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20 de noviembre de 2010

Un héroe que no lo supo

Grandes hombres y mujeres han recorrido los caminos de la humanidad, dejando su huella en la historia. Como suele decirse, han forjado el destino de la raza. Sus nombres nos resultan conocidos y a muchos de ellos, los admiramos sin siquiera saber con certeza cuáles fueron sus actos.
La historia de Antonio Corrales en cambio es tan sencilla y anónima que podría escribirse en el reverso de un boleto de colectivo de línea. No obstante, es importante.
Aquella mañana, de aquel día en el que sucedió todo, salió de su casa casi dormido, como tenía por costumbre. Barrendero municipal por opción y pereza, pues se anotó para dichas tareas por estar el formulario para dicho puesto en la oficina más próxima a la entrada, buscó sus elementos de trabajo y subió al camión que lo llevaba a diario hasta sus calles.
Apenas si el sol escupía sus primeros matices por sobre los árboles y los pájaros inundaban el aire con su cantar potente y armónico. Antonio empujaba con el escobillón las hojas, que se iban apiñando en un grupo homogéneo, cada vez más grande.
Cada tanto se detenía, tomaba una pala y cargaba las hojas en ella, para luego volcarlas en el enorme contenedor que cada cuadra tenía para tal fin.
Hasta allí, un día común. Salvo un par de coches que pasaron a su lado por la calle, mientras limpiaba, el lugar era un desierto en medio de la ciudad, y las edificaciones, modernos oásis que sin embargo no llamaban su atención.
El hecho ocurrió cuando se disponía comenzar a barrer la segunda cuadra a su cargo. Un hombre dobló por la esquina, apresurado. Llevaba una bolsa negra colgada al hombro y aspecto desagradable. Antonio no supo que era lo que le llamaba la atención de ese sujeto, ni tampoco el motivo por el cual en lugar de seguir haciendo su trabajo, se quedó observándolo fijamente.
Sea como fuese, el hombre se dio cuenta que Antonio lo miraba con recelo. Bien pudo haber seguido su marcha, pero sin embargo, molesto por la forma en la que el barrendero lo observaba, bajó a la calle y lo increpó.
- Qué mirás, eh, decime. ¿Tengo monos en la cara?
El tono de voz elevado y hasta histérico no amedrantó sin embargo a Antonio Corrales. Apoyado en su escobillón, lo miró de los pies a la cabeza y con voz serena y hasta, podría aventurarse, provocativa, contestó:
- ¿A quién te comiste, piscuí?
El rostro algo nervioso del hombre del bolso colgado al hombro se contrajo en una mueca de disgusto y sin pensarlo dos veces, arrojó un puñetazo en dirección al humilde barrendero. Antonio, de habitual andar cansino, sorprendió al agresor esquivando el golpe y propinando un inesperado contraataque merced a un arma que no estaba en los planes de ninguno: el escobillón.
Un movimiento brusco y rápido hacia delante, apuntado milimétricamente entre las piernas del hombre del bolso, impactó con violencia en la denominada zona baja. El agresor cayó de rodillas, tomándose con ambas manos el lugar donde Antonio le había asestado el golpe.
Cuando parecía que la riña estaba sentenciada, el barrendero vio como el hombre, con una mano, sacaba del cinto del pantalón un pequeño revólver. No dudó. El palo del escobillón se quebró en dos al golpear con fuerza malsana en la cabeza del sujeto que pretendía atacarlo con un arma.
Fue instantáneo. El hombre quedó nmóvil dos segundos y luego cayó con el cuerpo hacia atrás, mientras de la frente un tajo provocado por una astilla del palo del escobillón dejaba escapar un hilo de sangre, que de a poco se convertía en un verdadero manantial.
Antonio, estaba sorprendido, por la situación y el desenlace.
- Mierda, creo que lo maté - dijo en voz baja, como un silbido perdido en la brisa.
El barrendero miró hacia todas las direcciones y el lugar seguía desierto. Apuró entonces su accionar. Sin dudar, tomó al hombre y lo arrojó dentro del contenedor. De inmediato buscó otro escobillón y barrió con prisa las hojas y las fue tirando encima del cuerpo, hasta cubrirlo por completo.
Cuando más tarde pasara el camión a recolectar el contenedor, el ya no estaría allí y con suerte, las hojas serían quemadas esa misma tarde en algún basural de la ciudad.
Antonio no lo sabía, pero ese hombre iba a asaltar un banco esa mañana. Sus secuaces, al no aparecer a la hora señalada, suspendieron el atraco. Todos andaban armados y en sus prontuarios contaban con varias muertes en su haber.
El barrendero se convirtió así en un héroe anónimo, un tipo que evitó un hecho delictivo e incluso, quién sabe, salvó vidas inocentes. Sin embargo la historia jamás lo dejará asentado en sus anales. Ni siquiera Antonio se enterará de lo valioso de los actos de aquella mañana.
¿Es acaso justa la vida? ¿Cuántas personas como Corrales existirán que jamás podremos admirar? Es hora de comenzar a mirar a los barrenderos con otra predisposición y no asustarnos si ellos nos observan detenidamente. Lo heroico puede suceder al cruzar la calle. Nunca se sabe.

7 comentarios:

Nicotina dijo...

Esas miradas son unicas, uno nunca sabe si va a terminar a las trompadas o van a preguntarle la hora! Personajes así los vemos diariamente, por eso creo que sos de lo mejor, porque en todas partes cuando camino y veo esta gente, pienso si ya no escribiste algo al respecto, jajaa.. Lo peor de todo es que Antonio se muere de ganas de contarle a alguien lo que le pasó.. Excelente Pipi, me sentí muy identificado con el barrendero, es increíble.. Abrazo!

Netomancia dijo...

Mr. Nico, muchas veces nos preguntamos que pasaría si actuamos sin pensar, gobernados por el momento. Y pasarían cosas como al pobre Corrales, cuyo acto de heroísmo jamás será conocido, incluso, lo peor de todo, hasta tendrá miedo de jactarse de lo que hizo, porque está mal. Abrazo primo, venite algún fin de semana y hacemos un asado.

Nicotina dijo...

Como decir que no a semejante invitación, jaja.. Una vez presentada la obra, que me tiene preso acá en villa, me voy a dar una vuelta, yo llevo el Fernet..

SIL dijo...

Los héroes conocidos, los que trascienden, los que la historia se encarga de señalar, son la punta del iceberg del grupo héroes ignotos que desde siempre, han salvado al mundo.

Un abrazo Netito.

PD-
y gracias infinitas, gracias millones, gracias TOTALES, GRACIAS A LA ENÉSIMA POTENCIA, ETC.-


:)


SIL

Con tinta violeta dijo...

Me gustan los héroes anónimos...me dan mucha ternura y me recuerdan que todos los días a nuestro alrededor se producen pequeños milagros, por los que el mundo sigue girando, gracias a hechos como este y otros muchos...así que es justo que los recordemos aunque sea en la ficción.
Perfecto, querido Neto!
Abrazos!!!

Mariela Torres dijo...

Mi admiración para Antonio Corrales, ya no tan anónimo desde que vos contaste su historia.

Saludos.

Netomancia dijo...

Doña Sil, doña Tinta, doña Mariela, veo que el héroe anónimo ha despertado buenos comentarios. Mejor así! Me alegra!! Saludos!!! Y gracias!