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21 de septiembre de 2010

Los ojos celestes

Suelen decir que todas las obsesiones se remontan a la infancia y puede que sea así. Al menos en el caso de Epifanio Ricarte, eso es una afirmación.
Al mirar por primera vez a una mujer, Epifanio dirige su vista allí, a ese lugar tan inmaculado e importante para su memoria. Esa parte del rostro que brilla con luz propia, como dos faroles encendidos, que irradian fuerza y pasión. Los ojos. Epifanio no puede evitar mirarlos con detenimiento, como quién calcula el valor de una gema preciosa a través de un refractómetro.
Y son los ojos (y no otra parte del siempre hermoso entorno femenino) debido a una mujer. Su primer gran amor, aquel que siempre, como ley universal, no es correspondido. Le ocurrió a sus jóvenes diez años. Epoca difícil, de una nueva mudanza, otra ciudad, otro volver a empezar. Sin embargo el sol iluminó aquella mañana cuando mamá los llamó a él y a su hermana menor para que conocieran a Patricia, la nueva niñera.
Patricia era, a los ojos de Epifanio, la mujer más hermosa sobre el planeta, como cualquier primer amor lo es. Y justamente los ojos, eran aquello que ese niño más amaba. Por una cuestión de edad y de lógico desconocimiento, no eran otros de los voluptuosos atributos de Patricia los que le llamaban la atención. Solo esas dos hermosas perlas celestes, que en todo momento refulgían con vida propia desde esa posición privilegiada en tan angelical rostro.
Apenas si fueron seis meses de contacto con aquella chica, pero fue el tiempo más preciado de su vida. Podía pasarse horas mirando de reojo esa mirada inocente, rebozante de paz y amor. Y los ojos entonces permitían que la voz que de ese cuerpo se desprendía, dominara cada acción del suyo, acatando así toda orden, recado y solicitud que de su princesa amada fuese emanada.
La partida de Patricia, por entonces incomprendida, despertó en él sentimientos jamás antes vividos. Descubrió un mundo de infinita tristeza y comprendió que las plegarias siempre están de más a muy temprana edad. Las horas aletargadas por la agonía de su corazón marchito cubrieron de piedra la felicidad que por entonces ya añoraba, extraviada por siempre en ese par de ojos celestes que jamás volvería a ver.
Desde entonces, toda relación o contacto con una mujer partía de una base: ella debía tener los ojos celestes. No importaba cuál era el motivo, ya sea por estudio, encuentro casual en algún boliche ya siendo más joven o laboral una vez recibido, solo permitía el comienzo del diálogo si la misma poseía entre sus cualidades, los ojos celestes.
Su obsesión se había vuelto casi enfermiza, al punto de dejar de hablarle a su madre y su hermana. Tampoco visitaba a las demás mujeres de su familia, ninguna de ellas agraciada con el atributo esencial para Epifanio.
El niño creció y se volvió casi un ermitaño, de tareas rutinarias, de poco contacto social. Se lo vio muchas veces con mujeres, siempre de ojos celestes, hermosos, radiantes, pero nunca dos veces con la misma. Se hablaba que era un pervertido y que por eso lo dejaban. Otros decían que al contrario, era un imbécil y que por eso lo dejaban.
Epifanio sin embargo salía todas las noches a recorrer bares o cines, buscando esos ojos que tanto anhelaba. Se había vuelto un experto en reconocer el color de los ojos, aun si hubiese poca luz en el ambiente. Sus recorridos eran cada vez más extensos, y muchas noches terminaba exhausto tras haber recorrido infinidad de barrios, cosechando tan solo el sabor amargo del fracaso.
De vez en cuando se topaba con un par de ojos celestes e intentaba mitigar su alma destrozada con ellos, pero al cabo de unas horas, algo de charla, una cena, sexo y quién sabe que más, se daba cuenta que no eran los mismos, que no alcanzaban a saciar su sed, su necesidad de Patricia.
Entonces echaba mano a su navaja, la que guardaba bajo la almohada, y asestaba el movimiento de muñeca lateral que rebanaba el cuello en forma limpia y letal. Luego extirpaba sin torpeza los ojos celestes y los ponía a resguardo dentro de un frasco con formol, que más tarde, tras desprenderse del cuerpo, depositaba en su enorme refrigerador de cuatro puertas. La colección parecía la de un obsesivo. Cientos y cientos de francos, cientos y cientos de ojos celestes que parecían observarlo, pero que no lo hacían.
Y sin embargo, ninguno de ellos eran los de aquella doncella de sus diez años, aquellos por los cuales ningún otro par de ojos celestes valía la pena, condenando a Epifanio a una vida trágica y sin amor.

