Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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30 de junio de 2010

Ububi (4ta parte)

- Jean, estoy en contacto con el comando que se está desplegando en las aguas frente a Durban, no han divisado el barco en los radares, estiman que ya está lejos de la costa.
- ¿Cuánto tardaremos nosotros?
- Tenemos al menos tres horas más hasta la ciudad. Este jet es veloz, es lo único que te puedo asegurar.
- Está bien, gracias Francois. Siempre dudé de este caso, la forma en la que se manejó. Esta detective es buscada en su país y sin embargo está en la otra punta del mundo haciendo justicia por mano propia. Si eso no demuestra que ella sabe más de la verdad que ningún otro, que me parta un rayo.
- Por favor Jean, que estamos en medio de una tormenta.
- Lo siento Francois. ¿Puede contactarme con la persona a cargo en la operación en Durban?
- Si, por supuesto.
- ¿Cerca de la Isla Marion dijo, verdad Francois, eso relató la detective? Entre Marion y otra isla grande, allí está Ububi, la isla que no aparece en los mapas. ¿Que hay allí Francois que de tan solo pensarlo me estremece hasta la última entraña?
- No lo se Jean, no lo se.

Aguas adentro
Cómo saber con exactitud el tiempo que emplearían para llegar, en caso de creerle, las fuerzas de la Interpol. No quería pensar en ello, pero el silencio que la rodeaba invitaba a su mente a estar en funcionamiento, para mantenerse atenta y preparada.
La exactitud no era su amiga en ningún sentido. No sabía las coordenadas ni la dirección que habían tomado. Solo conocía el nombre de la Isla Marion como punto de referencia, en una de las últimas palabras de Imfolozi en su mansión de Maputo.
Si no se equivocaba, habían superado ya las cinco horas de viaje. Al menos quedaban cincuenta horas más, si  sus cálculos eran correctos. Sospechaba que la embarcación iría a unos quince o dieciséis nudos y por lo que había averiguado antes de ir al muelle, la Isla Marion estaba a casi mil millas, unos mil seiscientos kilómetros.
En el caso de lograr permanecer oculta y a salvo, tendría otras ocupaciones, como soportar el frío, el hambre y el sueño. Pero principalmente, mantener cuerdo su pensamiento. Más de dos días de viaje en esas condiciones podían matar a cualquiera.

Lluvia
La noche fue fría, impiadosa. Tiritaba acurrucada entre las cajas, evitando todo sonido o gemido. Su vida dependía de su auto control. Podía imaginarse lo fácil que sería cargarse con un polizón para cualquiera de los guardias. Solo tendrían que desenfundar sus automáticas y abrir fuego, asegurándose de acabar con esa vida insignificante que no les era útil.
Las primeras horas de la mañana trajeron un poco de alivio, pero el sol fue un tanto perezoso, escondiéndose muy a prisa para volver al letargo y dejar en su lugar un cielo nublado. Por momentos una fina lluvia envolvía la embarcación, que siempre con el mismo ritmo avanzaba entre las movedizas olas, en pos de un destino que a ella se le antojaba lejano e inverosímil.
A media mañana se produjo el cambio de turno entre los guardias. Debido a la tormenta que iba creciendo y el hecho de estar metiéndose cada vez más adentro del Indico, solo quedaron a la vista de la detective tres personas, desparramadas por distintos lugares de la proa y la popa. Aunque no descartaba que hubiese más en aquellos rincones que no podía llegar con la vista.
El sol ya no volvió a aparecer y las nubes dominaron los cielos. Las lluvias se hicieron persistentes. Ariadna sentía su cuerpo empapado y frío, con las ropas pegadas al cuerpo y el cabello chorreando agua como una catarata. Había perdido el sentido de las horas, pero suponía que era media tarde cuando se cruzaron con otro navío, de mayor porte.
Sin que nada sucediera, ambos barcos continuaron sus derroteros. Ella no dejaba de mirar hacia el cielo, no buscando el sol, sino esperando ver algún punto minúsculo con forma de avión que le dejase en claro que la Interpol había tomado cartas en el asunto y su investigación marginal tenía ahora un sustento oficial.
Pero solo vio nubes y más nubes. Finalmente la tarde cayó, al igual que la temperatura. La noche la recibió helada, haciendo un esfuerzo sobre humano para evitar castañear los dientes. Al menos, por algunas horas, la lluvia cesó su caída constante. En su lugar, una brisa fresca sopló con fuerza, trayendo además de frío, el inconfundible olor del agua con su inmensidad majestuosa y su deseo de subyagar incluso cuando en la noche tan solo parece una eternidad oscura, sin principio ni fin.

