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4 de agosto de 2012

El puestito de la esquina

El hombre tenía un puestito de choripanes en la esquina de la cancha. Trabajaba muy bien cada domingo, porque los dos clubes de la ciudad jugaban allí y se alternaban la localía. Salvo los meses de verano y un par de fines de semana en el invierno, cuando no había fútbol, el humo de las brasas se alzaba como un fantasma cada tarde.
Pocos podían precisar con exactitud desde cuando el hombre montaba su puesto antes del mediodía, con esa parsimonia ya por todos conocida. Se iba cuando caía la tarde, desprovisto totalmente de su mercadería y a cambio, con los bolsillos gruesos. Su presencia era una postal, un latiguillo de los días domingos.
Era de poco hablar, le bastaba con dar los precios y saludar al cliente cuando se iba. Algunas veces se le han quedado al lado muchachos que hacían tiempo, esperando la llegada de otros para entrar a la cancha, y juran que por más temas que le sacaran, apenas si contestaba con monosílabos.
De todas maneras, quien se acercaba al puestito no era para dialogar, sino para comprarse un choripán. Le salían sabrosos, en parte porque el chorizo era muy bueno. El gusto picantón quedaba bailoteando en el palador, largos minutos después de haber sido devorado.
También fracasaron los que intentaron alguna vez sacarle el dato sobre la procedencia del embutido. Ni siquiera la calle de la carnicería, nada. Con los años algunos aventuraron que eran caseros, que el propio hombre era el que faenaba en su casa y luego los vendía en el puestito, con pan y adherezos.
Pero el interés llegaba hasta ahí, porque nadie jamás se dignó aunque sea de seguirlo, como para poder matar la curiosidad. Y entonces, el domingo que el hombre no apareció a la hora de siempre, los habituales concurrentes a la cancha y también vecinos de la zona, se vieron preocupados.
- ¿Le habrá pasado algo? - preguntaba Clotilde, la esposa del boletero, mientras barría la vereda que daba al frente de la cancha.
- ¿Había faltado alguna vez? - quiso saber Euclides, su vecina.
Sabían que no, mientras hubo partidos, el hombre nunca había dejado de asistir con su puestito de choripanes.
Se acercaron a preguntar incluso integrantes de los planteles, directivos y hasta la terna arbitral. Pero los hinchas que iban entrando, la policía que custodiaba la calle y los vecinos, no sabían que respuesta dar, ni siquiera a ellos mismos.
- ¿Nadie sabe donde vive? - preguntó alguien a la pasada.
El silencio fue la única respuesta, más allá de un intento de protagonismo de alguno, que amagó con un "yo lo vi una vez doblar la otra esquina", conciente que con eso no aportaba nada, para luego quedarse callado.
No había humo en el aire, ni olor a chorizo asado. Fue extraña esa tarde, como de velorio. Cuando los equipos entraron a la cancha, las hinchadas se olvidaron de los papelitos. Los jugadores incluso, miraban el terreno de juego y pateaban con bronca las pocas matas de pasto que sobrevivían al invierno.
El árbitro se adhirió a la tristeza generalizada y pidió un minuto de silencio que fue cumplido con extremo rigor. Ni siquiera los pájaros piaron en los árboles adyacentes a la cancha. Cuando el juez pitó para que se iniciara el cotejo, el silencio era tal que el sonido del balón al ser impactado con suavidad hacia delante resonó en el aire, como si hubiesen hecho un disparo.
La tarde transcurrió gris, angustiada y el resultado fue solo una anécdota.

3 comentarios:

Con tinta violeta dijo...

Curiosa la historia. Parece ir a la contra de lo que sucede en esta sociedad. Ahora prima el "a rey muerto rey puesto"...si un falta otro le sustituye y se acabó.
Pero todos merecemos ese minuto de recuerdo y algo más.
Abrazos!

SIL dijo...

Hay postales, hay olores, hay sabores, que no tienen reemplazo posible, y solo ameritan minutos de silencio y duelo.

Habitan- para consuelo - en la memoria de aquellos que lo vivieron.



Abrazo.



SIL

Juan Esteban Bassagaisteguy dijo...

Todos los condimentos que un muy buen cuento futbolero debe contener.
A los que nos apasiona el fútbol, encontramos en "El puestito de la esquina", tu cuento, un remanso del mejor.
Te felicito, Netomancia.