televisor... pero eso queda para el lector.

¡¡Muy bueno!!

mariarosa

Anónimo dijo...

Este cuento es in cre ible!