Cavilaciones
El sueño la había vencido en algún punto de la noche. Cuando abrió los ojos los guardias eran otros y la oscuridad había remitido. Sin embargo las nubes ofrecían un panorama similar al del día anterior. En cambio, no llovía. Al menos, de momento.
Escudriñó más allá del horizonte, pero el Indico le traía un infinito panorama que solo la desorientaba. Sus meditaciones para entonces se mantenían en centrarse en el caso, en repetir en su mente cada instancia de la investigación, desde la clínica, a la muerte de Cavani, la suspensión posterior y su raid delictivo, usando artimañas que no admitiría en cualquier otra circunstancia.
Pensaba en ello para alejar de su cabeza el anhelo de una comida, el deseo de descansar abrigada y cómodamente. No podía darse el lujo de enloquecer en aquella instancia. De todas formas, por momentos, se decía si realmente todo ello valía la pena. Incluso, si acaso la locura no era ya parte de ella.

Movimientos
Si era cierto lo de la cercanía con la Isla Marion, no había posibilidad de contactar a nadie allí, por el simple hecho de tratarse, tanto dicho sitio como la isla Príncipe Eduardo, de lugares para las investigaciones del Programa Nacional Antártico Africano.
Según había informado esta agencia, en esos meses todo el personal biólogo y meteorólogo estaban de descanso en el continente, aguardando a que el invierno finalizara.
Decour no podía creer tal inoportunidad. De todas forma, la unidades del Proyecto Bada estaban sumándose como refuerzos. Creada para combatir la piratería marítima, tanto en Somalía, Corea, como en otros puntos del planeta, contaba con navíos ultraveloces y aviones de asalto.
Asimismo cinco aviones de la Fueza Naval de la Unión Europea estaban en viaje hacia la zona señalada como crítica, en pleno corazón de las islas pertenecientes a Sudáfrica.
Igualmente se sentía como jugando al ajedrez con los ojos vendados, sin saber las piezas del rival ni las propias. Pero aún peor, ni siquiera sabía si estaba el tablero. Se arriesgaba a movilizar todo un arsenal, siguiendo el pálpito e investigación no oficial de una detective prófuga en su país. Prácticamente colocaba la cabeza debajo de la guillotina. Había movido a ciegas a sabiendas que podía ser jaque mate. Tanto a favor, como en contra.

Ububi
Tercer día, suponía. La mente era un torbellino de ideas, cuyas aristas no tenían respaldo lógico. El sol no había vuelto a aparecer, como temiendo represalias por su huida. Nuevamente había aumentado el número de guardias sobre la embarcación. Era señal que estaban por arribar al lugar que nadie parecía conocer. Ese solo pensamiento devolvió parte de la lucidez y por un momento se olvidó del frío y el hambre.
Muy pronto, a lo lejos, vio emerger de la nada un crepúsculo de tierra. Ínfimo al principio, fue creciendo en tamaño y forma, hasta dar con la silueta de una isla. Allí, ante sus ojos, desde esa posición escondida entre el cargamento que viajaba en popa, veía erigirse Ububi, la enigmática isla cuya existencia conocían unos pocos, con tanto poder que habían logrado hacerla desaparecer de los mapas en un sentido literal.
Hubiese querido acercarse a las barandas laterales y contemplarla en toda su dimensión, sin obstáculos que entorpecieran la vista, pero habría sido lo mismo que pegarse un tiro. Se conformaba con lo que tenía, sabiendo que a la brevedad tendría la oportunidad de pisar esa tierra y en la medida que fuera capaz, adentrarse en la misma para conocer el o los secretos que allí se guardaban con tanto recelo.
De pronto se sentía lúcida, vivaz. El cansancio había dejado paso a la ansiedad, a las ganas de escabullirse de los guardias. Pero apelaría a la paciencia, debía actuar con prudencia. El recorrido había sido largo y sus manos se habían manchado de sangre. No podía tirar por la borda todo lo sucedido. No solo por ella, sino por esas mujeres desaparecidas, sus hijos y los hijos no queridos de las madres adineradas. Mucha responsabilidad para solo una persona.

