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29 de diciembre de 2012

Goteras de fin de año

Para Arnolfo aquello no era broma. Se acababa el año y aún no había podido solucionar el tema de las goteras. Su mujer le recriminó que justo eligiera el día festivo para subir al techo, pero el hombre se mantuvo en su tesitura.
Colocó la escalera contra la pared y mientras su mujer reprochaba desde abajo, subió peldaño por peldaño. Una vez sobre el hormigón, buscó con detenimiento las posibles grietas. Eran varias, todo el techo tenía un estado calamitoso. Las últimas lluvias habían deteriorado aún más las condiciones en las que estaba.
- Vieja ¿estás ahí todavía? - gritó acercándose al borde, con la esperanza que su señora estuviera todavía cerca.
Ella no contestó, por lo que supuso que se había metido dentro de la casa. Enojada, sin dudas. Porque tendría que cocinar sola para los hijos, que llegaban con sus familias esa noche para despedir el año. Pero su misión era solucionar las goteras, que estaban arruinando el cielorraso en todas las habitaciones.
Bajó la escalera y fue llevando de a poco los elementos para trabajar. Recién media hora más tarde tuvo todo a su alcance. Para entonces fue necesario buscar las grietas otra vez, porque no las había marcado y ya se había olvidado donde estaban.
Se encontraba de rodillas, siguiendo una línea en el cemento, que no era otra cosa que una rajadura de consideración, cuando notó que el cielo se había nublado. Maldijo por lo bajo su mala suerte y levantó la vista encima de su hombro, con la intención de ver si era una nube pasajera.
No se topó con una nube, sino con algo mucho más pequeño y al mismo tiempo, extraño. Un objeto negro que flotaba en lo alto, interponiéndose justo entre el sol y su techo. ¿Un satélite espía, volando bajo? pensó sin darle mucho crédito a la idea. Pero aquello no volaba, en realidad estaba suspendido, casi apuntando hacia donde se encontraba de rodillas.
El artefacto se desplazó en su dirección. Se puso de pie casi de inmediato. No le parecía nada gracioso lo que estaba pasando. Miró a un lado y otro. No había nadie en los techos lindantes. Tampoco escuchaba sonidos que le hicieran pensar que había vecinos en los patios. El objeto se hacía cada vez más grande, en la medida que avanzaba.
- ¿Vieja? ¿Vieja, estás ahí?
Las palabras eran en vano. Apenas si las pronunciaba. El susto se había apoderado de su cuerpo. Amagó con hacerse de alguna herramienta, para defenderse, pero comprendió que su mente no podía darle ninguna orden al resto de sus miembros. Estaba paralizado del terror.
Aquello era una máquina. Emitía un pequeño silbido, casi imperceptible y parecía tener diminutos ventiladores alrededor, con lo que lograba impulsarse. El tamaño era el de un auto de gran cilindrada. Cubría todo el espacio aéreo encima suyo. Apenas si veía el cielo detrás de aquella cosa.
Y de repente, ya no lo vió más. Se pasó la mano por la frente, aunque no estaba sudada. Escuchó la voz de su mujer, gritándole desde abajo.
- ¡Arnolfo! ¡Mirá la hora que es! Los chicos están por llegar ¿Cuando vas a terminar con eso?
Arnolfo miró alrededor. Aún no había comenzado. Pero el sol no estaba donde lo recordaba, sino que se encontraba mucho más al oeste. Y por el color del cielo, supo que estaba por atardecer. Se miró los brazos y los notó algo hinchados. Tenía marcas como de picaduras. La boca la sentía pastosa y cierto ardor al parpadear.
Lo más raro eran sus pantalones. Los tenía puesto al revés. Apenas pudo mover las piernas, corrió hacia las escaleras. Ya desde lo alto veía la cara de culo de su señora, pero ni siquiera eso lo intimidaba. Prefería estar a su lado, que en el techo. Algo había pasado y estaba seguro de no querer averiguarlo. El año se estaba yendo y las goteras ahora, le importaban un rábano.

2 comentarios:

SIL dijo...

¡TAKEN !


Prefería estar al lado de la esposa que en manos de los alienígenas, tremendo extremo ! =D



Un abrazo, Netito.



SIL

Juan Esteban Bassagaisteguy dijo...

Muy bueno, Netomancia.
Me sorprendiste con el final feliz, esperaba algo más crudo, je (aunque quién sabe qué le hicieron los aliens al Arnolfo en el tiempo en que el sol cambió de posición...).
¡Saludos!