Versión con fondo blanco, para ojos sensibles

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30 de marzo de 2010

Calor agonizante

El bote era indispensable para cruzar el río y hacerse de provisiones, pero allí estaba abandonado, sobre el arenal que hacía las veces de costa, a pocos metros del rancho.
Podía verlo sin problema por la ventana semiderruida, con el mosquitero colgando y oxidado. Las manos tensas sobre la botella de tinto, el semblante duro y a su vez enrojecido de tanto tomar, eran la cruda imagen del olvido. Sólo el sonido de la isla cortaba la densa cortina de pensamientos que surcaban su mente, por momentos confundida, por momentos desquiciada.
Algunos perros ladraban a lo lejos, posiblemente en el rancho de los García. Raro que aún no fueran a ver qué le pasaba, ausente tantos días de las partidas de truco en lo de Giménez. Pero mejor así, que nadie lo molestara. Quería estar solo. Necesitaba estarlo.
De todos modos, estaba preparado. Por si venían, claro. La escopeta sobre el regazo, aguardaba dormida que la llevaran al hombro. Suspiró. Un resoplido que decía más que cinco confesiones juntas.
Miró la botella y la vio vacía. La arrojó contra la pared. El vidrio quedó regado por la cocina, como esquirlas de una guerra pasada. Tenía otra botella en la mesada. Se puso de pie, caminó dos pasos y el mundo se le dio vuelta. Cayó pesado, a todo lo largo y la cabeza dio contra la mesa. Sintió el toc como una bomba y de inmediato dolor.
No sabía si estaba desmayado o qué, entre el vino y el golpe su consciencia se limitaba a lo que sus ojos le mostraban. Al ras del suelo, el panorama no era muy amplio. La puerta de chapa abierta, el sol de enero entrando como látigo por la ventana y bañando el suelo de luz, el plato de comida del perro dado vuelta, las patas de una silla, el zócalo sucio y lleno de telarañas de la pared, un par de cucarachas secas vaya saber desde cuando y el cuerpo de Lucía, en una posición similar a la de él pero ya sin vida.
Detuvo la mirada en el rostro de la mujer. Parecía un ángel dormido, que despertaría de un momento a otro y desplegaría las alas para echarse a volar. Pero las señales de horror en su cuerpo la distanciaban de esa posibilidad. Las moscas revoloteaban sobre sus cabellos, donde la sangre se escurrió tras escapar del cuerpo por las heridas que la escopeta había labrado con placer.
Aún estaba desnuda, con sus senos exuberantes apretados contra el suelo y también manchados de rojo. Una de las manos se perdía bajo el cuerpo, como si estuviese buscando las partes íntimas, en un último intento de sexualidad.
Lucía, dijo en un hálito de voz. Sentía la boca pastosa, los labios agrietados. Deseaba en ese instante un beso de Lucía, sentir de nuevo su piel joven, suave y tibia, cuyo simple contacto disparaban sensaciones únicas, convirtiendo su pene en un leño caliente y su habitual tranquilidad en un espasmo de furia y pasión.
Así había sido esa tarde, días atrás. El calor pegajoso mojaba los cuerpos sin necesidad de estar al sol. El ventilador de techo arrojaba bocanadas de aire que eran bálsamos de frescura para los dos cuerpos entrelazados en la cama, fundidos en un mismo ritmo, un mismo gemido. La temperatura allí era otra, no importaba el calor ni la razón. Era el momento de amarse, de frotar los cuerpos, de penetrar el alma del otro hasta el cansancio. Era una tarde como tantas otras, en la clandestinidad de la isla, ante la ausencia de las responsabilidades, de los lazos y promesas ante un altar. Lucía era su perdición, su amor oculto, era el día que se anteponía a la noche constante de su vida.
Gemía, ella gemía. Le pedía más, casi presentía que la cama iba a estallar en mil pedazos, el sudor le resbalaba en el rostro y por encima de los sonidos del ritual, el perro se puso a ladrar enloquecido, como queriendo participar de ese acto, ser parte del frenesí y del ardor de dos amantes agonizando de placer.
Entonces, ella entró a la habitación. Amanda, su mujer. Cargaba la escopeta en sus manos y en su rostro la furia, el dolor, el deseo de cobrarse todas las sospechas de una sola vez y terminar con lo que sucedía a sus espaldas. Vio en los ojos de Amanda el odio como jamás se imaginó en ningún ser viviente. Y sin siquiera decir una palabra, apuntó y disparó. Lucía nunca supo que había pasado, el disparo le dio de lleno en la espalda y su cuerpo salió empujado por sobre el de él, para acabar en el suelo, derramando sangre y otros fluidos, con los ojos vedados a la vida.
Se dirigió hacia la cama, donde él temblaba del miedo. Las agallas quedaron de lado, con el arma en otras manos. Nada quedaba en ese ser desnudo, con el pene aún parado y rugiente, del pescador fornido y mal hablado, que de día pescaba para ganarse la vida y de noche la desperdiciaba jugando al truco y vaciando botellas de vino.
Le puso la escopeta en el miembro y no vaciló un segundo. El nuevo estruendo volvió a sacudirle los tímpanos, pero aún peor fue el dolor que sintió entre sus piernas, como si lo hubiesen desgarrado a mordiscones, pero de un solo tirón y ahora, en lugar de sus partes íntimas, solo quedara un volcán en erupción. Aulló de dolor, como un animal salvaje. Creyó que la negrura que embargaba sus ojos sería definitiva pero comprendió que tan solo era el comienzo del sufrimiento. Se llevó las manos hasta la zona y comprendió que estaba bañado en sangre. Buscó su órgano viril, al que aún sentía, pero ya no estaba allí. Abrió los ojos, a duras penas.
Amanda seguía allí, al pie de la cama. Una sonrisa repleta de tristeza adornaba su rostro. Meneó la cabeza de un lado a otro, suavemente, tratando quizá de demostrarle que aún no entendía por qué la había engañado. Seguramente Amanda, lo sabía de hacía tiempo. Levantó otra vez el arma y él se cubrió la vista con el brazo. Contuvo la respiración todo lo que pudo para no llorar y esperó el último sonido de su vida. El disparo estremeció la habitación. Pero no se sintió impactado. Retiró rápido el brazo y vio a su mujer contra la pared, sentada en una ridícula posición, la escopeta a dos metros y el rostro prácticamente irreconocible por la fuerza devastadora de la munición.
Aún seguía en el suelo. Las moscas seguían revoloteando sobre los cabellos de Lucía. Seguramente harían lo mismo con el cuerpo de su mujer, pero desde allí no podía verlo. Dio gracias que así fuera. De repente, todo había acabado. Ya nada tenía sentido. Se incorporó como pudo, asiéndose de una silla y llegó hasta la mesada. Tomó la botella y volvió a la mesa, casi a los tumbos.
El dolor en la zona de los testículos acabaría por matarlo, sino acaso la infección. Si lograba matarse antes con el alcohol, estaría incluso satisfecho. Sentía la escopeta sobre el regazo, pero no tenía el coraje. El calor del verano era sofocante, insoportable. Quizá, pensaba mientras apuraba un nuevo trago, como la vida misma.