Respaldo
- Jean, uno de los aviones ha detectado algo en su radar. Ahora mismo están hablando con uno de los puestos de avanzada. Está enviando las coordenadas.
El director general paseó su mirada sobre los monitores de la pequeña sala de operaciones montada en el avión. Veía el Indico en todo su esplendor y los puntos que indicaban las islas a las que se dirigía la embarcación en la que viajaba la detective González. En algún lugar entre aquellas islas, había un lugar que muy poca gente conocía y donde, según la valiente mujer, algo grande y malévolo estaba ocurriendo.
En su momento, había estudiado el caso de la detective, puesto que Interpol había sido alertado para que averiguase sobre hechos similares a los de aquel país sudamericano, referentes a la desaparición de mujeres embarazadas, pero en todo en el mundo.
Aquella alarma había sido positiva y en pocas horas pudieron recolectar y unir más de tres mil casos, con una cifra cinco veces mayor de posibles conexiones en otros hechos. Lo primero que había pensado entonces fue: ¿cómo no lo vimos antes? No tuvo respuestas entonces.
La única persona que parecería mostrar interés en llegar a la raíz de la investigación, era prófuga de la justicia de su país y en esos momentos, estaba actuando sola y sin ningún tipo de respaldo, a merced de gente poderosa y peligrosa rumbo a un destino incierto.
Destino, a su vez, que era para todos una sorpresa. "Es una isla, se llama Ububi y no figura en ningún mapa" había denunciado la detective González en su llamada a la Interpol. Había escuchado la grabación una y otra vez estando en el avión.
Si realmente existía, las personas que estaban detrás de todo el caso tenían semejante poder que podían borrar de la faz de la Tierra una porción de la misma. Parecía increíble. Aún no podía ajustar varias piezas del rompecabezas, pero gran parte estaba ensamblado en su mente y la forma que tomaba no le era para nada agradable.
- ¿Jean, me ha escuchado? - preguntó uno de los oficiales de rango que lo acompañaba - Uno de los...
- Te escuché, lo siento. Estaba pensando en silencio. Debemos enviar lo que tengamos, esa mujer necesita nuestra ayuda, siempre y cuando no sea tarde...

Llegada
La isla era pequeña, de pocos kilómetros de largo, sus playas se veían acotadas por los árboles y algunos peñascos le daban el aspecto de tener sectores altos, aunque no demasiados. El aire frío y una fina llovizna hacían aún más espectral el arribo del barco.
Un muelle un tanto precario, pero lo suficientemente útil, brindaban la posibilidad de acercarse mucho más de lo que ella hubiese imaginado. Debía buscar un nuevo refugio rápido, puesto que en un par de horas todas esas cajas, una vez arribaran, estarían siendo movidas hacia la playa y ella quedaría al descubierto.
El mejor escondite, era por lo tanto, el interior de alguna de las cajas. Las mismas eran de madera, estaban encoladas y clavadas. Ya sean provisiones u otra cosa, estaban a resguardo allí dentro. De todas formas no había imposibles para su forma de pensar, más tras haber recorrido tantos miles de kilómetros como para quedarse en las narices de la verdad.
Buscó entre las cajas, moviéndose con cuidado y evitando ser vista, hasta dar con una cuya parte superior estaba entre abierta. Utilizando las últimas fuerzas que le quedaban, se trepó y con sigilo movió la tapa, dejándose caer dentro, sobre lo que parecían ser sábanas y frazadas. Con cuidado, desde el interior, movió la madera superior para que pareciese cerrada y en su respectivo lugar.
Sintiéndose más frágil que nunca, suspiró en silencio, aferrada a la convicción de alcanzar la verdad aunque eso le costase la vida. Se sumergió en un sueño poco profundo, aguardando el momento de ser trasladada a tierra.

