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13 de agosto de 2012

A un kilómetro

El hombre cambiaba la rueda de su vehículo sobre un camino poco transitado. La última ciudad que había dejado atrás había sido cinco horas antes y ya ni recordaba el nombre. La llave cruz dio el último ajuste y se puso de pie. Le dolía la espalda por el esfuerzo y haber estado en esa posición tanto tiempo.
Habían sido minutos, pero debido a su exceso de peso, le habían parecido siglos. Se limpió las manos en los pantalones, previendo ya los reproches de su mujer cuando los viera.
- Si me dice algo, la mando a cagar. Hubiese cambiado ella la goma - le dijo a nadie en particular.
Se subió al coche y cuando lo estaba por poner en marcha, se percató del cartel que estaba unos cien metros adelante. Se apeó del vehículo y se acercó unos pasos, para asegurarse que estaba leyendo bien.
"Tu muerte está a solo 1 km de aquí" rezaba la señalización vial, sobre fondo verde y letras enormes blancas.
Torció la boca en una mueca, pero no supo discernir si era de gracia o de miedo.
- ¿Qué carajos?
Le pareció escuchar su voz repetirse en el aire, una y cien veces. No había colinas, ni cerros, ni sierras y mucho menos montanas que pudiesen haber ocasionado un eco. Giró en redondo buscando figuras extrañas que le estuvieran jugando una broma. Chicos de la zona, adolescentes sin otra cosa mejor que hacer o incluso, algún paisano chambón con tiempo al cuete.
Pero nada. El lugar sorprendía por su calma. De un lado el camino por el que venía, a los lados el interminable campo de la llanura argentina y delante, la continuidad de la ruta y aquel letrero hecho por algún imberbe.
Se amonestó mentalmente, porque consideró que estaba haciendo conjeturas propias de alguien que no tiene ni dos dedos de frente. Y el era todo un ingeniero, que si bien no ejercía, al menos había llevado el título a la pared de su casa. Podía tratarse de un bar u otro tipo de lugar llamado "Tu muerte".
El hombre sabía al mismo tiempo que se estaba engañando. Volvió al coche y hurgó en la guantera. Sabía que en alguna parte había un mapa. Estaba intacto dentro de una bolsa de nylon. La misma con la que lo había comprado. No lo había usado nunca.
- Para qué, si me conozco todos los caminos - afirmó sin esperar respuesta de nadie.
Lo desplegó sobre el asiento del acompañante y tardó varios minutos en ubicar donde estaba. Calculó el tiempo que había tardado en cambiar la goma, el paso por la última ciudad y con el dedo fue trazando un recorrido imaginario sobre la línea de la ruta que transitaba. Estaba en medio de ninguna parte. Según sus cálculos le faltaba bastante para llegar al poblado más próximo. Y en ninguna parte figuraba algo llamado (aunque sea parecido) a "Tu muerte".
Su mujer solía decirle que no debía andar por caminos alternativos, que debía utilizar las rutas más conocidas. No entendía que para él manejar era un placer y que parte del encanto estaba por recorrer hasta el último kilómetro de ruta existente. Al menos a su alcance, por supuesto.
Volver hasta la ciudad anterior le demandaría lo que quedaba de sol. Tendría que quedarse a descansar en ese pueblo y la día le disgustaba. Prefería seguir adelante y en tres horas llegar al pueblo donde debía dejar la encomienda.
Maldijo el día que había aceptado ese envío en particular. Justamente había dicho que si porque no era su zona y le parecía interesante hacer el viaje.
- Interesante y la concha del mono - farfulló entre dientes, mientras prendía un cigarrillo.
Encendió el motor y aceleró de a poco, con temor. Un kilómetro era rápido de alcanzar. Pisó el freno. El coche se detuvo en el camino. El sol pegaba sobre el capó y lanzaba destellos apagados hacia el vidrio. Volvió a poner en marcha el auto y pegó un volantazo hacia la derecha girándolo por completo hasta apuntar hacia donde había venido.
- Qué se cague el infeliz ese, el paquete se lo entregará mengueche. Ya es muy tarde como para seguir perdiendo el tiempo. Me vuelvo directo para casa y a la mierda.
Emprendió el viaje de regreso, por donde había venido. Para su sorpresa, tras recorrer cien metros encontró un nuevo cartel. "Si usted no va a su Muerte, ella vendrá por usted". Y por primera vez en horas, dejó de hablarle a nadie en particular.

3 comentarios:

el oso dijo...

Ni se debe haber preocupado por la chanchada que dejó en el asiento...
Buenísimo, Neto!

SIL dijo...

No podemos escapar de ella, Netito.

Donde sea que huyamos, nos encontrará.


Abrazo grande.


SIL

Juan Esteban Bassagaisteguy dijo...

Espeluznante...
Gran final abierto.
Muy bueno, che.
¡Saludos!