10 comentarios:

Netomancia dijo...

En primer lugar, pido disculpas por no estar visitando los blogs que habitualmente leo. Estoy con poco tiempo, pero para el fin de semana prometo leer todo lo pendiente. Por la misma razón el relato que publico quizá haya quien ya lo ha leído, pues es con el cual participé en el proyecto de Leandro Puntín, denominado "Caricias de verano", al cual invitó a varios escritores a realizar relatos basados en una temática puntual. Para quienes no lo hayan leído, espero que sea de su agrado. Para los que ya si, pronto estaré con un nuevo relato. Saludos y que estén bien!!!

SIL dijo...

Bien vale leerlo dos veces, Netito.

Es una joya de narrativa, y me alegro que la hayas traído al blog.

Abrazo grande, Netuzz.

SIL

Anónimo dijo...

Netito, en las relecturas uno siempre encuentra colores y aspectos que a veces se escapan, uno nunca es el mismo al salir de tus relatos y regresar siempre aporta una sensación nueva, como me pasó al leer este cuento otra vez.
Sos un genio!
Abrazos parala flia!

Felipe R. Avila dijo...

Este relato es extraordinario.Tiene todo lo que uno espera encontrar en este blog: una buena historia, muy bien contada, una dosis abundante de sangre y suspenso.Y una carencia-que aplaudo- de discurso moralizante.Es Neto al 100 % y uno agradece esto.Amigo, mis felicitaciones.
Felipe
PD: ¿pensó Neto en la infinita pena del pene?
Arrojado al exilio de una forma atroz, ¿podrá sobrevivir a su amigo el pescador?¿Eh?
Sáqueme esta duda cruel, por favor...

Anónimo dijo...

que onda Neto, como andas?... oye ni te disculpes, digo se te extraña mucho pero una entiende que es por cuestiones de fuerza mayor, no problem! ;0)

que buen cuento!!, yo no lo habia leido..hhmmm.. no.. no recuerdo, pero definitivament eesta con ese hilo fino que solo tu sabes tejer y que mantiene mordiendome los labios mientras leo.
=0p

te mando un beso y cuidate, ok!?

Con tinta violeta dijo...

Neto: siempre es una gozada volver a releer tus relatos. Por cierto este y el Puntín para mí gusto eran los mejores.
Ademas no siempre tiene uno tiempo para estar en todas partes, con el trabajo, la familia y otras razones que atender, así que todo el mundo comprende las ausencias...pero que conste que te echamos de menos...
Besos desde Zaragoza, y que descanses estas fiestas.
Hasta pronto.

Netomancia dijo...

Doña Sil, doblemente gracias entonces! Saludos!

Dieguito, muchas gracias! Abrazos para allá también!

Don Felipe, jaja, da para título de obra teatral lo de la "infinita" jaja. Un abrazo Feli!!!!

Sonia, mil gracias y que bueno que te haya gustado!!! Saludos!

Doña Tinta, muchas gracias! Al menos fue el que más comentarios tuvo en la propuesta :) Saludos!!!!

el oso dijo...

¡¡Neto!! Qué buen texto, para leer muchas veces. Crudo, te mantiene en vilo, hasta te atormenta la espera del punto final.
Una maravilla.

Con respecto a su ausencia en los blog, estamos empatados, pero a veces uno prefiere esperar hasta una buena lectura que leer a las corridas sin deleitarse en el texto.

Abrazos!!

Mannelig dijo...

¡Qué relato! Garra, personalidad, estilo... Sí señor.

La Tomata dijo...

UUUFFF!!! A este no lo habia vistoo!!

Algo caliente y enfermiso y psicotico!! Exelentee!!!
EXELENTE NETO!!!!!


Saludoos!!