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9 de septiembre de 2010

Huecos en los huecos

La vida de Prudencio Oportuno Gatica es entendible si creemos posible la acción de meter un hueco dentro de otro hueco.
Prudencio es desde siempre un hombre muy atareado. Su rutina comienza a las cinco en punto de la mañana, cuando suena el despertador sobre su mesa de luz. Rigurosamente baja las piernas hasta el piso, apaga el despertador, se calza las pantuflas y camina a oscuras (con la habilidad del que conoce cada mueble de su casa) hasta el baño. Se higieniza y ya más despierto enciende la luz de la cocina, donde apurando los movimientos se prepara un café con tostadas y desayuna.
Media hora más tarde sale raudo hacia su trabajo, en una oficina céntrica. No tiene vehículo, por lo que camina por las veredas desiertas de una ciudad que aún duerme sus últimos minutos nocturnos. Es el único que ingresa a esa hora, porque alega que no le alcanza el tiempo para hacer todo lo que le corresponde.
Para las ocho, cuando llegan sus compañeros, Prudencio ya tiene varias carpetas adelantadas y planillas repletas de datos. Al mediodía hace un alto, de quince minutos. Apenas si saborea el sandwich que compra en el kiosco de la esquina. Lo hace pasar pro su garganta con el contenido de una botella pequeña de agua mineral. Vuelve a su puesto y no quita la vista del monitor hasta las cinco de la tarde, horario en el que todos se van.
Por supuesto, él también se retira, aunque siempre con la sensación de haber dejado cosas pendientes. Camina apurado por la vereda, atento al reloj de pulsera. A las cinco y treinta de la tarde comienza el taller de escritura al que asiste puntualmente desde hace una década.
Cerca de las siete de la tarde hay un alto, pero es común no verlo en la vereda, donde el resto de los alumnos del taller salen a charlar, estirar las piernas o fumar un cigarrillo. Recién a las ocho y media, cuando todos salen, Prudencio asoma la cabeza a la calle.
Siempre a pie, hace diez cuadras y entra a la rotisería de la esquina de su casa. Pide unas empanadas y aguarda sentado, mirando sin prestar atención el televisor encendido sobre un soporte en la pared. Veinte minutos más tarde está en su casa, empanadas y botella de gaseosa en mano.
Come en forma atolondrada y la última empanada está en la boca cuando prende su computadora personal. Mira su reloj, son las nueve con treinta minutos. Por la ventana ve la luna en todo su esplendor, pero quita la mirada rápido cuando ve aparecer el escritorio de Windows en el monitor. Abre el procesador de texto y conecta su pendrive. Se sumerge entonces en la novela que tanto tiempo le está demandando y de la que lleva escritas doscientas treinta y dos páginas y media.
A la medianoche suena la alarma del reloj de pulsera. Igualmente escribe dos líneas más. Las relee y se arrepiente. Las borra. Mira la hora y decide que debe ir a dormir, por lo tanto va al baño, se higieniza, se descambia rapidamente y se mete en la cama.
A las cinco vuelve a sonar el despertador.
Hasta allí, una vida rutinaria, común, solitaria. Ahora veamos los huecos dentro de los huecos.
Prudencio llega a la oficina y sabe que debe adelantar trabajo por un motivo. Le robará tiempo a su trabajo para escribir. Entonces completa una planilla; a continuación escribe una página de su novela de la que es probable borre la mitad o descarte en su totalidad; de inmediato busca un expediente, resume lo relevante y hace un informe; terminado eso, escribe otra página o continua la anterior; luego, busca una nueva planilla, la rellena según necesita su superior, lo hace a consciencia, cuidando cada detalle. Luego se mete de lleno otra vez en la novela. Y finalmente otra vez una tarea del trabajo. Almuerza, rápido. Vuelve al trabajo, a la novela, al trabajo, a la novela...
Para el horario de salida ha logrado hacer el mismo trabajo o más que el resto y avanzar al menos media página de su escrito. Graba todo en su pendrive.
Llega al taller literario, se sienta en la computadora asignada. Coloca su pendrive. Abre su documento y escucha al profesor. Un ojo mira hacia delante y una oreja atrapa lo que la voz del hombre delante de la pizarra manifiesta. El otro ojo está atento al texto que tiene desplegado en el procesador de texto y el oído restante equilibra la situación, manteniendo la atención en ambas partes.
