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5 de julio de 2011

El olvidado Buriel

La historia de Buriel es trágica. Ignorado en la actualidad, fue un gran compositor de los años 40 y 50, en el siglo pasado. Quedan sus composiciones en la memoria de los pocos que alguna vez la escucharon y sobreviven a los años. Y cuando decimos pocos, nos quedamos cortos en la apreciación.
Se formó en el conservatorio, con mucho empeño y entusiasmo. Se graduó con honores y muy joven, deslumbró a propios y extraños con su destreza en el piano, su claridad para componer y un carisma pocas veces visto.
Las salas de la ciudad se venían abajo en cada presentación. Debía repetir sus funciones, una y otra vez, casi hasta el hartazgo. Buriel era inmenso y del otro lado del océano su nombre despertaba pasiones como ningún otro en las últimas décadas.
Pero en Europa estalló la guerra. Buriel perdió la chance de cruzar el charco. Pero no se resignó y se propuso conquistar América. Escribió partitura tras partitura, todas de una delicadeza celestial. Los estrenos eran un éxito asegurado. No importaba qué compusiera, todo era maravilloso.
¿Cuál era el techo para el talentoso joven? Si incluso las mujeres más adineradas del país se rendían a sus pies, obsesionadas por su música y también, por la misteriosa atracción. Pero de todas ellas, fue Carmen la que le dio un vuelco a su corazón.
Durante el noviazgo, de cinco meses, compuso tres de sus mejores obras. Luego se casaron. Otras composiciones llegarían en aquel feliz momento de su vida. Pero luego ocurrió el accidente en aquel teatro y ya nada fue igual.
Dicen los que estaban disfrutando de su presentación al mando de la orquesta de cámara provincial, que se sintió un ruido que hizo temblar las cuerdas y anuló los vientos. Y tras aquel sonido, el sector de plateas altas se derrumbó como una torre de naipes. Bajo los escombros, el propio Buriel sacó el cuerpo sin vida de su preciada Carmen.
El músico cayó en la oscuridad. Sus notas se volvieron dramáticas, sin un ápice de felicidad. Inundó sus obras de percusiones, relegando los violines y los instrumentos de viento. Sobre el piano ejecutaba piezas que parecían extraídas de las ultratumbas. Su cuerpo también parecía poseído, encorvado sobre las teclas, ocultando de la gente su rostro pálido, envuelto en lágrimas.
Los teatros dejaron de convocar a Buriel. El otrora éxito, era ahora un rechazo tácito de la audiencia. Las butacas vacías se habían vuelto una característica impensada en sus conciertos.
Se dedicó a la bebida, encerrándose en su enorme y solitaria mansión en la que permanecía semanas componiendo, aunque ya ninguna de sus obras, antiguas e inéditas, volvió a ser ejecutada. Razón por la que no queda registro alguno de las mismas, salvo el recuerdo de algún espectador o la mención en periódicos de la época.
Pero la desgracia que terminó con su vida, fue la prematura sordera que lo atacó a los treinta y cinco años de edad. Agobiado por la soledad, el dolor de su corazón incompleto, aquello fue la gota que colmó el vaso. Los médicos diagnosticaron una infección. La misma empeoró y a los pocos meses, no podía escuchar.
Quería componer, pero no le bastaba la música en su mente. ¡Necesitaba escuchar su música! Era un horror ver como las teclas del piano subían y bajaban bajo sus dedos entrenados y sin embargo, todo era silencio. Gritaba de bronca, pero incluso el grito era irreal. ¿Lo había dado? ¿En el caso del piano, estaba sonando?
Se recluyó por completo en su hogar. Le temía a la locura, no obstante, siguió componiendo, a pesar de no escuchar. Intentó vender esos trabajos, pero nadie los quería. Las partituras se fueron añejando, sus dedos perdiendo movilidad y su corazón, marchitando.
Una mañana despertó escuchando el sonido de su piano. Pensó que era un sueño. Aún creía que lo era y casi estaba convencido, cuando tras ponerse los pantalones y correr hasta el estudio, vio a su mujer Carmen, sentada en el taburete, tocando con armonía y destreza.
¡Carmen! dijo con felicidad e incluso escuchó su propia voz. Acercó otro asiento a la par de su mujer y como si toda a vida lo hubiesen hecho, tocaron a cuatro manos.
La melodía era dulce, veloz y tan suave como el algodón. Si, cómo no recordar esa obra. Se había inspirado en ella para componerla. Se sintió envuelto por una tibia sensación, como si lo hubiese abrazado un ángel. Miró a su lado y la contempló: estaba radiante, como si nunca...
Sus manos se detuvieron. Ella siguió tocando. No podía ser, no podía ser ella. Ella estaba...
Se puso de pie y corrió hasta su habitación. Allí se encontró. Estaba en la cama, con la cabeza ladeada y los ojos abiertos. Su cuerpo no respiraba.
Suspiró resignado. Aquella vida había terminado. Desde el estudio, la música lo llamaba. Miró ese ser avejentado por última vez y volvió con Carmen. Y desde entonces, la música sigue sonando misteriosamente en la vieja mansión, aunque nadie la escucha. Solo dos seres que nadie puede ver ni aplaudir.
El olvido y la tragedia enterraron su nombre. Sus dos amores le dieron la vida eterna.



