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27 de octubre de 2012

Los cinco amarettis

Los amarettis son deliciosos acompañados con una taza de café caliente, aunque lo cierto es que son una tentación en cualquier ocasión. El sabor de la almendra y la textura crocante se combinan en un bizcocho minúsculo, pero al mismo tiempo, irresistible.
Tiene su origen en Italia y llegó al país de la mano de los inmigrantes, que nos legaron una receta sencilla y sabrosa, con almendras procesadas hasta que quedan convertidas en polvo, azúcar y clara de huevos. No encierran muchos secretos, más allá de los tiempos de cocción en el horno, o el batido preciso para que gane la textura que luego, al ser cocinados, se llenará de grietas y tomará ese color que les es tan característicos, entre el dorado y el marrón claro.
Pero el amaretti no siempre es amaretti. Esto me fue demostrado no hace mucho, en un café de Capital Federal. Y sin dudas, que desde entonces, he comenzado a dudar de todas las cosas, porque los significados, a partir de esto que contaré, han perdido su valor.
Ocurrió casi de noche, aunque el horario no importa. Puede que un poco, el hecho que estaba fresco a pesar de estar en plena primavera, aunque las estaciones en los últimos tiempos no respeten sus propias características.
Es increíble como, a partir de un simple acto, movimientos inesperados quizá o bien, ya predestinados en nuestro inconciente, la vida puede cambiar para siempre. Un amigo, que me invitó un café como excusa para dialogar un rato, fue el protagonista de esta historia.
Nada hacía presagiar lo que sucedería a continuación. El bar estaba casi desierto y era comprensible. Era la hora de la cena más que del aperitivo. El mundo se rige por convenciones no escritas y las ocho y algo de la noche invita a estar en casa, sentados alrededor de una mesa, compartiendo la comida con la familia. De todos modos, y no por llevar la contra, sino por una cuestión de coincidencias horarias, desafiábamos uno de los pilares de la sociedad, ubicados frente a frente, mientras el mozo nos servía un café, junto a un platito de amarettis como cortesía de la casa.
Agradecimos como corresponde y entre palabra y palabra fuimos bebiendo el café y desapareciendo de a poco los amarettis.
Algo angustiaba a mi amigo y con razón. Un estudio médico no había dado bien y en pocos días más debía someterse a una operación para determinar que era lo que estaba apareciendo en las placas que le habían realizado. Me contó de su ansiedad, del trauma que representaba aquello en el seno de su familia, pero sobre todo, del miedo que lo embargaba en los últimos días.
- ¡Vamos Cacho, que no es la muerte! - le dije con intenciones de levantarle el ánimo - Que hoy en día todo el mundo se opera por cualquier pavada, para sacarse un lunar que queda feo, para quitarse várices, para ponerse tetas, para sacárselas, cirugías, imaginate...
Me dijo que ya lo sabía, pero que igual estaba cagado hasta las patas. Utilizó esas palabras, las únicas que servían para graficar su estado. Se ponía pálido al contarme los detalles de la intervención. Por lo visto se había hecho explicar muy bien. O macaneaba, mandándose la parte. Una de dos. Pero me inclinaba más por lo primero. Cacho no era de exagerar. De todas formas, no tenía la mesura que lo caracterizaba. Estaba alterado y eso también lo comprendía.
De repente, tomó un sobrecito de azúcar. Un segundo antes había apartado la taza vacía hacia un costado. Había apurado el café con ganas. Mi taza, en cambio, estaba yendo nuevamente camino a la boca, para beber otro sorbo.
Con el sobrecito de azúcar lleno en su mano derecha, me miró directamente a los ojos.
- Norberto, no me queda mucho tiempo. Esa operación me da mala espina. Fijate bien - me dijo y con el sobrecito apartó cinco amarettis en el mismo plato donde estaban - Prestá atención. Hoy es miércoles. Todavía le quedan unas horas. Me operan el lunes, es decir, tengo...
Movió su brazo izquierdo hasta que la mano con el sobre de azúcar volvió sobre el plato de amarettis. Señaló al primero del grupito que había apartado y lo empujó con el sobre hacia un sitio vacío.
- Jueves - pronunció en voz alta.
De inmediato separó otro amaretti y lo situó justo delante del anterior.
- Viernes - afirmó.
Fui entendiendo, estaba contabilizando los días que le quedaban por delante antes de la operación quirúrgica.
Repitió el procedimiento para el sábado, domingo y lunes, conformando finalmente una fila.
- Ahí está. Mirá bien, me quedan cinco amarettis de vida.
Creo que reí bien fuerte. Digo creo porque casi de inmediato, al ver el rostro furioso de Cacho, me puse serio.
- ¿De qué te reís pelotudo?
Le pedí disculpas.
- Es que dijiste que te quedaban cinco amarettis de vida, supongo que eso me dio risa.
- Y si, son cinco ¿no ves? Entre este amaretti y la mitad de aquel, tengo que tomar una pastilla. Y ya desde acá, tres cuartos del penúltimo amaretti, tengo que dejar de comer y tomar líquidos. Y más o menos por acá, entre esta grieta y esta otra, me operan.
Hice el esfuerzo y logré suprimir otra carcajada. Cacho continuó como si nada.
- El tema es que son muy pocos amarettis. Tengo una pila de cosas para hacer. Ordenar la casa, principalmente. Debo ser precavido Norberto, por más positivo que sea, tengo que dejar todo en orden. ¿Comprendés? Y cinco amarettis, la verdad, son una cagada. Es muy poco.
Asentí en silencio.
Cacho manoteó los dos primeros amarettis de la fila y se los mandó a la boca. Los masticó con fruición. Entonces hice el comentario que cambiaría todo.
- Cacho, mirá que sos gil, te comiste el jueves y el viernes, ahora vas a tener menos tiempo.
Mi amigo puso los ojos como dos pelotas de tenis y quiso escupir lo que tenía en la boca. Lo único que logró fue dejar caer un pastiche marrón sobre la mano.
- ¡Me cago en mi puta madre! - gritó - Norberto, ayudame por favor, me mandé una terrible ¡cómo carajo se supone que haga ahora!
- Tranquilo Cacho, como para que después no me ría. No te das cuenta que solo eran dos amarettis.
- ¿Sólo dos amarettis? ¿Vos me estás cargando? Tenía cinco por delante y ahora me quedan tres y me decís casi con sorna que solamente eran dos.
- Pero Cacho, eran dos amarettis. Ejemplificaban los días, lo que no significaban que lo fueran...
- ¡Claro que lo eran! Esos dos amarettis eran jueves y viernes y ahora ya no los tengo.
- Cacho...
- No estoy loco Norberto. Fijate tu reloj, que día es.
- Miércoles.
Se arremangó la camisa y estiró el brazo hacia donde estaba.
- ¿Y bien? ¿Qué dice mi reloj?
- ¡Qué va a decir! Dice... - tuve que observar otra vez, incrédulo - dice sábado.
- ¡Ves! ¡Te das cuenta! Perdí dos amarettis. Disculpame Norberto, pero no debería estar acá. Tengo mucho por hacer y me quedan apenas tres amarettis.
Se puso de pie, tomó los amarettis, los metió en el bolsillo de la camisa, se me acercó, me abrazó como si fuera la última vez y salió raudo hacia la calle.
Me quedé en silencio, con tan solo el sonido del bar de fondo, pero un sonido muy suave, muy lejano, mientras me perdía en mis propias reflexiones, intentando entender todo aquello. Miré el platito y solo quedaban unos pocos amarettis, de los que Cacho no había tocado. Los contemplé varios minutos. Eran amarettis y nada más. O al menos, lo eran hasta hacía un rato. De pronto no quise comer más. Pagué la cuenta, dejé la propina debajo del servilletero y enfilé hacia la puerta. Pero por alguna razón que aún no comprendo, volví y tomé todos los amarettis que habían sobrado. Los metí en el bolsillo del pantalón y regresé a casa.
Los guardé dentro de una cajita con candado. Temo que no sean lo que sé que son. Temo que las cosas dejen de ser lo que creemos que son.
Por las dudas tiré la llave.

