Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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2 de noviembre de 2012

Póstumo

Los amigos se miraron y no supieron que responder.
- ¿Nos puede dar unos minutos? - preguntó uno de ellos.
Se cruzaron al bar de la esquina de enfrente y pidieron una cerveza.
- Mirá que yo no comí - advirtió César.
- No te va a hacer nada, tomate medio vaso - le aseguró Enrique.
- ¿Y qué ponemos? - dijo al fin Tomás, sacando el tema por el cuál habían pedido una prórroga de tiempo.
No era tarea sencilla. Y tampoco un detalle secundario. Se trataba de la lápida. Nada más y nada menos. Las palabras de despedida para alguien que habían querido mucho. Palabras talladas en piedra, que nadie podría borrar. Debían ser precisas, certeras, decir todo lo que Máximo representaba.
- Che, ¿realmente no tiene algún familiar que pueda decidir esto?
César estaba preocupado, creía que era mucha responsabilidad decidir lo que quedaría grabado, el epitafio que lo definiría ante la vista de todo el que cruzara por delante de su tumba.
- Ninguno. En realidad tiene una hermana, pero está loca. Está internada no se donde mierda. Pero ni él la visitaba.
Para Enrique aquello era una posibilidad de reafirmar la amistad del grupo. La idea lo entusiasmaba. Ante el dolor, la partida del amigo, que mejor regalo del destino, que hacerle el epitafio que lo recordara.
- Muchachos, no le demos vueltas al asunto. Estamos nosotros y nadie más. Podemos ponerle el nombre y las fechas nomás. Pero era Máximo, se merece algo mejor ¿no creen?
Claro que lo creían. Tomás quería sacarse de encima el asunto lo antes posible. Deseaba cerrar los ojos y despertar el día después. No sufrir el entierro, ni elegir las palabras, ni ver el cementerio.
- Vamos, pensemos que poner en esa lápida de porquería - azuzó Tomás.
La botella se terminó rápido. Pidieron una segunda. Diez minutos más tarde también estaba vacia. Llegó una nueva, llena y fría. La apuraron en menos de un cuarto de hora.
- Pidamos otra - sugirió arrastrando las palabras César, cuando esa última cerveza también se había terminado.
- Muchachos - dijo Tomás -  no quiero ser aguafiestas, pero nos tomamos tres porrones y todavía no tiramos sobre la mesa una sola idea.
- No es fácil - terció Enrique. - Nuestro amigo se merece las mejores palabras.
- Está bien - coincidió Tomás - Pero si seguimos así, nos vamos a tomar un cajón de cerveza y no vamos a escribir una puta línea.
- A mi se me ocurre algo así como "Fuiste lo máximo, Máximo".
- Se te subió el alcohol a la cabeza César, cómo vamos a poner eso - manifestó algo enojado Tomás.
- La idea no es mala - lo defendió Enrique - aunque hay cierta cacofonía, habría que poner "Fuiste lo máximo, idem".
- ¿Lo decís en serio? - Tomás estaba perdiendo la paciencia - Es una boludez lo que proponés.
- ¿Por qué? Claro, seguro vos propusiste algo mejor.
- No confundás las cosas, tanto lo tuyo como lo de César es una cachada, pareciera que se están riendo de Máximo.
- ¿Cómo podés decir que nos estamos riendo de él? - saltó César, que ya se había puesto de pie para pedirle otra cerveza al mozo.
- Sentate César, que ya no te sostienen las piernas.
- No, pará. Yo no me río. ¿Me entendés? No me río. ¡Mozo! ¡Otra cerveza!
- ¡Mozo, no traiga nada!
- ¿Cómo que no? Mozo, traiga lo que le pidió mi amigo.
- No es conveniente Enrique, mirá el estado de éste.
- Ahora sabés lo que nos conviene o no. ¿Por qué no le ponés vos solo el epitafio y te vas a cagar, sabés?
- Sabés que si, que es buena idea. Ustedes sigan chupando acá que yo me cruzo, le pongo la frase y me voy a la mierda.
- Pero si, dale. Andá, cortate solo, mariconazo. Dejanos a nosotros acá. Por algo Máximo no te quería mucho a vos.
- Ahora no me quería, claro. ¿Entonces por qué me mandó a llamar a mi en lugar de ustedes cuando agonizaba? Manga de perdedores, los dos. Pónganse en pedo. Lindo homenaje para Máximo. Chau, me voy.
- Chau pelotudo.
- Reventado. Ojalá te pise un auto.
A duras penas, Tomás llego a la puerta y salió a la calle. El aire fresco lo mareó, pero de todas formas cruzó la calle y volvió al local donde lo esperaban con las palabras para el epitafio.
Se volvieron a ver a la mañana siguiente, en el entierro. Evitaban mirarse los rostros, por la vergüenza del recuerdo de la tarde anterior. Se habían alcoholizado y comportado como imbéciles. Cada uno lo sabía en su interior, pero de todas formas, no se pedían disculpas.
Cuando la lápida quedó al descubierto, Tomás sintió que se le daba vuelta el estómago. Había cosas que no recordaba del día anterior. Aquella era una de ellas.

Máximo Alejo Lamas
12/08/1981 02/11/2012
 "Me cago en tus amigos"

4 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Tiene razón el epitafio. Se descalificaron la ideas que tuvieron, se esmeraron en destruir las ajenas y se olvidaron del amigo muerto.
Fuiste lo maximo, Maximo.
No habria estado tan mal.

Juan Esteban Bassagaisteguy dijo...

¡¡Jajajaja!!
Qué buen final, ideal.
Toda la construcción previa de los diálogos (exquisita, por cierto) termina de la mejor manera con el esperado epitafio.
Te felicito, Notemoancia.
Muy, muy bueno.
¡Saludos!

mariarosa dijo...

Jaja... pobre tipo, ni con los amigos tuvo suerte.

Muy buena historia.

mariarosa

SIL dijo...

Tengo fascinación por los epitafios, jaja.

Este es ¨mundial¨.


Buenísimo, Netito.


Abrazo.


SIL