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12 de agosto de 2010

La misa de los domingos

Era tradición en el pueblo que los domingos luego de la celebración de la misa, alguna de las familias invitara al sacerdote a quedarse para el almuerzo. La ciudad de donde provenían los religiosos a dar las misas estaba a setenta kilómetros y suponía el punto más cercano hasta el alejado paraje, en el que residían apenas unas doce familias.
No solía ser siempre el mismo, razón por la cual no sorprendió un nuevo rostro aquella mañana de invierno. Las frías manos del sacerdote apretaron con ganas las de los feligreses del pueblo, en un gesto de confianza y pronta gratitud. La misa fue más agradable que otras. Ramón, que así se llamaba el cura, era de los que se aferraban a la canción como instrumento de oración. Y los vecinos, acostumbrados a la cansina charla de cada domingo, se vieron rápidamente atrapados por el carisma de este joven.
Sin embargo, no por eso, el oficio fue más corto. Al contrario, se extendió por casi dos horas. Si bien por ser domingo la gente disponía de mayor libertad, el mediodía era sagrado, con asado en algunos hogares y tallarines en otros. Razón por la cuál no eran pocos los que miraban de reojo cada tanto el reloj, deseando que terminara de una buena vez.
Cuando escucharon el esperado "vayan en paz" algunos salieron casi al trote, sin importar que pensaban los demás. En cambio, doña Clotilde de Pérez y Felicia Euricata Sánchez caminaron en dirección contraria a la puerta de salida, hasta el mismísimo altar, donde Ramón recogía aún sus cosas.
- Padre - dijo Clotilde - como es la primera vez que viene, me gustaría en nombre de mi familia invitarlo a quedarse a almorzar en mi casa.
El sacerdote estuvo a punto de decir algo, pero la voz  estridente de Felicia silenció sus intenciones.
- Padre, pero que coincidencia - dijo mirando de soslayo a la otra mujer - en casa tenemos ya preparada la mesa con un lugar para usted.
- Bueno Felicia, pues entonces deberán quitar un plato - afirmó Clotilde - porque como habrás notado, lo invité primero.
- Querida, por favor, por supuesto que lo noté. Sin embargo nuestro nuevo y joven amigo estará con ganas de retornar a la ciudad y dado que nosotros ya tenemos todo preparado, seguramente por conveniencia de tiempos le gustará más mi propuesta. ¿No es así sacerdote Ramón?
- ¡Ay por favor, pero que dice la biblia sobre desear lo que ya tiene otro!
- Clotilde no me hagas reír, vas a hacer sonrojar al sacerdote. Dices "desear" como si quisiera llevarlo a la cama en lugar del comedor. Por favor querida.
- ¡Felicia! - dijo la mujer poniéndose colorada, incluso por encima del exagerado maquillaje que le cubría los pómulos - Por favor joven Ramón, disculpe esa grosería. Usted sabe que no me refería eso. Lo único que quiero es...
- A esta altura no se Clotilde, el sacerdote se va a llevar una muy mala impresión del pueblo por tu...
- Señoras...
- Mirá Felicia, que si...
- Escuchate, mandoneando, vos que...
- ¡Señoras!
El grito del joven sacerdote fue como un shock eléctrico para los cuerpos de las dos mujeres, que de inmediato se volvieron a él y en silencio, milagrosamente.
- Señoras, son muy amables, pero no es mi intención quedarme. En realidad, y no quiero ser grosero, me están demorando más de lo que imaginaba. Ya tendría que estar partiendo para la ciudad.
- ¡Pero cómo! - dijo Felicia - Siempre el sacerdote se queda a almorzar, es un hecho. Por favor Ramón, no sea tímido y tome sus cosas, que tengo el coche afuera.
- Felicia ¡yo lo invité primero!
- Señoras, en serio, debo irme. No puedo...
Clotilde dio un paso adelante y sin apartar los ojos de los de Felicia, se aferró al brazo izquierdo del sacerdote.
- Pero... ¿qué hace? - atinó a balbucear el sorprendido cura.
- Ah no, esta no me la ganás - y tras decir eso, Felicia lo tomó del otro brazo.
- Señoras ¡me lastiman!
Pero ninguna de las dos se apartó del religioso, tironéandolo de cada lado y en medio de gritos. Varias personas volvieron a ingresar a la capilla al escuchar el tono de las voces y no podían dar crédito a sus ojos al ver a las dos mujeres de avanzada edad zamarreando al sacerdote nuevo.
Y entre tanto tironeo, un celular cayó de las ropas del sacerdote, golpeando estrepitósamente el suelo de baldosas. El sonido de pequeños cristales anunció que la caída había sido fatídica para el aparato.
- ¡No! - gritó Ramón, con cierta agonía en la voz. - ¡Me hicieron cagar el teléfono!
El término cagar hizo que instantáneamente soltaran las mujeres las extremidades del hombre. Ambas lo miraron sorprendidas de que hubiese pronunciado una palabra tan vulgar e incluso, dieron un paso atrás, ya sin amenazarse mutuamente y con cinismo a los ojos. Ahora, en cambio, lo miraban a él, como acusándolo por lo que había dicho.
Pero a Ramón poco le importaba lo que estuvieran haciendo las dos ancianas. Se arrodilló frente al altar a juntar los pedazos de su teléfono, gimiendo de impotencia. Las dos mujeres aprovecharon para alejarse, cada una por el lado opuesto de una fila de bancos largos. Aquellos que habían ingresado para ver que pasaba, también abandonaron el lugar. Solo quedó Ramón, con los ojos cerrados y algunas de las partes hechas añicos en las manos.
Mientras todos se alejaban al calor de sus hogares, felices al fin de estar camino a preparar la comida, el sacerdote se lamentaba que todo hubiese terminado así. Una pena, sin dudas, porque la misa había sido un éxito, logrando ocupar esas dos horas que se había propuesto alcanzar para darle tiempo a los chicos. Incluso nadie había abandonado la capilla antes de la finalización de la misa, que era uno de los miedos que tenían. Pero esas dos mujeres, demorándolo primero, destrozando su teléfono celular después... esas dos mujeres habían tirado por la borda el plan.
Ahora los chicos debían estar en las afueras del pueblo, intentando llamarlo en vano para indicarle donde estarían para escapar antes que se dieran cuenta de lo sucedido. Y los pueblerinos estarían llegando a sus hogares y descubriendo que sus pertenencias más valiosas, el dinero, las joyas, ya no estaban. Y él ahí, delante del altar, orando por un milagro que sabía no iba a suceder.
Ya escuchaba afuera la señal de alarma de algunos vecinos, que gritaban que le habían saqueado la casa. Esos gritos se harían eco en cada rincón del pequeño paraje, hasta convertirse en un tormento. Y pronto apuntarían al nuevo rostro, a la extraña duración de la misa, a la resistencia a quedarse a almorzar.
Y cuando eso ocurriese, solo le esperaba la crucifixión.