Maldad
Sintió que la caja se movía, quizá elevada por alguna especie de grúa. Dos minutos más tarde se sacudió entre las sábanas, ante el choque de la caja contra el suelo. Guardó silencio en la oscuridad. Esperaba que de un momento a otro los mismos guardias o la tripulación abriera la tapa superior y su escondite quedara al descubierto, pero eso no sucedió.
Escuchó un buen rato como iban cayendo las cajas, suponía desde una apreciable altura como para hacer semejante ruido y agradeció haberse escondido en una repleta de sábanas y frazadas.
También escuchaba las voces apagadas y lejanas de quiénes trabajaban en la faena de descargar todo lo que traía el barco, no reconociendo ninguno de los dialectos. No supo precisar cuánto, pero al menos la tarea se extendió unas cuatro o cinco horas. Sentía entumecidos los músculos, por lo el reducido espacio que tenía, pero siempre era mejor que el frío y la lluvia.
Sospechaba que afuera las dos condiciones estarían presentes. Incluso allí dentro tenía frío y de vez en cuando el golpeteo de gotas bombardeaban su refugio. En un momento temió que hubiesen puesto otras cajas encima de la suya, obstaculizando su salida, pero recordó no haber escuchado ningún sonido que le hiciese pensar tal cosa.
La percepción se distorsionaba en una situación así. Por un momento creyó oír alaridos provenientes de lugares remotos. La piel se le erizó y a pesar de no ver absolutamente nada, sintió como los vellos del cuerpo se paraban, como horrorizados de lo que ella había o creía haber escuchado.
El sueño la fue venciendo de a poco, hasta ganarle la batalla. El cansancio y la tensión pudieron más. Estaba expuesta, pero también rendida. El viaje había sido demoledor, soportando las inclemencias del tiempo, la falta de comida, los nervios mismos.
La despertaron los alaridos, ahora claros y cercanos. Se estremeció y despertó sobresaltada, sin saber donde estaba. Recordó de inmediato al sentir las sábanas bajo su cuerpo y golpearse la cabeza contra una de las paredes laterales de la caja.
Ahora si, estaba segura, oía alaridos. Gritos desgarrados, proferidos con furia y dolor. De pronto escuchó golpes, que se mezclaban con los gritos. No sabía que sucedía fuera, pero estaba inmóvil y asustada. Sintió que golpeaban con furia la caja donde estaba escondida. El pum pum retumbó en sus oídos. A esos golpes le siguieron otros. Algunos parecían chillidos guturales. Temió por animales salvajes y se acurrucó aún más dentro de la caja.
Los golpes se intensificaron y la caja se movía de un lado a otro. Lo que sea que estuviese afuera, estaba intentando ponerla de lado. Por instinto buscó cobijo en las mismas sábanas y frazadas, colocándose por debajo de las mismas, hasta quedar sepultada por éstas. Lo hizo a tiempo. Segundos después la caja dio un brusco giró y cayó de costado, volando la tapa hacia un lado y cayendo parte del contenido al suelo.
Ariadna quedó oculta bajo las frazadas, sin pode ver que había alrededor, pero temiendo en cualquier momento el ataque de una fiera salvaje, preparada para matar. Quería sollozar, pero el mismo miedo por ser descubierta ahogaban el llanto en la garganta.
Escuchaba el movimiento alrededor, los gritos, los aullidos, los golpes en las otras cajas, y los pasos, de un lado a otro, algunos firmes y lentos, otros desesperados y veloces. Entonces sintió que las frazadas que la cubrían comenzaban a retirarse. El brillo de una tenue luna, apenas visible entre enormes cúmulos de nubarrones grises que ocultaban las estrellas, se reflejó en su rostro.
Abrió los ojos con miedo y horror, esperando una escena salvaje, con los animales a punto de atacarla, envueltos en la furia misma de la caza, pero lo que vio fue aún mil veces peor.
El alma se le fue al piso, le mente quedó en blanco y sus ojos se abrieron horrorizados e incrédulos a la vez. Algo en las piernas la hizo tambalear, cayó de rodillas gobernada por el dolor y la escena. A su alrededor, patéticas mujeres, sucias por completo, de cabelleras largas y arruinadas, ropas hechas jirones, lastimadas y arañadas, con ojeras profundas y rostros pálidos y enfermos, peleaban con rabia por las cosas que había en las cajas, en una lucha encarnizada donde no existía el respeto ni el sentimiento, tan solo el afán por ser más fuerte y prevalecer al final.
De sus bocas partía un aullido terrorífico, que era respondido por gritos similares o aún más guturales. Se atacaban entre ellas, en algunos casos mostrando los dientes, como verdaderas bestias salvajes. Ariadna se fue escabullendo hacia atrás, aún sin poder ponerse de pie. Quería alejarse de esa batalla, de esas cajas, de tanta incredulidad.

