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15 de abril de 2012

Llanto de noche

Se caía de maduro. Ya algo habían insinuado en la cena, pero ahora fue Susana la que se encargó de confirmar sus sospechas.
- Alicia ¿lo podés cuidar vos esta noche?
No podía negarse, era su sobrino. Le hubiese gustado que su hermano dijera como siempre que era una incapaz para todo y que entonces su cuñada recapacitara y olvidara la idea de dejarla a cargo del pequeño, pero lo dudaba.
Su hermano estaba empilchado para salir, lo mismo que ella. Ya no darían un paso atrás con sus planes. Y ella, además, estaba allí para servir a sus propósitos.
- Porque dijiste que no tenías planes Alicia, por eso pensamos en vos, sabés - le informó Susana, mientras terminaba de peinarse en el espejo de la habitación principal.
Y no, planes no tenía. Qué planes podía tener si se había peleado con su novio hacía una semana y todavía no habían vuelto a hablar. Y para salir con las estúpidas que tenía por amigas, mejor era quedarse en casa. Aunque la idea de ser niñera no era tentadora, al menos no se aburriría.
- ¿A que hora vuelven? - preguntó por las dudas, tampoco era cuestión de estar toda la noche en vela si el crío no se dormía.
- No muy tarde Alicia, no te preocupes, tratá que no extrañe, se duerme rápido - le dijo Susana.
Cinco minutos después, se habían ido. Aún resonaba el sonido del motor en la calle. Sola en la casa, sin sus padres, que estaban de vacaciones por el sur. Sola era un decir. Lo tenía en brazos a Ezequiel, su sobrino de año y medio.
- Bueno nene, vamos a portarnos bien ¿te parece?
Como si la entendiera, el bebé se agitó en sus brazos, sonriendo y pataleando. Ella río con ganas. Lo único que faltaba, pensó, que su sobrino comprendiera a esa edad.
Era temprano para acostarlo, pero lo suficientemente tarde como para encontrar alguna película buena en la tele. Y la combinación sobrino y televisor no le resultaba atractiva.
Lo meció con calma, susurrándole una canción de cuna al oído. En realidad no sabía si así era la letra, pero recordaba la melodía de cuando era pequeña. Los minutos pasaban y el crío tenía los ojos más abiertos que una lechuza en plena noche.
- Vamos Eze, cerrá los ojitos - le pidió casi en una súplica.
Pero Ezequiel en lugar de hacerle casos, comenzó a hacer berrinche. Si algo odiaba Alicia era justamente eso. No soportaba el llanto de los bebés.
- No Eze, no seas caprichoso - rogó la joven.
Pero el niño estaba a sus anchas. Con el llanto había ganado toda la atención y ahora Alicia lo paseaba por la casa, mientras pensaba en como hacerlo callar.
- No me vas a ganar - le decía en voz muy baja de vez en cuando, entre estrofa y estrofa.
Media hora más tarde, el niño dormía plácidamente. Lo dejó en la cuna y respiró tranquila. Al fin. Miró la hora y se dio cuenta que no había pasado mucho tiempo. Todavía le quedaba gran parte de la noche por delante. Pero al menos podría ver si pasaban alguna película buena.
Encontró una, que si bien no era de su pleno agrado, había ganado el Oscar. Ese rótulo era suficiente para aplastarla en el sillón, con los pies sobre los almohadones y un vaso de gaseosa en el suelo.
Pero la paz duró un cuarto de película. Otra vez el llanto, proveniente de la habitación.
- Mi Dios, que noche me espera - protestó en tanto se ponía de pie.
Avanzó con velocidad hasta la cuna y se detuvo bruscamente.
- ¿Ezequiel? - llamó.
La cuna estaba vacía y las sábanas apenas si se veían arrugadas.
- ¿Eze? - buscó con la vista y encendió el interruptor de la luz - ¿Eze?
El llanto a su espalda la hizo girar con brusquedad, sobresaltada y terminó doblándose el tobillo. Emitió un breve grito de dolor y se tendió en el piso alfombrado.
Barrió con la mirada aquella zona de la habitación, donde había escuchado a Ezequiel llorar, pero solo divisó sombras.