7 comentarios:

mariarosa dijo...

Waww... como nos sugestionamos con pequeñas cosas.
Linda historia, muy bien narrada, pero por las dudas, desde hoy no como más amarettis.

mariarosa

SIL dijo...

Netito tu imaginación no tiene límites.

Hacer de lo trivial algo trágico y espantoso, con la simple textura de una anécdota es privilegio de pocos.


Abrazo.



SIL

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Creo el amigo aludido sí era de exagerar. Como para confundir una metafora con aquello representado.

Con tinta violeta dijo...

Imaginación desbordante, como siempre. Yo no los probaré, por si acaso...
Besos!

Sebastián Elesgaray dijo...

Que bueno encontrar unos minutos para comentarte. Te sigo leyendo, pero cuesta hacerse un tiempo para dejar unas palabras.
Me encantó Neto: que de algo pequeño salga una situación tan fuerte como los días de vida que pueden llegar a quedar.
Saludos.

Juan Esteban Bassagaisteguy dijo...

La cotidianeidad mezclada con lo tétrico de tu fantasía, en dosis perfectas.
¡Excelente, Netomancia!
Saludos...

José A. García dijo...

Años sin probar un amareri, me diste una idea muy buena para ir al supermercado.

Buen cuento, eso también, claro.

Saludos

J.