Dolor
Estaba atónita, consternada. De nada servía cerrar los ojos, finalmente la verdad estaba a sus pies y pedía a gritos que mirara. 
Pero ella ya no quería. 
Solo deseaba llorar.
¿Quiénes eran? se preguntaba sabiendo la respuesta. Esa respuesta que siempre temió y tanto deseó encontrar, en esa paradoja de justicia y verdad que ahora se le estampaba como un hierro caliente en el rostro, poniéndola al borde de un colapso, dejándola sin aire, matándola donde más duele: en el alma.
Solo cuando se alejó un poco la escena quedó completa y por lo tanto, aún más dramática. Alejados, pequeños niños aguardando expectantes el regreso de las mujeres tras la contienda. Podía ver en ellos defectos en sus piernas, en sus rostros, otros con síndrome de Down, de mirada ciega y otros que a la distancia no podía precisar su condición.
Y las mujeres, una vez victoriosas, con comida, sábanas u otro objeto en sus manos, volvían con los niños, pero atacaban si sentían que otra fémina se acercaba a los que consideraban como suyos. En algunos casos incluso tironeaban de los pequeños, como si fuesen muñecos...
No podía ver más, no deseaba ver más. Corrió hacia la playa, hacia el agua, pero no había señales de la embarcación. Detrás suyo los sonidos de esa batalla campal se hacían cada vez más intensos. A los gritos de las mujeres se les unía el llanto de los niños.
Escuchó un alarido muy cercano. A su espalda avanzaba una mujer con ojos desafiantes. En la mano traía una piedra con filo, que seguramente usaría a modo de cuchillo. La sangre que goteaba sobre la superficie porosa indicaba que ya había aprendido a utilizarla. Ariadna se estremeció, no por la inminencia de su muerte, sino por ese rostro repleto de tierra y mocos secos. Ese rostro que alguna vez fuera hermoso y ella contemplara hasta el cansancio en aquella primera foto de la investigación. No podía ser, no, no podía ser aquella mujer embarazada. Se lo repetía una y otra vez, mientras la veía avanzar. 
- Basta, mátame, por favor - suplicó la detective.
Vio la piedra elevarse y cerró los ojos. Un alarido desgarró la noche y ella sintió como caía contra la arena, semi desmayada. Con los ojos entre abiertos vio como otra mujer había atacado a la chica de la piedra por la espalda y ahora se trenzaban en una riña revolcándose por el suelo.
Ninguna pesadilla se asemejaba a esa isla. Ninguna maldad se equiparaba a la allí existente. Mujeres empujadas a la locura, aferrándose a lo poco o nada, robadas en lo más íntimo, luchando ahora por la subsistencia en un paraje remoto, en el estado salvaje del abandono, adoptando criaturas como si fueran suyas y defendiéndolas con uñas y dientes, para no perderlas otra vez.
Sus ojos se fueron cerrando. El sonido de helicópteros surcó el aire, pero supuso que formaban parte de ese mal sueño que había comenzado aquella mañana en la que su jefe la llamó a su oficina para asignarle un caso. El frío, la lluvia, los gritos y los llantos. Todo era real y a la vez no. Al menos en su mente, la aceptación se hacía difícil. Al menos en su cordura, la demencia era una posibilidad.