Cuento escrito especialmente para Revista Tintas, publicado en el número de marzo/abril, cuya temática fue "la música".

12 comentarios:

Mixha Zizek dijo...

Neto
Tu relato lo leí de un tirón porque quería saber más y más. Una trágica historia pero muy bien narrada. Me quedé trsite por el final pero al final dentro de su locura fue feliz.
Me recordaste a Ligeia de Poe, me encanta tu relato, un abrazo

Netomancia dijo...

Doña Mixha, muchas gracias. También me gusta mucho este cuento, tiene un tinte trágico y al mismo tiempo, feliz si miramos a través de los ojos de esa búsqueda eterna, añorada, que a veces quisiéramos realmente exista. Saludos!!!

Lillie Evan dijo...

Hermoso.

Con tinta violeta dijo...

Romántico y eterno. En medio de la desgracia hay un segundo para la esperanza y la ternura.
Me encantó. Eres especialista en los dos extremos Neto!
Besos!!!

SIL dijo...

Siempre dejás ver una luz a pesar de lo oscuro que describís el túnel.

Una lección de vida.

Es preciosa la historia, está llena de imágenes inolvidables, como el derrumbe en el teatro, o el despertar mágico del ¨segundo después¨de su muerte.

:D

Beso grande

SIL

Netomancia dijo...

Doña Lillie, muchas gracias! Saludos!

Doña Tinta, a veces se puede escribir sobre la muerte evitando la sangre, vio. Ja. Gracias! Saludos!

Doña Sil, chas gracias, me gustó esa primera oración del comentario. Una alegría que gustara. Saludos!!!

mariarosa dijo...

Que bella historia. El amor más allá de la vida y la muerte. No solo me gustó, me emocionó.
¡¡Aplausos!!

mariarosa

Netomancia dijo...

Doña Mariarosa, muchas gracias. Me alegra haberla emocionado con este texto. Saludos!

Camilo dijo...

Historia de final feliz. Ha tenido que sufrir tanto para poder reencontrar lo que amaba: la música y Carmen. Solo se ennegrece su final porque jamás serán escuchados.
http://idasueltas.blogspot.com/

Netomancia dijo...

Don Camilo, muchas gracias. Quizá en ese silencio final esté la verdadera magia. No necesitan nada más, que estar juntos. Un abrazo.

Centro Literario Cristina Villanueva dijo...

Orgullosos de haberlo publicado :D
Abrazos, Kevin!

Netomancia dijo...

Kevin, muchas gracias!!! Es uno de los cuentos que más me gustan de los que escribí. Y una alegría que haya nacido a partir de una consigna que me diste para ese número de la Tintas.
Un gran abrazo!