Tras diez minutos de diálogo, en el que jamás participa, llega el turno de la consigna diaria. Entonces comienza a tipear aceleradamente un escrito que cumpla lo pedido. Hace cinco líneas, clickea en el otro archivo abierto y escribe en su novela, al menos cinco líneas. Vuelve a la consigna, hace diez líneas, va a la novela, hace otro tanto. Se anuncia un descanso. Prudencio opta por seguir delante del monitor. El teclado se sigue escuchando ahora en la sala vacía. El profesor se retira y le sonríe. Prudencio está atento incluso al gesto y le contesta con otra sonrisa. Pero sigue escribiendo, ahora en su novela.
Vuelven los demás alumnos, retoman la consigna. También lo hace él, pero solo por cinco minutos, porque  otra vez tiene delante de sus ojos la novela. Alterna, un rato una, un rato otra. Escucha al profesor avisar que quedan unos diez minutos y luego se leerán los trabajos. Prudencio entonces se concentra en la consigna, la termina. Aprovecha los dos minutos que le quedan y se enfoca en el otro texto.
Empiezan a leer los trabajos. Lentamente, sin presionar con fuezas las teclas para no hacer ruido, Prudencio sigue escribiendo en su novela. De vez en cuando borra. Demasiado en ocasiones. Le toca leer. Lo hace. Recibe la crítica del profesor pero no le presta atención si es buena o mala, hace que lo mira, pero de reojo analiza el último párrafo que escribió de la novela. Empieza a leer otro alumno, aprovecha y borra ese párrafo.
Termina la clase, sale con tranco apurado a la calle. Piensa en el camino que será más rápido para la cena, porque una milanesa a la napolitana tarda cerca de media hora, una pizza casi veinte, las tartas no le gustan, por lo que no le queda otra que nuevamente empanadas. Pide las empanadas, mientras mentalmente repasa lo escrito en la novela. Mira fijamente el televisor, pero lo único que tiene en su mente son los personajes de su argumento.
Están listas las empanadas, paga, sale presuroso. Ya en su casa come, toma algo de gaseosa y sin siquiera esperar a finalizar la última empanada, se sienta delante de su computadora personal. Ahora si, es su momento, no se tiene que hacer tiempo desdoblándose en otra actividad, ahora es todo para su novela. Coloca el pendrive, abre el archivo, comienza a tipear. Relee, no le gusta, lo borra. Vuelve a la carga, eso está mejor, sigue, corrige, se detiene, piensa, tipea, borra, vuelve atrás, relee.
De repente suena la alarma de su reloj. No lo puede creer, ya se hizo la medianoche. El tiempo pasó volando. Intenta un par de minutos más, pero no lo convence. Se obliga a acostarse, debe descansar. En el baño se cepilla los dientes y se asea a las apuradas, mientras piensa en la novela. Apaga las luces, se acuesta pensando en cómo darle continuidad a esa escena tan difícil.
Piensa en variantes en la oscuridad de la habitación. Algunos perros ladran a lo lejos y escucha coches pasar cada tanto. Tiene dilemas, opiniones encontradas sobre algunas situaciones planteadas en otros capítulos. Piensa en tener que reelaborar algunos de ellos. El sonido de las manecillas del reloj despertador marcan el compás de sus pensamientos. Finalmente se decide por corregir un par de escenas, dos capítulos antes del actual que está escribiendo. Queda conforme mentalmente. Supone que deben ser las tres de la madrugada. Cierra los ojos, de a poco va llegando el sueño.
Sueña con la novela, en realidad sueña que está escribiendo la novela. Le gusta lo que escribe. Incluso es apropiado y se ahorra modificar los capítulos que estaba pensando cambiar antes de dormirse. En el sueño borra algunos pasajes del actual capítulo, los reescribe. Relee parte de lo escrito. Le parece excelente. Cierra el capítulo de manera magistral. Suena el despertador. Abre los ojos, la oscuridad de la habitación. Baja las piernas hasta el piso. El suelo frío lo despavila un poco. Intenta recordar lo que había soñado, pero las imágenes se le van. Piensa que durante el día seguramente recuperará parte de lo que se le había ocurrido y aunque no está seguro, tiene la certeza de que era algo bueno.
A oscuras, sin chocar nada en el camino, va hacia el baño, aún algo dormido, entremezclando imágenes del sueño con ideas para la novela. Hace todo apurado, sabe que no tiene tiempo que perder, porque deberá hacerse espacio en otros espacios para poder seguir dándole rienda suelta a su imaginación, tal como lo viene haciendo desde hace diez largos pero excitantes años.