Investigación: Final
Las hélices levantaron tierra alrededor y comenzaron de a poco a girar más lentas. Cuando el polvo se disipó, los hombres contemplaron más allá de las ventanas del aparato.
- Por Dios, qué es esto.
- ¿No son las mujeres desaparecidas, verdad? ¿Son ellas? ¡Oh Dios, niños!
- Oficial, llame de inmediato a la base de operaciones más cercana. Necesitamos al menos un barco para toda esta gente. Qué manden la mayor cantidad de refuerzos posibles en otros helicópteros. Y no se apresure con el informe, me entendió, no se apresure...
- Es que no se que decir sargento.
- Nadie sabría, nadie.

Sentada sobre un viejo bote de madera en aquel muelle semi derruido en costa africana, hundió su rostro entre sus manos buscando un consuelo difícil de hallar. A su alrededor el mundo se había convertido en un hervidero. Prefería no ver nada más, ocultarse hasta que la noche invitara a todos a retirarse.
Las voces en distintos idiomas la obligaban a esforzarse por dejar de pensar. Escuchaba órdenes, sonidos de otras embarcaciones provenientes del mar y algunos gritos que se extraviaban entre el parloteo de las aves marinas, sorprendidas ante la invasión de navíos y personas.
La cabeza parecía a punto de estallar y cada grito era una nueva punzada de dolor. Aunque era más que dolor. Había pánico, incredulidad. Esos alaridos penetraban el alma. ¿Cómo sería...? Se obligó a detenerse, a no pensar más.
Aún con el rostro entre sus manos, estalló en llanto.

- ¿Quién es la mujer? - preguntó en un francés forzado el joven agente marítimo africano.
- ¿Cuál? ¿La que parece agotada, tapándose la cara? - señaló el oficial de la Interpol en tanto firmaba una planilla para hacerse cargo de otra patrulla naviera.
El agente asintió con la cabeza mientras recibía los papeles de mano de su interlocutor.
- Ella es la detective. Ella descubrió Ububi.
El joven africano no necesitaba saber más. Todos allí en el precario muelle sobre las costas del Indico estaban enterados de lo que estaba pasando. No pudo más que elevar una plegaria interior por ella.  Y por todas las demás.