12 comentarios:

el oso dijo...

A lo Sil, ¡ya me imaginé por dónde iba a saltar la liebre! Me hiciste acordar al frasco de bolitas que tenía en mi casa. Me imaginaba al tipito sacando la tapa para jugar con el par más lindo.
Además, con ese nombre... como para no andar descogotando gente...
Abrazos

Con tinta violeta dijo...

Caramba, Neto...deliciosamente terrorífico.
No sabes como me alegro de tener los ojos de otro color...mas habitual. ja,ja.
Está para presentar al siguiente premio que se te cruce por el camino.
Por cierto felicidades por El puñal. Como dice el Oso por ahí, vas a tener que comprar una nueva estantería para almacenar los premios (siempre es mejor, que no andar recolectando ojos celestes,ja)
Abrazos!!!

SIL dijo...

¿ A lo Sil...?
:O
Acaso el caballero de más arriba se refiere a mi reconocida obsesiva compulsión por las COSAS...?
Naaaaaaaaa (calumnias e injurias)
:P

Muy buen texto,
me gusta- aunque anticipe- :

¨El coleccionista de zafiros¨

Que se cuide la pulpera de Santa Lucía, Netito !!!!!!!!!!!!
Hay amores que te dejan ciego/a, vistessssss ...
;D

Abrazo grande,

SIL

mariarosa dijo...

¡De terror!
Neto te has lucido con está historia.Al estilo de Poe,y con tu sello: ¡Muy bueno!


mariarosa

Netomancia dijo...

Oso adivinoso! Me imagino que lo suyo serían bolitas de vidrio y no ojos de vidrio, verdad? En realidad los personajes me van a acogotar a mi con los nombres que le pongo. Un abrazo!

Doña Tinta, cuidado que también están los asesinos de mujeres con ojos de otro color, para que no haya envidia. Gracias por lo de la revista!!! Saludos!

Doña Sil, acá no hay testigos de dichas calumnias, el asesino nos sacó los ojos a todos (ya saca de cualquier color, se actualizó). El título es ideal, pero para una peli de Hollywood jaja. Muchas gracias! Saludos!

Doña Maríarosa, gracias por lo que dice, ya que me mencione en una misma oración que a Poe es demasiado, aunque fuese por error jaja. Saludos!

SIL dijo...

Me quedo más tranquiela :P

(o capaz el psicópata se volvió daltónico, y le siguió dando para adelante..)

:DDDDDDDDDDDDDDDD

SIL dijo...

Léase correctamente: tranquila
PD: Necesito lentes.. ya!

Netomancia dijo...

O ya le sacaron los ojos?

SIL dijo...

JAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA (onomatopeya de carcajada estruendosa en medio del laburo)

El escritor de la tragedia dijo...

Muy impresionante, felicitaciones!!!! Crudo y conciso.

Los invito a pasar por mi extraño blog. Hablo de dos personas: una real (yo?) y otra sobre el personaje que acaparó toda mi atencion y me llevo a seguir su trabajo y recopilar toda su obra.
Gracias.

Don Belce dijo...

Esta vez me atrapaste Neto, no intuí que vendría por ahí el zarpazo, muy bueno y felicitaciones por el primer puesto! Genio!

Hablando de Genio anduvo el escaner Genius, al menor por ahora.

Netomancia dijo...

Escritor, muchas gracias. Visitaré su blog! Saludos!

Don Belce, Mr. Alvarez o don Rumi, como quiera, muchas gracias por las felicitaciones! Y lo felicito a usted por haber hecho funcionar el escáner! A usarlo ahora!