8 comentarios:

el oso dijo...

Parece que Prudencio encontró el sentido de su vida en esa novela. O que creyó otorgar sentido a su vida a través de ella.
Muchos lo hacemos deslomándonos para hacer guita, sumergiéndonos en los casinos, desviviendo por un negocio, un trabajo...
Prudencio subordinó todo a esto. No lo critico. Subordina todo a su novela, pero sin joder a nadie.
Un relato minucioso rebuscando dentro de los huecos de los huecos de una vida que parece ominosa.
Abrazo

SIL dijo...

Un obsesivo compulsivo.
Un genio que raya con la locura.
Un extremista que relega todo por una vocación, por un rapto continuo de inspiración, por una idea fija que debe convertirse en una pieza literaira.


Creo que has retratado a un gran escritor...

Genial, Netuzz

ABRAZO INMENSO

SIL

SIL dijo...

Léase LITERARIA.

Necesito lentes ya!
:)

Anónimo dijo...

bueno bueno, Don Prudencio (que me suena a Dear Prudence de los Beatles ja!) le encontró la vuelta a la creación misma! El tipo no se despista de la idea que es lo primordial, todo rápido, hay que concentrarse, nada de divagues! jeje, en definitiva, Don Pruden, no jode a nadie y le da pa´lante, lo felicito!
Salute!

Con tinta violeta dijo...

Genial el personaje Neto, incluso llamarse Prudencio Oportuno...tiene su aquel, ja. Desde luego este hombre ha encontrado una obsesión a la que engancharse. Y algo de hiperactivo también. Incluso el relato circular, descripción, vuelta a describir para encontrar los huecos...es una gran idea...Felicidades...
Abrazos!!!

PD: percibo un trasfondo de autobiografía. ¿Preparas alguna otra novela?

Norma Ruiz dijo...

Netomancia:
es verosímil la historia de Prudencio.
cuantos Prudencios hay en la vida, con el mismo objetivo.
entre realidad y locura.
hay una línea muy delgada.
el personaje tiene una cuota de ambas.
te diré que me atrapo.
es un placer leerte.
sí me permites volveré amigo.
abrazos.
veo que tenemos amigos en común.

mariarosa dijo...

Hola neto: yo me creía un tanto obsesiva con la escritura, pero veo que Prudencio me gana. Muy buen cuento , creo que un poquito parecidos a él somos algunos.

Un beso.

mariarosa

Netomancia dijo...

Don Oso, la idea fue la obsesión si, pero también esa manía por hacernos tiempos de donde no los tenemos. Algo salió ja. Un abrazo!

Doña Sil, en realidad no se si se trata de un gran escritor, más bien un maniático. Además, tantos años para una sola historia hablan más bien de una patología que otra cosa, aunque grandes obras se han plasmado en mayor cantidad de años. ¿No? Saludos!!!!

Don Diego, se jode a él mismo con tremenda obsesión, pero es feliz, así que como usted bien dice, que siga pa' delante nomás, mientras le de el cuero. Un abrazo!

Doña Tinta, bien la observación, se trata de un ciclo continuo, diario. De personal tiene eso de inventarse tiempos de donde no los hay, pero de preparar, nada. Solo ideas y nada más. Saludos!!!

Doña Norma, me alegra saber que el relato le ha gustado. Si, uno podría buscar Prudencios que escriban o hagan otras cosas, a veces la ficción se queda corta con relación a la realidad. Siga viniendo, es un placer tenerla por aquí. Saludos!

Doña Mariarosa, ojalá nuestros parecidos con Prudencio no nos lleven a tal locura. A menos, claro, que vivir así en realidad sea encontrar la felicidad. Saludos!