Jean Decour se acercó con rostro de padre y se sentó a su lado. Se presentó en un correcto español.
- Ha hecho un gran trabajo detective González. Puede que ahora no le parezca así, pero lo ha hecho.
Ella no levantó la vista del suelo, pero reprimió un nuevo llanto. Ambos guardaron silencio algunos minutos. El se encargó de romperlo, no por incomodidad sino por angustia.
- Cualquier cargo que pese en su contra, le aseguro que será retirado. Estamos buscando aún el barco en el que usted llegó a la isla con las provisiones, pero no hemos podido hallarlo. En cuánto a las personas que ha nombrado al oficial que la interrogó, hemos emitido un pedido de captura internacional para cada uno de ellos. Ha sido un día muy largo y seguramente los venideros, serán meses eternos. Solo quería darle las gracias y ponerme a disposición.
Apoyó una mano en su hombro y tras el gesto, se levantó para alejarse.
- ¿Por qué? - preguntó ella desconsolada - ¿Por qué pasó esto? ¿Por qué esas mujeres fueron obligadas a vivir de esta forma, empujadas a la locura, a ser violadas en lo más profundo, con la profanación de sus vientres? ¿Por qué? ¿Dinero? ¿Todo esto es por dinero? Usted me da las gracias y le pregunto por qué. ¿Por demostrar que verdaderamente somos una mierda?...
- Detective...
- ¿Por creer que con esto hacemos un mundo mejor? ¿Por creer que la impunidad ha quedado al descubierto? ¿Por ser tan ilusa de pensar que después de esto no habrá maldad en las personas?
- Ariadna....
- Ububi, señor, Ububi. Eso nos rodea. Eso nutre a cada ser humano. Ububi. Es lo que alimenta el deseo de deshacerse de los hijos con problemas; es lo que nos hace desear lo que no es nuestro; es lo que nos provoca a raptar personas, hacerlas desaparecer y fracturar familias; es lo que nos hace matar. Ububi señor. Ububi. En mi, en usted, en todos. En algún rincón está. Por más remoto que pensemos que se encuentre, como ésta isla, como en los deseos de venganza, en los míos de justicia, en los viles negocios de la muerte. ¿Me entiende? En esta isla estamos todos. Y esos gritos, esos alaridos, ese salvajismo, es lo que cosechamos...
Jean Decour la abrazó fuerte, en el momento que sus lágrimas estallaban de dolor. La retuvo contra su cuerpo, sintiendo sus espasmódicos movimientos, su sollozo continuo, el dolor en cada poro, la tensión en cada arteria. Lloró también, porque es el gesto más puro, el único al que se puede recurrir sin lastimar a otro para expresar lo funesto, la bronca y la resignación.
Ella tenía razón. El mundo no cambiaría. Pero al menos quería creer que habían contribuido con algo. Estuvo con ella un rato, hasta que la notó un poco más calmada. La besó en la mejilla, con la suavidad del agradecimiento y se marchó hacia el muelle.
Sobre la playa, esparcidas, aún estaban las cajas y lo que éstas contenían. En algunos lugares la sangre reflejaba que allí se había producido una batalla. Ububi finalmente había revelado su identidad. Y de ahora en adelante sería un punto más en el mapa.
Aunque para algunos, sería una pesadilla sin fin.

12 comentarios:

SIL dijo...

El tenebroso plan Ububi no es ficción...

Se ha llevado a cabo desde años, sigue en plena vigencia , en forma completamente impune, de modo clandestino y criminal a veces, y con un marco de completa legalidad incluso, otras.

Los recién nacidos son mercancía de alto valor. Los precios varían según su color de ojos, etc. Y además, los órganos humanos también se cotizan en bolsas no públicas.

El espartano descarte de los bebés incapacitados también se produce- legal o ilegalmente, según el estrato social en que ocurra- tiene un nombre -corto- de seis letras,muy conocido -
(y rima con corto).

Tu novela es fascinante, es una metáfora, es un reflejo de una realidad tenebrosa, tiene acción, suspenso, moraleja.
Tiene todos los elementos para ser magnífica.

Great, Netuzz.!!

Abrazo inmenso, que llegue ;)

SIL

Con tinta violeta dijo...

Una vez mas la ficción se hace eco de circunstancias que suceden. Si, la causa es el mal que adopta innumerables formas. El relato estremece mas cuando todos sabemos que muchos hechos novelados aquí son y han sido reales.
Neto, desgarrador, tristísimo e impactante relato. Merece un trabajo posterior para novela (o adaptarlo a guión de cine).
¡¡¡Felicidades!!!
PD: me he quedado con un nudo en la garganta...si con la ficción pretendemos generar sensaciones te aseguro que lo has conseguido.

mariarosa dijo...

Ha llegado a su fin , es una historia impresionante. Los momentos de espera en entre las cajas, Ariadna está muerta de frío, bajo la lluvia y con un miedo atroz. Esas escenas estan tan logradas que producen miedo, se sufre junto a la protagonista.
Nos hiciste sufrir bastante, pero valio la pena. Un buen final, te juro que al ir leyendo pensaba, espero que la detective no muera en el último momento. Menos mal termino bien.

