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21 de abril de 2012

La mesa de los amigos

El silencio era espantoso. Se escuchaba únicamente el sonido de los pocillos vacíos que regresaban a la barra o las bandejas de metal que llevaban o traían pedidos en las manos de las mozas hasta las mesas de afuera. Una sola mesa estaba ocupada en el interior y era la de ellos, la que siempre utilizaban, bien pegada a la ventana que daba a la avenida.
Los cinco permanecían callados, observando sus propias tazas o levantando la vista de vez en cuando para observar por la ventana. Pero ni siquiera cuando pasaba alguna mujer que les llamara la atención, hacían comentario alguno.
Cada tanto algún carraspeo, tos o movimiento desafortunado de un brazo golpeando la mesa o una taza, rompía la monotonía. Pero era un instante.
Hasta unos días antes, se animaban a cruzar miradas como preguntándose que era lo que pasaba, pero ahora ni siquiera eso. Parecían cinco desconocidos sentados en la misma mesa.
Cada uno recordaba cuando debían pelearse para poder hablar, queriendo todos contar algo al mismo tiempo. O las discusiones sobre fútbol, música, cine, mujeres o política, que los tenían horas y horas perpetrados en esas sillas, alrededor de la misma mesa.
Ninguno era capaz de asegurar el día exacto en el que los temas de conversación se acabaron. Sucedió de pronto, como si fuese algo inevitable. Primero habían sido baches entre tema y tema, luego la falta de acotaciones reduciendo todo a simples monólogos.
De un momento a otro dejaron de molestarse en abrir la boca. Ni siquiera le hablaban al mozo, que ya conocía sus gustos de tantos años concurriendo. Unas señas bastaban.
Llegaban, se acomodaban en sus sillas, esperaban el café, lo tomaban con calma, permanecían en silencio un par de horas y luego, de a uno, comenzaban a marcharse. No había saludos ni despedidas. Algunos gestos de cabezas y nada más.
Esa tarde Carlos no lo soportó más. Quería dejar de escuchar cubiertos que se golpeaban entre si. Necesitaba una historia, una anécdota, una refutación, algo. Quería palabras y que las mismas llegaran de sus amigos.
- ¿Alguien me quiere decir por qué dejamos de hablarnos, por qué motivo esta mesa es una sombra de lo que fue? - dijo enérgico, posando la vista en cada rostro amigo alrededor de la mesa.
Solo un par levantaron la mirada, pero la sostuvieron muy pocos segundos para luego enfocarlas otra vez sobre sus pocillos. Carlos esperó cinco minutos y al no obtener respuesta alguna, bajó la vista de la misma manera para concentrarse en su café.
Lo bebió de a poco, sin apuro. El silencio era tal que podía escuchar el líquido bajando hasta sus entrañas.
Aquello era espantoso, pero no podía remediarlo. Al menos estaban allí, respetando la rutina. Menos mal, se dijo. Ignoraba que sería de sus tardes, de disolverse ese grupo.
Permaneció en silencio, hasta que supo que era la hora de partir.
Se fue sin saludar. Tampoco nadie lo saludó.
La ciudad con su bullicio se lo devoró del otro lado de la ventana.

2 comentarios:

Con tinta violeta dijo...

impactante ¿que paso? Una buena dosis de realidad. Cada día un mundo mas gris se está apoderando de las mentes de todos...
Me gusta.
Besos!

SIL dijo...

Sí. Tiene razón Paloma, ese silencio es como una epidemia que no sólo afecta mesa de amigos, afecta mesa de familias, y otros lugares de la casa... y es directamente proporcional al caótico ruido externo.
Es el mismo monstruo de dos cabezas, que se llama Rutina.




Un abrazo grande, Netito.


SIL