5 comentarios:

SIL dijo...

GENIOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!

Las dos viejas locas le hicieron ¨cagar¨el plan al cura falsoooo!!
Con el perdón de la palabra, Netito.

LA JUSTICIA TIENE CARA DE HEREJE.

Excelente es poco, nene.

Un abrazo inmenso

SIL

Con tinta violeta dijo...

Ja,ja,ja. ¡que genial Neto!
Me encantan las historias del "cazador cazado" y estas en las que se puede ver un poco de justicia...
algo bueno trajo la pelea entre las dos señoras...
Abrazos!!!

el oso dijo...

Este EXCELENTE RELATO me trae varias reflexiones:
Cura de mierda con el nombre Ramón (nótese aquí que no suelo utilizar comúnmente esta expresión degradante para quien la pronuncia) indigno de su trabajo, conozco y muy bien.
Viejas de mierda (ídem anterior), no por viejas sino por querer convertir la fe en "posesión de lo divino", que da para mucho hablar.
Sangra por la herida uno que ha vivido cosas...
Abrazo enorme, Neto, y te agradezco profundamente este relato.

mariarosa dijo...

Muy bueno, excelente cuento.
Neto te superas en cada historia.

La imagen de las señoras tratando de invitar al cura está tan bien lograda que me pareció ver a algunas de las señoras qyue en la capila de mi barrio se pelean por invitar al cura cada domingo.
Un aplauso.

mariarosa

Netomancia dijo...

Doña Sil, graaaaaaacias! Es la palabra justa, así que no hay que perdonar nada jaja. Saludos!!!!

Doña Tinta, aquí lo cazaron bien cazado y sin querer! Ojo con los pueblerinos, que tienen sus propios métodos defensivos! Saludos!!!!

Don Oso, el relato despertó viejas heridas parece! Y si, de esos hay muchos, con y sin hábito, y de las otras puffff, no comencemos a enumerar jaja. Muchas gracias! Un abrazo!!

Doña Mariarosa, le agradezco las palabras! Mire, no estuve visitando ninguna capilla actualmente para ver señoras que me inspiraran esas imágenes, pero recuerdo bastante de cuando era pequeño ja. Saludos!!!!