- ¡Vamos Ezequiel, no jugués conmigo! ¡No ves que me lastimé el tobillo! - con cierto esfuerzo y asiéndose de la pared, se puso de pie. Entonces su sobrino volvió a llorar, ahora proveniente de otro rincón.
Alicia sintió un escozor en la piel y en el estómago. Si todavía no podía imaginarse como había hecho para escapar de la cuna, menos podía pensar la manera en la que iba de un lado a otro del lugar, sin que ella se percatara.
- Ezequiel, no es gracioso - dijo, más que nada para sentirse acompañada por su voz.
Se dirigió hacia la pared desde dónde había venido el sonido del nene. Pero allí no estaba. El llanto volvió a ocurrir, ahora desde el otro lado. Ella no dudó un segundo y a grandes pasos se aproximó hasta el sitio de donde provenía el gemido. Una pared vacía la recibió con frialdad. Aquello le estaba empezando a dar miedo.
Ahora volvió a escucharlo cerca de la cuna y no solo era el grito agudo, sino que también podía distinguir el sonido de los barrotes de madera al ser zamarreados con fuerza.
Corrió hasta llegar al sitio donde lo había dejado un rato antes. Las sábanas apenas arrugadas, Ezequiel ausente.
Fue entonces que sonó el timbre del teléfono. Repiqueteó dos veces hasta que ella consideró que aquello era real, que alguien estaba llamando. Levantó el tubo apresurada y agitada.
- ¿Hola? - dijo bruscamente.
Del otro lado de la línea se hizo un silencio. Luego una mujer preguntó:
- ¿Alicia, sos vos? ¿Qué pasa cariño?
Era Susana. Por Dios, era Susana. Querría saber cómo estaba Ezequiel, si ya se había dormido... sintió que le bajaba la presión, que todo le daba vueltas, pero se aferró al teléfono.
- Susana... ¡no puedo encontrar a Ezequiel, por Dios! ¡Está llorando, pero no lo encuentro!
Otra vez el silencio en la conversación. Un balbuceo del otro lado, un comentario por lo bajo quizá. Y luego ella, su cuñada, con voz firme.
- Alicia, mi amor. Ezequiel está con nosotros. ¿Segura que estás bien? Le pido a tu hermano que vaya a verte...
- ¿Cómo... cómo que está con ustedes? ¡Si me lo dejaron al cuidado! ¿En qué momento vinieron a buscarlo?
- Alicia, escuchame, tu hermano ya sale para allá, calmate por favor.
- ¿Cuando regresaron a buscarlo? Susana, oíme, yo me puse a ver tele y...
- Querida, no fuimos a tu casa. ¿Querés calmarte?
- Pero... vinieron a comer porque mamá y papá están de vacaciones, para hacerme compañía.
- Alicia, por favor, no empieces, tu hermano ya salió para allá. Sabés que tus padres murieron hace dos semanas. No es bueno que te quedes sola en esa casa. Ahora te venís con tu hermano y te quedás...
- Esperá Susana, ahí está ¿Lo oís? ¿Oís como llora?
- Alicia...
- Creo que Eze está abajo, en el sótano.
- Alicia, Eze está...
- Te corto, pero ya te llamo, ya te llamo, apenas lo encuentre, te llamo...
- ¡Alicia!

Se caía de maduro.
Nunca volvió a llamar.

7 comentarios:

SIL dijo...

Qué bueno, Netito!

Horriblemente bueno, permítaseme el oxímoron.


Abrazo inmenso.

No debiera yo andar leyendo estas cosas sola acá abajo y a esta ahora...


Si alguno de los mellis llora arriba en este preciso instante no doy garantías de volver a llamar yo tampoco jaja. :)))) ;)
:)


SIL

Anónimo dijo...

Espeluznante y demoledor, la atmósfera en la que vas introduciendo al lector es excelente.

Saludos desde el sur

mariarosa dijo...

¡¡Mamita!!

Neto que susto. Que buena historia, me encantó.

Un beso.

mariarosa

el oso dijo...

¡De esas que te erizan los vellos cervicales!
Neto en estado puro.
¡Excel!
Abrazo

Mannelig dijo...

En la mejor tradición netomántica, ya lo creo.

Juan Esteban Bassagaisteguy dijo...

¡Buenísimo!
Ese cambio de atmósfera a mitad de relato te atrapa con todo, te deja boquiabierto, y de allí al final todo va in crescendo, sin pausas.
Muy, muy bueno.
¡Felicitaciones!

Anónimo dijo...

Sil encima tenés mellizos ❤��