Felicitaciones neto, muy buen trabajo.

mariarosa.

Netomancia dijo...

Doña Sil, esperemos que sea una verdad a medias, porque si es completa, estamos para la bomba nuclear ya mismo! La idea era escribir algo (no tan largo, como al final salió) donde se reflejara lo que con dinero se puede (o podría para el incrédulo) hacer y hasta donde es o sería capaz de llegar el hombre. Es solo ficción, mi escrito. Los paralelismos que nombrás son verídicos y sin dudas que de algunos me he asido en medio de la creación literaria. Saludos y muchas gracias!

Doña Tinta, gracias y más gracias. El mal adopta las formas que necesita para reproducirse, como una enfermedad. Por eso el nombre elegido para la historia, porque en si este relato habla de eso, de la maldad, de lo que se puede hacer por dinero, el dolor que se puede esparcir por solo pensar en los negocios y no en los seres humanos. Estamos rodeados de maldad, porque incluso en la venganza de la detective, la furia arrancó más maldad. Gracias por el comentario y si, hay para ampliar, todavía queda terreno para que Ububi cobre forma en algún otro formato. Gracias! Saludos!

Doña Mariarosa, otra fiel lectora de la historia a quién agradezco. Primera vez en el blog que sale algo continuado en varias entregas y me gustó hacerlo, porque a medida que ustedes leían, yo imaginaba como seguía la historia, incluso se vio cuando aproveché un chiste del Oso para meterlo en el relato. Gracias otra vez. Una duda, por casualidad también ha sido seleccionada en la misma antología de Dunken que yo? Me pareció ver su nombre!

SIL dijo...

Señor Mío,
me parece a mí, o a Ud no le va a quedar más alternativa que agregar anaqueles a su biblioteca de la derecha...?

FELICITACIONES !!!!!!!!!!!
Recién vi hoy lo de DUNKEN, y van...

:)

Con tinta violeta dijo...

Acabo de leer la noticia de Dunken. Felicidades!!!! Coincido con Sil: vamos a tener que ir ampliando el Blog, para que pueda albergar muchas mas noticias, ja,ja.
Que bueno!
Se nota que disfrutas escribiendo, y lo mejor es que otros pueden compartir contigo buenos momentos de lectura. ¡bien por el reconocimiento de Dunken!
Abrazos!!!!

mariarosa dijo...

Hola Neto!!
Si he sido seleccionada en Dunken, y como no podía ser de otra manera mi cuento se llama; Noche de miedo.
Ja... un poquito de miedito, como siempre. Felicitaciones y un cariño grande.

mariarosa

Netomancia dijo...

Doña Sil, Doña Tinta, agradezco a ambas! Junten unos pesos entre las dos y me compran una bibliotequita como la gente jaja. Saludos!!!

Felicitaciones entonces Mariarosa! Saludos!!!!

Anónimo dijo...

yo no sé si esto de Ububi me resulta tan familiar porque la realidad que nos absorbe es igual de macabra o porque tu relato Neto es tan brillante que me parece muy verídico...
No sé con que opción quedarme jeje...
un abrazo!

Netomancia dijo...

Dieguito, a veces la realidad tiende a superar la ficción, pero como dije antes, por ahora esto es solo ficción, esperemos que nadie tome la idea. Hasta me veo venir una demanda por apología del delito! Un abrazo!!!

Iván dijo...

Fuck! que historia! Muy bueeeno!

Te digo que cuando describiste la escena del muelle en la primera parte me la imagine totalmente distinta a lo que es en la cuarta parte

Pd: Haber leido tantos policiales me hizo adivinar algunas cosas, me recordas a Forsyth

Netomancia dijo...

Iván, muchísimas gracias! Me alegro que te haya gustado tanto la historia, intenté darle ese aire policial que a veces no tienen mis cuentos y me gustó el resultado. Lo de que te recuerdo a Frederick Forsyth debe ser un error de tipeo, jaja.
Gracias nuevo, un abrazo.